Título: De pyjaks moribundos, amenazas de muerte y pruebas de valor
Personajes/ship: Shenko, con apariciones estelares del troll más conocido como Wrex.
Tipo: no os dejéis engañar por el título: es muuuuy angst. Y romance :D
Extensión: monstruosa. 11.706 palabras. 17 páginas. Mi récord personal xD
Spoilers: justo situado tras Virmire.
Notas: segunda parte de mi head canon sobre ME, también llamado Otro Fic Donde Elena Corrige Las Cosas Que Están Mal. Porque a mí nadie me convence de que lo de Virmire fue tan simple como lo pintan en el juego xD Así, sin pizcas de culpabilidad ni nada. Este fic pretende arreglar eso. En mi mente está situado en el mismo 'universo' que Under my skin pero funcionan de forma totalmente independiente. Fem!Shep con background de Único Superviviente.
Notas 2: Tengo que darle mil gracias a Enia, que azuzó a mis musas en un punto en el que las muy perras me dejaron plantada. Pero, sobre todo, a Dryadeh, que ha tenido toda la paciencia del mundo conmigo, a pesar del caos monumental que supone mi forma de escribir (en este caso, empezando por el final). Gracias por las ideas, el apoyo y los ánimos, y por ayudarme a sacar esto adelante (no estoy segura de que hubiera llegado a muy buen puerto sin ti :P) Debido a ese desorden mío de escritura es posible que os encontréis alguna incongruencia, ésas son todas mías. Las buenas ideas (y las grandes frases de Wrex), de ella.

Y también a vosotras, compis de la Normandía, por vuestro fabuloso entusiasmo que me dio ganas de meterme a escribir esta Biblia. Os adoro y tal


Se quedó unos momentos bajo la ducha, con los ojos cerrados, esperando que el agua caliente borrara todo rastro de Virmire de su piel. Sin esforzarse demasiado aún le parecía notar el penetrante aroma del planeta en sus fosas nasales, un pegajoso olor a vegetación, humedad y calor que parecía negarse a desaparecer.

Sintió una punzada de dolor en la sien y apretó aún más los párpados. El agua le caía por la espalda, a demasiada temperatura y presión para que fuera medianamente saludable, pero era lo que necesitaba en ese momento para deshacer la tensión de sus músculos y conseguir una falsa sensación de normalidad.

Supuso que se estaba engañando, y que no lo iba a lograr de una forma tan simple.

Cerró el grifo. Permaneció de pie durante unos minutos, sin moverse, el agua escurriendo desde su pelo y bajando por su espalda, pecho y muslos, aumentando el charco a sus pies. Inspiró, con lentitud. Sacudió los hombros y exhaló, despacio, hasta que en sus pulmones no quedó nada de aire, y entonces abrió los ojos.

Se sintió algo mejor hasta que se dio cuenta de que su realidad no había cambiado. Que Saren continuaba en paradero desconocido, que seguían sin saber cómo pensaba llevar a cabo sus planes ni cómo pararle, que aún no habían sido capaces de descifrar las visiones de la baliza de Eden Prime.

Que Ashley seguía muerta.

A pesar del vapor acumulado en la pequeña ducha, sintió un escalofrío.


Lo peor fue la espera. Sentía la tensión acumulándose en sus huesos y músculos, corriendo por sus venas como sangre envenenada. Paseó de un lado al otro del pasillo que llevaba a la sala de comunicaciones, como un león enjaulado, incapaz de quedarse quieto.

Se pasó la mano por el pelo e intentó pensar. ¿Cuánto llevaba ahí dentro? ¿Diez minutos? ¿Una hora? No lo tenía muy claro, porque el tiempo parecía arrastrarse, perezoso, mientras él se sentía como si sus ideas y pensamientos fueran a la velocidad de la luz.

Debería estar ahí, con ella, dándole su apoyo. En lo ocurrido a Ashley él había tenido buena parte de culpa; lo menos que podía hacer era estar presente cuando su familia recibiera las malas noticias. Pero Shepard se lo había prohibido. Tajantemente, además. Es mi trabajo, había dicho, y con eso había zanjado el tema, sin darle oportunidad de réplica o de discusión.

Por primera vez desde que estaba destinado en la Normandía, Kaidan se había tenido que morder la lengua para no cuestionar la autoridad de su comandante.

Porque no quería hacerlo sólo por Ashley. También por Shepard. Y, en cierto sentido, también por él mismo, como si encargándose de una tarea como ésa pudiera, en cierto modo, darle algo de paz a su conciencia culpable.

No por primera vez desde lo de Virmire se preguntó qué habría ocurrido si él no hubiera dado la voz de alarma. Si no hubiera avisado por radio que tenía problemas, si hubiera resistido junto a la bomba hasta que sus armas hubieran sobrecalentado tanto que le impidieran disparar y estuviera tan agotado que utilizar su biótica le hubiera resultado imposible.

Tal vez Ashley seguiría viva y Shepard no tendría que estar ahora mismo diciéndole a su familia que no volvería a casa.

O tal vez la bomba habría explotado cuando los geth les hubieran superado.

Sintió una punzada de dolor en las sienes y apretó los párpados. No se atrevía a pensar demasiado en ello. Tenía miedo de sus propias dudas, de las respuestas, de las alternativas. Le aterrorizaba la posibilidad de descubrir que, si hubiese hecho las cosas de otra manera, todos podrían haber salido con vida de allí.

El peso de la culpa volvió a instalarse en su pecho, asfixiante y, con cierta desesperación, Kaidan se preguntó si se iría alguna vez.

A lo mejor ése era su castigo.

El sonido de las puertas al abrirse le hizo levantar la mirada y Shepard apareció ante él, impecable con su uniforme de la Alianza y con aspecto de sentirse total y absolutamente agotada. Se paró un minuto ante la entrada de la sala de comunicaciones, llevándose una mano temblorosa a los ojos y, cuando alzó la vista y sus miradas se cruzaron, Kaidan pudo ver en su rostro lo que aquello había supuesto para ella.

Estaba tan pálida que parecía enferma. Su pelo contrastaba violentamente con el color de su piel, y mechones de su corta melena caían sobre la mejilla, lacios y sin brillo. Unas profundas ojeras enmarcaban los ojos apagados y apretaba los labios resecos con fuerza, como conteniéndose para no gritar.

Al verla dio un paso adelante, como un autómata, y no pudo evitar que algo mezcla de súplica y preocupación se reflejara en su voz al hablar.

- Shepard...

- Ahora no, teniente – le cortó ella, en un tono de voz cansado pero firme.

Cuando echó a andar y pasó a su lado sin tan siquiera dirigirle una mirada, Kaidan se sintió como si le hubieran empujado a un lago y le estuvieran manteniendo bajo el agua para impedirle salir a respirar.


La situación continuó así unos días más. Shepard no le evitaba abiertamente, pero parecía que sólo se dirigía a él cuando había al menos otras dos personas metidas en la conversación. No había vuelto a visitarle en su puesto durante alguna de sus habituales rondas nocturnas por la nave y, si no le quedaba más remedio que tratar con él, lo hacía con una actitud neutra y carente de cualquier tipo de emoción.

No estaba acostumbrado a eso, ni a su ausencia ni a su frialdad. Normalmente era abierta y comunicativa, y siempre tenía a punto una palabra amable. Se sentía mal por pensarlo, pero lo cierto era que habría agradecido si ese distanciamiento se hubiera producido con toda la tripulación, lo que querría decir que le estaba tratando igual que al resto.

Pero no era así.

Con Wrex, Liara o Garrus parecía comportarse como siempre. Quizá hablaba menos y no sonreía tanto, pero en ningún momento había perdido la actitud cordial que siempre había tenido cuando se dirigía a ellos, lo contrario de lo que había ocurrido con él. Y a Kaidan aquello le dolía más de lo que se atrevía a admitir.

Varias veces se encontró ante la puerta de su camarote con la intención de hablar con ella y limpiar el ambiente pero, en cada una de esas ocasiones, acabó marchándose de allí con el pulso latiéndole dolorosamente en la garganta y la sensación de que había perdido algo irremplazable.

Dejó de intentarlo después de un tiempo

Se sumergió de cabeza en su rutina en la nave. Consolas estropeadas, modificaciones de omniherramientas y discusiones de pilotaje con Joker llenaban su mente. Aun así, continuaba resultándole imposible no seguirla con la mirada cuando la veía, un doloroso anhelo pintado en sus facciones para que cualquiera con ojos en la cara pudiera verlo sin problemas

Entonces llegaron a Noveria.

Por algún motivo Kaidan tenía un extraño presentimiento respecto a aquel lugar. Apenas habló durante la reunión previa, cuando Shepard les explicó su objetivo allí, su mente dándole vueltas a lo poco que sabía. Se trataba de un pequeño mundo, apenas habitable debido a sus bajísimas temperaturas y a su clima inestable, regido por las Corporaciones que realizaban allí investigaciones que, por su naturaleza, no podían hacerse en ningún otro sitio.

Tenía altísimas restricciones de seguridad, y se rumoreaba que sólo reconocían la autoridad de los agentes espectros del consejo.

Sintió una punzada de inquietud cuando Shepard nombró a la matriarca Benezia, y su mirada se dirigió hacia Liara. La asari estaba sentada con la espalda totalmente recta y las manos cruzadas sobre el regazo. Su expresión no dejaba traslucir nada, pero daba muestras de su nerviosismo en la forma en que abría y cerraba los puños y en su respiración, lenta y pausada, demasiado poco natural.

Shepard la miró también.

- Liara, Garrus, preparad vuestro equipo – dijo, y en su tono de voz había una nota de simpatía que a Kaidan no le pasó desapercibida – Nos vamos en una hora.

Entre el asentimiento de Liara y el gesto sufrido de Garrus a Kaidan le dio tiempo a sentirse como si le hubieran dado una patada en el estómago. Frunció el ceño y miró a Shepard, pero la comandante estaba de espaldas a él y no reaccionó a su confusión.

No lo entendía. Desde que habían empezado a trabajar juntos Shepard siempre le había llevado con ella, sin excepciones. Sabía que le consideraba útil en el campo de batalla y que apreciaba el control y la fuerza de su biótica. Así se lo había dicho en multitud de ocasiones y no entendía por qué ahora, en un punto tan importante de su misión contra Saren, le dejaba atrás.

Mentira. Sí que tenía una idea del motivo.

Esperó, en silencio y con el corazón en un puño, hasta que la sala se vació del todo, salvo por Shepard, que tenía toda su atención concentrada en el pad con los datos de la misión, y él. Sólo entonces se levantó y caminó hasta la comandante.

- Shepard – le habría gustado haber sonado más firme, pero su voz salió al exterior en forma de un susurro cansado.

Ella se sobresaltó y se volvió para mirarle.

- Kaidan. ¿Ocurre algo?

Dímelo tú.

Se preguntó cómo podía expresar lo que pensaba sin sonar como un adolescente molesto al que le habían dejado plantado en el baile de promoción.

- Todo el mundo sabe que los turianos odian el frío – dijo, por fin, en lo que debía ser la peor muestra de dotes de conversación en la historia de la galaxia.

La expresión expectante de Shepard cambió a una de confusión.

- ¿Perdón?

- Lo que quiero decir es… - inspiró con fuerza y dio un paso adelante, casi esperando que Shepard se apartara. Cuando no lo hizo se decidió a continuar, aunque pronunciar las siguientes palabras le costó un trabajo enorme – Shepard, puedo entender que me esquives. Después de lo de Virmire… - se cortó antes de acabar la frase y volvió a tomar aire – Eso es personal, lo comprendo. Pero no tiene nada que ver con mi valía o mi rendimiento en mi puesto. Es sólo que…

- ¿Me estás preguntando por qué no te llevo en esta misión?

Shepard le observaba con los ojos entrecerrados y los brazos pegados a los costados, quieta como una estatua. Mudo, Kaidan asintió, casi esperando que la comandante le preguntara quién era él para cuestionar sus decisiones.

Su respuesta le sorprendió.

- No puedo dejar a Liara atrás, es su madre de la que estamos hablando y necesita algo de paz en ese aspecto. Respecto a Garrus… - ladeó la cabeza y pausó un momento, como pensando qué decir a continuación – Liara es biótica. Yo también. No sabemos qué nos vamos a encontrar, así que necesitamos más potencia de fuego para cubrirnos las espaldas, y no hay nadie mejor que Garrus con el rifle de francotirador. Ésa, teniente, es tu explicación.

Por un momento, Kaidan la creyó. O, más bien, quiso creerla. Porque ésa era una respuesta que podía aceptar.

Pero en los ojos de Shepard pudo ver algo que contradecía sus palabras. Temor, o inquietud. No estaba seguro, pero en un momento de dolorosa claridad supo que le mentía.

Que no era ése el motivo real.

Ella se dio media vuelta, poniendo fin a la conversación, y en un gesto casi inconsciente Kaidan se echó hacia delante y la cogió por el brazo.

Shepard se volvió a mirarle y, cuando separó los labios, probablemente para pedirle que la soltara, él la interrumpió.

- Háblame, Shepard.

Tal vez fueron sus palabras, o la forma en la que las dijo, con una desesperación ciega tiñendo cada sílaba. El caso es que ella pausó y le miró, por primera vez en lo que parecían siglos. Y por un segundo no hubo Virmire, ni Saren, ni culpa ni remordimientos, y esos muros que Shepard había levantado a su alrededor parecieron derrumbarse mientras le miraba.

Pero entonces el momento pasó. Ella se soltó de su agarre, suavemente, y dio un paso atrás.

- Tengo que irme, Kaidan.

Y, con esto, salió de la sala de comunicaciones, sin mirar atrás.


La segunda noche tras el inicio de la misión en Noveria, a Kaidan le asaltó la migraña más fuerte que había sufrido en los últimos tiempos cuando estaba intentando conciliar el sueño.

Se las arregló para salir del módulo de descanso, con torpeza, sintiendo que se tropezaba con sus propios pies. Se quedó parado en medio del pasillo, tapándose los ojos con las manos y con unos puntos de colores bailando tras sus párpados cerrados.

Oscuridad. Necesitaba oscuridad.

Se movió a tientas, tambaleándose y, de alguna manera, se las arregló para llegar hasta el ascensor sin acabar estrellándose contra una pared. Bajó hasta la bodega de carga, y sólo se atrevió a abrir los ojos cuando el elevador se detuvo, con una pequeña sacudida.

Parpadeó, agradeciendo la tenue iluminación de la zona, y con paso cansado se dirigió hacia las taquillas. Había pensado que, ya que no parecía que fuera a ser capaz de dormir, podía adelantar algo de trabajo con la configuración de su omniherramienta, pero estaba tan cansado que lo único que pudo hacer fue dejarse resbalar por la pared hasta quedarse sentado en el suelo, con las piernas estiradas.

Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, respirando por la nariz. La migraña seguía ahí, persistente, golpeando el interior de su cráneo, y por un momento se planteó subir a la cubierta médica para que la doctora Chawkas le diera algo que le aliviara. Lo descartó casi enseguida, porque la idea de volver a moverse era superior a él, y se quedó así, con los brazos cruzados sobre el pecho, hasta que el doloroso martilleo en su cabeza pareció disminuir un poco de intensidad.

Se estaba planteando hacer algo útil, como dedicarse a organizar su equipo, cuando una voz profunda llegó hasta él, sonando como un trueno en medio del silencio.

- Un muerto tendría mejor cara que tú, Alenko.

Sin poder disimular su irritación, abrió los ojos y dirigió una mirada molesta a la fuente del sonido.

- Aún estoy bastante vivo, pero gracias por preocuparte, Wrex.

El krogan se encogió de hombros y, con pasos lentos y ruidosos, se encaminó hacia el banco de trabajo situado al otro lado de las taquillas.

- No estaba preocupado.

Dejó su escopeta y se dispuso a empezar a desmontarla, pero cambió de opinión, y se volvió hacia él.

Kaidan ahogó un suspiro.

- ¿Por qué no estás durmiendo, Wrex?

- O vuestros módulos de descanso son demasiado pequeños o vosotros, humanos, sois diminutos – afirmó, rascándose el mentón con expresión molesta - ¿Cuál es tu excusa?

Kaidan se tocó un par de veces en la cabeza con el dedo índice, asumiendo que su pequeño rato de tranquilidad se había terminado.

- Eres afortunado de no tener un implante L2. Entonces sí que tendrías una buena excusa para estar despierto.

- Ya te lo dije una vez, Alenko. Los implantes L2 son superiores al resto; echasteis a perder una buena parte de vuestro potencial biótico una vez cambiasteis a la nueva configuración – replicó Wrex, en tono aburrido. No estaba hablando alto, pero Kaidan se sentía como si alguien estuviera tocando un tambor al lado de su oreja – ¿Lo de irte arrastrando por ahí como si estuvieras al borde de la muerte es algo común en los humanos, o es específico tuyo? Porque empieza a resultar irritante.

El brusco cambio de tema le tomó por sorpresa. Kaidan se encontró mirando al krogan con una mal disimulada confusión reflejada en su rostro, y su primer instinto fue rebatir la afirmación de que iba arrastrándose por la nave como si estuviera moribundo.

- ¿Qué quieres decir?

- Lo que he dicho – ahora sí se dio media vuelta y empezó a desarmar su escopeta, separando las piezas cuidadosamente y dejándolas a un lado – En el clan Urdnot, cuando uno de sus miembros pierde las ganas de luchar o está demasiado enfermo para hacerlo, se le arroja al desierto de Tuchanka y se le deja allí, solo, para enfrentarse con los varren que pueblan la zona. Te aseguro que después del ataque de un par de manadas tu perspectiva sobre el mundo cambia.

Kaidan frunció el entrecejo, sin saber si contestar primero al comentario de irse arrastrando por la nave o al de la brutalidad de las tradiciones krogan. Al final decidió hacer oídos sordos a ambos y se levantó de su sitio.

- Entonces me alegro de que no estemos en Tuchanka.
Wrex se volvió a encoger de hombros y murmuró por lo bajo, toda su atención concentrada en la limpieza de su arma:

- Todo el mundo se alegra de no estar en Tuchanka. Es sólo un montón humeante de rocas, arena y escombros; la Normandía es mejor – levantó el cañón de la escopeta hasta la altura de su rostro, examinándolo con ojo crítico – Pero tampoco habría pasado nada si hubieran puesto una ventana aquí abajo.


Cuando las compuertas presurizadas de la Normandía se abrieron para dejarles paso, Shepard ahogó un suspiro y miró hacia su derecha, incapaz de disimular su preocupación.

Liara se esforzaba por mantenerse impasible, pero no estaba teniendo demasiado éxito. Respiraba a grandes bocanadas, como conteniendo las ganas de echarse a llorar, y la mano que se llevó a los ojos temblaba tan visiblemente que Shepard no pudo evitar moverse hacia delante para cogerla entre las suyas, apretando con fuerza.

La asari la miró, con expresión de agradecimiento, y tras devolverle el apretón dio un par de pasos hacia un lado y dijo, intentando sonar lo más normal posible, pero sin conseguirlo del todo:

- Comandante, si no me necesitas, creo que me tomaré un descanso. Debo contactar con Thessia. La familia de Benezia... - se atragantó y tomó aire para continuar – Hay ciertos arreglos que deben hacerse.

Shepard asintió, sin pronunciar palabra, y la siguió con la mirada cuando se movió para dirigirse a su puesto habitual, en la cubierta médica. Luego se volvió hacia Garrus, que se erguía silencioso, a su lado.

- Tengo cosas que hacer. ¿Puedes asegurarte de que está bien?

- Claro – su rostro tenía lo más parecido a un gesto de preocupación que Shepard había visto nunca en un turiano; cambió el peso de un pie a otro, incómodo - ¿Cómo piensas que se tomará el Consejo lo de la reina rachni, Shepard? ¿Crees que pondrán un asesino a sueldo tras de ti? ¿Que te exiliarán de la galaxia?

Sólo imaginar la reacción de los miembros del Consejo le produjo tal satisfacción que sonrió casi sin darse cuenta.

- Creo que me lanzarán al primer relé inactivo que encuentren y cruzarán los dedos para que vaya a dar a un agujero negro.

Garrus se carcajeó suavemente y le dio una palmada en la espalda, amigable.

- De todos los humanos que pudieron escoger para ser espectro van a elegir a la única que disfruta buscando maneras de sacarles de quicio. Eres única, Shepard.

Ella resopló, en un gesto de desdén.

- No es como si no se lo merecieran.

- Me ofende que pienses que sugería otra cosa.

Iba a responder cuando captó un movimiento por el rabillo del ojo y se volvió a mirar. Unos metros más allá Kaidan conversaba con Chase y Draven. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y su postura era relajada; en ese momento contestaba a algo que le decían, provocando una sonora carcajada de Draven y un gesto de censura de Chase.

Pero la miraba a ella.

Con fijeza, sin ningún disimulo. Con tal intensidad que Shepard se sintió entre abrumada e incómoda, pensando que era imposible que nadie se diera cuenta.

De repente notó un roce en su codo.

Sobresaltada, se volvió con rapidez, la tensión previa haciéndose añicos como el cristal, y levantó una ceja interrogante en dirección a Garrus.

El turiano la observaba con una expresión pensativa, como evaluándola, y cuando Shepard estaba a punto de poner cualquier excusa para marcharse de allí, dijo, en un tono de voz lo bastante alto para que ella le oyera, pero demasiado bajo para que sus palabras llegaran a oídos indiscretos:

- Sabes que en algún momento tendrás que hacer algo respecto a eso.

No especificó más, pero tampoco fue necesario. Shepard se arriesgó a echar un vistazo por encima de su hombro. Kaidan ya no la miraba, sino que estaba concentrado en unos gráficos que le mostraba Chase, mientras hacía algunos comentarios en voz baja.

Apartó la vista, sintiendo una punzada de dolor en el pecho.

- Lo sé – dijo, simplemente. Porque sí, lo sabía; no podía permitir que esa situación se alargara más – Pero creo que preferiría enfrentarme a un ejército de rachni.

Garrus abrió mucho los ojos, en un teatral gesto de sorpresa, y exclamó, a media voz:

- ¿Es cierto? ¿La comandante Shepard tiene miedo de algo? Sí que debe ser el fin del mundo.

- Calla – replicó ella, sonriendo muy a su pesar. Observó a Kaidan unos segundos más antes de volver a hablar, recuperando su gesto serio – Hay muchos tipos de valor, Garrus. Lamentablemente, no los domino todos.


- ¿En serio, Shepard? ¿Una reina rachni? ¿Qué será lo siguiente, convertir a unas fauces trilladoras en la mascota de la Normandía?

- Tendré que pensármelo, Wrex. ¿Te encargarías tú de darle de comer?

La risotada que respondió a su frase la siguió en su camino hasta las taquillas. Se detuvo un momento frente a la de Ashley, antes de abrirla con aire decidido, y empezar a sacar los pocos objetos que había allí almacenados. No se había sentido capaz de hacerlo antes, pero no quería demorarlo más, y sabía bien que la familia Williams se lo agradecería.

La sombra de Wrex se proyectó en la pared, a su lado, y Shepard cerró con cuidado la taquilla antes de volverse hacia él.

- La tripulación está de permiso en tierra, eso también te afecta a ti. ¿No te apetece dejar la nave un rato? Nos esperan unos días difíciles.

- Difícil sería la situación si dejo la Normandía, Shepard – se dio unos cuantos golpes en el pecho con la mano abierta, resoplando – Estamos en una colonia turiana. ¿Acaso quieres provocar un incidente interplanetario?

Ella soltó una carcajada y cruzó los brazos sobre el pecho, apoyándose contra la pared.

- Sería toda una aventura, Wrex. Y no me lo niegues, seguro que tú la disfrutarías.

El krogan esbozó una sonrisa torcida de lo más inquietante, y acarició la escopeta que llevaba a la espalda con lo más parecido a un gesto de cariño que Shepard se había encontrado nunca en alguien de su especie.

- Es que estaba pensando en cazar pyjaks.

- ¿Pyjaks? - Shepard enarcó las cejas, en un gesto interrogante – No recuerdo haber visto nunca pyjaks en la Normandía.

- Alenko – se limitó a decir él, con un bufido. Shepard se puso en guardia al instante – Se arrastra por la Normandía como un pyjak enfermo. Será mejor que hagas algo con él, porque estoy planteándome pegarle un tiro para acabar con su miseria.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para que la forma en la que se tensó al escuchar el nombre de Kaidan no fuera dolorosamente obvia, y se obligó a sí misma a sonreír.

- ¿Has bebido mucho de la botella de ryncol que tienes escondida en esa caja que no es tuya, Wrex? No creo que a Kaidan le haga mucha gracia que le compares con un mono del espacio.

- No sé qué es un mono, pero desde luego Alenko es el ejemplar más penoso de pyjak que he visto en mi vida, y una vergüenza para los de su especie – volvió a acariciar su escopeta – Entonces, ¿piensas hacer algo o me encargo yo?

- Tranquilo, puedes guardarte tus amenazas de muerte. Creo que podré encontrar una solución más pacífica.

O al menos eso esperaba. Porque ni sabía qué decir ni tenía la menor idea de cómo enfrentarse a esa conversación. Wrex hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

- Bien. Sino, siempre podemos arrojarle a la arena de Tuchanka. Es una buena prueba de valor.


No quiere estar allí.

Es la primera sensación que tiene, antes incluso de abrir los ojos. Entonces parpadea y lo siguiente que nota es el calor. Asfixiante, como fuego en su piel. No lleva puesta su armadura y, por algún motivo extraño, no parece importar, aunque en un rincón de su mente sabe que es un detalle a tener en cuenta.

No reconoce la zona en la que está, desértica, de dunas de tierra rojiza y vientos abrasadores. Se vuelve a mirar a su espalda; no hay nada, sólo un abismo cayendo a pico y perdiéndose más allá de donde alcanza la vista.

No sabe cómo ha pasado, pero de repente se encuentra caminando. Un macizo rocoso rompe el horizonte en la lejanía y sus pies la encaminan hacia allí, a pesar de que su cerebro le está gritando que ése no es el camino correcto.

El aire ardiente es como un latigazo en la piel desnuda de su brazo. Se fija en su muñeca; una cicatriz nace justo en la base y le recorre el antebrazo hasta el codo en una fina línea. De repente el tono blanquecino de la marca cambia a uno rojizo y, finalmente, la herida se reabre y empieza a brotar sangre. Primero sólo unas gotas que se evaporan al contacto con el suelo, después un fluir constante.

Hace presión con la otra mano, pero el dolor es instantáneo y cegador. Ya no lo siente sólo en su brazo, también en el cuello, el hombro, la espalda. Cae de rodillas, con un gemido de agonía. Sin necesidad de comprobarlo sabe que ese líquido pegajoso goteando por su columna es sangre, aunque ni siquiera recuerda tener una herida ahí.

Duele cada vez más, tanto que su cerebro se apaga para ahorrarle el suplicio y acaba cayendo de bruces contra la arena.

Cuando despierta, dos segundos o dos años después, siente en la piel del rostro el frescor de la hierba húmeda. Con un esfuerzo sobrehumano logra incorporarse y, cuando su vista se acostumbra a la oscuridad reinante, un sollozo estrangulado escapa de su boca y quiere levantarse y huir, pero su cerebro se niega a dar órdenes a sus extremidades.

Se encuentra en un claro. Puede distinguir las siluetas de unos módulos de descanso hacia su derecha, el símbolo de la Alianza grabado en sus laterales. Pero no es eso lo que le llama la atención, no es eso lo que desata el miedo atroz que se graba en su mente y en sus músculos y huesos.

Allá donde mire sólo ve cuerpos. Decenas de ellos. Desmembrados, hechos jirones. El hedor a sangre y muerte se mezcla con un intenso olor a ácido en el aire y siente ganas de vomitar, pero también en eso su cuerpo se niega a obedecer.

(Más allá, monstruos)

Entonces, bajo ella, el mundo vibra. De forma casi inapreciable primero, luego con la fuerza suficiente para ser un terremoto. Fija la mirada en los pequeños montículos de roca, atenazada por el miedo, y la tierra se mueve. Se eleva en el horizonte y se rompe para dejar paso a una criatura gigantesca que apaga las estrellas. Un chirrido llena el aire y entonces el monstruo se lanza hacia ella a toda velocidad.

Un segundo de silencio y de tiempo congelado y la vista cambia. Se diluye, como una acuarela reciente bajo la lluvia, y donde antes había módulos de descanso y marines muertos y miedo, ahora aparece el paisaje frondoso de Virmire.

Y es Ashley quien está ante ella; Ashley, con su armadura destrozada y la cara medio quemada y sangrando por muchas heridas.

Se agacha y la coge de las manos, pintándoselas con su propia sangre, y cuando habla la voz de Ashley está cargada con todo el dolor del mundo:

- Me dejaste atrás. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué?

Quiere soltarse pero no puede. Entonces, a lo lejos, oye una gigantesca detonación.

No tiene mucho tiempo para pensar antes de que el mundo estalle en una explosión de luz y sangre.


Se despertó enredada con las sábanas, empapada en sudor y paralizada por el miedo. Su vista tardó unos segundos eternos en ser capaz de enfocar el techo, y sólo cuando reconoció la cubierta metálica de su camarote en la Normandía fue capaz de volver a respirar normalmente.

Se incorporó, con dificultad, y bajó las piernas para apoyar los pies en el suelo. El frío de la superficie le hizo estremecerse, y cuando se apoyó en el borde de la cama para levantarse se dio cuenta de que le temblaban las manos. Inspiró, despacio, luchando contra las imágenes que poblaban su cerebro, retazos del sueño que la había despertado.

El reloj de su terminal privado marcaba poco más de las tres de la mañana. Contuvo un escalofrío; sabiendo que ya sería incapaz de volver a dormir se dirigió al otro lado de la estancia y abrió un pequeño armario que quedaba casi oculto con la mesa anclada a la pared.

La botella pesaba más de lo que recordaba. Limpió la etiqueta con cuidado, hasta que las letras centellearon bajo la luz artificial, y recordó la primera vez que la había compartido con Anderson ("Auténtico whisky de la isla de Skye, Shepard, fabricado por el método tradicional. Ya no hacen nada como esto").

Quitó el tapón y levantó la botella en el aire, en una especie de mudo brindis, luego se la llevó a los labios y bebió un largo trago. La garganta le ardió al contacto con el líquido, pero siguió bebiendo hasta que su estómago dijo basta y los ojos le lagrimearon. Se limpió la boca y suspiró.

Aquello no era buena idea; sabía que se enfrentaba a una miserable mañana de resaca, dolor de cabeza y ganas de vomitar. De todos modos, no le importaba demasiado; en ese momento la forma en la que el whisky le embotaba los sentidos, nublando sus pensamientos y emociones, pesaba más que sus probables consecuencias al día siguiente.

Bebió un poco más, hasta que los colores parecieron mezclarse ante tus ojos, y entonces dejó la botella en el suelo, junto a la cama. Esperó quieta unos instantes, hasta que la sensación de mareo se disipó un poco, y cuando creyó que podría caminar sin tropezarse con sus propios pies salió del camarote a toda prisa porque no soportaba estar ahí.

Parecía que últimamente se pasaba la vida huyendo.