Incluso la oscuridad que me rodea parece repudiarme.

Parece una noche común, y el calor es asfixiante. El dolor en mis muñecas atadas tras mi espalda me resulta insoportable, y el nauseabundo olor que invade la habitación ya me ha provocado una que otra arcada. Habría vomitado de seguro, pero mi tripa no tiene nada que devolver.

Una noche. La primera de una futura vida de prisionero. De seguro será una vida muy corta. La horca me espera, es inminente. Tan pronto como el barco arribe en las Islas del Sur, seré juzgado, enjuiciado, sentenciado y finalmente ejecutado.

Sé que podré escapar, todos los que me rodean han demostrado ser una bola de imbéciles. He estado a punto de apoderarme de un reino entero, como un digno mandatario. Una autoridad respetable que toma las riendas de un pueblo, mientras su soberana legitima, huye después de ser acusada de traición y hechicería.

Irónico. Ahora es ella la bondadosa reina de las nieves y yo el maldito bastardo traidor.

Seré yo a quien mandarán a la orca, recibiré lo que ella merecía. Merecía ser asesinada. Merecía ser sepultada. Merecía podrirse en un ataúd. Yo merecía ser el rey.

Y mi fracaso ha provocado la deshonra de mi familia. El apellido Westergaard se encuentra ahora en boca de todos. Nunca nadie como yo, un miembro de la realeza había caído tan bajo.

Poco y nada me importa.

El nombre de mi familia será limpiado en cuanto mi sangre sea reclamada. Mi padre lo sabe y no moverá un solo dedo para cambiar mi destino venidero. Es una basura. Somos una basura.

Pero yo escapare, solo necesito una oportunidad, una pequeña muestra de estupidez por parte de mis carceleros y seré libre. Hablando de esos perros, puedo escuchar a uno de ellos acercarse. Quien de ellos será. Me daré cuenta en cuanto abra la puerta.

Por lo visto es el obeso.

- Oye, imbécil. ¿Cómo te va ahí metido? Las ratas te hacen buena compañía. ¿No? De seguro que has de querer algo de comer. ¿Qué tal eres suplicando?

Puedo notar que tiene en las manos un pan viejo y una jarra de lo que posiblemente sea agua. Por un momento me abre el apetito. No dura mucho tiempo.

Su sonrisa burlona me parece repulsiva. Lo único que puedo hacer es mirarlo con rabia y con todo el asco que me provoca. De seguro espera que le ruegue. Se quedara esperando toda la noche.

- ¿Te comieron la lengua los ratones, cabeza de mula?

Apenas va llegando y ya me harte de escucharlo. Algo osado.

No estoy en posición de poder hacer algo osado. Pero estoy aburrido. Reúno brío y le escupo a la cara para después carcajearme a todas mis anchas.

Su reacción no se hizo esperar y como esperaba me ha dado una paliza. Disfruta golpeándome, menudo cobarde. Yo atado y el fácilmente triplica mi peso.

Se ha ido.

Otra arcada, pero esta vez no es ocasionada por el insalubre entorno, al parecer un mal golpe ha roto alguna vena en mi tracto. Sangre. Esparcida en el piso, escurriéndose por mis labios.

Estoy harto de esta mierda.

-Hans…. Hans…

Una voz me llama, una melodiosa voz de mujer… me hace sonreír, no por su dulzura sino por lo que representa. De seguro estoy muriendo.

-Hans levántese, he venido por usted.- Tirado en el piso lo único que puedo ver son un par de zapatos rojos pertenecientes a un par de blancas piernas.

Lo sabía, de seguro es la muerte que en su intento de burlarse ha tomado la forma de un ser tan divino. O tal vez mi estado es tan deplorable que mis alucinaciones ya han comenzado. No. Es demasiado real.

Escucho su risa, divertida, burlona, jovial. ¿Quién es ella? ¿Qué hace aquí? ¿Cómo logro entrar? Las preguntas golpean contra mi cabeza. Y por el momento soy incapaz de formular si quiera una hipótesis razonable. Es posible que sea la hija de algún comerciante que viaja en el navío y ha sentido curiosidad por conocer al criminal con el que viaja. Posiblemente la hija de algún noble. Con el dinero suficiente para sobornar a los guardias. Como sea su presencia tal vez me sea de utilidad. Ella es un posible rehén.

-Se equivocas Hans, yo soy nada de lo que piensa- ¿Que ha dicho? yo aún no he dicho una sola palabra. Como puede saber lo que yo pienso. No, no lo sabe, solo está fanfarroneando y ha acertado al azar.

- Valla, parece que me encuentro en clara desventaja: Usted conoce mi nombre, pero claramente yo no conozco el suyo.

-Tengo muchos nombres, y por el momento ninguno es importante. Su interés no debería centrarse en quien soy, sino en lo que representaría para usted.

- ¿Representar para mí? Explíquese. - las fuerzas casi me han fallado, con mucho esfuerzo logro sentarme con la espalda recargada en la pared. Es hasta ahora que eh podido apreciarla con detenimiento. Su estatura no sobrepasa la de Anna. Anna. Recuerdo con amargura y rabia su nombre. Su largo cabello ondulado cae suelto como si se tratase de una cascada, color azabache invitándote a perderte entre toda esa rebeldía, tanto o más oscura que la noche. Su piel es blanca como la nieve, tan pulcra como la de la Reina hechicera. Elsa. Pero sus ojos, son distintos, reflejan fiereza, poder, pasión. Son inusualmente rojos.

Es poseedora de una belleza que jamás había visto antes. Una mujer hermosa, su cabello negro como la noche, su piel blanca como la nieve, y sus ojos rojos como la sangre. Esta ataviada con un elegante y revelador vestido rojo con detalles en negro que realzan bastante bien sus atributos, ciñe su cintura y cae con gracia por sus caderas, con una abertura que deja a la vista su pierna derecha, algo poco común en una dama noble. No esta vestida como una doncella. Pero sus finas facciones y su porte dicen lo contrario. Estoy seguro de que no rebasa los 22 años de edad.

- Yo te puedo ser de mucha ayuda.- Me cuesta trabajo salir de mi ensoñación, para volver al hilo de lo conversado. Me sorprende que dejara de hablar de usted con tanta facilidad. Yo no se lo permitido. Aunque tampoco es como si estuviese en posición de exigir respeto.

- ¿Acaso puedes sacarme de aquí? De lo contrario puedes largarte por dónde llegaste, no estoy para juegos. Dudo mucho que alguien como tú pueda si quiera soltar las cuerdas que me atan.- Me burlo con sorna, pero pareciera que ella ha encontrado una razón más grande para ser quien se burle de mí.

- Puedo hacerlo, puedo sacarte de aquí-.

- Como pretendes hacer eso, si lo puedo saber, acaso vas a golpear a los guardias, los sobornaras o te piensas acostar con ellos. Creo que la última opción funcionaria con esa bola de bast…

- Los guardias están muertos joven príncipe. - Me mira con una sonrisa satisfactoria y yo no puedo más que sorprenderme. ¿Sera que ha venido con alguien más? O simplemente me está mintiendo.

- Yo ya no soy un príncipe, me han destituido de mi cargo.- La rabia en mi voz es evidente.

- Pero puedes volver a serlo, es más puedes llegar a ser Rey si lo deseas. Claro si te alias con las "personas indicadas".

- Contigo querrás decir.

- Así es, yo te ofrezco algo mucho mayor a lo que cualquier mortal podría aspirar. Fortuna, riqueza, pero sobre todo: Poder.

- ¿Poder para qué? - No puedo evitar preguntarlo, es mas no puedo evitar dudar de su palabra. Quien es la mujer que tengo frente a mí.

- Llámame Levy… si así lo prefieres. Parece que me estoy adelantando, se inclina hacia mí y me permite ver gran parte de su escote. Que mujer tan descarada, aunque tampoco es que me moleste. Ha tocado las cuerdas que me atan y estas comienzan a desaparecer. Se queman y se desvanecen.

- Yo soy la encarnación del mal sobre la tierra, con el poder suficiente para azotar a la humanidad. Y quebrantar los reinos en fragmentos de guerra y desolación. Puedo traer hambruna y muerte. Tristeza, ira y desolación.

- Eres el demonio…- termino por decir en un susurro, más feliz que sorprendido por el reciente descubrimiento.

- Más que eso, mi nombre es más antiguo que el del propio Lucifer… los hombres me llaman Lilith.

- Ya veo… la madre de todos los pecados.- Si lo que esta mujer dice es cierto, esto abre un sinfín de posibilidades y a la vez un mar de preguntas. Sonríe orgullosa. - Puedo saber qué es lo que desea de mí, mi señora. Que desea a cambio de mi libertad.

- No confundas, yo no te liberare, te daré el poder para salir de esta prisión, y de hacer lo que te plazca. Pero eso no significa que vos serás libre. Muy por el contrario, tú me pertenecerás.

- Eso pensé. Yo, salgo evidentemente beneficiado con el trato. Eso no me lo he de creer. Que gana usted con todo esto.

- De no intervenir, tu iras a la orca. Morirás. Y de todas formas llegaras al infierno, donde me sería fácil manipularte a mi antojo. Pero vivo me sirves más. Dime una cosa Hans Westergaard. ¿Qué es lo que más anhelas en el mundo? Mucho más que una corona, mucho más que un reino. Anda dímelo.

No me lo pensé mucho, la respuesta llego casi inmediata a mis labios, y no pude evitar alzar la aletilla de mis fosas nasales, en son de recelo.

- Venganza.

- Y yo busco guerra. ¿Ahora lo entiendes?

Me ha quedado claro, yo seré una simple pieza de ajedrez en su juego. Por el momento.

Cruzamos miradas. Y no es necesario dar una respuesta afirmativa en voz alta. Aparece frente a mí una daga suspendida en el aire.

- Extiende tu mano derecha.-

Ella exige.

Yo obedezco.

Sujeta mi muñeca y puedo percatarme de que su tacto quema, no lo suficiente para hacerme daño, pero si para sentir su calor inundando mi cuerpo. Toma la daga y comienza a cortar la piel de la palma de mi mano. Maldita sea. El filo se siente como hierro ardiente. Pincha su dedo, apenas si ha emanado una gota de su sangre y recorre mi herida. Duele aún más que antes, está cauterizando, cicatrizando dolorosamente. Su sangre está ahora en mí, lo sé porque la siento extenderse en mi torrente cual veneno mortal. Matando todo a su paso. Mi vista se nubla y finalmente termino por perder la conciencia.

….

Elsa despertó esa mañana de mal humor, debía viajar a las Islas del sur para estar presente en juicio de Hans Westergaard. Había permitido que el navío del prisionero tomara un día de ventaja en su viaje. Consideraba imprudente viajar en el mismo barco, el dominio que tenía sobre su propio don no era del todo estable y temía que en un arranque de furia terminaría por matarlo ella misma y por hundir el barco mismo. Sabía que no moriría pero una actitud así sería altamente peligrosa para la situación política en la que se encontraba. Ya por sí misma, era considerada una amenaza para los reinos vecinos y para el suyo propio.

Al levantarse de su cama las doncellas tenían preparado ya el baño. El agua fría de su bañera, se congelo apenas entro. Hizo salir a sus damas y se dispuso a tranquilizarse se encontraba nerviosa. Partiría a medio día, la nave ya estaba preparada. Descongeló el agua a su alrededor y termino de asearse ella misma.

Busco en su armario y encontró un hermoso vestido color olivo similar a los que solía usar su hermana, sencillo pero de buen corte. Se lo puso, se miró al espejo y se dio cuenta de que el color verde le quedaba mejor a Anna. Se sintió injusta con los costureros que habían confeccionado tan hermosa prenda. Pero aun así pese al remordimiento modifico el vestido tal como había hecho con los anteriores desde que volvió del palacio helado. El resultado fue una nueva y única prenda de color azul eléctrico con el mismo corte que el anterior pero con detalles en forma de copo de nieve blancos y contrastantes, cubierto de destellos, mangas cortas falda amplia y guantes de un solo dedo que llegaban por encima de sus codos.

Se dispuso a baja al comedor.

Y se encontró con una dama de su hermana. La llamo.

- Elena, infórmale a la princesa Anna que partimos después del mediodía, quiero que tenga preparado su equipaje, y todo lo pertinente, no quiero demoras en el momento de partir. Hazle saber que quiero verla en punto de las 11:00 en el puerto. Despiértala lo antes posible.

- Enseguida Su Majestad.- y después de hacer una grácil reverencia, partió a realizar la encomienda.

Elsa continúo su camino por los corredores, y al llegar a la sala principal su concejero la intercepto, le hablo quedamente con la mayor educación posible. Sea lo que sea que le haya dicho ella se alarmo, y lo hizo pasar a su despacho, se aseguró de que nadie más los escuchara y le concedió la palabra.

- Su majestad, hemos recibido un noticia desconcertante. Un buque pesquero arribo esta mañana, aseguraba haber avistado a un galeón con el emblema de Las Islas del sur. El capitán del buque y su tripulación fueron testigos de cómo se extendía un fuego abrazador a lo largo del barco, para después ser consumido casi en su totalidad. El capitán alego que acercarse más de lo prudente pondría en riesgo a su tripulación y a su embarcación misma. Después de lo acontecido se acercaron en busca de supervivientes. Tal como me imagine en un principio, el panorama que describió fue de desolación y cadáveres flotantes calcinados. Aparentemente nadie sobrevivió. Ni siquiera...- No estaba seguro de que tan conveniente sería mencionar aquel nombre delante de la reina.

- Envíe a dos de nuestras fragatas más veloces, si existen sobrevientas los encontraremos. Mantenga esta noticia con discreción seré yo misma quien la de a conocer a los involucrados.

Pensaba en Hans. Él no podía estar muerto. Por el bien de ella era mejor que aquello fuese una vil mentira. El acontecimiento podría malinterpretarse. Talvez la acusarían a ella, la señalarían de ser responsable. No porque el atentado hubiese sido dirigido hacia una persona con un alto mando, sino porque el acto en sí, la señalaba como una bruja mezquina y cruel. Capaz de todo por venganza.

Se dirigió hacia el puerto quería embarcarse ella misma en la fragata de recate.

Con la única idea en mente de encontrar al traidor con vida. Pero la cruda realidad caería pronto sobre sus espaldas:

Hans Westergaard. Almirante de las Islas del Sur, había muerto, consumido por las llamas de un infierno que no lo dejaría escapar jamás.