Este fic es una adaptación de la novela de Lauren Oliver, la historia le pertenece a ella y los personajes a Suzanne Collins. Subiré dos capítulos por actualización ya que será un fic algo largo. Repito es una adaptación por lo que no me gustaría cambiar muchas cosas. En fin nos leemos luego.
Si no despierto.
Prólogo.
Dicen que, cuando mueres, la vida entera te pasa ante los ojos. A mí me ocurrió algo distinto.
La verdad es que eso de repasar toda tu existencia en el último momento siempre me ha dado repelús. Como diría mi madre, hay cosas de las que es mejor no acordarse. Por ejemplo, no me importaría nada olvidarme de cuando tenía once años y llevaba gafas y aparatos en los dientes, e imagina que nadie querría volver a su primer día en el instituto. Y si a eso le añadimos todos los veranos en familia, las clases de matemáticas, los dolores de la regla y la catástrofe de los primeros besos… uf.
Aun así, la verdad es que no me habría importado volver a mis mejores momentos. Como la noche en que Gale Hawthorne y yo nos enrollamos en mitad de la pista de baile en una fiesta del instituto, y todo el mundo se entero de que estábamos juntos. O cuando Johanna, Clove, Glimmer y yo bebimos más de la cuenta e intentamos hacer marcas de ángeles en la nieve aunque estábamos en mayo, y destrozamos el césped del jardín de Glimmer. O el día en que las cuatro celebramos que yo cumplía dieciséis años, y encendimos cien velas y nos pusimos a bailar sobre la mesa del jardín. O aquel Halloween en el que Johanna y yo le gastamos una broma pesada a Venia Seuse, tuvimos que huir de la policía y acabamos riendo tanto que casi vomitamos. Las cosas que querría recordar; las cosas por las que querría que me recordaran.
Sin embargo no pensé en Gale, antes de morirme, ni en ningún otro chico. No pensé en todas las locuras que había hecho con mis amigas. Ni siquiera pensé en mi familia, ni en el brillo suave de las paredes de mi habitación a la luz de la mañana, ni en el olor a canela y miel que desprenden en verano las azaleas que hay bajo mi ventana,
En quién pensé fue en Effie Trinket.
Recordé un día al final de primaria, cuando Johanna anuncio en el gimnasio, ante toda la clase que no quería a Effie en su equipo de balón prisionero.
-Está demasiado gorda- dijo –Cualquiera podría darle con el balón, hasta con los ojos cerrado-. Johanna y yo aun no éramos amigas, pero a mí ya me hacía mucha gracia la forma en la que decía las cosas, y me eche a reír como todos los demás, mientras la cara de Effie se ponía tan morada como una nube de tormenta.
En lugar de tener una gran revelación sobre mi vida, invertí mi último momento en acordarme de eso: el olor a barniz, el chirrido de las zapatillas de deporte sobre la tarima, lo apretados que me quedaban los pantalones cortos, el eco de nuestras carcajadas en el gimnasio, tan fuerte que pareciera como si fuéramos muchos más de veinticinco.
Y la cara de Effie.
Lo curioso es que hace muchísimo que no pensaba en eso. Ni siquiera sabía que guardaba aquel recuerdo. Además aquello no tuvo nada de particular; eran tonterías de niños, y Effie no se quedó traumatizada ni nada por el estilo. Cosas como esas ocurren a diario en miles de colegios en Estados Unidos, y supongo que del mundo: siempre hay niños que se ríen de otros niños, De hecho, lo de hacerse mayor consiste, básicamente, en aprender a reírte tú para que no se rían de ti. Además Effie ni siquiera estaba gorda: tenía mofletes y un poco de tripa, pero todo eso se le quito al entrar al instituto. De hecho, al final llego a hacerse amiga de Johanna. Jugaban juntas al hockey sobre hierba, y se saludaban al cruzarse en el pasillo. Una vez, ya en el instituto, Effie sacó el tema en una fiesta –estábamos todas lo bastante borrachas-, y todas soltamos la carcajada, Effie la primera. Se rió tanto que la cara se le puso morada casi tan morada como aquel día en el gimnasio.
Esa fue la primera cosa rara de mi muerte.
Pero lo más raro de todo fue que acabábamos de hablar sobre ello, sobre cómo sería todo justo antes de morir. No recuerdo como empezó la conversación; solo sé que Clove no hacía más que quejarse de que yo siempre me montara adelante, y en cierto momento se desabrochó el cinturón para agarrar el iPod de Johanna del salpicadero, aunque a mí me tocaba elegir la música. Yo intentaba explicar mi teoría sobre lo de revivir los mejores momentos antes de morir, y al final las cuatro nos pusimos a elegirlos. Johanna escogió el día en que se enteró de que la habían aceptado en la Universidad de Duke, como no, y Glimmer entre gruñido y gruñido (por que según ella, hacía un frío espantoso que la iba a matar de la neumonía allí mismo), dijo que ella repetiría eternamente la primera vez que se enrollo con Marvel (cosa que no nos sorprendió a ninguna). Johanna y Clove estaban fumando, y una lluvia helada se colaba por las ventanillas medio abiertas. El camino era estrecho y lleno de curvas a los lados, las oscuras y desnudas ramas de los arboles se agitaban como si el viento las hiciera bailar.
Clove puso "With or without you" para chinchar a Glimmer, porque estaba harta de oír sus quejas. Aquella era la canción de Glimmer y Marvel, o al menos lo había sido hasta septiembre, cuando el decidió cortar con ella. Glimmer se inclinó hacia adelante para quitarle el iPod mientras le decía a Clove que era una asquerosa por poner esa canción. Johanna protesto porque alguien le estaba dando codazos en el cuello. El cigarro le cayó de entre los labios y se le coló entre las piernas; Johanna soltó un taco y comenzó a dar manotazos al asiento para apagarlo, mientras Clove y Glimmer discutían y yo intentaba distraerlas recordándoles aquella vez que habíamos intentado hacer ángeles de nieve en pleno mayo. Las ruedas del coche derraparon un poco sobre el asfalto mojado. El coche estaba lleno de hebras de humo que flotaban como pequeños fantasmas. De repente apareció un destello blanco delante del coche. Johanna chilló algo que no pude entender, algo como "salta" o "pasa", y en ese momento el coche se salió de la carretera y se hundió en la negra boca del bosque. Oí un chirrido espantoso –metales chocando, cristales rompiéndose, el choche doblándose a la mitad- y noté el olor a quemado. Incluso me dio tiempo de preguntarme si Johanna había podido apagar el cigarro.
Fue entonces cuando la cara de Effie Trinket pareció surgir de mi pasado. Las carcajadas de aquel día se arremolinaron a mí alrededor, hinchándose hasta transformarse en un grito.
Y luego, nada.
Lo que quiero decir es que, cuando llega, llega por sorpresa. No te levantas con una sensación extraña en el cuerpo. No ves sombras donde no deberías haberlas. No se te ocurre decirle a tus padres decirles te quiero, e incluso puede que te salgas sin despedirte de ellos, como lo hice yo.
Si eres como yo, te levantas siete minutos y cuarto antes de que venga a recogerte tu mejor amiga. Como sabes que es día de Cupido y estas distraída calculando cuantas rosas vas a recibir, te limitas a vestirte corriendo, cepillarte los dientes y cruzar los dedos deseando que el neceser este en el bolso para poder maquillarte más tarde, en el coche.
Si eres como yo, tu último día empieza así: …
