¡Hola, lectores!
Para empezar, en esta pequeña nota quiero agradeceros que os intereséis por mi fanfic y desear que disfrutéis leyendo tanto como yo escribiendo. Por ello, os recomiendo que antes de juzgarlo, leáis por lo menos hasta el capítulo 5 (los capítulos son cortitos, por cierto). Si os gusta, hacédmelo saber con un comentario o un fav para seguir publicando más.
¡Gracias por vuestra atención!
Pequeñas huellas quedaban dibujadas en la nieve al paso de dos pares de piececitos. Las risas y las bolas de nieve inundaban el aire. Era un día muy feliz para las princesas hermanas, la mayor de ocho años y la pequeña de cinco.
La pequeña estaba agachada haciendo lo que ella llamaba una "hipersuperbola de nieve", al lado de un saco lleno de zanahorias. Mientras, la mayor, escondida tras un árbol, ya tenía su propia bola. Al lanzarla dio de lleno a su hermana en la espalda, que cayó al suelo de rodillas.
-¡Ay…!
La mayor se acercó, preocupada.
-¡Lo siento! ¿Estás bien?
Entonces la pequeña se dio la vuelta con una sonrisa y su bola de nieve en la mano, acertando a darle a su hermana en la cara. La mayor protestó.
-¡Oye! Eso es trampa. Ya sabes que significa… ¡Batalla de cosquillas!
-¡Para, para! –La pequeña cayó al suelo, encantada y riendo sin parar.
A los pocos minutos habían vuelto a lanzarse bolas de nieve. Incluso habían construido un muro de nieve entre ellas para que fuese más divertido.
Cuando quisieron darse cuenta, ya había anochecido. La aurora boreal iluminaba el cielo nocturno en un espectáculo mágico.
-¡Mira! –Dijo la mayor, señalando hacia arriba. –El cielo está despierto.
La pequeña miró al cielo con admiración, alzando sus manitas, como si pudiera tocar el firmamento con una de ellas.
Una figura salió silenciosa y lentamente por la puerta del jardín, llamándolas.
-¡Niñas! Ya es tarde, mañana podéis jugar otra vez si queréis. Vamos, entrad antes de que os congeléis.
-¡Mamá! –La pequeña corrió hacia la mujer, tropezando con un montículo de nieve. Por suerte, pudo agarrarse a tiempo a las piernas de su madre.
La mayor caminó con mucha más tranquilidad sobre la nieve, mientras veía cómo su madre se agachaba, con cierta dificultad, para quedar a la altura su hermana menor.
-¿Cómo os lo habéis pasado?
-M-muy bi-bi-bien, ma-amá.
-¡Estás temblando! Ven que te dé un abrazo calentito.
La pequeña se lanzó a sus brazos sin dudarlo. Un abrazo calentito de mamá era lo mejor del mundo. La mayor se unió después, dando también calor a su hermanita.
Su madre se levantó apoyándose en una pared. Se encontraba en avanzado estado de gestación, por lo que no pasaba desapercibido lo que las niñas llamaban "su gran barrigón". La mayor la ayudó como pudo, acariciando el lugar donde estaba su futuro hermanito o hermanita. Sentía curiosidad por el bebé que habría allí dentro.
-Mamá, ¿crees que será niño o niña?
-No lo sé. ¿Tú qué quieres que sea?
-Yo quiero que sea niña, para jugar con ella y…
-¡No, no! –Interrumpió la pequeña, agitando los brazos. -¡Tiene que ser un niño! ¡Para que sea el papá de mis muñecas!
Su madre y su hermana rieron ante aquel extraño deseo.
-¿Y si no quiere ser el papá de tus muñecas? ¿Entonces qué vas a hacer? –Preguntó su madre, esperando divertirse con otra de sus ocurrencias.
-Entonces… ¡Me ayudará a hacer bolas de nieve!
La mayor siguió preguntando.
-¿Y has pensado ya algún nombre?
-Bueno… -La mujer alzó la mirada, pensativa. –Si es una niña, me gustaría llamarla Rose.
A la hermana mayor se le iluminaron los ojos de felicidad. Ya casi podía ver a Rose gateando por los pasillos del castillo, llevando vestidos, ayudándola a hacer trenzas a su hermana…
La pequeña, que no estaba conforme con pensar que fuese una niña, dio unos tirones del vestido de su madre para llamar su atención.
-¿Y si es un niño? ¿Entonces qué?
-Si es un niño se llamará Olaf. Como un viejo amigo que…
La pequeña dio unas palmitas y saltitos de alegría, volviendo a interrumpir.
-¡Olaf! ¡Qué nombre tan gracioso!
-¡No es gracioso! –Discrepó su hermana mayor. -¡Es bonito!
