¡Hola! Soy nueva, hace poco publiqué mi primer O.S. y al final me he animado a subir este fanfic que llevaba un tiempo cociéndose en ese hervidero que llamo cerebro. Espero que os guste. Trataré de subir un capítulo por semana.
Un beso enorme.
Disclaimer: Nada del mundo de Harry Potter me pertenece. Todo pertenece a JK Rowling y Warner Bross. Todo lo que escribo lo hago con fines lúdicos.
Capitulo 1.
Siempre hay consecuencias.
Esa era una de las frases favoritas de su difunta mujer. No era que no lo supiera, o que hubiese creído que las consecuencias no eran para él, o que no supiera que tarde o temprano acabaría pagando lo que debía.
Tener amistades, amistades que eran influyentes, era bueno. Muy bueno en realidad. Pero tener amistades que fueran poderosas, lo era mucho más. Y si había alguien que reunía dentro de sus amistades esas dos cualidades, era Albus Dumbledore.
No había que ser un genio para saber que Albus sabía aprovecharse de las debilidades de los demás. En su caso, la sed de conocimiento y para ello necesitaba ciertos permisos, y mover hilos en el Ministerio, que por sí mismo no habría logrado.
Así que, allí estuvo Albus. Le tendió la mano. Movió esos hilos por él.
Esa fue la primera vez que la que entonces fuera su jovencísima esposa, con un embarazo de seis meses de gestación, se lo dijo.
-Siempre hay consecuencias, Hector- le miró con una mezcla de resignación y aprehensión-solo queda que llegue el momento de saldar esas deudas.
Ahora con lágrimas derramándose de sus viejos ojos, miraba la cara de su hija. Sabía que las consecuencias de sus acciones se estaban cobrando el día de hoy.
Nunca fue un mal hombre, o eso se repetía continuamente. Había sido un marido amoroso, un padre dedicado y un gran maestro en pociones. Sus pociones habían salvado vidas, algunas habían incluso hecho que personas infectadas con la maldición de la licantropía pudieran llevar una vida cercana a la normalidad.
Uno de sus hijos le había abandonado. Y lo había hecho por amor, un amor adolescente que creció hasta convertirse en uno más maduro. Lo entendía. De hecho, ahora en su lecho de muerte, se arrepentía de haberse enfadado con él, hasta el punto de no haber mantenido contacto con su propio hijo.
Y su hija, su pequeña. Ella que vino sin ser esperada. Su mujer ya era demasiado mayor y no creían que podría haber embarazo. Pero allí llegó ella, su Cassie. Y ella llegó para demostrar que los milagros sí existían, y para llenar de alegría la casa.
Sabía que no tenían tiempo. Cada vez le costaba más respirar. Y ella estaba allí.
-Tienes que irte-su voz apenas llegó a ser un susurro- Cassie…-aspiró aire de forma abrupta- huye…
-No-ella trató de coger la mano de su padre –papá, vamos a salir de aquí los …
El estruendo proveniente del piso de arriba interrumpió a Cassie. La risa histérica de una mujer rosonó a través de toda la casa.
-¡Vamos, vamos…!-canturreó con voz infantil y desquiciada-¡vamos pequeña Cassie! ¿Crees que puedes esconderte de mí?
Cassie escuchó como esa loca parecía estar corriendo de un lado a otro de la primera planta, y seguramente poniendo patas arriba y destruyendo todo a su paso.
-Tu hermano-dijo Hector con su voz cascada-ve…con él-dio su último suspiro con sus ojos aún mirando a su hija, ojos que se quedaron fijos e inexpresivos.
Cassie se llevó un puño a su boca y ahogó un gemido de dolor.
Con manos temblorosas, cerró los ojos de su padre, y recogió su varita. No iba a permitir que se quedaran con ella. Con la propia en la mano, convocó con un accio todos los papeles de su última y más reciente creación. Tratando de mantener la cabeza fría, trató de no volver a mirar el cuerpo sin vida de su padre.
Él había aguantado una larga tortura para protegerla. Tenía que salir de allí porque si no, su sacrificio habría sido en vano.
Habían colocado salas anti apariciones en toda la propiedad, eso, iba a ser un gran problema.
Respiró profundo, con el sonido de fondo de las pertenencias de su familia destruyéndose. Tal vez, debería simplemente echar a correr y rogar a Merlín y Morgana que no lograran darle alcance. Después de todo, solo había unos doscientos metros de distancia entre la fachada y la salida.
Pero necesitaba crear una distracción.
Una grande.
Más tarde se diría que no importaba, porque después de todo esos locos iban a destruir la casa.
Con toda la rabia acumulada y la magia crepitando en ella, se dirigió al salón principal, donde sabía que estaban los cimientos que mantenían la casa en pie. Se quedó en el quicio de la puerta que daba al patio delantero y afinó todo lo que pudo la puntería.
Limpió con los puños de su túnica una pequeña lágrima que había escapado de sus ojos.
-¡Bombarda máxima!-su grito fue escuchado en toda la propiedad.
Pero era demasiado tarde para pararlo. Había dado en el blanco.
Salió corriendo hacia la oscuridad del patio. No se detuvo a ver como la casa en la que su familia había vivido por generaciones se reducía a polvo.
Escuchó como las paredes cedían, escuchó los gritos de los mortífagos que estaban dentro.
No se molestó en entender que decían.
Siguió corriendo. Con los latidos de su corazón tronando en sus oídos, y su respiración acelerada, no lo pensó, saltó el arbusto que la separaba de la libertad. Y justo antes de llegar a posar los pies al otro lado se desapareció.
-Hermione-miró a su hija con desaprobación-hace menos de dos semanas que has vuelto del colegio.
-Pero...papá-la chica seguía en sus trece-van a estar todos allí, y…
-No-estaba empezando a sentir que su hija se le escapa entre sus dedos-te quedas al menos dos semanas más con nosotros. Tu madre y yo también queremos disfrutar de tu compañía, a penas te vemos durante el año.
La chica suspiró y asintió.
Había sido duro, pero tenía sus razones. No se fiaba de Albus Dumbledore, ni de su Orden.
Hermione se había dado media vuelta e iba directa a las escaleras que la conducirían a su habitación, cabizbaja, cuando de repente escuchó lo que parecía una aparición, justo a sus espaldas.
Se llevó la mano al bolsillo trasero de su pantalón y empuñó su varita a la vez que giraba para hacer frente al intruso. Sabía que el realizar magia fuera de Hogwarts siendo menor, podría acarrearle problemas, pero con la vuelta del Que-no-debe-ser-nombrado, no podía permitirse no llevar su varita con ella. Aún le dolía la zona en la que Dolohov la hirió en el departamento de Misterios, era un malestar casi constante. Y no podía olvidarlo, no podía olvidar que no podía estar indefensa. Porque en cualquier momento, podrían aparecer.
Tenía pesadillas, desde que salió aquel año del colegio. Y todas comenzaban así. Con el sonido de una aparición en la puerta de su casa.
Cual fue su sorpresa cuando, al quedar frente a la persona que había aparecido en su casa, se encontró con una mujer joven, una mujer joven que gritó el nombre de su padre y acto seguido, se desmayó.
Escuchó los pasos apresurados de su padre. Y vió como se le dibujó una mueca de terror en el rostro al ver el cuerpo inerte de la chica en el suelo de su hall.
Jonh Granger mentiría si dijera que no conocía a aquella joven.
También mentiría si dijera que le era totalmente indiferente.
Su aspecto, la sangre que estaba impregnada en su túnica, reseca en algunos sitios, hasta el punto de haber formado una especie de costra en el tejido. Parecía herida de gravedad.
Estuvo en shock por diez segundos.
-¡Hermione!-llamó con desesperación en su voz. Se tiró al suelo de rodillas junto al cuerpo de la mujer. Comenzó a buscar como loco el pulso y acercó su oído a su nariz.
-¿Papá?-la muchacha miraba aterrada a la mujer tirada en el suelo del hall-¿Quién es?
-Escucha…-la ignoró- necesito que me ayudes, tienes que tener mucho cuidado, ¿entendido?
La chica se limitó a asentir y arrodillarse junto a su padre.
-Tiene pulso, es débil-miró con pánico a su hija-necesitamos saber si toda esa sangre es suya y si tiene alguna herida que esté haciendo que siga perdiendo aún más.
En momentos como este agradecía el haber decidido hacer una carrera relacionada con la medicina. Eso le había costado el tener que abandonar su mundo. Pero había ganado uno totalmente nuevo.
Cerró sus ojos solo un segundo y cuando los abrió se puso manos a la obra.
Ella no podía morir.
Dió ordenes concisas y sencillas a su hija, que iba haciendo con mucha diligencia lo que su padre le decía. Mientras él se dedicaba a tratar los cortes que iban descubriendo.
Fue un alivio saber que ella no tenía heridas de gravedad.
Ahora solo podía esperar. Esperar a que ella despertara. Y preguntar.
Tenía muchas preguntas que hacer.
Cogió su mano con sumo cuidado. Esa mano delicada, fina. Esa mano capaz de transmitir todo el cariño del mundo, capaz de hacer las mejores pociones.
Se quedó ahí el suelo a un lado de la chica, apartando un mechón de cabello que le tapaba el rostro.
¿Quién o qué la habría hecho algo lo suficiente aterrador como para que ella hubiera acudido a él?
Hacía tiempo habían hecho un pacto. Ella no podría aparecer por allí, no mientras estuviera Hermione.
John se frotó los ojos con cansancio y miró a su hija.
-¿Quizás deberíamos ponerla en el sofá?-ella parecía perdida, desorientada-al menos ahí estará más cómoda.
Su padre la dedicó una pequeña sonrisa, y se levantó, cogiendo a la mujer en brazos. Hermione caminó a su lado, y retiró los cojines que podían incomodarla, sin decir palabra se acercó a su sillón y recogió la manta que ella misma solía usar para taparse mientras disfrutaba de la lectura de alguno de sus libros favoritos. Se acercó a la mujer y la tapó con ella.
-¿Quién es?-lo dijo mientras aún la miraba, sus ojos seguían clavados en ese rostro-¿Por qué una bruja ha aparecido en casa y te ha llamado por tu nombre?- su mano fue de manera instintiva a la varita que aún sostenía la mano de la chica-¿papá?
Al girarse para enfrentar a su padre, se volvió escuchar la voz de la mujer.
Jonh
Lo dijo de manera contenida, con sus ojos tratando de abrirse. Sus pestañas aleteando como las alas de una mariposa.
-Cassie- John Granger sonó ahogado por la emoción.
¿Alguna vez has sentido que estás flotando? A la deriva, un lugar en la que tu mente parece desconectar y tus pensamientos pesan menos que una pluma. Esa sensación de dejarte llevar, de olvidar todo, hasta tu nombre. Y de no querer recordarlo. De no querer volver a la realidad. Una realidad en la que sí tienes nombre, en las que tienes pensamientos, esos pensamientos suelen ser pesados, y tu mente no desconecta, porque no hay tiempo para hacerlo, porque hacerlo puede suponer no tener tanta suerte la próxima vez. Puede suponer que mueras.
Morir…
Muerte…
-¿Estoy muerta?-su cerebro pareció comenzar a recobrar algo de dinamismo
No…
-Estoy viva-fue entonces que se esforzó, tenía que lograr llamarlo. Imágenes confusas se mezclaban unas con otras, algunas imágenes de su infancia. Un niño, con hoyuelos y una sonrisa rompedora, que le hace rabiar, tratando de quitarle su muñeca. Puede distinguir sus rizos, de un dorado que podrían competir con el dorado del sol.
-John- es en ese momento, en que dice el nombre de su hermano que se da cuenta- John…
Tiene que lograr despertar del todo.
Tiene que advertirle.
Tiene que…
Y como si tuviera un resorte, su cuerpo se incorpora, y sus ojos se abren espantados.
¿La habrán seguido?
-¡Oh Merlin!-es cuando al fin logra enfocar a su hermano, que se lanza hacia él y se sostiene de su figura en un feroz abrazo-John…-las lágrimas comienzan a caer sin descanso-lo han matado…
-Cassie-el trata de entender- ¿qué ha pasado?
-Mortífagos-se hunde aún más en el pecho del hombre-le han matado John-se atreve a mirarle de nuevo a los ojos-han matado a papá.
