I
Kanto: I
Una visita inesperada.
—¡Atrapadlos! ¡Qué no escapen!
Mara repetía esa frase a todo pulmón mientras recorría Ciudad Fucsia montada en su moto. Había perdido su gorra hacía tiempo debido a la velocidad que había alcanzado su vehículo, pero no tenía tiempo para pensar en ello. Le seguían dos agentes por detrás, también uniformados de azul, alternando sus miradas entre la carretera, su oficial superior y las azoteas de los rascacielos, completamente oscuras dada las altas horas de la noche, el corte ocasional de luz y las condiciones atmosféricas: las nubes tapaban completamente la luna, así que Ciudad Fucsia estaba sumida en la oscuridad. Las condiciones óptimas para que un grupo de ladrones se escapasen sin ningún problema.
Sabía que eran demasiados factores favorables para ser consecuencias inesperadas. Con las nubes no podían hacer nada, pero el corte de luz no había sido una simple casualidad. Al mismo tiempo que la ciudad sufría un corte eléctrico y sumía a la ciudad en la noche, las alarmas del museo de Ciudad Fucsia también se desconectaban. Era lógico que se hubieran desconectado junto al apagón de luz, pero el museo contaba con un generador de emergencia para casos como estos. Y, aún así, el generador no había funcionado, por ende las alarmas no habían avisado de la incursión y el robo al museo.
Mara y sus agentes subieron una calle empinada, hasta uno de los puntos más altos de la ciudad. Mara redujo un poco la velocidad mientras observaba la ciudad: se veían puntos de luz situados en las calles. Sus agentes buscaban desesperadamente a los ladrones con sus motos, sus coches, sus linternas y sus pokémon. Se encontraban en las calles, en los parques y en lo alto de los edificios. Hasta algunos civiles habían decidido ayudarles encendiendo los faros de sus vehículos pero, aún así, Mara sabía que aquello era inútil. La ciudad seguía en penumbra, y ellos no podrían iluminarla por completo para cazarlos. Y los refuerzos aún tardarían en llegar a la ciudad.
Aunque, en el fondo, Mara sabía que todo lo que hicieran era inútil. Apostaría una mano a que, aunque fuese plena luz del día y los refuerzos estuviesen ayudándoles, no conseguirían dar caza a los ladrones. Ellos eran las famosas "Sombras de Kanto" o, al menos, ese era el nombre mediático que se les habían dado. Eran un grupo de personas (o pokémon, aún nadie lo tenía claro) que se dedicaban a robar objetos de gran valor, tanto económico como social o científico, por lo que se especulaba que no era el dinero lo que les movía a cometer sus crímenes. Eran expertos en la materia: sabían de tecnología y siempre lograban entrar en el rincón más inhóspito y vigilado de cualquier lado, sin ser detectado. Las cámaras no les grababan, las alarmas no saltaban cuando irrumpían en las estancias, los guardias siempre se quedaban dormidos o, simplemente, ni se percataban de su presencia cuando entraban.
Después, tras su robo triunfal sin dejar ni una pista, huían de la ciudad sin dejar rastro. Incontables veces habían sido perseguidos por la policía, pero nunca les habían pillado. Eso se debía a cuatro factores: siempre atacaban por la noche (a veces incluso con apagón generalizado, como ahora), iban vestidos con trajes completamente negros y con capucha, que ocultaban sus rostros, eran ágiles y contaban con la ayuda de pokémon y, por último, siempre eran tres. La policía desconocía si eran siempre los mismos o había más "sombras", ya que todos iban vestidos con el mismo traje. Aun así, siempre eran tres los que saqueaban museos, palacios, laboratorios y demás sitios en donde residían objetos muy valiosos para la sociedad. Al ser tres miembros, en casi todas sus persecuciones hacían maniobras evasivas entre los tres: solían separarse para que la policía tuviese que hacer lo mismo, y todos llevaban el mismo traje, incluida la bolsa que solía contener el objeto robado de turno. Aunque se arrinconase a uno de sus miembros y soltara la bolsa para distraer a los policías mientras él huía montado en un pokémon volador, en ninguna ocasión habían encontrado el objeto robado: solían encontrar bolas de papel, trozos de madera, cubos de rubik… en fin, cualquier objeto que tuviese la misma forma que el objeto.
Por ello, las Sombras de Kanto estaban en la primera posición de los más buscados por la policía. Aunque casi nunca atacaban a nadie, y que solo cometían robos (muy valiosos, pero solo robaban), habían burlado una y otra vez al jefe de policía de Kanto: el inspector Brand, famoso por haber atrapado a numerosos delincuentes a lo largo de su vida. También era cierto que la policía recibía mucha presión por parte de las altas esferas y de las personas poderosas de la región para que se centraran en las sombras y no en otros delincuentes, probablemente muchos más peligrosos que ellos. Mara había oído rumores de hasta sobornos al inspector por parte de gente poderosa, víctima de algún robo, para que centrase a toda la policía en busca de las Sombras. Y, aún con toda la policía buscándolos día y noche, no había forma de encontrarlos, y menos de atraparlos.
Mara sacudió la cabeza. No tenía sentido pensar en esos asuntos ahora. Debía concentrarse en su labor: tratar de encontrar a los ladrones de un manuscrito hallado recientemente en la lejana región de Sinnoh y traído a Kanto para que un grupo de expertos lo examinasen y lo estudiasen. Estaba esculpido en piedra, lo cual hacía que fuese difícil de transportar, pero el inspector Brand había gritado a Mara que se centrase en su trabajo y dejase de hacer cavilaciones estúpidas.
Aceleró rápidamente con la esperanza de despejarse con el sonido del motor y el viento rozándole la cara. Al mismo tiempo que Mara movió la manilla hacia delante, vio por el rabillo del ojo un movimiento. Una sombra en el tejado que tenía a su izquierda, un edificio bastante más pequeño que los del centro de la ciudad.
—¡Chicos, allí! ¡Luz!
Los agentes actuaron rápido. Sujetando el manillar con una mano, apuntaron con sus linternas hacia la azotea de aquel edificio, y lo vieron. Una sombra corría en la azotea, unos metros más adelante que ellos.
—¡Dad la alarma! ¡Intentaré capturarlo!
Un agente gritó en señal de afirmación y giró derrapando con un gran estruendo mientras informaba a las otras unidades de su situación. Mara aceleró y, cuando la sombra frenó y se giró hacia el centro de la azotea, Mara lanzó su pokéball lo más lejos que pudo. Aterrizó en lo alto de la azotea y, acompañado de un destello azul que destelló en la oscura noche, un Arcanine hizo acto de presencia. El pokémon de fuego no perdió tiempo y se dirigió corriendo hacia la sombra.
Cuando Mara se disponía a liberar también a su compañero, Pidgeot, algo calló con gran velocidad en medio de la carretera. Con gran esfuerzo desvió su moto para evitar chocarse, y paró en seco. La cosa que había caído era Arcanine, completamente mojado y muy débil. Mara bajó apresuradamente de su moto y corrió en su auxilio. Arcanine levantó con esfuerzo la cabeza y gruñó hacia la azotea. Allí, encima de la azotea, un pokémon con unos resplandecientes y amenazantes ojos dorados les observaba desde lo alto. Gracias a la luz de los faros, se podía apreciar débilmente algunos de sus rasgos: era azul, y sobresalían unos colmillos por debajo de sus centelleantes ojos. Rugió, y lanzo un potente chorro de agua a presión al agente que se aproximaba a Mara, haciendo que es tuviese que saltar rápidamente de la moto, impactándose contra en asfalto. Después, desapareció en la oscuridad.
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Cuarenta y cinco minutos después de aquel furtivo ataque, los refuerzos llegaron. El inspector Brand llegó acompañado de tres coches patrulla más, provenientes de Ciudad Azafrán. Nadie había resultado herido en el ataque (tan solo un Arcanine un poco debilitado, y un agente con varios rasguños después de la caída), pero estaba claro que las Sombras de Kanto no habían querido herirlos. Solo necesitaban unos segundos más para efectuar con éxito su huida.
Cuando el inspector Brand casi se cae al salir apresuradamente del coche, Mara se temió un buen regaño por su parte, con mala suerte acompañado de una bajada de sueldo. Suspiró.
Brand era un hombre robusto, con unos cuantos kilos de más. Lo más destacable de su rostro era su gigantesca nariz llena de puntos negros y una enorme verruga que la coronaba, aunque sus pobladas cejas también captaban la atención de sus oyentes. Siempre tenía el entrecejo fruncido, y siempre mantenía un puro (encendido o apagado) entre sus labios. Su pelo, canoso, tenía la misma proporción de cabellos blancos y negros. Solía llevar siempre una camisa, de cualquier color que existiese en este mundo, y alguna tonalidad nueva que aún no había recibido un nombre. Además, su olor corporal se podría describir en una mezcla entre tabaco y alcohol.
No era muy famoso en el cuerpo policial. La mayoría de las agentes Mara de Kanto lo detestaban, pero fue la mismísima Liga Pokémon quién le posicionó en el trabajo que desempeña actualmente: capturar a las Sombras de Kanto e impedir más robos. Había dividido la policía entre la local y una especializada en encontrar a las Sombras de Kanto, perseguirlas, estudiar sus robos y prevenir los siguientes. Su proyecto no recibió críticas trascendentales hasta que se conoció el porcentaje de la distribución del cuerpo: un veinticinco por ciento de agentes se encargaban de la seguridad de la ciudad y de los propios ciudadanos, con todas las asignaciones que la policía tiene con la sociedad; y un setenta y cinco por ciento de policías trabajarían día tras día en atrapar a las Sombras. Esto generó un gran revuelto, hace ya tres años, pero la Liga sentenció esta reyerta de forma inmediata: informó, e incluso amenazó, a altas entidades dentro de la policía advirtiendo de que cualquier revuelta en contra de un oficial sería motivo de expulsión. Desde ese momento, la Liga ha controlado exhaustivamente a la policía nacional de Kanto, y Brand era uno de sus representantes más importantes dentro de ella.
Brand se acercó con grandes zancadas hacia Mara y sus subordinados. Uno de ellos dijo por lo bajo que parecía más un Tauros enfadado que un jefe de policía, y Mara no pudo hacer otra cosa que esbozar una traviesa sonrisa.
—¿Le parece esto gracioso, agente? —preguntó Brand, con una ceja alzada, intentando que no se notase que necesitaba recobrar el aliento tras aquella rápida carrera de cinco metros.
—No, señor, para nada —contestó Mara, a su vez que hacía el saludo tradicional.
—¿Se han vuelto a escapar, verdad?
—Sí, señor —Mara bajó el brazo, y se puso rígida —. La incursión al museo tuvo lugar alrededor de las tres y veinte de la madrugada. A las tres y cuarto, aproximadamente, ocurrió el apagón general en toda la Ciudad, aunque las alarmas del museo deberían haber seguido funcionando con la energía del generador de emergencia. Sin embargo, mis agentes me han informado que el generador tampoco funcionaba debido a un cortocircuito, lo que ha dejado al museo completamente sin electricidad, y prácticamente sin seguridad. Los ordenadores también han sido hackeados, señor.
—Maldita sea —Brand agarró el puro y lo estrujó—, cada vez son más buenos. ¿Fuisteis directamente al museo cuando se fue la luz?
—Dividí el servicio en tres patrullas: una compuesta de cuatro agentes fueron al Centro Pokémon a hablar con la enfermera Joy e informarse de la situación, otra patrullaron las calles y calmaron a los residentes, y otra fue al museo.
—¡¿Y por qué no fueron todos al museo a intentar detener a esos malnacidos?! ¡Estaba más que claro que ellos estaban tras el apagón! —bramó Brand.
—Señor, con mi debido respeto… —Mara hizo una pequeña pausa, dándose ánimos a sí misma. Respiró hondo y cerró los ojos— Había una patrulla vigilando el museo en el momento del robo. Habíamos sospechado que las Sombras atacarían el museo con la reciente llegada de la tablilla que fue traída desde Sinnoh, pero… El estado del Centro Pokémon y los pokémon enfermos que se encontraban allí me parecían una mayor prioridad. Tampoco me parecía justo dejar que cundiese el pánico en la zona.
—Mara… ¿Cuántas veces te he dicho que ME DA IGUAL lo que tú pienses que es lo más importante? ¡Te di una orden clara! ¡Evitar que las Sombras robasen ese trozo de piedra! ¡Y ha pasado lo contrario!
—Señor, yo pienso que la jefa actuó… —uno de los subordinados de Mara intervino en la discusión.
—¡¿NO ACABO DE DECIR QUE ME DA IGUAL LO QUE PENSÉIS, PANDA DE INCOMPENTENTES?! ¡Una orden es una orden! ¡Y más si viene de mí! —Brand resopló como un búfalo, y se dio la vuelta—. Volved a vuestro insignificante trabajo, si es que se puede considerar eso un trabajo. Aunque esto te costará caro, Mara.
Brand se dirigió de nuevo hacia su coche. Su vehículo y los otros tres que le acompañaron bramaron al unísono y cada uno desapareció en la oscuridad de una calle diferente. Mara supuso que tratarían de perseguir a las Sombras por las tres rutas diferentes que salían de Ciudad Fucsia, pero no tendrían ninguna posibilidad de que solo un coche los encontrase en la inmensidad de la noche.
Suspiró, y se giró a sus subordinados. Lucían cansados y deprimidos después de la visita de su "querido" superior.
—Chicos, quiero que cinco de vosotros vayáis al Centro Pokémon, aseguraos que el generador de emergencia funciona correctamente y haya electricidad para toda la estancia.
—Sí, señora —contestaron algunos, algo apenados.
—Otros cinco que vayan a la central eléctrica a ver si se puede reparar el daño del generador. Si no es así, contactad con la central de Celeste, a ver si nos puede proporcionar energía por un corto periodo de tiempo. Otro grupo patrullará la ciudad, otro las afueras y otro el museo. Repartiros equitativamente, ¿de acuerdo?
—¡Sí! —respondieron todos a la vez.
—Esta va a ser una noche muy larga…
Ring… Ring… Ring
"¡Buenos días a toda Ciudad Celeste! ¡Son las siete de la mañana de un despejado trece de julio! El cielo estará completamente azul en nuestra ciudad y las temperaturas seguirán elevadas, rozando…"
La voz del interlocutor se cortó abruptamente por acción de un fuerte golpe al despertador, haciendo que la mesita donde estaba situado se tambalease ligeramente. Un bulto situado en la cama a su izquierda se revolvía entre las sábanas, intentando evitar que la luz llegase a sus ojos. Los movimientos estaban acompañados de quejidos y suspiros.
Tras cinco minutos de enredar las mantas y quejarse de su existencia, el bulto desapareció. Una joven de cabellos anaranjados y ojos aguamarinos se irguió ligeramente en su cama, apoyada en sus codos. Bostezó, y miró el reloj. Las siete y siete de la mañana, la hora habitual de empezar otro día aburrido y monótono de su invariable (y poco divertida) vida.
Se irguió por completo y se desperezó, emitiendo otra serie de bostezos seguidos. Volvió a encender la radio, que ahora hablaba sobre política y ciertos escándalos dentro de la Liga Pokémon. Se levantó, se frotó los ojos y se dirigió hacia la ventana. Descalza, salió a la pequeña terraza y el sol la recibió con una calidez reconfortante. Por un instante, cerró los ojos y se concentró en sentir la luz del sol en su piel; la brisa fresca de las mañanas, con un ligero olor a mar en él; el sonido de las hojas de los árboles al ser mecidos por la brisa, y los Pidgey piando mientras saludaban al sol; mientras que la radio sonaba distante, lejos de ella…
Después de ese instante de libertad, volvió a abrir los ojos, y lo primero que se fijó fue en el edificio esférico situado enfrente de su casa. El Gimnasio Celeste, el orgullo de la ciudad (aparte del puerto). Su gimnasio. Su orgullo, símbolo de su familia, los Waterflower y, probablemente, su vida entera. Ya había pasado un tiempo desde que se hizo líder oficial, unos cinco años, pero se le habían hecho eternos. El trabajo en el gimnasio era agotador: por la mañana había que limpiar todo, y durante la semana se dividían la limpieza entre la piscina, los acuarios, los pasillos, los despachos, la cocina y la propia limpieza de su piso. Entre medias, tenía que dar el desayuno a sus pokémon: su alegría, su vocación, lo único que hacía que ella siguiese trabajando tan duro día tras día. Ellos lo daban todo en las batallas, por ella, y ella no podría ser menos.
Y, finalmente, a las doce se habría oficialmente el gimnasio para todo entrenador pokémon que quisiera desafiarla en un combate para conseguir la ansiada "medalla Cascada", la última que los entrenadores de la región de Kanto conseguían para dirigirse a la Meseta Añil. Se había convertido en tan solo cinco años en la líder más fuerte de todo Kanto, lo que era motivo de admiración en toda la región. Misty Waterflower se había convertido en un ídolo nacional, un símbolo para entrenadores (en especial los de tipo agua, por supuesto), una sensación. Había aparecido en múltiples revistas (incluidas, para su mala suerte, la prensa rosa), había documentales sobre ella y había realizado algunas entrevistas, siempre hablando de su carrera y su trabajo, y nunca de su vida privada. No le gustaba que se metiesen en su vida. Y era mejor no hacer enfadar a Misty Waterflower: también era muy conocida por su espíritu inquebrantable y su carácter fuerte, imparable y volátil. Incluso había sido elegida como sucesora de un miembro del exclusivo Alto Mando de Kanto: la élite de los entrenadores. Y, con mucha polémica por delante, Misty rechazó aquel puesto, haciendo que toda la prensa explotase aquel día, lo que le había dado aún más fama, paradójicamente.
La prensa insistía en hacer de cada mínimo detalle en su día a día interesante, pero realmente su vida no era así. Todos los días eran iguales: se levantaba, se tomaba un momento para disfrutar de la brisa mañanera y sentirse libre, igual que en su niñez; y se iba al gimnasio hasta bien entrada la noche cumpliendo con sus obligaciones dentro de él. Después volvía a casa agotada, cenaba si tenía suficientes ganas, y se acostaba para que, al día siguiente, pueda realizar lo mismo de nuevo. Y al siguiente. Y al siguiente. Y así sucesivamente.
Aunque Misty no odiaba ni su vida ni su trabajo en el gimnasio, al contrario; también añoraba su adolescencia, periodo de su vida que pasó viajando a través de famosas regiones del mapa mundial, y sitios recónditos que, muchas veces, no aparecían ni en los planos. Aquella sensación de libertad, dormir cada día en un sitio distinto, disfrutar de distintos paisajes, distintos climas y pokémon no tenía precio, y más aún si siempre iba acompañada de sus mejores amigos. Pero aquella etapa de su vida había acabado, y tenía que afrontar la realidad: el complejo y monótono mundo de los adultos, lleno de cansancio acumulado y facturas, muchas facturas.
—¡Misty! ¡¿Estás despierta?! —se oyó una voz procedente del piso de abajo, lo cual quedaba muy mitigada al encontrarse a tanta distancia, con la puerta del dormitorio por en medio.
Misty corrió hacia la puerta y la abrió ligeramente.
—¡Sí! —gritó, sacando la cabeza por la rendija que se había creado al abrir la puerta.
—¡De acuerdo! —aquella contestación iba acompañada de un ligero canturreo —. ¡Escucha! ¡Lily y yo vamos a irnos a nuestra cita en el balneario y después nos iremos de compras, así que hoy no llegaremos hasta tarde!
—¡Vale, Vi! —contesto Misty —. ¡¿Os espero para cenar?!
—¡No! ¡Daisy dijo que vendría hoy a la hora de comer con Tracey, así que espérala a ella! ¡Chaito, feita!
Tras ello, Misty oyó el sonido de la puerta principal al cerrarse. Suspiró, y sonrió para sí. Sus hermanas nunca cambiarían, era increíble lo que les gustaba ese modo de vida que llevaban.
Cerró la puerta suavemente y decidió que era hora de ponerse a trabajar. Se cambió de ropa, poniéndose sus típicos shorts vaqueros, una camiseta ancha de color blanco, sus deportivas y se recogió su melena, ahora más larga que en antaño, en una coleta floja. Bajó trotando las escaleras, tomó una taza de café con leche acompañado de un bollo, se aseguró de que todo estaba apagado en la casa y salió, cerrando la puerta principal con llave tras de sí. Había dejado una nota a Daisy en la cocina diciendo que vendría a casa a la hora de comer, así que tendría que apurar un poco el trabajo en el gimnasio hoy. Lo bueno es que era viernes, así que podía darse un poco más de margen tanto en la limpieza como en la hora de cerrar así que, con un poco de suerte, podría cerrar sobre las 4, comer con su hermana y uno de sus mejores amigos, y volver al gimnasio para colocar todo y tomarse un merecido descanso, quizás hasta le daba tiempo a practicar natación o ir a la playa, sus actividades favoritas que extrañaba dramáticamente realizarlas.
Por ello, apretó el paso y se dirigió al gimnasio, que estaba relativamente cerca de su casa. Mientras caminaba, estaba pensando en su hermana y Tracey, o su "casi" cuñado. Quedaba en manifiesto la enorme atracción y los tibios sentimientos que había entre ambos, aunque aún ninguno de los dos había dado el paso a formar una relación consolidada. Aún así, Misty estaba muy feliz al saber que aquellos dos se gustaban, mutuamente, y sus sentimientos eran puros e inocentes. Tracey y Daisy se habían conocido cuando Misty se puso al cargo del gimnasio, hará unos cinco años atrás. Tracey la solía visitar al gimnasio, y así fue como Daisy y Tracey empezaron su amistad. Al principio su relación solo consistía en las citas que Daisy le permitía en pago a la múltiple ayuda que prestaba Tracey en el gimnasio (y que Misty había agradecido profundamente), y poco a poco empezó a surgir algo entre ellos. Poco a poco la relación fue cambiando a medida que Daisy cambiaba: había dejado de lado el mundo de la moda tenuemente, y colaboraba un poco más en la manutención del gimnasio, ayudando a Misty con el papeleo del gimnasio, las facturas del edificio, y los trámites con la Liga. Daisy había madurado y, aunque no haya abandonado del todo su pasión por la moda y la belleza, había sentado un poco la cabeza y arrimar el hombro junto con Misty para sacar adelante la empresa familiar. Y sabía que uno de los motivos más importantes de ese cambio fue conocer a Tracey y pasar cada vez más tiempo junto a él.
Misty sonrió ligeramente mientras caminaba. Algunas personas que se cruzaban con ella la saludaban, he incluso la paraban pidiendo un autógrafo o una fotografía con ella. Misty intentaba ser amable con todo el mundo, excusándose a veces de la forma más educada posible, y siguió su camino al gimnasio. Celeste le había acogido de una manera fraternal y cariñosa, y toda la ciudad expresaba el profundo respeto y admiración que sentían hacia el líder de su gimnasio, y Misty no podía estar más agradecida. A pesar de tener tanto trabajo por delante, ver a las personas de su ciudad natal hablar con orgullo sobre ella era uno de los mejores pagos que podía recibir a cambio de su esfuerzo.
Finalmente, tras unas diez paradas y veinte saludos, llegó a las puertas del gimnasio. Abrió la gran puerta de cristal que la introducía al edificio, se paró en el hall y respiró hondo.
—Bien —murmuró para sí—. Empecemos otro día. ¡Buenos días, chicos!
Un gran barullo de gruñidos, rugidos y gritos contestó a su saludo, mientras que se distinguía por el pasillo la silueta de tres pokémon que se acercaban a ella. Psyduck, Marrill y Corsola saltaban alegremente por el pasillo, y abrazaron a su entrenadora en cuanto llegaron junto a ella.
—¡Hola, chicos! —Misty se agachó junto a ellos y les abrazó a la vez—. ¿Qué tal habéis dormido? ¿Habéis descansado?
Los tres pokémon asintieron, y la acompañaron hasta la piscina, donde los restantes pokémon del Gimnasio Celeste la saludaron jubilosamente. Starmie, Horsea, Gyarados, Politoed, Dewgong y Seaking se encontraban nadando en la piscina, esperando la llegada de su entrenadora para comenzar un nuevo día de batallas. Misty les saludó uno por uno y comenzó su rutina: les dio el desayuno a todos, limpió ligeramente los pasillos del gimnasio y las gradas, y decidió encerrarse en el despacho para adelantar todo lo posible el papeleo que había que entregar en la recepción de la Liga. Hacía poco habían recibido a un agente de la AIP, la Agencia de Inspección Pokémon, y debía hacer un informe paralelo al del agente dando su opinión sobre el estado del gimnasio. A Misty le costaba hacer esos informes, ya que no sabía qué fallos podía estar cometiendo, o en qué estado debería estar el gimnasio; ella solamente hacia su trabajo lo mejor que podía.
Alternaba su papeleo entre los retadores que llegaban al gimnasio pidiendo un combate contra ella (quienes hoy estaban bastante flojos y no duraban ni dos asaltos contra sus pokémon), la curación de estos tras los combates, y el tener que recibir y lidiar con los admiradores babosos que tan solo querían verla, pedirle una cita e incluso, los más extremos, le pedían matrimonio en cuanto cruzaban la puerta. Al principio, tener admiradores que se interesasen por ella de esa manera le había hecho sentir muy incómoda y avergonzada en un primer momento, pero se había acostumbrado con el paso de los años. Algunos eran muy dulces, otros no tanto, pero nunca aceptaba las propuestas de ninguno. Simplemente, a Misty no le atraían ninguno de ellos, y acababa echa una furia si la molestaban más de lo necesario. A veces el gimnasio parecía más una floristería, con todas las flores que dejaban en el hall. Ese día, al sentirse un poco más agobiada de lo normal, decidió mostrar su carácter y hacer que sus fans no le robasen más de cinco minutos de su ajetreado día.
Estaba tan inmersa tratando de escribir algo elocuente en su informe que no escuchó la puerta abrirse, ni el sonido de los pasos de una persona acercándose por detrás de ella hasta que sintió un golpe en su cabeza, y un inconfundible olor a gracídeas, sus flores favoritas.
—¡Ay! —exclamó Misty, girándose bruscamente en busca de su atacante, arrastrando la silla hacia un lado.
Pero no pudo más que sonreír al reconocer a la persona que tenía delante. Una joven sonreía desde arriba, y sus ojos (unos bonitos ojos avellanas) brillaban de felicidad al verla. Su cabello castaño caía laciamente a ambos lados de su cara, enmarcándola. Llevaba puesto un bonito tank top blanco, con estampado de flores rosas en la parte inferior, y unos pantalones cortos vaqueros.
—¡Eli! ¿Sabes que hay otras maneras de saludar a tu mejor amiga? —sonrió, dándole un ligero golpe en el hombro.
—No, no hay otra manera —rió—. Y, ¡ay!
—No te quejes —Misty acompaño su risa, y volvió a sentarse en frente de su intento de informe.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Eli, su dulce voz inundó todo el despacho. Se inclinó por encima de ella para ver lo que estaba encima del escritorio.
Misty se dejó caer sobre el respaldo de su silla y suspiró, frustrada.
—Nada —contestó, cruzando los brazos y frunciendo el ceño.
—Informe otra vez, ¿eh? —Eli reprimió una risita, posando un dedo en sus labios.
—Sí, otra vez. ¡Ya son tres en seis meses! ¡¿Qué narices le pasa a la Liga?! —Misty se había levantado de su silla y empezó a blandir sus brazos de un lado para otro, advirtiendo que su presión sanguínea comenzaba a elevarse alarmantemente —. ¡¿Es que acaso no se fían de mi gimnasio o qué?!
—No creo. Según he oído, están comprometiendo a todos los gimnasios de la región —contestó Eli—. Venga, cálmate. Te ayudaré. A ver qué has escrito…
Misty observó a Eli sentarte cortésmente en la silla y comenzar a leer el documento abierto en el portátil. Eli, o Elizabeth, había llegado hacía apenas dos años a Cuidad Celeste, pero en ese corto espacio de tiempo se habían convertido en grandes amigas. Eli había llegado al gimnasio presentándose formalmente (reverencia incluida), y solicitando a Misty que le ayudase a orientarse en la Ciudad, lo cual Misty aceptó sin dudarlo, haciendo gala del papel de líder de Celeste que debía hacer. Al principio le extrañaba la actitud tan formal de Eli, e incluso llegó a desdeñarla ligeramente describiéndola como "pija" o "estirada". Pero Eli la solía visitar en el gimnasio y la ayudaba en sus tareas, a pesar de que ella no tenía que hacerlo, excusándose en que no tenía nada más que hacer en su casa o en la ciudad, y poco a poco Misty comenzó a conocerla realmente, más allá de las apariencias y los prejuicios. Elizabeth era una hermosa chica de unos trece años pero, a pesar de ser tan pequeña en edad, no lo era en espíritu: era una persona calmada, quien no perdía la calma nunca (al menos, en el tiempo que lleva al lado de Misty nunca ha conocido ese lado de Eli), madura y responsable, y con unos modales exquisitos y refinados, como una joven señorita de la alta nobleza. Misty había tratado de preguntarle sobre ello y su pasado en varias ocasiones, recibiendo respuestas efusivas por parte de ella, y cambiando de tema rápidamente. Eli le había confesado una vez que estaba allí por un asunto familiar, y que había sido su familia quien le había proporcionado su piso, un espacio modesto y coqueto, aunque Eli no solía pasar mucho tiempo ahí, declarando que, a veces, se sentía sola. Por lo demás, Misty no sabía nada de su pasado, pero tampoco le importaba mucho. Elizabeth no solía preguntarle tampoco acerca de su pasado, y ambas vivían el presente; siendo mejores amigas una de la otra.
—Misty, no es por nada, pero… Comenzar un informe con "querida estúpida Liga"… Bueno, digamos que no me parece el término más adecuado para comenzar.
Las palabras de Eli sacaron a Misty de sus pensamientos. Bufó, y volvió a cruzarse de brazos, enfurruñada.
—Me da igual, no se me ocurría un título más preciso que ese para calificarlos.
Eli rió, pero fue interrumpida por el conocido sonido del timbre. Un entrenador reclamaba otro combate. Misty miró el reloj de pared que colgaba del despacho: las dos y media de la tarde.
—Eli —dijo, sobresaltando a la chica—. Escucha, Daisy y Tracey van a venir a comer esta tarde a casa. ¿Quieres venir?
—Oh, Misty, no, no quiero ser una molestia. Además, es una reunión familia…
—No seas tonta —le interrumpió Misty, con una sonrisa—. Sabes que eres de la familia. ¿Te espero a las cuatro?
—No —contestó Eli, devolviendo el gesto—. Me quedaré aquí, si no es molestia, e intentaré arreglar un poco este informe. Si es que se puede arreglar algo…
—¡Oye! —exclamó Misty, induciendo de nuevo la risa de la chica—. No está tan mal. Refleja mis sentimientos.
—Desde luego —Eli le guiñó un ojo—. Venga, vete, o ya sabes cómo se ponen estos chicos…
—Lo sé. ¡Suerte!
Y Misty salió corriendo rumbo a la piscina.
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A las cuatro en punto, las puertas del Gimnasio Celeste se cerraron con llave. Misty y Eli caminaban una al lado de la otra, tranquilamente, riendo mientras comentaban el estropicio que Misty había hecho con su informe, y como Elizabeth había tenido que buscar en el diccionario insultos que desconocía. Había poca gente en la calle a esa hora, debido al excesivo calor que impregnaba el aire, provocando incluso que el asfalto a la lejanía pareciesen olas en medio de un mar gris. Misty deseaba llegar a casa, comer y tumbarse en el sofá junto a un ventilador mientras Daisy y Tracey le contaban acerca de sus mini-vacaciones en el Archipiélago Naranja.
Cuando llegaron a su piso, Daisy y Tracey ya se encontraban allí. Habían preparado la comida juntos, y la mesa estaba ordenada, con cuatro platos sobre ella. Ese pequeño detalle hizo a Misty muy feliz: habían contado con la presencia de su amiga sin previo aviso.
—¡Misty! —Daisy corrió a abrazarla. Con el paso de los años, Daisy y Misty habían mejorado mucho su relación fraternal, al igual que con sus otras dos hermanas.
Le dio un suave beso en la mejilla, y despeinó ligeramente su cabello.
—¿Qué tal has estado? Ya veo que como siempre, porque sigues sin saber hacerte una coleta en condiciones.
Las dos rieron a la vez. Misty golpeó ligeramente a Daisy en el hombro como respuesta, y acto seguido la despeinó a ella también, mientras la rubia se escandalizaba. Adoraba hacer eso. Bueno, eso y cambiarle su perfume por agua del inodoro, o sus polvos por harina…
—Bueno, bueno, ¡vaya saludo! —intervino Tracey, mientras separaba a las dos Waterflower —. Hola, Mist, me alegro de verte.
—Yo también, Trace —contestó Misty, acompañando con un abrazo—. Os he echado de menos.
—Y nosotros a ti —convino Tracey—. Hola, Elizabeth, ¿qué tal has estado?
—Bien, gracias —intervino Eli, quien se había resguardado ligeramente tras la espalda de Misty, con una sutil reverencia.
—¡Eli! Qué guapa estás —Daisy cogió de las muñecas a Eli e hizo que diese una vuelta sobre sí misma—. A diferencia de tu amiga…
—¡Oye! —exclamó Misty, frunciendo el ceño.
—Hermanita, como sigas arrugando así la nariz y la frente, te van a salir arrugas.
—Bah, y a quién le importa.
Misty desechó el comentario de su hermana con un gesto y se dirigió hacia el salón, dispuesta para sentarte a comer. Daisy la siguió mientras objetaba su vestuario, argumentando que no podía salir en público con esas pintas y seguir apellidándose Waterflower. Elizabeth y Tracey las observaban desde su sitio, riéndose por lo bajo de su comportamiento.
—Eli, Dais y yo hemos pensado que te gustaría comer con nosotros, por lo que he preparado un sitio más. Por favor, siéntete como una más en casa —sonrió Tracey.
—Muchas gracias, Tracey. De verdad —Eli le dedicó su más agraciada sonrisa. Tracey apartó ligeramente la cara, y un tenue rubor cruzó sus mejillas.
—¡Chicos, vamos a comer ya o este Gyarados se lo zampará todo! —se escuchó la voz de Daisy a través del salón.
—¡No es cierto! —rugió Misty.
—Feita, sabes que cuando estás enfadada eres un pozo sin fondo. Es decir, eres un pozo sin fondo permanente.
Tras terminar la comida, se dirigieron a la cocina para tomar el postre. Misty y Elizabeth se estaban comiendo un helado, y Tracey se preparaba un café mientras Daisy encendió la pequeña televisión situada en un extremo de la cocina, en frente de la mesa. Su cocina no era en exceso grande ni lujosa, pero a Misty le gustaba que fuese así. Además, no solían pasar mucho tiempo en ella, ya que sus hermanas solían estar fuera de la ciudad la mayor parte del tiempo, y Misty pocas veces tenía suficiente tiempo y coraje para ponerse a cocinar algo por ella misma. La última vez que lo intentó, la agente Mara de Ciudad Celeste la visitó, informándola que sus vecinos habían llamado a la policía porque creían que había un incendio en su piso, o que habían tirado una bomba fétida en el pasillo del edificio.
Daisy cogió el mando con el fin de buscar el desfile de moda que se emitía desde Ciudad Jubileo cuando una noticia les llamó la atención, retrasmitiéndola desde el canal de PKMN News.
—Espera un momento, Dais —intervino rápidamente Tracey, quien parecía el más alterado por la noticia. Misty y Eli levantaron su vista de su almuerzo, y se enfocaron en la televisión.
"Buenas tardes", saludaba la periodista situada al frente de la mesa del plató. "Ayer por la noche se cometió otro de los muchos sucesos que llevan aconteciendo nuestra región desde hace ya, casi, tres años: un nuevo robo, efectuado por las llamadas Sombras de Kanto, ha asolado Ciudad Fucsia, llevándose la famosa tablilla de piedra encontrada en la lejana región de Sinnoh, un manuscrito tallado que remontaba hace, aproximadamente, siete siglos. El robo se produjo hacia las tres y media de la noche, tras un repentino apagón que asoló toda la ciudad, sumiéndola en penumbra. Las autoridades…"
—No me lo puedo creer —Tracey se dejó caer en la silla libre alrededor de la mesa. Agarró su taza de café, aún frío, y observó su interior—. El profesor Oak debería haber ido hoy a examinar ese manuscrito junto a otros expertos de la región, y ahora…
—Se especulaba que iban a robarlo —dijo Daisy, quien tenía un semblante extrañamente serio—, lo que no me explico es como pueden hacerlo. Se había reforzado la seguridad al máximo, y aún así han sido capaz de pasar desapercibidos, e incluso de provocar un apagón en toda la ciudad.
"… aún no nos podemos explicar el apagón que sufrió la ciudad", la agente Mara de Ciudad Fucsia se encontraba en una entrevista dirigida por el corresponsal de la cadena en la ciudad, quien le habría preguntado sobre el apagón, "pero nuestros expertos barajan la posibilidad de que haya sido un ataque cibernético, al igual que con las alarmas del museo. El generador de emergencia del museo también fue saboteado, pero al contrario que los generadores de la ciudad, fue producido por un cortocircuito, posiblemente a mano."
"Agente Mara", intervino el periodista, "¿cree usted que las Sombras querían herir a alguien esta vez? ¿Quizás en señal de venganza por la presión que está ejerciendo la Liga y el cuerpo policial sobre ellos?"
—No —Misty contestó a la pregunta—. Nunca hacen daño a nadie. Parece que hasta lo quieren evitar.
—¿El punto? —preguntó Daisy, observando a su hermana por el rabillo del ojo.
—El punto es que es absurdo que la Liga esté tan centrada en atraparlos. No hacen más que invertir el dinero para que la policía los atrape. Es cierto que roban objetos muy valiosos, pero hay mucha gente que necesita también dinero. Y los gimnasios se están resintiendo con todo esto, y la Liga no hace nada para ayudarnos.
Misty hizo una mueca, intentando ocultar el semblante triste que se había formado en su rostro al pronunciar esas palabras. Hace tres años, el Gimnasio Celeste había sufrido una bajada de ingresos por culpa de la gestión de la Liga, quien había invertido una parte del capital destinado a la manutención de los gimnasios en la policía, para mejorar los servicios de esta con el único objetivo de atrapar a las Sombras de Kanto, quienes habían comenzado a asolar la región con robos tremendamente eficaces. Los gimnasios se resintieron, pero pudieron seguir adelante, menos el de Celeste: esa bajada de presupuesto coincidió con la rotura de una tubería muy importante que conectaba los acuarios y la piscina, y el impago de una multa que ni siquiera Misty sabía de su existencia. Había estado al borde de la quiebra, al borde de perder el gimnasio hasta que, unos días antes de la fecha de entrega del dinero, alguien le había ingresado en la cuenta bancaria del gimnasio una cuantiosa suma de dinero, con el que pudo hacer frente a los pagos atrasados, a la reparación de la tubería y a una pequeña reforma del gimnasio, donde se pintaron las paredes (a Misty le parecía un poco infantil los dibujos que Dewgong y Horsea que estaban plasmados en las paredes del gimnasio, a pesar de que su padre había sido el autor). Aún no había averiguado quién había sido su salvador, pero tenía claro que no había sido obra caritativa y altruista de la Liga. Podría haber sido un admirador, o un rico que vio la noticia de su pobreza y decidió ayudarla. Pero, a pesar de ello, Misty estaba profundamente agradecida por la ayuda.
"No, personalmente no creo que las Sombras hayan intentado lastimar a nadie". La voz de la agente Mara retornó la atención de Misty de nuevo hacia la televisión. "Hasta ahora, nunca una persona ha resultado herida en el procedimiento de sus robos. Además, el generador del Centro Pokémon y del Hospital seguían funcionando correctamente, por lo que no ha sido un ataque: solo estaban interesados en la tablilla."
"¿Y cree usted que la intervención policial ha sido correc…
La vibración, y el siguiente sonido procedente de un pokégear volvieron a interrumpir la entrevista. Elizabeth sacó azorada el aparato de su bolsillo izquierdo, y se quedó mirando la pantalla del pokégear mientras seguía vibrando y sonando. Al cabo de unos segundos, cogió la llamada y se levantó de la mesa, dirigiéndose al salón, donde podría obtener algo de privacidad.
Daisy redujo el volumen de la televisión para no molestar a Eli. Ella y Tracey continuaron atentos al reportaje sobre el robo, que ahora informaba sobre la opinión de un experto sobre los procedimientos de los delitos de las Sombras. Pero Misty, más que centrar su atención en la noticia, agudizó el oído y trató de escuchar lo que decía Elizabeth a su interlocutor. No era habitual en la chica que se fuese a otra parte para hablar por teléfono sin ni siquiera excusarse, y había mirado de manera extraña la pantalla de su pokégear mientras reclamaba ser atendido.
Se inclinó hacia atrás en su silla intentando poder ver a la chica, pero tan solo pudo vislumbrar su espalda. Estaba ligeramente inclinada, como si estuviese… ¿susurrando?
"¿Estás seguro?", le escuchó preguntar. Parecía bastante preocupada. "No sé cómo voy a hacer eso… Ella no va a querer… Lo sé, lo sé, solo… ¿Seguro que estás bien? … De acuerdo, vale… Cuídate, porque… Adiós".
Misty volvió a sentarse de forma normal en su asiento y centró su atención en su helado, que estaba completamente derretido en la tarrina. ¿A qué había venido esa conversación?
Elizabeth entró a trompicones en la cocina, balbuceando palabras casi inaudibles, mientras sujetaba su teléfono contra su pecho.
—Misty, tenemos que irnos. Ahora.
Aquella orden dada por su amiga desconcertó por completo a Misty. Centró rápidamente la vista hacia ella, y pudo vislumbrar el verdadero tono de sus palabras: a pesar de que Elizabeth había tratado de que sonase como una orden, en sus ojos se podía reflejar el nerviosismo que emanaba de ella, que también se apreciaba con el temblor de sus manos, que aún seguían presionando el pokégear contra ella.
—… ¿qué? —fue lo único que Misty logró contestar. Estaba totalmente perpleja hacia la actitud de su amiga, y no iba a esperar más para confrontarla—. ¿Qué te pasa, Eli?
—Misty, no hay tiempo —insistió Elizabeth, sin apartar la vista un segundo de la pelirroja—. Tenemos que irnos, ya.
—¿A dónde? —la paciencia de Misty se esfumó en ese instante— ¿Qué demonios te pasa? ¿A dónde nos tenemos que ir? ¿Por qué? ¿Qué está pasando?
—¡Ya te he dicho que no hay tiempo! ¡Tenemos que irnos YA!
Misty se quedó mirando perpleja a Elizabeth, al igual que Daisy y Tracey, quienes no querían interferir en la conversación. No creía que posible que Eli le hubiese levantado la voz de esa manera. No, esa no podía ser Eli.
Elizabeth reprimió un sollozo, y apretó con más fuerza su teléfono mientras bajaba ligeramente la cabeza, realizando una reverencia al mismo tiempo que tapaba su rostro, donde las lágrimas comenzaban a abrirse paso.
—… por favor, Misty, tenemos que irnos… Yo…
Misty se levantó rápidamente, y puso sus manos en los hombros de Eli, sacudiéndola levemente.
—Elizabeth, ¿qué ocurre? Si me lo explicas, ¡puedo ayudarte! De verdad… —Misty intentaba utilizar el tono más dulce que podía, aunque estaba muy dispersa y no sabía con certeza el tono que habían adquirido sus palabras. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué Elizabeth estaba tan alterada? ¿La llamada…
—La llamada —susurró Misty para sí—. Elizabeth, ¿ha sido por la llamada que has recibido? ¿Quién te ha llamado? ¿Qué te ha dicho? ¿Es que te ha amenazado?
Su voz iba en aumento a medida que las preguntas salían por su boca. Inconscientemente, apretó los hombros de su amiga con más fuerza, al mismo tiempo que la furia crecía dentro de ella. Pensar que alguien podría amenazar a Eli… No, era una remota posibilidad. Elizabeth nunca había faltado el respeto a nadie, y nunca había hecho nada malo. Y, en ese momento, Misty se dio cuenta de que no sabía nada sobre el pasado de Elizabeth, y nunca se había esforzado en averiguarlo. Se maldijo a sí misma, considerándose una penosa amiga por no haberse interesado lo suficiente por el pasado de su mejor amiga.
"¿Seguro que estás bien?". "Cuídate". Aquellas palabras se repitieron dentro de la mente de Misty. Había oído formular aquellas frases a Eli mientras hablaba por teléfono, cargadas de preocupación, de eso no tenía duda. Quedaba de manifiesto que Elizabeth se había preocupado por la persona que le llamó. Entonces no podía haber sido una amenaza…
Se encontraba tan absorta en su mundo que no se dio cuenta del momento en que su amiga había subido su cabeza y se limpiaba las lágrimas con el dorso de su mano derecha, mientras la miraba fijamente.
—No me han amenazado, Misty, pero… Tenemos que irnos, yo… Por favor. Confía en mí.
Su voz se quebró en esa última frase, y Misty tuvo miedo de que volviese a llorar de nuevo. Abrazó a su mejor amiga, quien se quedó estática. Misty pudo percibir el aparato frío en contra de su camiseta, pero no le importaba. Suspiró, e intentó relajarse.
—De acuerdo, Eli. Pero… ¿No crees que primero deberías decirme a donde ir? —intentó que sonase como una broma, pero ciertamente no lo consiguió. Aquella situación le preocupaba, e incluso llegaba a parecerle ridículo. Su amiga insistía en que tenían que irse, pero no proporcionaba ningún motivo por el cual debiese dejar todo atrás.
Daisy y Tracey se levantaron, y se posicionaron detrás de Misty. Ambos lucían preocupados por la actitud de su joven amiga, e intentaron mostrar serenidad ante el nerviosismo que dominaba a Elizabeth.
—Elizabeth —Tracey fue el primero en dirigirse a ella. Hablaba calmadamente, intentando tranquilizarla—, podemos ir en un momento, tranquila. Mi todoterreno está aparcado a la puerta. Pero, al menos, dinos donde quieres ir.
Eli levantó su vista hacia Tracey pero, al encontrarse con la mirada de este, la desvió rápidamente. Suspiró, en un intento de relajarse a sí misma. Era plenamente consciente de que estaba alterando y preocupando a sus amigos, pero no podía evitarlo. Tenía la sensación de que algo iba mal tras recibir su llamada. Sonaba distante, sonaba… preocupado. Algo que él no solía estar, o al menos no lo manifestaba tan claramente. Y nunca le había hablado de forma tan autoritaria. Ni ella misma sabía el motivo por el que tenían que trasladarse con tanta prisa, pero sabía que debían hacerlo lo antes posible. Y también sentía que las cosas iban a complicarse mucho de ahora en adelante.
—Tenemos que ir a un sitio… —suspiró de nuevo, y cogió aire rápidamente, insuflándose fuerzas—. Debemos ir a Pueblo Paleta.
Misty se quedó de piedra. Sus manos dejaron de hacer presión sobre los hombros de su amiga y cayeron sin fuerzas a ambos lados de su costado. La mirada de Misty reflejaba perplejidad. La impresión hubiese sido menor si Elizabeth hubiese dicho cualquier otro lugar del mundo, incluso otro sitio inexistente. Pero no, era Pueblo Paleta. Un sitio que se había autoimpuesto no volver a ir. Y cumpliría su palabra.
—No —ese simple monosílabo salió sin permiso de la boca de Misty. Ni siquiera había tenido que pensar en ella—. No. Yo no voy a ir a ese sitio. Olvídalo.
Daisy y Tracey también observaban a Elizabeth con cierta duda. No sabía la razón por la cual Eli tenía tanta urgencia en ir a ese pequeño pueblo, situado a bastante distancia de Ciudad Celeste. A pesar de que Pueblo Paleta era un pueblo pintoresco y bonito, rodeado de verdes prados vírgenes y libres; y ser famoso por albergar el importante y muy famoso laboratorio pokémon del prestigioso Profesor Oak, no había mucho más que ver allí. Y también desconocían si Elizabeth había estado alguna vez allí, o si tuviese algún vínculo familiar o amistoso en Pueblo Paleta. Si así era, nunca lo había dicho. Ni tan siquiera conocía al Profesor Oak, ya que se sorprendió gratamente al conocer que Tracey era su ayudante personal y le había pedido que fuesen a visitarlo algún día, algo que Misty se negó a hacer y Elizabeth, ante la negativa de su amiga pelirroja y a sus vanos intentos por conocer la razón, había respetado la decisión de su amiga. Entonces, ¿por qué ahora, de pronto, quería dirigirse allí con tanta urgencia?
—¡Misty, por favor! —ahora era Elizabeth quien sujetaba a Misty. Había cogido sus dos manos antes de que su amiga saliese de la cocina—. ¡Tenemos que irnos! ¡Es en serio!
La mirada de Misty se había endurecido por momentos con cada palabra que decía su amiga. Se quedó mirando el pokégear, que ahora se encontraba chocando contra el revés de su mano, ya que Eli no lo había soltado aún.
—No sé quién te ha llamado, ni me interesa saberlo. No voy a ir a Pueblo Paleta. No voy a dejar el gimnasio para ir allí, ni voy a perder mi día libre para ir a ese sitio.
Misty se soltó bruscamente del agarre de su amiga, y decidió marcharse a su cuarto para intentar sosegarse un poco.
—De acuerdo, Misty —la citada se detuvo en el umbral de la puerta, sin volverse, esperando la continuación que acompañaría esa afirmación—. Te contaré todo lo que sé, de camino a Pueblo Paleta. Te lo prometo. Pero debemos ir allí. Es por… ¡Es por nuestra propia seguridad!
Misty se giró, y afrontó la mirada de Elizabeth. A pesar de que aún seguía nerviosa, parte de ese nerviosismo se había sustituido por una pizca de determinación, que se reflejaba en sus ojos. Misty se dio cuenta de que su amiga no mentía, y que no había dicho eso solo para que aceptase ir.
—¿Seguridad? ¿De qué demonios estás hablando, Elizabeth? —preguntó Misty con rudeza, levantando una ceja con escepticismo. A pesar de que sabía que su amiga no mentía, la sola mención de que peligraba su seguridad hacía ver esto aún más risible de lo que ya era en un primer momento.
—Sí, Elizabeth —intervino Daisy, quien había estado callada durante toda la conversación, observando cómo había llegado a tal punto—. ¿Es que acaso estamos en peligro?
—Yo… sinceramente, no lo sé —Elizabeth pasó su mano libre por su cabello, alborotándolo en el proceso. Acto seguido se rascó la nuca. Misty conocía a la perfección ese gesto: su amiga siempre lo realizaba cuando estaba frustrada y, por alguna razón, se le hacía genuinamente familiar—. Os aseguro que os explicaré todo lo que sé por el camino, y estoy convencida de que en Pueblo Paleta encontraremos respuestas. Todos. Por eso necesito ir. Y necesito que vengáis conmigo.
Elizabeth se había girado mientras hablaba para observar a Tracey y Daisy, quienes no se habían movido apenas tras levantarse, en una muestra que la petición iba dirigida a todos. Elizabeth era consciente de que la situación era muy extraña, confusa e incluso rozaba lo irritante con tanta incógnita, pero ella sabía casi tanto como sus amigos, incluyendo algunos detalles que pensaba revelarlos tras su partida. Si es que conseguía convencerlos al final, sobre todo a Misty. Conocía el rechazo que tenía su amiga hacia aquel pueblo, pero debían dirigirse allí. Aunque, en una parte de su ser, la que no estaba ocupada preocupándose por la extraña conversación que había mantenido y cómo iba a llevarse a sus amigos fuera de Celeste, una pizca de curiosidad la invadió, preguntándose la razón por la cual Misty no quería siquiera oír hablar del susodicho pueblo. Había escuchando por boca de Tracey que aquel era un pueblo bastante acogedor y hermoso, y además Misty mantenía una relación de amistad con el afamado Profesor Oak. Entonces, ¿por qué la razón de evitar tanto ese lugar? Nunca le había dado demasiada importancia el tema, hasta ahora. Y quizás podía utilizar eso a su favor. Era un truco vil que no agradaba utilizar, pero podía ser su as en la manga para ejercer un poco de presión en Misty, quien se veía en extremo renuente a marcharse.
—Quizás no sea yo la única que esté ocultando algo… —dejó caer Elizabeth, simulando que hablaba para sí. Se sentía mal diciendo ese tipo de cosas y con intención de, incluso, chantajearla emocionalmente, pero debía hacerlo—.
Como respuesta, Misty dirigió su mirada de nuevo a Elizabeth, esta vez llena de furia.
—¡¿Cómo te atreves?! ¡Yo no soy la que está ocultando algo aquí, sino tú!
—¡Yo no he dicho que no esté ocultando cosas, pero creo que no soy la única! ¡¿Por qué te reúsas tanto de ir a ese pueblo?! ¡¿Qué hay ahí que trates de esconder?! —Elizabeth sabía que discutir contra Misty podría ser muy contraproducente, pero estaba comenzando a desesperarse.
—¡Entonces lo admites, eh! ¡Admites que nos estás mintiendo!
—¡Yo no he mentido en ningún momento, y te he dicho que te contaría lo que sé cuando estuviésemos en camino! ¡En cambio tú no eres capaz ni de explicarme por qué no quieres ni saber de ese sitio!
—¡Porque no hay nada allí! ¡No quiero ir allí, y punto, y no te interesa la razón…
—Venga, chicas, calmaos —Tracey se interpuso entre las dos jovencitas, intentando frenar la catástrofe. Era la primera vez que las veía discutir, y por el estado en que se encontraba Misty, también era la suya. Además, sabía de sobra lo que le alteraba a la pelirroja hablar de ese asunto, por lo que era mejor intentar cambiar de tema—. Elizabeth, aunque no sepas por qué tienes que ir allí, al menos… ¿Sabes donde tienes que dirigirte? Es decir, aunque Pueblo Paleta sea pequeño… bueno, creo que me entiendes.
Elizabeth se relajó un momento, y observó a Tracey con curiosidad.
—Es cierto, no os lo he dicho. Em… —posó su mano en su barbilla, pensativa—. Creo recordar… era la casa de una señora… Kat, no… Mhm…
—¿Ketchum? —intervino Tracey, alzando una ceja ante los intentos de Eli de pronunciar el nombre.
—¡Eso! —Eli chasqueó sus dedos, en señal de que Tracey había acertado—. ¡Ketchum! Delia… ¡Delia Ketchum! Tenemos que ir a la casa de Delia Ketchum.
Los tres ocupantes se quedaron atónitos tras esa declaración. No entendían por qué Elizabeth les estaba pidiendo ir allí, exactamente a esa pequeña casita de madera, donde no había nada fuera de lo común.
—Elizabeth… —Tracey había adquirido un tono serio, semejante a su semblante. La situación era cada vez más extraña y enrevesada, y ahora incluía a una persona que, probablemente, no tuviese nada que ver en el asunto en que Eli se encontrase metida, fuese el que fuese— Elizabeth, ¿tú conoces a esa persona? ¿Conoces a Delia Ketchum?
—No, sinceramente… es la primera vez que oigo ese nombre… —Eli bajó la cabeza, algo avergonzada. Si Tracey se ponía también en su contra, estaba acabada.
—¿Entonces? ¿Por qué quieres ir a su casa, si ni tan siquiera la conoces? —inquirió Tracey.
—Ya os he dicho que os explicaré lo que sé de camino, y que allí encontraremos respuestas… —dijo Elizabeth, tras un suspiro.
—Eli, cariño, ¿ha sido la persona que te ha llamado la que te ha dicho que te dirigieses allí con nosotros? —Daisy se había acercado a Elizabeth y Tracey, y miraba con preocupación a la castaña.
—Eh… sí, ha sido él.
—¿Y quién es? —preguntó Daisy, tratando de despejar la duda más expectante de toda la conversación.
Un silencio siguió a la pregunta formulada. La televisión, ignorada al extremo de la cocina, proyectaba un aburrido programa de cocina dirigido por un hombre robusto, con un sombrero de cocinero coronando su gran cabeza cubierta de pelo, acompañado de un pequeño Sneasel.
—No puedo decíroslo —susurró Elizabeth, al cabo de un rato, volviendo a bajar la cabeza. Se avergonzó de su actitud.
—Esto es el colmo —Misty explotó, dirigiéndose finalmente hasta las escaleras de su piso—. Me voy a mi cuarto. Cuando se haya acabado esta ridiculez, avisadme y nos vamos a la playa. Si no, me voy yo sola.
Misty subió las escaleras con saña, y el sonido de sus pisadas terminó con el retumbo de su puerta cerrándose con gran estrepito. Daisy suspiró. Sabía que su hermana iba a acabar explotando tarde o temprano, pero por el tiempo que había permanecido Misty en la sala, realmente se interesaba por lo que Elizabeth tuviese que decir. Ella también estaba muy intrigada con el asunto, pero decidió guardárselo para sí.
Elizabeth se sentó en su silla de nuevo, derrotada, y comenzó a sollozar quietamente. Se sentía fatal consigo misma por haber enfadado así a Misty y haberle ocultado cosas a sus amigos, pero no se iba a dar por vencida. Antes de que terminase el día, ellos tenían que estar en Pueblo Paleta, pasase lo que pasase.
Daisy y Tracey retomaron sus sitios en la mesa también, y decidieron hablar calmadamente con Elizabeth, para tratar de esclarecer un poco todo aquel embrollo.
Mientras tanto, Misty se encontraba tumbada en su cama boca abajo, sujetando la almohada contra su rostro. Estaba enfadada y frustrada a la vez. ¿Por qué Elizabeth quería ir a ese lugar, así, de repente? Todo había sucedido tan rápido que no había tenido tiempo de asimilar ningún detalle, pero su amiga se veía en un apuro. Sin embargo, seguía sin entender la razón por la cual Eli parecía desvivirse por ir allí, sin tener una razón de peso para sustentarlo. Porque conocía a Elizabeth, y sabía que no podía mentir. Se le notaba en la cara, ya que arrugaba la nariz como si estuviese comiendo limón, y no es capaz de mirar al receptor de esa mentira a los ojos. Entonces, todo se reducía a esa llamada. Después de que Eli admitiese que había sido él o ella quien le había pedido (u obligado) a ir a ese sitio acompañado por ellos, todas las teorías que Misty había logrado formular se habían reducido en torno a la misteriosa llamada. Elizabeth sabía quién le había llamado, pero no quería contárselo. Es que, acaso… ¿no confiaba en ella? ¿Y quién rayos era ese idiota que había dicho que ella, Misty Waterflower, tenía que ir a ese sitio de mala muerte? Ni hablar.
Se irguió, sentándose sobre sus piernas, y sacudió su cabeza. Las preguntas se agolpaban en su cabeza. Se sentía bastante cansada después de la repentina conversación, y todo lo que había conllevado consigo.
Suspiró y, tras ello, oyó dos toques procedentes de su puerta. Daisy la abrió sin permiso, cerrándola tras de sí, y se sentó en la cama junto a Misty.
—Misty…
—Sé lo que me vas a decir —interrumpió Misty—. Vas a decirme que Elizabeth no tiene mala intención. Vas a decirme que se ve en un apuro, y que podemos ir allí y volver en el mismo día, ¿verdad?
—Y que sería una buena oportunidad para visitar a Delia —Daisy sonrió ligeramente hacia su hermana pequeña—. Estoy segura de que se alegrará mucho si te ve. Hace tiempo que no vas a visitarla, ¿verdad?
Misty observó detenidamente a su hermana, mientras que su cabeza era un mar de preguntas y respuestas suyas. Era cierto que hacía mucho tiempo que no iba a visitar a esa tierna mujer que, cuando era joven, había actuado incluso como figura materna. Misty quería y admiraba mucho a la señora Ketchum, y se recriminaba a sí misma por ser egoísta y no haber ido ni una sola vez en casi tres años a visitarla. Un intenso sentimiento de culpa la carcomía por dentro, provocándole una presión en el pecho.
—Es cierto…
—Y, como tú has dicho, podemos volver e ir en un día. Hemos estado hablando y Elizabeth no sabe el tiempo que debemos estar allí, por lo que podría ser tan solo una corta visita. Tracey no tiene problema en llevarnos, y a la vuelta podría conducir yo. ¿Qué te parece?
Daisy sujetó con ternura el brazo de su hermana pequeña. Sabía que iba a ser un esfuerzo de su parte ir a Pueblo Paleta, pero Daisy sentía que tenía que hacerlo. Tenía que hacer las paces con una parte de su ser, una parte de ella misma que se encontraba aún en Pueblo Paleta.
Misty suspiró, y le dedicó una media sonrisa a su hermana mayor.
—De acuerdo.
—Bien —dijo Daisy, quien se levantó velozmente de la cama—, iré a avisar a Trace y Eli, y prepararé mis cosas. No creo que sea un viaje largo, pero nunca se sabe, ¡siempre hay que ir a la moda!
Daisy guiño un ojo a su hermana, y salió disparada hacia el salón. Misty suspiró: su hermana nunca cambiaría, aunque tampoco quería que cambiase. Se levantó ella también de la cama, y cogió la primera mochila que encontró colgada tras la puerta que, sorprendentemente, era el saco rojo que la había acompañado durante su primer viaje pokémon al cumplir diez años, cuando se escapó de casa alegando que no volvería hasta que fuese una maestra de pokémon tipo agua. Aunque ese viaje no iba a ser como el de antaño, ni mucho menos.
Negó con la cabeza, intentando despejarse un poco, y se dedicó a llenar la mochila de sustentos imprescindibles. Metió una muda de ropa, por si acaso, aunque no tenía pensado pasar la noche allí; así como algunas pociones y, por supuesto, sus pokémon, quienes se encontraban en sus respectivas pokéball, probablemente echándose la siesta. Misty pensó que podrían acercarse también a la reserva del Profesor Oak y dejarles libres por las hectáreas que poseía el laboratorio para los pokémon que estudiaba y cuidaba el profesor. Seguro que les vendría bien un cambio de aires, hacía mucho tiempo que no salían del gimnasio.
—¡Misty! ¡¿Estás lista?! —la voz de Daisy resonó a través del pasillo de la parte superior del piso.
—¡Sí! —contestó Misty, mientras metía sus pokéball en la mochila.
Suspiró. ¿Por qué siempre se arruinaban sus días libres?
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El viaje transcurrió en un silencio casi sepulcral. Misty miraba a través de su ventana, vislumbrando el paisaje que pasaba rápidamente por su lado, dejando atrás todo: su gimnasio, su casa, su vida… Se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no salía de Ciudad Celeste, ni siquiera había asistido a las dos últimas reuniones de la Liga Pokémon alegando que tenía asuntos familiares o problemas de salud, y conseguía una tarde libre para ella y sus pokémon que, por un asunto u otro de distinta categoría, acababa desperdiciando siempre, o bien sus hermanas la obligaban a irse de compras con ellas o bien ese día no se encontraba con ánimo suficientemente productivo para levantarse de la cama.
Una sensación de malestar comenzó a inundarla conforme vio el cartel de Ciudad Celeste pasando por su ventanilla de forma borrosa, abandonando Celeste e introduciéndose en la Ruta 4, rumbo a Ciudad Plateada. Por una parte no quería dejar su ciudad natal para irse a Pueblo Paleta pero, por otra parte, se preguntaba dónde había quedado su espíritu aventurero, su alma libre que siempre estaba dispuesta a una nueva aventura, fuese donde fuese. A pesar de no haber corrido ninguna aventura (ni ningún suceso interesante) en años, ¿era eso suficiente para haber acabado por completo con lo que se consideraba una parte de ella misma, una parte que le había aportado tanto en su vida desde el más amplio de los sentidos?
Sus pensamientos se entremezclaban con las imágenes que observaba de refilón. A pesar de ser apenas las cinco de la tarde en pleno verano, había multitud de personas paseando alegremente junto a otros y sus pokémon camino del Monte Moon. Sabía que el ayuntamiento de Ciudad Celeste organizaba excursiones hacia el monte, pero nunca se imaginó que iría tanta gente hacia allí. Verlos pasear tan felizmente solo hizo que la genuina nostalgia que empezaba a sentir se agravase.
Pronto se dejaron de vislumbrar a los felices transeúntes, que se sustituyeron por un bosque, absolutamente verde debido al reflejo de los potentes rayos solares sobre las hojas de los árboles y la hierba, atravesándola y brindándole un hermoso tono verdoso completamente vivo. A lo lejos se veía el perfil del Monte Moon, el cual estaban rodeando por una carretera alternativa destinada únicamente para vehículo, para así impedir la contaminación del Monte y poder mantener la seguridad de las personas que lo visitaban. Misty abrió la ventanilla, y dejó que el viento le diese en la cara, revolviéndole los cabellos. Olía a verano, a vegetación, y se oía a lo lejos el sonido de un grupo de Kricketot, quienes venían a Kanto en su ruta migratoria, huyendo del invierno de Sinnoh. Misty pensó que aquella sensación que sentía ahora era muy similar a la que siempre le producía Pueblo Paleta cuando se quedaba ahí por días, semanas o incluso meses, día tras día; y se dio cuenta de que dentro de poco volvería allí, y averiguaría si seguiría sintiendo lo mismo que apreciaba cuando era niña o tan solo quedaría un triste recuerdo de aquel lugar.
Cerró la ventana y decidió dormirse un rato, para poder despejarse, ya que empezaba a enfadarla tanta melancolía y tantos pensamientos juntos. A parte, no llegarían a Pueblo Paleta hasta el atardecer, o incluso llegada la noche. Cuando se acomodó y cerró los ojos, la voz de Elizabeth resonó por todo el todoterreno.
—La… persona que me llamó… Me dijo que en Pueblo Paleta encontraríamos respuestas —Daisy se giró en su asiento para ver a Eli. Ella estaba sentada delante, al lado de Tracey, mientras que ella y Misty se encontraban en la parte trasera—. Allí nos encontraremos con dos personas que conozco, dos amigos míos. Ellos nos podrán explicar qué… está pasando.
Elizabeth tenía la mirada baja. Se la notaba triste y algo desalentada, por lo que Misty no insistió en que explicase lo que estaba pasando realmente, como prometió ella antes de salir de viaje. Ya estaban de camino, así que daba igual lo que se revelase ahora o más tarde. Además, sentía que tenía ya muchas cosas en la cabeza como para preocuparse por otra más, así que se acomodó de nuevo y cerró los ojos de nuevo, intentando conciliar el sueño.
Ninguno de los tres dijo nada más sobre aquel tema. Elizabeth se pasó todo el viaje en silencio, observando a través del cristal. Tracey y Daisy también estuvieron relativamente callados, aunque a veces comenzaban una débil conversación que no duraba más de cinco minutos debido al ambiente reinante en el vehículo.
Misty se despertó por el reflejo del sol, que iluminaba todo su rostro y traspasaba sus blanquecinos párpados. Se tapó los ojos con las manos, y los abrió poco a poco, intentando acostumbrarse a la luminosidad del entorno. Cuando logró enfocar debidamente, se dio cuenta de dónde estaban: habían llegado por fin a Pueblo Paleta. La luz anaranjada del atardecer iluminaba los verdes prados de Paleta, que se movían al viento como si de olas se tratasen, creando un cuadro etéreo, casi mágico. Misty no pudo evitar que su corazón se acelerase y que, de un impulso, abriese de golpe la ventanilla y sacase la cabeza por ella. El viento le daba en el rostro, e incluso el sonido de las ruedas al rozar con la tierra del camino era genuinamente armónico, pero la sensación era muy diferente a la que sintió en la Ruta 3. Allí se sentía ansiosa y melancólica por lo que sentiría cuando llegase al Paleta pero, en ese mismo instante, Misty no se acordaba de lo que había cavilado hacía apenas unas horas. Notaba todo lo anterior como un sueño, toda su vida como un sueño, y ese pensamiento se acrecentó cuando vislumbró una pequeña casita de madera no muy lejos de donde se encontraban, bajando una pequeña elevación del terreno. Era una casita modesta, pintada de color amarillo, donde unas tejas rojas coronaban el techo del edificio. Un enorme jardín rodeaba la casa, donde relucían diferentes colores de todo tipo, lo que Misty supuso que eran flores. Sí, habían llegado por fin. Esa era la casa de Delia Ketchum.
Y Misty no podía abandonar la sensación de que todo había sido un sueño, y que acababa de terminar uno de sus viajes de su infancia y volvían por fin a casa, a su hogar.
Se giró rápidamente, con una sonrisa adornando su rostro, queriendo darle la noticia a quien hubiese jurado que estaba a su lado, deseoso de llegar por fin a su casa, ver a su madre y comer toda la comida que hubiese preparado para él. Pero, cuando se giró, vio a Elizabeth, que a su vez la observaba con un semblante lleno de curiosidad por su actitud. Fue entonces cuando Misty se chocó con la realidad: no estaban volviendo de uno de sus maravillosos viajes tras haber finalizado un torneo pokémon, ni él estaba a su lado, ni ella era la Misty Waterflower que alguna vez fue. Se volvió a sentar derecha lentamente, subiendo un poco la ventanilla. Suspiró, entendiendo perfectamente por qué no quería volver ahí, por qué odiaba este pueblo, y por qué quería volver a su ciudad, su gimnasio, su santuario.
—Ah, Misty, estás despierta —dijo Tracey, mirándola a través del retrovisor interior—. Dais y yo decidimos pasar antes por casa de la señora Ketchum, y ya después pasaríamos por el laboratorio del profesor. ¿Te parece bien?
Misty asintió quietamente. Había llegado el momento. Saludaría a la señora Ketchum, se tomaría un té con ella, después saludaría al Profesor Oak y volvería a Celeste, a su vida monótona y aburrida.
Tracey aparcó a la puerta del patio de la casa, delimitado por una valla blanda de madera. Entraron en fila, con Tracey a la cabeza, seguido por Daisy y Elizabeth, y concluido por Misty. Ahora que se fijaba más de cerca, las flores no le parecían tan vivas y coloridas como en el todoterreno, aunque era probable que fuese a la falta de luz, ya que el atardecer moría en torno a sus ojos. Elizabeth temblaba ligeramente, supuso que por los nervios de presentarse en casa de alguien que no conoces si tan siquiera un argumento firme, por lo que Misty decidió que, al menos, su amiga no lo pasase tan mal como lo iba a pasar ella en ese momento.
Tracey tocó la puerta, e involuntariamente mantuvo la respiración. Tenía el deseo de salir de ahí corriendo, pero sus piernas no le respondían. Finalmente, un pokémon rosa y blanco abrió la puerta, y se les quedó mirando, algo atónito.
—Hola, Mr. Mime —saludó Tracey, levantando la mano—. ¿Se encuentra Delia en casa?
Mime tardó un rato en responder. Misty se dio cuenta de que la miraba fijamente a ella, y trató de mirar a cualquier sitio diferente. Mr. Mime acabó asintiendo, acompañado de un alegre "mime" dirigido a Tracey. Acto seguido, salió corriendo hacia dentro.
Aquellos fueron los segundos más largos de toda su vida. Esta vez sí que Misty miraba fijamente a la puerta entreabierta, esperando a que saliese la mujer reclamada.
En un momento, la puerta se abrió del todo, revelando la silueta de Delia Ketchum. No había cambiado mucho en estos últimos años, seguía vistiendo su falda morada característica junto a una camiseta blanca de tirantes, conjuntada con unos bonitos zapados del mismo color. Lo que sí distaba del pasado era su rostro, que había sido adornado con algunas arrugas, y su pelo, antes castaño brillante, había perdido parte de su color y algunas canas comenzaba a hacerse ver. Por lo demás, Misty creyó que estaba igual que siempre, hasta que se fijó en sus ojos: aquel brillo que caracterizaba la mirada de Delia, que irradiaba amabilidad y amor, se había extinguido, quizás para siempre, haciendo que el rostro de aquella bella mujer se mostrase un poco triste.
—¡Tracey! —Delia salió ligeramente al porche de madera—. Qué alegría verte por aquí, hijo, hacía mucho que no me visitabas. Y veo que has venido bien acompañado…
Daisy saludó a Delia, quien recibió un abrazo de su parte, haciendo que Tracey se sonrojase al instante. Tras separarse de la rubia, se fijó en las dos personas que se encontraban tras de sí, en especial en una cabellera pelirroja. Delia bajó lentamente los tres peldaños del balcón y observó a Misty un momento, antes de correr hacia ella y abrazarla con fuerza.
Misty no había previsto tal movimiento, por lo que no puedo reaccionar hasta oír las palabras de Delia que le susurraban al oído.
—Misty… estás aquí —Delia se separó ligeramente, para poder observar el rostro de Misty—. Mírate, estás echa toda una señorita. Oh, Misty…
Delia volvió a abrazarla, y esta vez sí reaccionó: correspondió al abrazo, y escondió su rostro en el hombro de la señora, intentando contener las lágrimas.
—Perdóneme, señora Ketchum. Siento no haberla visitado en todos estos años. Pero, yo…
—Shh. No me tienes que dar ninguna explicación, Misty. Lo importante es que nos volvemos a ver.
Ambas se separaron, y se sonrieron mutuamente. Todo el peso que había estado sobre Misty se desvaneció en ese momento. Notaba en la mirada de Delia un cariño que no había cambiado en todos estos años, a pesar de no haberse visto por tanto tiempo. Delia Ketchum nunca dejaría de sorprender a Misty de las más gratas formas, pensó en ese momento.
Delia dejó de prestar atención a Misty por un segundo al vislumbrar un cuarto rostro, este completamente desconocido para ella. Una jovencita de cabello castaño y ojos avellanas la miraba de forma nerviosa y avergonzada. Elizabeth, al fijarse que era el centro de atención de la mujer, no pudo evitar tensarse completamente.
—Oh, creo que no nos conocemos —dijo Delia, sonriendo de forma cortés.
Elizabeth la contestó haciendo una profunda reverencia, que dejó algo asombrada a Delia.
—Señora Ketchum, esta es mi amiga, Elizabeth —intervino Misty—. Ha venido conmigo desde Celeste.
—¿De verdad? Bueno, las amigas de Misty son mis amigas.
Delia rió, ya completamente girada hacia Elizabeth, quien se irguió completamente, más tranquila con la situación. Extendió la mano y saludó a Delia.
—Es un placer conocerla, señora —Elizabeth sonrió, esta vez efectuando una reverencia con la cabeza.
—Misty, tu amiga es una persona muy formal, ¿no crees? —susurró Delia a Misty.
—Sí, pero, no se lo tome a mal. Es una muy buena persona, y muy educada.
—Estoy segura de ello, al fin y al cabo es amiga tuya —sonrió—. Bueno, chicos, ¿os apetece un té?
—¡Sí! —chilló entusiasmada Daisy—. Sus tés siempre hacen que mi pelo brille más, señora Ketchum, no sé como lo hace.
Delia entró en su casa, seguida de Daisy y Tracey, quienes iban charlando alegremente. Misty se quedó pasmada en el jardín, mirando fijamente de nuevo el hueco de la puerta por donde habían entrado y desde donde se podía vislumbrar atisbos de luz, probablemente porque la señora Ketchum ya había encendido las luces del salón y el comedor. Las palabras recitadas hace un momento por Delia resonaban en su cabeza: "estoy segura de ello, al fin y al cabo es amiga tuya". La señora Ketchum seguía confiando en ella como en antaño, a pesar de haberla olvidado por casi cuatro años, y haberse negado a visitarla ni a ella ni a Pueblo Paleta. Aunque Delia no estuviese enfadada con ella, es más, entendía por qué no había ido allí en todos esos años, Misty no se sentía merecedora de su confianza y cariño… de nuevo.
—¿Mist? ¿Entramos? —Elizabeth la sacudió ligeramente, sacando del trance a la pelirroja.
—Em, sí, vamos.
Elizabeth y Misty entraron en la casa, cerrando tras de sí. Misty pudo observar que la casa no había cambiado casi en absoluto: las paredes seguían siendo impecablemente blancas, el suelo de madera brillaba debido a la cálida luz que emitían las lámparas del techo, y un nostálgico olor a ¿jabón de glicerina? flotaba en el ambiente. Se dirigieron hacia el salón, situado en la parte izquierda del recibidor, donde Tracey y Daisy se encontraban sentados en el sofá, conversando con Delia, sentada en una silla pegada a la mesita de té.
Se sentaron en el sofá, y hablaron sobre temas banales: que tal estaba el tiempo por Celeste, como iban las cosas en el gimnasio, algún que otro asunto de la Liga, las investigaciones del Profesor… Misty no se atrevía a preguntarle por cómo había estado estos últimos años.
De repente, Elizabeth cortó la conversación de forma abrupta.
—Disculpe, señora Ketchum, pero… —señaló una foto, situada en una pequeña mesa redonda de madera situada al lado del sofá, próximamente donde estaba sentada Eli—, ¿quiénes son estos? ¿Esta no eres tú, Misty?
Misty cogió la foto y pudo observarla por completo. Allí, sonrientes, despreocupados, estaban sus dos grandes amigos de su infancia, tras finalizar su primera aventura a través de la región de Kanto y tras haber participado en la Meseta Añil. Se encontraban los tres abrazados, junto con el Profesor Oak y Delia a ambos lados, y todos sus pokémon detrás. Brock, ella y…
—Sí, es Misty —dijo Delia, esbozando una sonrisa que distaba de ser alegre—. El de la izquierda, el más alto es Brock, y el del medio es… es mi hijo, Ash.
—Oh, no sabía que tuviese un hijo —dijo Elizabeth, ignorando la sonrisa melancólica de la señora de la casa, y fijando de nuevo su curiosidad en la foto—. ¿Dónde está? ¿Se encuentra aquí…
—Elizabeth —Tracey cortó la pregunta de Eli, dejando su taza de té de nuevo en la mesa.
Elizabeth se fijó que todos habían adoptado una expresión seria y algo triste, incluida Daisy, quien se había quedado completamente callada. Se preguntó si había dicho algo ofensivo.
—No te preocupes, Tracey —intervino Delia, haciendo un gesto al muchacho para que no le diese importancia—. Elizabeth ¿verdad? Verás, mi hijo no se encuentra en casa en este momento, él está…
—Desaparecido —Misty terminó la frase. Se encontraba absorta mirando la foto, pero su semblante distaba de mostrar ninguna emoción—. Él desapareció hace cinco años, cuando tenía catorce, exactamente, la edad que tenía yo en ese momento. Volvió de Sinnoh tras un viaje, y a los dos días de estar en casa, se marchó sin decir nada y no se le ha vuelto a ver, ni siquiera se ha sabido nada de él durante este tiempo. Era entrenador. Yo viajé con él cuando comenzó su viaje. Era… era mi mejor amigo.
—Oh… —de pronto, Elizabeth comprendió por qué Misty no quería volver a ese lugar: los recuerdos eran demasiado dolorosos.
Pero antes de poder disculparse, el timbre sonó, seguido de unos impacientes golpes en la puerta. Mr. Mime corrió a abrirla, y dos personas entraron abruptamente en la casa.
"¡No seas tan bruta! ¡Y cuidado con tus modales!"
"¡No me digas como debo comportarme!"
Unas voces se oían en el hall. Delia se levantó, alarmada de no reconocer aquellas voces.
Mr. Mime entró corriendo y se escondió tras la señora Ketchum. Unos segundos después, dos jóvenes hicieron acto de presencia en el salón. Una chica pelirroja, con pelo corto semejante al color granate, se cruzó de brazos mientras examinaba atentamente a los inquilinos. Vestía con una camiseta ajustada negra, acompañado de unos vaqueros rotos del mismo color, y unas deportivas también negras. Su oreja derecha estaba ocupada por varios aros metálicos. Sus facciones eran bellas, pero detonaban seriedad y fiereza al mismo tiempo. Sus ojos plateados se fijaron en Misty tras examinar todo el salón y a todos los integrantes en él.
A su lado, se encontraba un chico un poco más bajo que ella, con el cabello corto y negro como la noche. Vestía con una camiseta amarilla algo desgastada, unas bermudas azules y unas tenis blancas. Sus ojos eran dorados, y miraban a todos lados de forma nerviosa y esquiva. El chico debía ser un poco más joven que la chica a su lado, ya que su rostro era mucho más aniñado que esta.
—Buenas… tardes —dijo el chico, dirigiéndose a la señora Ketchum. La chica que estaba a su lado bufó, sin apartar la mirada de Misty, que comenzó a devolverle la mirada con la misma fiereza, retándola.
—¡Tina! ¡Nico! —Elizabeth se levantó, y se fue a reunir con los dos visitantes.
—¡Señorita Elizabeth! Me alegro de verla —el chico, Nico, se acercó sonriente a Elizabeth.
—Igualmente —Eli le devolvió la sonrisa.
—Eh… ¿Os conocéis? —preguntó Tracey, atónito como el resto por la intrusión de aquellas personas.
—Sí. Chicos, estas son las personas que nos tendríamos que encontrar aquí: Tina y Nico —Elizabeth los presentó, señalándoles junto con sus nombres.
—Un placer —Nico se sonrojó, y saludó con la mano.
—Y… ¿Quiénes sois exactamente? —preguntó Tracey.
Tina bufó de nuevo en una especie de risa, y cerró los ojos, cortando el contacto visual que había mantenido con Misty. Desnudó sus brazos, y levantó la vista hacia Tracey.
—Nosotros somos las Sombras de Kanto.
Continuará.
Disclaimer: Pokémon no me pertenece, es en su totalidad de Nintendo y Game Freak.
