Pues sí, ParaUru, o UruPara, que como nadie parece estar interesado en ellos juntos no sabemos cómo nombrarlos juntos, quizá hasta sea algo como Danistián o quién sabe, a nosotras lo que nos importa es darles un poco de amor.

El fic está completamente escrito :D

Hetalia pertenece a Himaruya, nosotras sólo fingimos que no se olvida de los dos países tan guays que son Paraguay y Uruguay.


«La frase es inentendible, si la traducimos al español. ¿Qué puede querer decir que se enciendan los ojos de un caballo? Nada, admitámoslo. Pero en el guaraní popular, expresa un malestar intenso, un sostenido y desagradable pyaro. O, si se quiere, de un claro y terminante ñemyrõ, palabra que designa un estado de argelamiento profundo, instalado como una garrapata en la boca del estómago, ardiendo con las almorranas, golpeando las sienes como el aldabón de la campana de la catedral».

Anales de un país de maravillas, 3 de diciembre del 2006.


Hendy kavaju resa!

Era viernes por la tarde, ni siquiera era de noche todavía, pero sus padres se habían marchado con varias horas de anticipación porque el avión no esperaba y así decían las reglas para los viajes internacionales (Sebastián se pregunta si algún día le llevarán a conocer a ese tal tío Miguel que le envía siempre algún dulce, como si todavía tuviera cinco años). Incluso con la prisa, su madre le había dejado el almuerzo hecho y estaba enfrente suyo, a la distancia necesaria para poder leer un libro tranquilamente mientras se lleva algo de carne a la boca cada cinco minutos intercalando con agüita de hierbas, si me entienden. Pensaba pasarse el fin de semana completo a fuerza de marihuana, pero tenía el tino suficiente para prever que sus padres se devolverían ante cualquier imprevisto, era más sencillo de esconder que el olor de un porro... Y luego estaba la noticia, esa noticia que le habían dado a sólo minutos antes de tomar el taxi: Daniel se quedaría en la casa esos días.

o

Daniel está terminando de arreglar su ropa para meterla en la mochila, con alguna canción de fondo que se reproduce desde su laptop.

Al terminar, va a la cocina a tomar los últimos sorbos de leche con Milo que le dejó su mamá antes de volver a trabajar (el escenario es algo vergonzoso para alguien de su edad, probablemente). Se fija que no falte nada que llevarse y apaga todo, saliendo de casa con su maleta de rueditas.

No quería que se hiciera demasiado tarde para estar en casa de Sebastián.

«Basti, ya estoy de salida» le envía por mensaje de celular, cerrando con llave.

«¿Tan pronto? Pensé que llegarías como a las diez de la noche» le responde, dejando a un lado el libro y levantándose para dirigirse al espejo del baño, con el celular en el bolsillo trasero del pantalón. Se quita los lentes y se revisa la cara, buscándose esa horrible espinilla que le salió el día anterior.

«Voy antes porque quizá más tarde ya no pasen buses y estoy cargando muchas cosas solo, ¿te parece?». Guarda las llaves en algún bolsillo de la mochila y camina hacia la avenida, al primer kiosko que se encuentre va a comprarse un chupete y bloquea el celular.

Sebastián saca el celular y se da un golpe en el rostro, se estira los ojos mirándose al espejo y pensando que... Está re jodido. Se convence a sí mismo que se está imaginando cosas, que en cuanto vea a Daniel se le pasará todo porque le va a chocar la imaginación con la realidad... Se revienta la espinilla y se maquilla lo mejor que puede ese espacio con la base de su madre. «No es necesario que vengas si no quieres, puedes ir a quedarte con tu novia y no le decimos a nadie» propone.

A Daniel el celular le vibra entre los dedos, entra a una tienda a comprarse la paleta y algunas galletas para después, se ríe al leer el mensaje de Sebastián, es que su primo lo cuida mucho. Pero siempre cree que le estorba y no es así «Basti voy porque ya me comprometí con los tíos, ¡no nos vemos hace tiempo, además! Y no, no tengo novia todavía :(»

Sebastián se da un golpe contra el espejo al leer eso. Está soltando toda la frustración desde ya, aprovechando que nadie lo ve. Es de esos que necesitan estar a solas para soltar esa clase de sentimientos a esta escala personal. «¿Cómo que no? Pero si hablabas de una mujer hace como dos meses» empieza a peinaaaarseeeeeee y a lavarse los dientes.

Daniel abre la paleta y se la mete en la boca, caminando bajo las luces anaranjadas de la ciudad. «¿Luciana? Bueno solo nos besamos después que te conté que era chulina y todo pero no funcionó» confiesa.

«Qué lástima, che» miente, miente, y se le cae un brillito. Es culpa de Facebook, ¿saben? Sebastián no se la pasa pegado a éste, pero es un muchacho de 16 en pleno siglo XXI, su curso tiene un grupo en que conversan sobre las tareas y también escribe algo de vez en cuando... Además de ver las fotografías de la gente. Y de Daniel. ¿En qué momento Daniel dejó el cuerpo de un adolescente para volverse el de un adulto? Sebastián no está del todo seguro, pero podría apostar que fue cuando se dijo por primera vez que su primo estaba bueno, no con deseo, sino con sorpresa.

«Mmm sí, pero hay millones de chicas más, Basti. Y si se acaban las de acá mirá que las de Argentina están cerca jaja» y piensa en lo buenas que siempre se imagina a «esas kurepas», doblando en una calle para llegar a la estación de buses. «¿Vos no tendrás noviecita?», pregunta ya que jamás le menciona sobre nadie.

«Para qué, todos están como locos por conseguirse una nena y babeándose como pelotudos» él po, el que es súper maduro. Busca entre las colonias de su padre y se echa detrás de las orejas, en el cuello, y en las muñecas.

Daniel se sube al bus el cual para su alivio está casi vacío. Paga y se va a sentar para el lado de la ventana, abriéndola de paso. Acomoda la mochila entre sus piernas y lee el mensaje, levanta las cejas. «Es porque tiene sus ventajas»

«Claro, un par de lolas y una concha» escribe y se da cuenta que está sonando agresivo. Respira profundo y lo borra. «Hacen gastar plata y son celosas». Suspira porque eso cierto.

«Ni modo cuando te enamorés de una, no vas a pensar tan frío ¿eh?»

«Tendría que ser una nena a la altura» o no a la altura, pero al menos simpática, amable... Se va a recoger el plato y a limpiar todo.

«Eso depende de vos, cambiemos de tema, ¿que tal el cole?» Va a llegar en diez minutos seguramente, la distancia es corta entre sus barrios.

«Normal, los profes a veces siguen tratándonos como a niños. El otro día un compañero llevó una porno y se armó revuelo»

«¿Y cómo querés que te traten? ¿Como un adulto que pagan impuestos y le hace frente a problemas de magnitudes más grandes que hacer la tarea de Mate?» Rueda los ojos aunque la porno no le parece un tema escandaloso, están en la edad de las hormonas efervescentes a nadie debería extrañarle.

«No, pero que no nos traten como a boludos, ¿qué les cuesta? Sé que algunos son bien pibes, pero no todos, eh, no todos».

«Bueno, estoy de acuerdo :)» manda y se fija por la ventana a ver dónde está. Se levanta rapidísimo al darse cuenta que tiene que bajar en la siguiente parada.

El mensaje es tan corto que a Sebastián le basta con el anuncio en la pantalla. No sabe si Daniel le está haciendo callar, o si de verdad estaba de acuerdo. Se decanta por lo segundo, Daniel siempre ha sido amable con él y tan comprensivo como puede. Termina por sonreír mientras se seca las manos.

«Serás un buen profesor» le devuelve las buenas palabras.

Traga saliva, pensando que Daniel es muy joven todavía y que no se imagina a alguien así haciendo clases a un grupo de alumnos mitad humanos mitad bestias.

Incluso, aun cuando sabe que para eso aún faltan unos años, la idea se le hace, cuando menos, extraña. Los únicos profesores que conoce son cuarentones y cincuentones.

Parece casi uno de los escenarios de la revista porno que llevó su compañero. Eso le pone más nervioso todavía.

Daniel se baja del bus y ya no chequea el celular, se lo guarda en el bolsillo y camina adentrándose a la calle de la casa de Sebastián, llega hasta su puerta y toca el timbre.

Sebastián se mira una última vez la ropa... Que es juvenil y nueva porque cada ciertos meses se pega estirones, pero sin dibujos ridículos ni nombres de bandas. Abre la puerta y, lo primero que nota, es que Daniel se ve menos alto de lo que se veía la última vez. Daniel le sonríe.

—¡Basti! —exclama y se acerca para saludarle con un beso en la mejilla.

—Dani —le saluda con una sonrisa sincera y le corresponde al beso—. Vení y ponete cómodo. Estamos solos —agrega sin venir a cuento.

—¿Y mis tíos? —pregunta curiosillo y entra cerrando la puerta a su espalda sin dejar de sonreír.

—Se fueron antes, viteh, pero mi mamá te dejó un plato por si querés almorzar vo' —lo lleva hacia el sofá del living para que deje su mochila.

—Oh, qué bueno, ¿qué cocinó? —dejándose guiar, le parecen que los brazos de Sebastián están más largos—. ¡Has pegado el estirón vos!

—¿Vos pensás? —él mismo no lo nota siempre, pero incluso ya le está empezando a salir barba—. Un guiso de carne que te mueres, ¿te sirvo? —se pasa la lengua por el labio. Daniel se distrae un poquito cuando Sebastián se relame el labio y sonríe más. Los ojos se le iluminan. Los guisos de carne de su tía son legendarios, son lo más rico, waaaaaahhhh.

—Dale, servime —concede—. ¿Qué tal si dejo mis cosas en tu cuarto y bajo a ayudarte a poner la mesa?

—¿En mi cuarto? —levanta las cejas un poquito—. Dijeron mis viejos que si querés podés dormir en su cama —se le nota una cierta envidia en el tono de voz, la cama es amplia y cómoda. Se dirige a la cocina a rebuscar en la olla, y se detiene a unos pasos de la puerta para esperar la confirmación. Daniel se ríe nerviosito, no le gusta dormir solo.

—¿Y si dormimos los dos en la cama de los tíos, uh? Así podremos ver pelis hasta tarde o lo que quieras —propone, mirándole hacer.

—¿Con éste calor? —siente algo en el estómago—. Si querés —dice desinteresadamente con una media sonrisa—. Pero elegís una vos y luego una yo.

—¿Tenés varias para elegir o ya te las viste todas? —se refiere a DVDS. Camina en dirección al cuarto de sus tíos.

—En el cable tiene que haber algo, lo instalaron hace unas semanas porque a mi vieja le quedó gustando una serie gringa —le grita desde la cocina, calentando la olla completa para que el sabor no se pierda en el microondas.

Daniel oye el grito de Sebastián pero no contesta, dejando la mochila en un sillón individual que hay al lado del clóset, entra al baño a lavarse la cara. Y sale otra vez, vuelve a la cocina.

—Pero en el cable repiten mucho Harry Potter, Basti. Yo me terminé hartando de esa peli, tanto que me gustaba…

—¿Y los canales de cine arte? —pregunta, sirviéndole en un plato hondo lo mejor que hay en la olla. Voltea el rostro hacia él esperando una respuesta, con el plato caliente en la mano—. ¿Te sirvo aquí?

Daniel asiente a lo del plato. Yendo a los cajones para sacar el mantelito de mesa y estirarlo ahí, buscar los cubiertos...

—Bueno, ya encontraremos... Pero que no sea sangrienta, estaré con la panza llena y no quiero devolverlo en la cama —advierte suave.

—No pasan muchas así, son más del tipo cine francés —le pone el plato en frente y deja los cubiertos a un lado. Se siente en la silla al otro lado de la mesita de la cocina.

—¿Te gustan de esas? —levanta las cejas, mirándole algo impresionado/intrigado—. ¿Tenés alguna favorita?

—No —dice con una graaaan sonrisa que usa para que le crean, aunque hay algunas eróticas que le han gustado mucho y otras que dan vueltas sin sentido, pero que tienen excelentes movimientos de cámara y muy bien creados los escenarios—. Son todas un poco locas a su manera.

Daniel agarra los cubiertos y empieza a cortar un pedacito de guiso para comérselo. Mientras le mira.

—¿De qué tipo te gustan a vos entonce?

—Psicológicas —sonrisa practicada, porque no va a decir de las otras, y no es mentira que le gustan mucho también.

Daniel suelta un «oh» y levanta las cejas para luego cambiar la vista a su plato y seguir comiendo.

—¿Qué? —le mira extrañado.

—No, nada, sólo que no me conozco ninguna de ese género —se sonroja.

—La mayoría de las que pasan en el cine son de terror —se arregla los lentes y se acerca un poco más por sobre la mesa, acomodándose en sus codos—. Pero prefiero las que no traen sangre.

—Pensaba que vos eras más de cine escandinavo o por ahí, no sé... Tu estilo. O de óperas, te imagino con tu novia yendo al teatro —comenta y sigue comiendo. Riéndose un poquito.

—¿Con qué guita, primo, con qué guita? —se queja con cierto rostro de angustia—. Y encima te burlás, pero en cuanto pueda comenzaré a laburar.

—No me burloooooo, vos sabés que siento cierta debilidad por ese entorno pero acabo juntándome con otra gente —contesta, y termina de comer con unos cuantos bocados más de guiso y arroz—. Es mejor que estudies en vez de laburar, mis tíos te dan todo.

—Pero no para lo que decís vos —se queja—. Y ganarte tu propia plata debe sentirse bien.

—Primeramente, tienes que llegar a los dieciocho, bebé —susurra sonriendo, mientras levanta el plato para ir a lavarlo.

—¿Y con permiso de mis padres? ¿O para algún tío? —le sigue con la mirada, imaginando, y ahora es cuando decimos qué tal si te prostituyes únicamente con Dani, mi bebé.

—¿Creés que con lo sobreprotectora que es mi tía, va a darte permiso de laburar? —se imagina una revuelta por toda esa casa, con escoba y gritos.

—A vos te quiere re harto, convencela por mí —le pide, bajando las revoluciones. Le mira con ojitos suplicantes que traen brillitos incluidos.

Daniel hace una mueca, como dudando, por los ojitos que le dedica Sebastián. Lástima que se recompone rápido y no cede.

—No voy a taparte en nada, todo a su tiempo, Basti. Si te pasá algo malo correrá por mí la responsabilidad, ¿sabés? —le medio riñe, o no tanto, solo le pone en la realidad más bien—. Nde... No tengo tiempo de cuidarte, así me muera de ganas.

—¿Cuidarme ahora o después? —se arregla los lentes con eso de que se muere por cuidarle—. Pero si hay laburos como limpiar habitaciones en hoteles, o empaquetador. No me voy a cortar un brazo.

—No sé, Basti. Si pudiéramos trabajar desde chicos lo haríamos desde los catorce, ¿no? —levanta las cejas y se voltea a lavar su plato y cubiertos, con una sonrisita porque el cubierto es de niño. Así de las Tortugas Ninjas.

—¿Pero por qué no? Me quiero hacer mi plata —se encoge de hombros y se ríe un poco—. Si me pongo derecho paso por dieciocho —le mira, y ofrece—. ¿Te ayudo?

Daniel niega con la cabeza mientras enjuaga el plato.

—Quizá pueda conseguirte un trabajito el año que sigue... —deja caer.

—Contame —se entusiasma—. ¿Vos sabés que el abuelo se fue de su casa a los quince? —agrega así como para que vea por qué él se siente tan capaz.

—Se fue a la casa de la novia a la que embarazó —rueda los ojos, poniendo en el escurridor el plato y los cubiertos.

—Pero se fue —apunta y levanta las cejas—. Y tuvo su familia, vivió feliz con la abuela...

—No sé vos, pero la cosa no es irse de la casa a cualquier costo, cuando empecés a pagar deudas vas a querer volver corriendo con los viejos... —se salpica el agua de las manos al piso y le mira condescendiente.

—No digo que quiera irme... —se siente regañado y aún más con esa mirada. Mira el suelo, donde cayeron las gotitas de agua.

—Bueno... —le abraza sin tocarle con las manos mojadas—. Estoy feliz de verte yo, Basti —confiesa.

Sebastián se deja abrazar y le abraza de vuelta, riéndose un poco.

—Estamos los dos solos, pasémosla bárbaro.

Daniel le da un besito en la mejilla y se separa.

—¿Qué querés hacer ahora? ¿Vamos al cuarto?

—Papá me dejó plata para que no reclamara —le suelta, pero manteniendo una mano en la cadera de Daniel—. ¿Compramos unas birras?

—Bueno, dale. Unas cuantas... Vamos —sonríe concediendo y tomándole la mano de su cadera para apretársela.

—Pero no al almacén del barrio, porque el dueño me conoce. Hay una licorería como a siete cuadras —le contesta, recibiendo el apretón. Camina hacia la puerta, soltándole despacito.

—O deja que las compro yo y me esperás afuera —le guiña un ojito verde.

—Sos groso —entra al living, que está más fresco, y toma las llaves de la casa que cuelgan del llavero—. Cuando mamá no está, papá me deja tomar con él, ¿viste? —o sea, que su papá lo ve más grande a como lo ve su mamá.

—Lo sé, tu mamá no estará de acuerdo nunca. Los padres son diferentes... —se ríe suavecito, siguiendole al living mientras se seca las manos en la ropa—. Yo... Compraré, a parte, un licor que seguro no has probado —comenta.

—¿Cómo que no te he probado, Dani? —se hace el genial—. Yo he probado de todo, hasta lo que no te imaginás —abre la puerta.

Juramos que Sebastián quiso decir «no he probado».

—¿N-No me has probado? —frunce el ceño un poquito y se queda en blanco, la verdad es que me sorprende que se quede estático por eso, pfffff.

—¿Probarte? —perdónenlo, no se dio cuenta de su error—. Bueno, tampoco —suelta a modo de chiste y cierra la puerta detrás de ellos. Se arregla los leeeenteeees mientras se ríe por lo bajitooooo.

—Estás en otro mundo, Basti —sonríe no más y camina, metiéndose las manos en los bolsillos.

—¿Qué? Nooooo —porque no estaba tan cargada el agüiiitaaaaa—. Noooo, noooo, Dani, cómo me creés capaz —solito se acusa.

—¿Vos te acordás que te vi con tus amigos una vez en el parque a cuadras de tu colegio y me acerqué, los ojitos te lloraban, no me reconocías y... te reías? —niega sonriendo, aunque en el fondo le preocupe un montón que fume marihuana.

—¿Seguro que era yo? —intenta quitarse de encima el hecho, aunque se sonríe—. No me acuerdo, debió ser otro, che.

—Estabas con el uniforme que te conozco, ¿cómo no ibas a serlo? —le golpea suave con la cadera. Y suspiramos todas imaginando a Sebastián en los baños de colegio con toda la ropa desarreglada, una revista porno gay y tan drogado que ni cuenta se da de nada.

—Que no, que no, te digo que fue otro —insiste y le devuelve el empujoncito, por joder—. Me acordaría de vo', siempre me acuerdo de vo'.

Hay gente con cara para negar las cosas sin ninguna vergüenza. Luego vienen Martín y Manuel. Y luego, Sebastián. ¿Lo habrá aprendido de su viejo?

—Basti, no me asustes, erás vos... —sigue afirmando, medio en serio, medio en broma. Sonriendo y mirándole de reojo.

—¿Pero de qué te vas a asustar, primo? —mira a ambos lados antes de cruza la calle—. La hierba no es mala, esos son inventos de los grandes poderes económicos para hacer gastar más plata a la gente.

Habló Mujica.

—Oh... Yo no sé, nene, pero esas drogas algún daño habrán de hacer, ¿no? Sólo se las suministran a gente con verdaderos dolores y eso... —comenta por comentar, Daniel también mira la pista y cruza.

—Son sólo mentiras, viste —mueve la mano que tiene más cerca de Daniel mientras habla para llamar más su atención—. ¿Nunca la has probado? —se le ocurre, y se sorprende ante la posibilidad.

—No... Nunca la he probado —sinceramente, le mira.

—¡¿Nunca?!

—Noooo, me estás jodiendo —sigue Sebastián sin enterarse.

—No... Nunca me he sentido en confianza para probarla, ni que fuera rarísimo.

—Pero es que es rarísimo. Todos mis compañeros ya la han probado al menos una vez, y en la universidad... —le mira, duda un momento—, todos fuman.

Hace un día precioso, aún está el sol en el cielo, y por supuesto, el calor adormece a la gente en sus casas a la hora de la siesta.

—No siento ganas de probar, Basti. No me darán un galardón a fin de año por el mérito a la hora de fumar marihuana —rueda los ojos. Sigue caminando hasta llegar a la tienda.

—¿Ni siquiera un fin de semana con tu primo? —le mira, como ofreciéndole un trato—. Tengo en la casa. Daniel abre la boca para decir algo y luego la cierra sin quitarle la mirada de encima.

—Ya veremos, ahora voy por las cervezas —entra a la tienda y eso es un «convénceme, Baaaaasti» porque tampoco deniega su oferta.

El menor se sonríe y pone los brazos en jarra mientras le espera afuera, considerando que eso no ha sido un rechazo. Se asoma a la puerta, desde la sombra, para mirarle comprar. Se siente un poco... Como que no debería.

Daniel termina de pagar el six pack de cervezas que ha comprado y las mete en una bolsa que le ofrece el vendedor, después pide el trago prometido a Sebastián, que vendría a ser un Bayles y lo guarda en la bolsa también, sale sonriendo. Dios mío, van a terminar borrachos como una cuba. Sebastián retrocede al verle acercarse, mira alrededor y le faltan los lentes negros para verse sospechoso. Juguetea con las llaves y se imagina que podrían echarse en la cama grande a ver películas mientras beben birras y se fuman algo, convencerá a Daniel en el mismo momento, lo va a tentar. Se sonríe él sólo.

—Listo. Volvamos —se guarda la billetera y llega hasta él.

—¿Qué compraste? —intenta mirar dentro de la bolsa, acercándose hasta estar hombro con hombro. Daniel aparta la bolsa todo lo que puede para que Sebastián no mire.

—Cervezas compré, las Quilmes porque no había otras en paquete... —contesta, con una media sonrisita de lado.

—¿Sólo eso? —se aparta apenas un centímetro—. Bueno, con lo que tengo en casa —se refiere a la hierba—, no hará falta más. ¿Cómo te va en la uni? —le pregunta verdaderamente interesado—. ¿Ya te falta menos?

—Me va muy bien, tengo unas notas espectaculares con los trabajos grupales... Me queda sólo hasta diciembre —que vendrían a ser cuatro meses, sacando un chicle—. Y puedo empezar como practicante en alguna primaria estatal o algo.

—¡Bárbaro, Dani! —le felicita—. Con lo animales que son los pibes hoy en día, sos un valiente —le palmea el hombro—. ¿No sería mejor hacer clases a...?

—¿Hacer clases a quien... ? Vos serás mi primer estudiante privado —agrandaaaa los ojos.

—A chicos más grandes, menos bestia —específica Sebastián, y se ríe entre dientes—. Si dieras clases privadas te pediría que me enseñarás biología, pero tendría que pagarte de otra forma —hace el gesto de dinero con los dedos.

Daniel se sonroja cuando Sebastián menciona la parte del pago.

—Me gustan los niños, enseñarles, poder responderles a todas sus dudas, orientarlos, verlos jugar... —los ojitos le brillan.

—Preguntas de pibitos que no saben nada. Nosotros hacemos preguntas más... Elaboradas, ¿viste? —le mira, queriendo que le responda—. Pero tenés razón, su gracia debe tener —tranza, considerando realmente la perspectiva. Y pensando en que cuando él era niño, sí, para él todas las respuestas eran nuevas y, aún más, sin ellas no habría podido desarrollar un mayor pensamiento. Siguiendo la idea, le parece casi noble esa tarea de guiar a pequeñas personitas que aún son inocentes: darles la base para todo lo que vendrá después en la vida.

—Su gracia tiene, es mi vocación. La siento cuando el corazón se me acelerá sólo de imaginarme haciendo prácticas con ellos. También está la responsabilidad tan grande que obtengo... —se mete la goma de mascar a la boca y mastica unas cuantas veces—. De esas mentecitas depende mucho la base de la siguiente generación de la población, inculcarles todas las opciones que tienen desde chicos para que sepan afrontar los problemas de la adolescencia, amar más a sus viejos... Quitarles perjuicios arcaicos.

—Sólo vos tenés la paciencia para lidiar con eso, yo no podría —se relame al ver el chicle, inconcientemente—. Se te ve en la mirada que te gusta, me alegro por ti —muy sincero. Ve su casa a lo lejos y comienza a caminar más lento—. Es meterles moral, pero qué moral es la pregunta.

—Pues la moral estándar para ser aceptados en la sociedad, Basti... Después de los siete años los rasgos en la personalidad de una persona no cambian demasiado... Y de eso depende demasiado que vaya a ser líder anarquista o uno que unifique la sociedad que también lo acogió a él —explica, caminando despacio igual para seguirle el ritmo.

—Ésa es, normalmente, la más falsa de las morales —dice Sebastián queriendo resumir una idea mucho más grande. Cruzar la calle no se le antoja, se detiene al borde y mira si vienen autos, cosa que no ocurre y es obvio, pero se da su tiempo.

—Lo decís porque sos rebelde —suelta una breve risita, apenas fijándose en su caminata.

—Pero rebelde de verdad, no quiero llevar una vida que no me guste y esa moral que te muestran las películas gringas... —cruza, y camina apenas un poquito más lento, sabe que el interior de la casa estará fresco y el sol le adormece a esa hora perfecta de la tarde—. ¿No te cuestionás lo que debés enseñar? ¿No hay nada con lo que no simpatices? —busca las llaves para abrir la puerta, y ya no tiene que levantar la mirada como antes para hablar con Daniel, eso le hace sentirse más como él, más grande, más hombre.

—Yo no busco que se rebelen contra el sistema, enseñarles la semilla del comunismo o tales cosas que nunca funcionan y sólo quedan muertes y libros... —responde tranquilo, mirándolo a los ojos—. Simpatizo con la pasividad y la justicia como primeros pasos para resolver problemas pero tampoco con la mediocridad. Vos sabés lo que quiero transmitir.

Sebastián abre la puerta y se la sostiene, como un pequeño gesto, para que pase primero.

—No digo las semillas del comunismo, Dani —cierra la puerta detrás de ellos y sí, la casa está fresca. Se refriega un ojo por debajo de los lentes—. ¿Una siesta, eh? — ofrece, aún sin arreglarse los lentes—. Decirles que la familia son un papá y una mamá, que la gente sonríe por la vida.

Daniel bosteza largo al llegar y siente ese adormecimiento típico de la tarde, el que te incita a enrollarte en las mantas de la cama y descansar.

—Una siesta —corrobora y pestañea lento—. Eso quiero. Que los niños aprendan que al igual que ellos, también sus papis aprenden a ser padres y que los momentos son únicos y que los quieran mucho... —se dirige a la cocina a dejar las cervezas en el refrigerador.

—Sos grande, pero creo que no siempre vamos a coincidir totalmente —le sonríe, extendiendo la mano para que le pase la bolsa—. Andá y elegí una cama —hay un tonito allí... Si me entienden. Ese toniiiiiiiiiito.

—Ah... Dale, Basti —le da la bolsa, se quita la vincha y se despeina el cabello porque le empieza a dar más sueño. Camina hacia adentro—. Te espero en la cama —y se refiere a la graaaaaaaaaan cama, la de Martín y Felicia.

—Pero con algo de ropa —bromea y va a dejar la bolsa al refri, para que estén bien frías las cervezas. Levanta las cejas con el extra que le ha metido Daniel, no lo ha probado.

Daniel llega al cuarto y el ambiente es un hornito ya que todo el calor se ha agalopado en esta parte de la casa, quizás porque es la más encapotada y con menos ventilación. Suspira, se quita el polo y después se tira a la cama. Termina boca abajo en el colchón con los ojos cerrados.

Sebastián llega menos de dos minutos después, sacándose la camiseta por la cabeza y doblándola más o menos, lo suficiente para dejarla apilada en una esquina con sus pantalones y sus zapatos. Cierra bien cerradas las cortinas, se escucha el ruido de las argollas en la baranda de metal. El ruido hace que Daniel entrecierre los ojos y pestañeé, buscando a Sebastián con la mirada, se acomoda la almohada.

—Basti, que sueño me ha venido de pronto —susurra.

—Normal, loco, no te veías la cara sofocada que tenías mientras caminábamos —le responde en un tono bajito, como para no despertarle. Mira si puede meterse del lado de Dani en la cama.

—Acostate... —murmura Daniel haciéndole un espacio con las almohadas.

—Vamos a ser un horno —sentencia, hincando la rodilla.

—Quiero dormir con vos, andá —estira una mano a su rodilla.

—Nos vamos a cocinar —se ríe entre dientes y se sube a la cama de rodillas, le pone una mano en la cadera para no perder el equilibrio. Daniel suelta una risita y estira su otra mano para coger la de Sebastián y jalarlo más para sí suavecito.

—Y qué importa, si siempre hemos echado la siesta juntos —sonríe de lado, sin dejar de mirarle—. No te hagás de rogar, ¿pío ya?

Sebastián cae sobre él, como en cámara lenta. Se siente su peso que se echa en la cama con un poco de respeto hacia Dani, pero sin lograrlo mucho así que algo de su peso debe recibir, hace ruido de todos modos, como una risa entre dientes, Daniel lo acomoda muy cerca a sí, pasándole un brazo por encima.

El menor se ríe un poquito más fuerte.

—Baaaastiiiiii, shhhhhhhh —cierra los ojitos con una sonrisa porque su primo no ha caído tan aparatosamente tampoco pero le hace gracia su risa.

—Mmm —se le acerca más y se estiraaaaa, tantea los lentes en su rostro y se los quita con cuidado—. Ya estás hecho un horno, vamos a terminar más asados que el vacuno del otro día.

Así que están costilla con costilla, Daniel le entierra la cara en el cuello y le abraza.

—Mmmm, ése seguro se quemó, vos no quemás...

—Pero vos sí —los labios de Daniel le causan cosquillas sobre la piel. Deja los lentes a un ladito, por sobre sus cabezas.

—Dormir me va a quitar el calor —le deja un besito en el cuello, medio dormido, medio despierto.

A Sebastián le da un escalofrío el beso, pero no se acurruca más, en su lugar se queda mirando para otra parte, con el rostro medio colorado (y él dirá que es el calor). Le acaricia el cabello para hacerle dormir.

—Muy hombrecitos nosotros dos —se regaña a sí mismo en un susurro.

Daniel oye susurro:

—Dormí, dormí... —le abraza más.

—Mmm —le responde Sebastián con los ojos cerrados y despertarán en media hora bañados en sudor. Esperemos que Daniel no despierte sin pantalón, parece el mago de la ropa. Y mientras duermen se le pega mucho, luego no, luego sí, luego rueda por la cama y debe despertarse de espaldas a Sebastián hecho un ovillito, con un... Bultito entre las piernas. Ejem. Sebastián tantea alrededor buscando la frazada que debe sacarse, obviamente no encuentra nada, sólo el cuerpo de Daniel, pero lo que toca parecen más bóxers que pantalones por la textura.

—Che, bajale al calientacamas —le pide, con los ojos cerrados—. Dani... —le da un codacito allí donde alcance—. Que me estoy muriendo.

Daniel contrae la espalda porque le cae ahí y hace un «mmm» y voltea otra vez, sonrojado y sudoroso.

—Hace mucho calor —se queja en un gemido frustrado.

—Eso te estoy diciendo —pero no se le despega—. Más ratito nos traemos las birras heladas y nos quedamos así en ropa interior, viste, y nos refrescamosu —aunque afuera la hora de mayor calor ya haya pasado.

—Traelas ahorita —pide Daniel en su oído, y se lleva una mano «fresquita» de Sebastián a la panza. A Sebastián que le hable encima lo enciende, pero por dentro, no le dice que le manda mensajes por todo el cuerpo. Deja que le lleve la mano y la presiona suavemente sobre su piel.

—¿Me querés fuera de la cama? —le bromea, aunque no lo parezca.

Daniel se sonroja, porque esa pregunta ha sonado... Muy... O él la ha malpensado muy...

—No quiero.

—No me echés, en diez minutos bajo —rasca con las uñas en el estómago de Dani, y con la otra mano se rasca su barbilla.

—Cuando vos quieras —sonríe un poco avergonzado porque él no es muy de pedir cosas así de frente. Lleva una mano suya encima de la de Sebastián.

—Quizás... —dice en tono pensativo Sebastián después de un rato, aún relajado con el calor y la siesta—. Este finde no vaya a ser tan malo como pensaba —le presiona más fuerte el estómago, para que lo note.

—Siempre lo pasás bien conmigo... ¿A eso te referís? Sos un soool —se alegra Daniel.

—Pensaba que estaría solo y que, bueno, nada —se encoge de hombros, mirándole—. Que fumaría algo y me la pasaría en pedo, pero no pensé en que tendría con quién —intenta explicarse. Se incorpora—. ¿Viste?

Danielito baja la mirada porque cree que le ha arruinado los planes a su primo.

—Perdoná... Pero vos sabés que tenía que cuidarte y bueno, mi tía lo pidió como favor muy especial... —y yo que no me puedo negar y menos a tu mamá, se revuelve en su sitio.

—¿Pero por qué te disculpás, boludo? —le mira extrañado, intentando enfocarlo sin sus lentes puestos.

—Porque seguro vos querías encontrarte con tus amigos... —sigue mirando abajo, una gota de sudor le chorrea por la frente.

—Luciano se desaparece los fines de semana y no sabemos a dónde se va —no es que desaparezca, es que la ropa que usa lo vuelve irreconocible—. Manuel anda re loco detrás de una nena —se encoge de hombros—. Me había hecho a la idea, pero sos un regalo caído del cielo... Sólo...

Daniel traga saliva porque bueno... Pueden ser familia pero, ¿está bien que sienta ese gusanito en el estómago cuando su primo le habla de esa manera? ¿O es el calor? ¿O es que tiene sed?

—No tampoco un regalo, como decís... —se ríe y levanta la mirada—. Oye, Basti...

—¿Mmm? —le pone atención—. No, no estoy molesto contigo, es que... No puedo creer que me hayan buscado niñero —aclara para que Daniel se quite la idea de estar pidiendo disculpas. Daniel sonríe por la aclaración.

—¿Me podés dar un beso en la boca? —le mira con cierta ilusión que se le escapa.

—Estás re loco, Dani, estás re loco —le contesta, inclinándose un centímetro hacia él. Se relame los labios despacio.

—Andá, ya estás grandecito, ¿qué tiene de malo un beso conmigo?

—¿Esto no se lo enseñarás a tus futuros alumnos vo', verdad? —se le acerca y si choca es que va sin lentes, pero dejando de lado eso le está coqueteando con el tono. Sabe que Daniel no le haría una broma así, que es bien cariñoso su primo y que, con mucho, quizás es sólo una nuestra de afecto, pero a él la mala moral y las malas costumbres no le parecen importantes si no dañan a nadie y quiere ese beso. Está a unos centímetros, acercándose casi por inercia.

—No... esto es un secreto entre vos y yo —Daniel cierra los ojos y acorta la distancia, acariciándole con los labios.

Sebastián va a decir algo, pero se lo traga, apenas queda una respiración sobre los labios de Daniel y el menor se pregunta en qué momento se fumó el porro, porque no lo recuerda. Le besa. Daniel le corresponde lento hasta que Sebastián le abra los labios y pueda morderlos apenas, que le meta la lengua y fundirse con su calor básicamente, el menor se lo va a permitir, pensando que la mano está buena si con una agüita ha quedado tan loco (o sea, que se consiguió una re fuerte que le tiene alucinando hasta con besos). Si hasta el que le vea medio borroso de lejos le corrobora que está volado, sólo le sorprende lo real y concreto que se siente todo. Le lleva una mano al cabello.

Se va encender algo grande ahí...

Daniel se lo acerca como puede y se pueden oír unos ruiditos de saliva en sus labios después entre beso y beso.

—A la próxima me la inyecto en la vena —se dice Sebastián a sí mismo contra los labios de Daniel. Entreabre los ojos, y entre que la modorra se le está yendo y el cabello de Daniel se siente increíblemente real, en el fondo de su mente algo no conecta con la sensación de estar volado y pegarse con el mismo tema y darle vueltas mil veces. Está pegado en el tema de Daniel, pero nunca lo había visto así, usualmente eran reflexiones en base a la última foto enviada por Whatsapp.

Daniel piensa que es un delito que se sienta tan rico para ser un beso con Sebastián, no que lo esté menospreciando pero no se imaginó. Se separa un poquito agitadillo, y le ha oído eso:

Mbore, Basti, que no, ¡erás vos! La marihuana te vuelve mitómano, ¿eh?—frunce el ceño relamiéndose los labios otra vez. Sabe que en la vida le va a poder quitar el vicio así que prefiere no amargarse.

—Y ahora imagino que decís boludeces —se ríe solo y le besa—. Dani.

Daniel le sigue el besooooo, sin reparar en lo dicho por su primo, con más experiencia que Sebastián en esto, logrando así disfrutar al máximo su boca. Le abraza la cintura con sus piernas, y... se le sube encima, sentándose con cuidado.

Sebastián está alucinando, viteh, se pregunta si realmente no habrán pasado ya dos días y no se ha dado cuenta, seguro el calor que sentía no era el sol sino un estado de inconsciencia (ya quiero verlo cuando se dé cuenta que no lo es).

—Ahora me cogés —piensa y dice en voz alta—. Y mi vieja me toca la puerta para saber si cené y cargarse toda la gracia —le mira de lejos, se ve borroso para él, aprieta los dientes.

El otro se excita sólo oírle hablar y se desahoga comiéndole el cuello a besos, «yo... Podemos explicarle algo y seguro nos entiende, yo me hago cargo» susurra en su oreja cuando sube con besos a su mandíbula. No piensa demasiado, se muere por arrancarse el bóxer de una vez.

—Decile que estoy estudiando —estira el cuello, cerrando los ojos—. Siempre le digo eso. Mmm... —abre la boca esperando un beso (y que llueva cerveza, eso también lo ha imaginado con marihuana).

Daniel, como está con los ojos abiertos nota la boca abierta y sube hasta ella, baja su mano a los bóxers apretados de Sebastián.

—¿Qué decís...? —frunce el ceño antes de besarle.

—Que no joda la vieja —normalmente sus alucinaciones entienden perfectamente con una palabra... Provienen de su mente, después de todo—. Sos igualito a él —le busca la mano con la suya. Le toca... Encima de... You know.

Daniel se sonroja porque cree que en serio está alucinando (al menos se oye como tal). Frota la mano en la entrepierna del menor, besándole en medio de un jadeo al sentirle el bóxer mojadito. Su cerebro está un poco sobrecalentado pero piensa que a su querido Basti quizá le gusta otra persona... Otro chico. Le molesta un poco (por ser tan de improviso y en estas circunstancias que se entera) pero no se va a detener por ello.

Sebastián gime despacito, y ya la pequeña alarma detrás de su mente le está diciendo ojo, no te estás tocando vos, pestañea aún sin comprender, besándole y atrayéndole con la otra mano. Dos alarmas más y chan chan chaaan.

—Te deseo —y mira que nadie se había dado cuenta, Daaaaani—. Pensá sólo en mí —le jadea en los labios, más como petición para aumentar el morbo del momento que por celos. Le saca el... Ejem y empieza a masturbarle lento.

—Mier... —le besa... Reaccionando, obviamente, y no le dice que él también le desea, básicamente éste es el mejor sueño/volada erótica que ha tenido en su vida—. Dani, Dani, Dani —repite y repite, y se abraza de su cuello—. Por qué sos tan buen muchacho vos —se queeeejaaaaa tristemente ya que esto nunca va a ocurrir de verdad.

Daniel si pudiera parar lo haría para preguntarle a Sebastián de qué carambas está hablando, pero aprovecha en frotar levemente su pecho contra el de él, sudando, su piel se eriza. Le besa donde puede.

—¿Te gusta...? Podés detenerme cuando q-quieras... —sabiendo que no pararía igual, le mira con los ojos vidriosos de placer.

—Siempre me gusta —ay, Sebastián, que éste no es el Daniel de tus sueños... En eso, se escucha un golpe contra la ventana (un pajarito perdido que tratando de llegar a la casa de al lado ha chocado por imbécil) y el corazón de Sebastián le da un salto, despertándole completamente.