Disclaimer: La saga Crepúsculo pertenece a Stephenie Meyer.
Advertencia: muerte de personaje principal, parcial relación amorosa Jacob/Bella.
El sillón rechinó bajo el peso de mi cuerpo y Edward me apretó suavemente la mano mientras miraba de soslayo la televisión que Alice había encendido. No recordaba incluyo cuando llegó esa televisión a estar en ese mueble, o ese mueble a estar ahí. Yo no la miraba, porque cualquier cosa que ocurriera al otro lado de la ventana, más allá de la línea de tratado, era más interesante. Aunque eso no ayudaba a desviar mi atención de los pensamientos masoquistas de los últimos días. Vagaban minuciosamente tres días atrás, cerca de una carpa de campaña y lejos de los aullidos de la guerra.
Mi mente me estaba engañando tortuosamente.
Primero; amaba a Edward, aunque esa era una verdad inmutable. Arriesgaría mi vida por él, y él lo haría por la mía. Segundo; también amaba a Jacob, sin ser suficiente. Tercero; si la televisión seguía prendida un minuto más verificaría nunca más encender una en mi vida. Cuarto; la muerte estaba bien cuando no implicaba a otros aparte de mí.
Un sentimiento de un matiz gris, sin pies ni cabeza.
Y estaba Jacob.
Imprudente, idiota y valiente Jacob Black.
Es curioso cómo funcionaba la vida y el destino que tenía trazado para cada uno de nosotros. Un adolescente enamorado se ofrece para morir únicamente para conseguir un beso de la chica que amaba, y una vez logrado, va y se deja morder por un neófito de vampiro. Veneno, nada más y nada menos. Si tuviera que escribir una sátira, nada me resultaría mejor que mi patética vida y mi intento de mantenerla en control. No terminaba de asegurar la tragedia de alguien que amaba, cuando ya estaba arruinando la vida de alguien más.
Carlisle, a petición de Edward, intentó no ser tan específico, pero la verdad flotó sobre ellos como un cartel de neón que cada vez brillaba con mayor intensidad a medidas que las palabras inundaban la sala.
Intentaron extraer el veneno; nada.
Intentaron cambiar la sangre; inútil.
No era fácil cuando el paciente era un licántropo y no un humano. Carlisle estaba en la parte de "experimentar", fallando o tanteando el objetivo. Cada intento sin resultados favorables parecía agregar una arruga a su frente y un motivo más para dejar que mi cabeza se llenara de pensamiento del odio que podía sentir por mí misma. Si Carlisle no podía arreglar esto, entonces nadie podría. Cuando no estaba en la casa de los Black, se hallaba en su escritorio, buscando, analizando, pensando. Edward ofreció su ayuda, pero todo lo que recibió fueron agradecimientos vagos.
Se podría decir que Jacob estaba al borde de la muerte, pero su futuro era tan incierto que me limitaba a no pensar nada en concreto.
Alice estaba muy silente al respecto, por más que intenté sonsacarle información. Aplastaba mi ansiedad afirmando que me diría si la vida de Jacob peligraba, pero eso solo lograba aumentar el dolor que intentaba despedazarme desde adentro. Por suerte, ahí estaba Edward para mantenerme unida y centrada. Nadie necesitaba de una Bella como muñeca de trapo nuevamente, ¿no? aunque dudaba que esa otra parte de mi fuera tan diferente a la normal.
Hablando de ironías.
Aquí estaba yo, mirando una ventana, luchando contra la necesidad de salir corriendo, sosteniendo la mano del vampiro que era el centro de mi universo, y aún así sientiéndome incompleta por la ausencia maligna de la persona que cavó un hueco en mi corazón y lo abordó con dulces recuerdos en un tiempo que creía que estaba lo suficientemente destrozada como para sonreír de nuevo.
Apreté la mano de Edward.
¿Así era cómo se sentía? ¿Este era el dolor de la incertidumbre cuando uno de los caminos era el fin de una parte de ti misma?
Lo odiaba.
Necesitaba verlo. Independiente de cómo terminó nuestra conversación la última vez, independiente de lo enredada y difusa que estaba la línea de nuestra relación.
—Bella, ¿estás bien? —preguntó repentinamente Edward, su dedo pulgar acariciando suavemente el dorso de mi mano.
No, no lo estoy, dije mentalmente, intentando que me escuchara mentalmente, pero pensarlo no era necesario, cuando él podía leer mis pensamientos escritos en mi rostro.
—Bella.
—Sí —mentí—, estoy bien —él meneó su cabeza en forma de negación.
—Hace bastante que apague la televisión y tú la sigues viento como si siguiera prendida —respondió, escéptico— ¿en qué pensabas?
—En lo de siempre.
Edward levantó una ceja.
—¿Qué podría ser lo de siempre?
—Ya sabes... lo de siempre.
—Supongo que ese siempre tiene nombre y apellido, huele mal y aúlla a la luna llena.
Me lo quedo mirando y él se rió ante mi desconcierto.
—No es algo que tengas que ocultar de mi, Bella —me miró a los ojos—. Puedo escuchar todo lo que tengas adentro, te juro que no me vas a lastimar y quiero oír tus pensamientos —no pude responder porque Alice empezó a chillar y sonreír como loca, entrando al salón dando pequeños saltos como conejo. En su mano derecha agitaba su celular como loca pero este estaba apagado.
Miré a Alice un poco desconcertada. Estaba muy feliz y aplaudía mientras veía a la nada. Una visión. Genial, Alice estaba teniendo una visión, una visión buena, que traía buenas noticias. Ahora, era un misterio si esa buenas nuevas era sobre una rebaja en una tienda de moda, un dos por uno, o algo más serio y relacionado con alguien de la familia.
Pero no duró mucho, porque de un momento para otro la gran sonrisa de Alice se desvaneció para mostrar una cara de horror. La visión que tenía se había tornado negra o tal vez, provocaba que uno de nosotros se pusiera triste. A mi amiga no le gustaba ver personas tristes —aunque ellos no fueran personas—, y menos si la visión involucraba a su familia.
Lo sentí, mínimamente, pero la presión de la mano de Edward sobre la mía y su pulgar no acariciaba mi dorso era una confirmación. Tenía que ver conmigo, y tal vez era una noticia que no quería escuchar. Fue un segundo, tan efímero y banal, que tuve duda de mi misma si mis sospechas eran justificadas, pero cuando Edward voltea su cabeza en mi dirección y mira fijamente mis ojos, sé de sobra las palabras que podrían a llegar a salir de sus labios.
Alice era una estatua.
—¿Qué es lo que pasa? —pregunté más para salir del silencio que por verdadera sinceridad.
—Bella.
Apretó los labios.
No quería decirlo, y conociéndolo, estaba evaluando cual de sus opciones eran las que me hacía menos daño. Pero no encontraba soluciones, porque ninguna era mejor que la otra.
Yo empecé a hiperventilar.
—Bella, no necesitas alterarte.
—Dime que es solo una visión sin importancia.
Alice dejó su pose estática y nos interrumpió.
—Bella.
—Alice, por favor —dijo Edward con tono de suplica.
—Déjala hablar —le pedí, apretando su mano como él antes lo había hecho con la mía. Sus ojos me miraron fijamente, dubitativos, acomplejados y cubiertos con una manta espesa de miedo. Tensó la mandíbula y le hizo una seña a Alice. Le sonreí—. Gracias.
Edward no respondió.
Alice no parecía ansiosa por contarlo. Llevaba una blusa negra bajo una camisa roja y una falda corta a cuadros, pinta poco abundante en ella, desaliñada y desordenada. Sus ojos poseían un tinte de oscuridad detrás del amarillo demostrando su falta de comida desde hace un par de días. Y en parte era culpa mía. Después de la pelea contra el clan de neófitos y la caída de Jacob, todos en la casa de Carlisle parecían haber perdido su capacidad de distenderse y cada noche alguien diferente hacía guardia y con los problemas de Jacob, repartir equitativamente las cosas se habían complicado.
Miré a Alice.
—¿Qué viste?
No me gustaba esa mirada.
No me gustaba como sus ojos parecían capaces de derramar lágrimas.
—Bella, Edward tiene razón.
—Alice, cuándo le has hecho caso a Edward.
Alice miró a Edward, quien estaba mirando la tela del sillón, y luego a mí tristeza contenida.
—Alice —dije y me miró— ¿Has visto una visión de Jacob? —demoró, pero finalmente ella terminó asintiendo. Sentí como si me dieran un golpe en la boca del estómago y me quitaban algo de aire—. Creí que no podías ver a los licántropos.
Silencio, y luego...
—Te vi a ti.
—No te entiendo —claro que lo entendía, pero no quería desenvolver el significado detrás de esas palabras. Era crueles y estúpidas, pero quería que ella me lo dijera, no que mi cabeza se diera la difícil tarea de crear una idea, aunque fuera difícil— ¿Me has visto haciendo qué?
—Bella —murmuró Edward.
Alice dio un paso hacia mí.
—No quiero que sufras Bella —dijo y suspiró agotada, era imposible, pero parecía haber envejecido cien años—. Jacob va a morir.
Decir que sus palabras fueron impactantes es quedarse corta; eran obvias, claro, pero no por eso menos importantes. Recuerdos llegaron, de a uno a uno, lentamente, y pasaron frente a mis ojos como si de una película se tratase.
La primera vez que lo vi en la playa de la Push, en su casa en la cual reparó las motos y en sus enormes manos arreglando las delicadas máquinas. Cuando me hizo reír y me contó de sus amigos. Al enseñarme a usar las motos y... era complicado. No quería recordar más. Nuestro rol en la película estuvo más que claro pero el fin siempre fue difuso y parecía querer despejar las dudas con un final abrupto.
Era mi culpa, y lo entendía. Si no fuera por mi, y por mi necesidad que ocupar a Jacob para ver a Edward, muchos de sus problemas no hubieran existido, y eso era razonable y claro, pero él no lo sentía así. Muchas veces terminé arrepintiéndome de ir a su casa, pero cuando el sentimiento quería tomar una forma estable, otro de tristeza tomaba su lugar y terminaba empezando de cero. Y no era solo ese sentimiento melancólico el que me impedía pensar que las cosas pudieron haber acabado de otra manera, sino que también estaba ahí, enterrado sin posibilidad de salir, ese sentimiento cálido y enmarañado que no deseaba reconocer.
No era adecuado reconocerlo.
Pero ahora todo pensamiento o sentimiento daba lo mismo, porque Jacob iba a morir.
—¡Bella! —escuché a lo lejos la voz de Alice y la siguiente vez que se escuchó estaba más cerca— ¡Bella!
Intenté abrir los ojos bajo una luz incandescente que provenía de algún lugar lejano sobre mi visión. La mano fría de alguien acariciaba mi frente contrastando con el calor humano de mi piel. Gruñendo, tapé con un brazo la luz y giré el cuello en dirección al sillón que tenía al lado y sin tardar en reconocer el salón principal de los Cullen, suspiré entendiendo que me había desmayado.
Vaya manera tienes de ayudar, Bella.
Los ojos dorados de Edward estaba sobre los míos cuando me acostumbré a la luminosidad y bajé el brazo. Si no fuera por su pulgar que se acercó a mi mejilla y limpió la humedad en ellas, me habría tardado en enterarme de que esos llantos lastimosos y apagados eran míos. Agarré suavemente su mano, y él me dejo que la guiara hasta hasta mi mentón y la dejara ahí. Necesitaba de su cariño y presencia.
Y desgraciadamente, sabía que él no era suficiente, porque mi inconsciencia deseaba de algo más.
Un pensamiento egoísta, estúpido y lapidario.
—Me gustaría preguntarte si estás bien —susurró Edward volviendo a su trabajo de limpiar mis lágrimas—, pero sería algo ridículo de mi parte, ¿no?
No pude evitar sonreír y apretar mi mejilla contra su palma.
—No sería la primera vez que me lo preguntas.
—Entonces déjame permitirme que esta sea la primera vez que no te lo pregunto.
Cuando subí la mirada me di cuenta que solo estábamos Alice, Edward y yo. Nadie más había llegado en mi descanso. Los ojos de ambos estaban puestos en mí, atentos a mis reacciones. Parpadeando para apartar las lágrimas intento esbozar una sonrisa. Ninguno de los dos me cree.
—Bella... —susurró Alice.
Pero yo la detuve.
—¿Cuándo va a pasar?
Me dolía el corazón, era imposible evitarlo.
Alice desvió la mirada.
—¿Es pronto? —ella asintió, sin mirarme— ¿mañana? —ella negó. Tragué saliva— ¿hoy? —musité con boca pequeña. Inhaló aire y después exhaló, suspirando derrotada.
—No sé en cuántas horas más —fue todo lo que respondió.
Lentamente, casi de manera mecánica y no autónoma, me senté en el sillón. La mano fría de Edward buscó con temor la mía hasta encontrarla y acariciar nuevamente mi dorso. Hasta el momento, lo único que me seguía manteniendo sin derrumbarme era esa demostración de cariño, si se alejaba no estaba segura de poder aguantar el golpe.
—Es decir... oh dios mío, Jacob —me llevé una mano a los labios queriendo evitar otra oleada de llanto inútil—. Edward, por favor. Yo...
Él me entregó las llaves de su auto y sus ojos me miraron contrariados.
—Quisiera acompañarte —dijo con cierto tono de ansiedad. Tomé la llave con mi mano disponible.
—Sabes que no puedes. Voy a estar bien.
Edward negó con la cabeza.
—Cuando se trata de Jacob, nunca lo estás.
Lo besé, lenta, amorosamente. Sus fríos labios respondieron a los míos con cierta reticencia, pero sin pereza. Luego de unos segundos más nos separamos y miré sus ojos, dorados y sin ningún tinte oscuro. No había comido hace días, y era necesario que se diera un tiempo para descansar de mi.
—Puedes preocuparte, pero dejaré que te preocupes más cuando cazes algún animal —y miré a Alice—. Tú también, pareces hambrienta.
—¿Estás segura Bella que puede ir sola? A mi Billy no me ha vetado la entrada a la guarida de los chuchos.
—Los llamo cuando algo pase.
Ambos se miraron, ese tipo de miradas cuando tenían conversaciones privadas y luego asintieron.
Llevaba tanto tiempo dejando que Edward me transportara de un lado para otro, que casi olvido lo que era manera un auto, y más me costó acostumbrarme a uno automático. Un camino de asfalto, que a medida que entraba en la tierra Quileute, se volvía pedregoso y en partes de tierra. No pude manejar tranquila, a cada instante me asaltándome la idea de qué me encontraría una vez que llegara a la casa de Billy.
¿Y si era muy tarde?
Intentaba no ser muy radical.
¿Y qué diría cuando me presentara en la puerta de su casa? No lo había vuelto a ver desde aquella noche en que lo mordieron, ahí, moribundo entre las sábanas de su cama, mirándome con ojos vidriosos y confundidos, pidiéndome, suplicándome, que no volviera. Entendía su deseo, para ambos era doloroso estar junto, tan cerca, y pensar en lo que pudo haber sido, en lo tan condenadamente cerca que estuvimos de cambiar el rumbo de la historia. Billy me pidió esa noche que no le hiciera caso a su hijo, que la fiebre hablaba por él, y que no parara de visitarlo. Dije que lo intentaría, pero la verdad es que nunca más estuve cerca siquiera de pensarlo, hasta esta noche.
¿Sabría él que su hijo estaba en las últimas? ¿Estaría Carlisle allá?
El dolor de Jacob siempre había sido mi dolor, y estuve esperando escapar de eso con mi ausencia. Pero el destino parecía querer dar ese giro de tuerca necesario para que nuestros caminos se encontraran una vez más.
Una última vez más.
Estacioné el auto en frente a la pequeña casa de Billy y Jacob, apagué el motor, y me quedé mirando por unos instantes la puerta de madera, con la ansiedad y el miedo combatiendo dentro de mi pecho por decidir cuál sería mi siguiente movimiento. Pasaron unos minutos, y, armándome del poco valor que aún poseía, me bajé del auto y toqué la puerta.
Del otro lado se escucharon granajes y la puerta se abrió.
—Bella —dijo la vieja y cansada voz de Billy—. Qué gusto verte.
En su voz no había reproche, pero no podía decir lo mismo de sus ojos. Reuní fuerzas para hablar sin que se notara en demasía mi ansiedad.
—Hola Billy, lamento tardarme tanto en volver.
—No te preocupes, Bella. Estabas ocupada. Adelante, pasa.
Corrió su silla de ruedas para dejarme pasar y lo perseguí hasta el salón principal. Billy entró a la cocina y encendió una cafetera eléctrica.
—¿Café?
—Sin azúcar, por favor.
El asintió y se quedó en silencio.
Me quedé parada en medio de la sala y luego de unos instantes me miró.
—Jacob está en su habitación, pasa a verlo —me recomendó.
Asentí con la cabeza, ese era el momento que más estaba evitando, y al mismo tiempo, del que más rápido quería resolver mis dudas.
—Gracias, Billy.
—Cuando quieras —respondió y volvió a preparar las tazas de café.
La última vez que atravesé esa puerta, me juré no volver a cruzarla, pero sabiendo que más tarde que temprano iba a romper mi propia promesa. Giré la perilla y entré.
Lo que vi al otro lado de la puerta no fue lo que yo esperaba ver, exactamente. La imagen cruda y exagerada que había creado mi cabeza era la imagen de una persona sin fuerzas, pálida, la de alguien que sabía que iba a morir o había aceptado a medias lo que el destino le tenía preparado. Pero la realidad, aunque ligeramente mejor, no era bonita, ni muchos menos.
Arropado entre sábanas como si sufriera de algún escalofrío, Jacob estaba sentado mirando el paisaje al otro lado de su ventana. Cuando me escuchó entrar giró el cuello y me miró sin expresar sorpresa. Estaba segura que había olfateado el olor del auto de Edward en cuanto lo estacioné.
Ninguno de los dos habló.
Solté un suspiro tembloroso y volví a inspirar aire como si todo este tiempo lo hubiera estado conteniendo, y tal vez lo tuve, pero no fui consciente. Estaba vivo aún, no había llegado tarde. Tuve tanto miedo, estaba tan aterrada de no poder arreglar las cosas antes de tiempo. Pero tampoco quería dejarlo ir, y antes de poder evitarlo, quejidos lastimosos y ahogados se hicieron camino a través de mi garganta y en menos de lo que dura un segundo, estaba llorando de nuevo. Al verme en ese estado lamentable, preocupado Jacob hizo el ademán de levantarse de la cama pero lo volví a sentar antes de que pusiera los dos pies en el suelo. Al tocarlo noté la delgadez de su cuerpo debajo de la remera.
Y los latidos de su corazón.
Me tomó del mentón y me obligó a mirarlo cuando me senté junto a él.
—Supuse que vendrías.
—¿Lo sabes?
Él asintió e hizo una mueca de dolor.
—Me lo dijo Carlisle —respondió—. Me ha dado un analgésico que mágicamente ha funcionado pero es solo un espejismo.
Quité su mano de mi mentón y apoyé mi frente en su hombro incapaz de seguir mirándolo a los ojos. Me seguían mirando de esa manera que de cierta manera anhelaba, y quería que demostraran más y que también hacían que cada día me odiara más.
—Yo... lo siento tanto Jake.
—Creí que ya habíamos hablado sobre eso —su voz sonó tan cerca, y su aliento sobre la piel de mi hombro tan inusualmente frío, que me hizo estremecerme.
—Soy mala aprendiendo.
—Por qué no me sorprende —se rió de su broma y acarició mi cabello— ¿Quién te lo dijo?
—¿Acaso es necesario saberlo?
—Quisiera saber si es a tu chupasangre al tengo que penar si me dejan volver del otro mundo. Sería un regalo caído del cielo.
Sin separarme, golpeé suavemente su pecho para no dañarlo. Se veía frágil y débil si se lo comparaba con la imagen en mis recuerdos de hace unas semanas, nada que ver con su estructura fuerte e imponente que le había dotado su sangre licántropa. Estaba tan tranquilo, como si la noticia fuera que mañana llovería en la playa de la Push. Apreté la palma de mi mano sobre su pecho y me dejé deleitarme con los latidos de su corazón.
—No es gracioso. El analgésico te hace decir estupideces.
Jacob se rió.
—Puede ser.
—¿Billy también lo sabe?
—Carlisle habló con él primero antes que conmigo.
No siendo suficiente poder sentir los latidos de su corazón, bajé mi cabeza y los escuché. De lo poco que era como antes y me hacían sentir un poco de esperanza a pesar de las palabras de Carlisle y la visión de Alice. Era Jacob, el chico que arregló motocicletas para mi sin sospechas de las segundas intenciones detrás de mis visitas, los chistes bajo el manto espeso de la tristeza y la pérdida. Al camino correcto en un momento en que no dejaba de elegir los caminos incorrectos y un fiel amigo. Había decidido que no sería parte de mi futuro, pero jamás tomado el peso de mi decisión.
Jacob seguía acariciando mi cabello.
—¿Jacob qué harías... si pasaras los últimos minutos de mi vida contigo?
Detuvo su mano.
—No quisiera que tu chupasangre me asesine antes de tiempo —a pesar de haberlo dicho con un tono malicioso no se rió. Sus latidos perdieron un poco de su ritmo regular—. No voy a caer de nuevo en lo mismo, Bella.
—Esta vez no es una estrategia, te lo aseguro.
—Bueno, yo te aseguro que no estás pensando con claridad. Estás llorando y te acabas de enterar de que... lo mío.
Agarré en un puño su remera.
—Dímelo.
Suspirando, Jacob me alejó de su pecho y me sostuvo de los hombros obligándome a mirarlo a los ojos. En ellos había una mezcla de dolor, ansiedad y desesperación. Él quería esto, yo más que nadie lo sabía, y desgraciadamente, una gran parte de mi deseaba entregárselo todo. No era una táctica para salvaguardar su vida como lo había sido antes y menos esperaba que él aceptara, pero era necesario intentarlo.
Él intuyó algo en mi mirada porque la suya cambió drásticamente a una de incredulidad.
—Maldición.
Y antes de que me diera cuenta, la calidez netamente humana de sus labios estaban bruscamente sobre los míos. Mi cuerpo lo estaba esperando antes que mi cabeza, respondiendo inmediatamente al ataque. No solo lo quería, lo deseaba. Quise llevar mis manos a su cuello que estaba tan largo que le llegaba a los hombros, pero las suyas aún retenían mis hombros y evitaban que nuestros cuerpos se juntaran más. Con su fuerza actual podría desatarme con facilidad de su agarre, pero respeté su decisión. En su inexperiencia, Jacob era algo torpe con los besos, y sin saber del todo cómo pasar al siguiente tono, besó mi labio inferior como último acto. Se iba a alejar pero perseguí sus labios con insistencia y hambre renovada y continué con la labor.
Lo iba a lamentar más tarde, pero ignoré esa advertencia.
Apenas sus manos abandonaron mis hombros y cayeron en mi cintura mis manos se fueron automáticamente a su cuello y a su cabello. En el silencio de la habitación, podía escuchar nuestras respiraciones entrecortadas, el choque de nuestros labios y el trabajo de nuestros cuerpos buscando cercanía. Quería más, y él también. Lentamente, dejé caer mi mano de su cuello y acariciando con dedos trémulos su cuerpo. Un gruñido profundo escapó de sus labios y las alarmas de mi cuerpos se encendieron.
Nos separé antes de que le hiciera daño y lo empujé hasta acostarlo. Finalmente me recosté junto a él.
Jacob suspiró.
—Sinceramente, Bella, eres un caso especial.
—Intenté advertírtelo. Varias veces en el pasado.
—Y yo soy un fracaso, porque volví a tropezar con la misma piedra.
Ignoré el último comentario.
—Me voy a quedar aquí hasta ese momento.
—No esperaba otra cosa de ti.
Me giré.
—Jacob.
—¿Sí?
¿Cómo puedes seguir queriendo mi presencia? ¿Cómo puedes seguir queriéndome?
Me levanté rápidamente y lo arropé para que no pasara frío.
—Duerme un poco, pareces agotado. Voy a ir a beber mi café antes de que se enfríe y Billy quiera servirme otro y vuelvo.
Jacob agarró mi muñeca antes de que me alejara.
—No quiero que te escapes.
Lo besé lentamente. Sus manos jugaron con mi cadera.
—No lo haré.
El café estaba sobre la mesa de la cocina y Billy estaba aún bebiendo el suyo cuando salí de la habitación de su hijo. No vi en sus ojos más ese reproche de antes y me preguntó algunas cosas sobre Jacob y cómo estaba y de vuelta yo le pregunté cosas sobre Charlie. No encontré detalles nuevos sobre su vida aparte de que el otro día había pescado una presa enorme. La tensión entre nosotros pareció desaparecer a medida que el líquido marrón desaparecía de mi tazón con diseño de una luna nueva siendo bañada por los pétalos blancos y rojos de una rosa alicaída. Nunca me di el tiempo antes de tomar atención de aquello, pero la personalidad problemática de Jacob probablemente la había adoptado de su padre.
Salir de mi mundo personalizado a veces no era tan malo.
Una vez terminado el café salí por unos minutos al patio delantero y me apoyé en la puerta derecha del auto de Edward mientras en mi celular sonaba el tono de llamada. La vergüenza hizo mella en mí antes de que él respondiera.
—¿Estás bien?
—No me dijiste esta mañana que no me lo ibas a volver a preguntar.
—Fue automático, lo siento.
Tomé un mechón de cabello y llevándomelo a la boca lo mastiqué.
—¿Fuiste a cazar con Alice?
—No, ella fue con Jasper, yo invité a Emmet. Se hace muy fácil y aburrido cazar con ella.
Sonreí.
—Supongo que saber lo que va a pasar no es muy divertido para un cazador.
—Dejemos hablar de eso —pidió Edward—. Carlisle llevó hace unos minutos y nos contó todo —se quedó en silenció unos segundo—. Si quieres, puedo pedirle a Billy que me deje ir para allá. Tú lo decides.
—Últimamente me estás dejando decidir todo.
—Aprendí de la peor de las formas que no te puedo forzar a nada. Aunque aún me cuesta.
No quería recordar eso. Apreté los labios ante el sabor amargo de sus palabras.
—No es necesario, además, Jacob buscaría cualquier ocasión para sacarte de tus casillas.
—Yo puedo soportar todo lo que piense ese chucho, estuve una noche entera aguantando sus ideas.
—Edward —le dije con tono de advertencia y él se rió en respuesta—. Me voy a quedar hasta mañana. Te llamo cuando pueda, te quiero.
—No sabes cuánto te extraño. Nos vemos, Bella.
Colgó.
Me quedé mirando la entrada del taller adyacente a la casa de Jacob. Tanta nostalgia reunida bajo cuatro paredes. En mi cabeza gritaba esa voz que me recriminaba lo que le estaba haciendo a Edward, lo que le estaba haciendo a Jacob, y en lo tan maldita que era al intentar no entender qué era lo que estaba pasando conmigo, con mis sentimientos. Prefería no saberlo y dejar que el dolor de la idea de perder a Jacob camuflara todo lo demás.
Jacob estaba despierto cuando entré a su habitación, acostado y mirando el techo. No me miró cuando entré.
—Creí que te habías ido —dijo.
—Te dije que volvería.
Jacob se corrió para dejarme un espacio junto a él y yo lo acepté.
—Tengo razones de sobra para no creerte. A veces es fácil saber lo que piensas pero cuando estás confundida no sé si estoy leyendo sus pensamientos o tus sentimientos.
Me refugié junto a él.
—Aún no me puedo creer que estés tan calmado, o que Billy no le hubiera avisado a alguien más, como a tus hermanas.
—Fue una petición mía.
Jacob lentamente acercó su mano y mi cuerpo, y al notar que yo no respondía, avanzó y tomó mis mano, enredando su grande mano con la mía, como una vez lo había intentado tiempo atrás. Un recuerdo que parecía tan antiguo como normal, sin licántropos, sin vampiros y sin ponzoña. Con otra Bella, y con otro Jacob, más jovial, más alegre y despreocupado. Él levantó nuestras manos entrelazadas para que quedaran en nuestra línea de visión y acarició mi dorso. Su mano está fría, pero seguía siendo más cálida que la de Edward.
—Te voy a extrañar —me dice— mucho.
Quiero decirle lo mismo, pero no me siento capaz aún de aceptarlo.
Soy cobarde.
—Podrías quedarte —le respondí.
Jacob se ríe ante el recuerdo adyacente a esas palabras.
—Cómo me gustaría.
Eran cerca de las 10:30 de la mañana cuando ocurrió el ataque convulsivo. Luego del almuerzo, Jacob había dormido toda la tarde y me había quedado junto a él leyendo un libro esperando a que despertara, y con Billy entrando cada cierto momento para ver los avances de su hijo, todo parecía ser más que una simple equivocación, cuando el cuerpo de Jacob empezó a temblar.
—¡Billy! —grité aterrada intentando detener sus convulsiones. El hombre entró empujando la puerta bruscamente con su silla de ruedas y se acomodó junto a la cama— ¿Qué está pasando? ¿Es necesario que haga algo?
—Apóyalo sobre su costado para que no se ahogue y no intentes evitar las convulsiones. Esto puede durar dos o tres minutos —parecía tan tranquilo, como si no supiera qué era lo que le estaba pasando a su hijo en realidad. Hice lo que me pidió tratando de ser lo más delicada posible, pero entre convulsiones fue complicado posarlo sobre su hombro. Cuando terminé miré a Billy en busca que más indicaciones.
—¿Eso es todo?
—Puedes hablarle —y ante mi mirada de incredulidad desvió la mirada. Giró la silla para salir—. Voy a buscar algo.
No entendía, pero no pedí explicaciones cuando abandonó la habitación. Miré a Jacob y sus continuas convulsiones seguidas de pequeños y entrecortados gemidos. Apreté los labios y abrí mi mente para dejar que las palabras salieran sin filtro.
—Vamos, Jacob, no queda mucho —dije y me odié por no encontrar algo mejor—. Estoy aquí, aunque no sea lo mejor, estoy aquí y planeo quedarme contigo hasta el último segundo. Lo prometo. Hice cosas estúpidas y te lastimé, pero me arrepiento y volví porque me di cuenta que no podía seguir viviendo engañándome, y engañando a los demás. Pensé que dejar las cosas como estaban y que tomaran el rumbo que parecía más lógico era lo correcto, pero desvié mi camino y terminé perdiéndome nuevamente en mis mentiras. Y por una vez quiero ser sincera conmigo misma y contigo, y yo...
Te quiero.
Las convulsiones disminuyeron y finalmente amainaron por completo. Pasaron unos instantes en silencio ante de que Jacob empujara mi mano y volviera a posarse sobre su espalda. Lucía agotado, derrotado.
—¿Te asusté? —murmuró con voz ronca. Hasta hablar parecía costarle.
—No preguntes estupideces.
Las ruedas de la silla de Billy se escucharon y giré el cuello para verlo entrar, en su mano llevaba una pequeña cápsula incolora que se la tendió a Jacob y también le entregó un vaso con agua que yo intercepté y lo dejé en la mesa de noche. Miré extrañada el intercambio. Jake agradeció a su padre la amabilidad y éste asintió taciturno con la cabeza para volver a salir sin decir una palabra. Alcé una ceja pidiéndole una explicación.
—¿Y eso es...?
Jacob alzó la cápsula.
—Pentobarbital.
Un momento.
—No me digas que Carlisle te recomendó eso —dije sin poder creérmelo. No podía ser que Jacob pensara seriamente en ocupar un medicamento eutanásico y menos en que Billy estuviera de acuerdo—. No es necesario y el ilegal aquí.
—Es lo que decidí y tienes que entenderlo, Bella —y al ver que yo no entendía bajo el brazo y con la mano libre la acercó a mi rodilla—. Antes de que Carlisle me diera ese analgésico, era incapaz de generar una frase o moverme por mi cuenta, el dolor era demasiado. Estoy muriendo y cada día las convulsiones son más fuertes y largas. Lo de recién por suerte fue algo leve y sin importancia, pero es el quinto este día y a medida que avanza el veneno la severidad luego de cada ataque es peor.
—¿Y por qué ahora?
—Pídele a Carlisle que te lo explique.
Creía que no me quedaban lágrimas, pero sus presencias mojaron mi rostro.
—Por favor, Jacob.
Él me tendió la cápsula y la dejó caer en mi mano abierta.
—Lo dejo en tus manos.
—Eres cruel.
—Ojo por ojo, ¿no?
Miré la pequeña cápsula descansar en la palma de mi mano. Intenté crear algún argumento que apoyara mis reclamos, pero la verdad es que esa pequeña verdad guiaba el futuro de Jacob por el mismo destino que antes, solo que era un callejón que daba al camino más corto y simple. Me sequé las lágrimas y apreté la medicina en un puño, sin dañarla.
Si esa era su decisión, entonces iba a acatarla.
—Te voy a odiar por el resto de mi vida por obligarme a hacer esto.
—Edward estaría orgulloso.
—Muy gracioso, Jacob.
Me acomodé en la cabecera de la cama y le entregué el vaso con la cápsula. Dejar caer ese pequeño objeto en su mano fue una de las cosas más difíciles que he hecho en mi corta vida. Jacob se la llevó a la boca y bebió del vaso de agua que le tuve que ayudar a sostener. Cada segundo después de eso fue horrible, con un sentimiento de culpa enorme incomodando en mi pecho. Jacob se volvió a recostar, pero esta vez apoyando su cabeza en mis piernas. Acaricié sus cortos cabellos negros, recordando cuando antes usaba una coleta para amarrarlo mientras estaba concentrado metiendo sus manazas entre engranajes.
—Te van a caer mis lágrimas.
—No importa.
Lo miré a los ojos.
—Esa era mi línea —repliqué.
Jacob parpadeó, desorientado y desconcertado.
—¿Qué?
—Me dijiste: te voy a extrañar. Esa era mi línea, ladrón.
—Fui muy feliz de haberte conocido, Bella.
Apreté los labios. Toda yo temblaba.
—Te amo.
Parecía que tenía sueño, me miró con los ojos entrecerrados.
—Hubiera dado mi vida por mostrarle esto al chupasangre.
Me pide que le cuente una historia. Así que al igual que antes, dejé escapar todo; sobre el futuro que nos había visto junto, de nuestros hijos, pequeños, hermosos, como él y como yo. Que viviríamos cerca de Billy, y que él junto a Charlie amarían a sus nietos y los llevarían a pescar, y al niño, cuando fuera más grande, Charlie lo llevaría a la comisaría. Que la niña amaría hacer tortas de barro y que su padre les pusiera notas de aprobación. Jacob escuchó, en silencio, riéndose de vez en cuando y bostezando de último. Cuando iba en medio de la historia de los Quileute, noté cómo no reaccionaba más.
En medio del silencio, escuché el llanto contenido de Billy al otro lado de la pared. Seguí relatando la historia, hasta que mis propios llantos me lo impidieron y mis lágrimas cayeron sobre el rostro impasible de mi mejor amigo.
—¿Por qué papá nunca puede venir con nosotras?
—Las personas como tu padre no le tiene permitido entrar.
—¿Y por qué tú sí?
—Porque ellos me conocieron antes.
—¿Y por qué yo sí?
—Porque no eres como ninguna otra persona en esta tierra.
—Eso no tiene sentido.
Sonreí acomodándose el gorro para que la luz del sol no lamiera su piel. Tomé la mano de mi hija y la guié hasta la pequeña y vieja casa oculta entre casas nuevas. Cuando toqué la puerta nos abrió un adolescente de piel cobriza y cabello negro. Llevaba puesta una remera oscura y unos vaqueros a pesar de que estaban en pleno invierno. El chico miró a mi hija y sonrió ansioso.
—¿Nessie?
Reneesme lo saludó con la mano tímidamente.
—Hola Jake.
—Deberías saludar a tu tía —reprochó a Rachel a Jake saliendo de la casa. El chico resopló molesto. Rachel llevaba en sus brazos un bebé con menos de un año de vida—. Hola, Bella. Ha pasado un tiempo largo desde la última vez que te vi.
—Veo que tu nieto ya nació.
Cuando sonrió, el rostro de Rachel demostró todos los años que llevaba encima. El pelo canoso, debido a su largo pelo antes completamente negro, contrastaba enormemente con su piel morena. Por tener la sangre de descendientes licántropos, su envejecimiento fue más lento que los de un humano común, pero yo estaba acostumbrada a ese tipo de cosas.
—Y yo veo que ya decidiste transformarte.
—Tenía que hacerlo algún día, o iba a envejecer mucho.
Antes de que Rachel pudiera responder, su nieto la interrumpió.
—¿Podemos ir a la playa de la Push? Solo será un momento, quiero mostrarle algo —y ante el asentimiento de eso Jake tomó la mano de Reneesme y tiró de ella—. Vamos, Nessie, será divertido.
Mi hija se dejó llevar no sin algunas dudas. Rachel se rió y me miró.
—¿Quieres una taza de café? —me hubiera gustado decir sí, por favor, sin azúcar, pero negué con la cabeza—. Me olvidé que los vampiros no comen. Bueno, pasa, esos dos se van a demorar.
Asentí. Cuando Rachel entró en la casa, antes de seguirla, me di un tiempo para mirar para atrás y presenciar como a lo lejos Jake se acercaba a mi hija y ella sonreía encantada.
