Voces en la cabeza
"Hazlo, No lo hagas, sabes que quieres hacerlo, No lo merecen ¡Te orillaron al abismo! UA Inspirado en la canción de 'Voces en mi interior'"
N/A: Esta historia tiene un final trágico y situaciones desagradables.
Llegó a su hogar arrastrando los pies, no es que no tuviera deseos de regresar a casa, es que simplemente estaba tan adolorida, como para siquiera pensar en ponerle empeño a algo.
-Que alegría que llegaste Raven ¿Cómo te fue en la escuela? – su madre, como siempre, olvidando su nombre sin importarle, tan optimista, tan alegre… tan desesperante.
-Igual… voy a mi cuarto… - sabía que su madre no la había seguido, estaba muy ocupada en la cocina preparando seguramente algún platillo extravagante sacado de alguna revista de Transilvania.
Se encerró en su cuarto y arrojó la mochila hacia un extremo de su habitación mientras se lanzaba a la cama. Duro así unos minutos sin saber exactamente cuántos, hasta que se decidió a levantarse y pararse frente al espejo.
Lo mismo de todos los días, su cabello violáceo corto estaba algo revuelto, su sudadera negra y enorme cubría su delgado cuerpo mientras sus pantalones grises no se acercaban ni un poco a su piel. Se quitó la sudadera y la arrojó con furia a la cama para reafirmar lo que ya sabía: tenia marcas de dedos en sus brazos, marcas en su pálida piel, rasguños en su cuello y rostro, tierra en los pantalones y un poco de sangre en sus labios.
-¡Raven! ¡Ya está la comida!
Y como si se hubiese asustado de su propio reflejo, corrió hacia donde había arrojado su sudadera mientras se la ponía rápidamente y bajaba a responder al llamado de su madre como si realmente tuviese hambre.
-Hola papá…
-¡Raven! ¡Mi preciada joya! – su padre se levantó y la estrujó en un violento abrazo, para luego depositarla sin mucha delicadeza en su asiento mientras esperaban que la mujer de cabello negro les sirviera la comida.
-¡Excelente Arella! ¡Un alimento digno de un vampiro!
La pelivioleta sólo pudo bajar la mirada avergonzada y humillada de su propia vida; su padre Trigon Roth era, según sus propias indagaciones, descendiente directo del mismísimo Vlad Dracula lo cual lo convertía en un vampiro de sangre pura, al igual que toda su descendencia.
-¡Mi señor! He copiado la receta de…
Dejó de escuchar a su madre para concentrarse en recordar las desgraciadas situaciones que habían puesto a la bella Arella en el camino de un ser tan 'sanguinario' como lo era Trigon… ah sí, la adoración alocada de un grupo satánico, el carisma digno de un vampiro y la belleza exótica de Trigon eran lo que habían orillado a Arella a aceptar el honor de ser la procreadora de la descendencia de tan impactante personaje.
Y finalmente estaba ella… Raven Roth, con apenas 12 años de edad era un verdadero fenómeno para todo el mundo; había heredado la piel pálida de su madre, los ojos amatistas al aparecer venían del lado de su padre y su cabello violeta eran la prueba más clara de que su ascendencia no podía ser humana.
Deforme, anormal, fenómeno. Esas eran las palabras que estaba acostumbrada a escuchar desde el principio de su vida, las únicas palabras de 'amor' provenían de su padre.
-Algún día serás una orgullosa demonesa, llena de poder y conocimiento… algún día… - Trigon tenía grandes expectativas sobre su pequeña y única hija, pero no se había percatado de algo; ya no era una niña, estaba a un paso de convertirse en mujer y al parecer ninguno de sus padres podía percatarse de ello. Trigon demasiado enfrascado en un futuro que no estaba segura si realmente llegaría algún día, y Arella, bueno, ella seguía en esa ciega adoración hacia lo oculto y ella, más que su hija, era el orgullo y su premio por ser una buena esclava.
Había comido realmente poco, las excentricidades de Arella no eran algo muy recomendable para el estomago, a no ser que tuvieses el sistema digestivo de Trigon, y ese, desafortunadamente no había sido parte de su herencia genética. Un pretexto para hacer una tarea siempre era bueno, a pesar de la mirada de desaprobación de su padre; él esperaba que en cualquier momento su hija pasara de ser una adolescente introvertida a una mujer desarrollada y sensual, y nada más lejos de la realidad.
Regresó a su habitación y se recargo en la puerta mientras su fleco cubría sus ojos. Su habitación era el único refugio que tenía, ni siquiera con sus padres se sentía tan en confianza como para decirles lo que ocurría…
-¡Eres rara!
-¡Eres un monstruo!
-¡Fenómeno!
-Fea
No escuchaba nada fuera de eso, en la escuela sus maestros le temían y procuraban no acercase a ella, y como no hacerlo, si Trigon se había encargado de que todos los profesores supieran de quien era hija y descendiente… tachándola de loca y excéntrica.
Y sus compañeros… más bien parecían pequeños verdugos de su mala fortuna. Al principio solo eran palabras groseras, arruinando cualquier intento de adaptarse… luego pareció dejar de importarles el hecho de que era una chica… pues ahora los "populares" de la escuela se habían reunido a la salida para golpearla…
-Procuren que sea en el torso chicos – había dicho 'Robin' el líder de la pandilla – Ahí no quedan marcas…
Claro que no todos le habían hecho caso, la magulladura en su labio era la prueba de ello.
-¿Cuánto tiempo más vas a aguantar esto?
Se despertó sobresaltada… no recordaba su sueño, pero por su temblor y el sudor frío de su rostro sabia que se había tratado de una pesadilla… y una perturbadora.
.-.-.
-¡Vamos vampira! ¿No se supone que te quemas con el sol?
No gritaba, no tenía sentido, nadie iría a ayudarla…
-¡Vamos Gar! Enciende otro…
Sentía su piel arder y retorcerse bajo la llama de los cerillos. Estaban en el patio y sus 'compañeros' le habían quitado su eterna sudadera negra y, bajo los rayos incandescentes del sol, habían comenzado a quemarla.
-¡Kory! ¡Kory! ¡Ven a ver esto! – El chico de ojos azules coreo a la chica pelirroja, quien simplemente sacudió su largo cabello rojo mientras los miraba con indiferencia fingida.
-Claro que no… eso es asqueroso… - Y sin más, se alejó, dejando a la pelivioleta a su suerte…
.-.-.
-No tienes que soportar esto… nadie más lo haría. Nadie te va a ayudar…
Abrió sus ojos y se encontró en la oscuridad de su habitación, otra vez la misma pesadilla… pero esta vez había sido diferente, la voz en su cabeza había tomado forma física; una sensual mujer enfundada en un leotardo rojo la miraba con sus impenetrables ojos carmesí, pero a pesar de ello, pudo reconocerse en ella a sí misma.
-¿Acaso eres una cobarde? ¡Eres descendiente de un demonio!
Estaba frente a su espejo cepillando su cabello, preparándose para otro interminable día de escuela, pero esta vez, no estaba sola en su reflejo, sino que la demonesa estaba a su lado, consumiéndola con sus ojos fuego.
-Eres capaz de muchas cosas… aun te falta aprender mucho… pero yo puedo ayudarte… déjame dominar la situación…
Cerró sus ojos y al abrirlos de nuevo, la demonesa ya no se encontraba ahí… pero en sus ojos había un destello rojizo que jamás había apreciado antes.
.-.-.
-Miren quien llegó temprano hoy…
Oyó los comentarios que se esparcieron mientras se preparaba para entrar a su salón. No podían afectarla… no ahora que estaba decidida a tomar venganza.
-Eres una marimacha…
Y sin ningún otro aviso, los muchachos la estamparon contra su casillero mientras lanzaban puñetazos a su torso y vientre. Si antes no había llorado, no lo haría ahora, no cuando todo estaba por terminar…
-Ya entró el maestro… nos veremos las caras…
-¡No lo hagas! ¡Aun no es tarde para arreglarlo todo! – Su voz angustiada en su cabeza resonaba suplicante. Pero su mirada ya no era más la de una niña asustada… por fin era la mirada de la demonesa que su padre esperaba que fuera… su yo temeroso había sido enterrado, junto con su inocencia, y así se lo confirmaba el espejo del baño que le regalaba su mirada endurecida.
-Fin a los bastardos…
Y con una sonrisa salió del baño mientras se aseguraba que ya no quedaba nadie en los pasillos. Se deslizó con delicadeza hasta el cuarto del conserje.
-Las 9:30… seguro está tomando su café… - y así era efectivamente, se encontraba sentado de espaldas a la puerta y su objetivo se encontraba colgando a un lado de la puerta; las llaves de los salones.
-¡NO LO HAGAS! – Su voz seguía gritando en su cabeza mientras aferraba su mochila, en la cual se podía escuchar el replicar de algún liquido - ¡SON BUENOS CHICOS!
Se dirigió a paso lento hacia el tercer piso, que era donde se encontraba su salón. Los salones tenían dos puertas a diferentes lados del mismo. Se acercó con sigilo a la que siempre permanecía cerrada y usando las llaves que recién había adquirido le puso el seguro, aquel que sólo se podía quitar desde fuera.
Con una sonrisa adornado su rostro se dirigió a la segunda puerta y lo que sucedió fue demasiado rápido para todos, excepto para ella…
La puerta se abrió y en lo que los alumnos levantaron la vista para verla y la profesora se giró para ver quien interrumpía su clase, ella arrojó el contenido del galón que había guardado celosamente en su mochila… litros y litros de gasolina… y en lo que los pobres a penas se levantaban para comprender que era lo que estaba pasando, ella ya había encendido un fosforo y lo arrojó al liquido, bajo la mirada asustada de todos los presentes. Dio un paso atrás y con las llaves cerró la puerta con seguro y se alejó mientras suspiraba satisfecha…
Los gritos y alaridos de sus compañeros resonaban en sus oídos, y con toda la calma del mundo arrojó las llaves del conserje por una ventana hacia los arbustos del jardín… tardarían mucho tiempo en encontrar la llave.
Después de eso las cosas se volvieron confusas… las sirenas, el ruido de la gente al correr hacia el salón… el sonido de una ventana rompiéndose; intensificando más los gritos…
Aun ahora, luego de tanto tiempo, podía escuchar los gemidos de sus compañeros al sentir lo que ella por tanto tiempo sintió… y ella nunca se quejó.
Supo que su profesora estaba en cama, completamente inmóvil de la cintura hacia abajo, que la odiosa pelirroja de Kory Anders había sido de las pocas que habían logrado salvarse, pero su carrera como modelo estaba permanentemente truncada…
-Tranquila… - Susurraba quedamente la misma voz de mujer en su cabeza – no nos pueden tener encerradas aquí para siempre… además… esta tranquilidad no nos debilitara…
Lo único bueno que podía sacar de su encierro era el hecho de que nadie la molestaba, todo era blanco y sereno… pero demasiado aburrido.
-Rachel… aquí están tus pastillas…
Sus brazos eran libres y se abalanzaba sobre la enfermera rubia y utilizando la bandeja en la que traía aquellas odiosas pastillas golpeaba su bonito rostro hasta deformarlo, hasta robarle la movilidad a su cuerpo…
-Rachel… tus pastillas… abre la boca…
Abrió la boca mientras trataba de alejar aquella alegre imagen y abandonaba sus esperanzas de ponerle un poco de color a su blanca celda.
-Tranquila… algún día nos habrán de soltar…
Y así… con esa seguridad… Rachel Roth, esperaba el día en que finalmente, su condena por asesinato en primer grado fuera disuelta.
FIN
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