Adrien otra vez camina por esos pasillos que conoce a la perfección. Sabe dónde debería haber un cuadro de su madre, sabe dónde esta la marca donde le media su madre la altura, la mancha en esa alfombra que no pudo borrar, tan pequeña, ya que era una gota, pero aún estaba y su madre le dijo que no dijera nada y su padre no se enteraría. Convirtiéndose en su secreto.
Recuerda cada cosa. Sabe tantas cosas, las cuales no puede deshacerse. Están ahí grabadas en su interior y algunas veces cuando cierra los ojos, esa es la única forma para que la pueda ver y oír.
No quiere eso, pero a la vez si quiere recordar.
Sabe que en la biblioteca ya no están los libros que su madre le leía cuando era niño. Sabe que ella ya no está. Sin embargo aún sigue manteniendo la leve y minúscula esperanza de que salga alguna vez por una puerta.
Desea volver a sentir de nuevo el olor de su comida, su risa, el tacto de sus manos, el beso en la frente de las buenas noches, el cuidado cuando estaba enfermo.
Sabe que no va a volver. Por eso no quiere recordarla.
No quiere recordar como su padre lo llevaba a viajes de campo, le mostraba sus libros de diseño y le preguntaba cuál era el mejor, el cual en ese momento a él si le importaba su opinión y le hacía caso.
Por eso ahora no quiere ver su frialdad, su carcaza para no dejar ver su tristeza.
Por esa razón odia seguir permaneciendo en esa casa porque la odia y a la vez la ama. Toda la casa está llena de recuerdos, de lo que una vez fue llamada familia, pero Adrien no quiere que solo sean recuerdos, desea volver a sentirlo, otra vez, vivido, real y no por un sueño.
Desea irse pero a la vez quiere quedarse.
Quisiera olvidar para dejar de sentir esa nostalgia pero a la vez no, porque lo que mas no quiere es no poder recordarla.
