En la tarde cuando Kino decidió quién sería la futura esposa de su pequeño nieto, dejó de nevar.
Últimamente en Izumo habían surgido cambios de temperatura importantes.
Muchos locales comerciales dejaron de funcionar debido a las heladas, que a pesar de no ser extraordinarias, eran lo suficientemente frías como para invitar a los propietarios quedarse en casa a descansar.
Ese día unos pocos rayos de sol comenzaron a asomarse de forma mezquina y pausada.
La casa Asakura del sector también comenzó a sentir la calidez del nuevo día.
Kino se levantó de su cama y procedió a su rutina matinal de siempre.
Ordenar su propia pieza, vigilar a sus estudiantes, evadir a Anna por unos segundos y seguir con un poco de disciplina de la práctica.
Si, trató de evadir a Anna por unos segundos.
Demonios. Esa niña sabía lo que ella pensaba e iba a saberlo en tanto la viese, pero confiaba en ella lo suficiente como para mentirle sólo evadiéndola.
No le quería mentir. Ya no valía la pena. Era una cosa de tiempo.
Kino, desde un principio, supo que Anna era la indicada para seguir la dinastía de la familia junto con su nieto.
Nunca pudo decírselo directamente tampoco. Era un asunto muy complicado aún para ella misma, y, a pesar de que Anna podía entender lo que Kino a veces pensaba, nunca pudo captar la historia en su totalidad.
Kino tenía algunas cuantas alumnas por donde regodearse, sin embargo nunca miró mucho a las otras niñas. Ella siempre supo que Anna era la indicada.
Francamente a la pequeña no le importaba.
La vida de la pequeña Anna fue siempre solitaria.
No le importaba realmente lo que pasase con su futuro, para ella el presente, el cual odiaba, lo era todo.
Esa forma de vivir era la única posible para ella.
Algunos que la conocían, pensaron que la pequeña moriría sola, sola en su habitación y sin que nadie recordase su hermoso rostro. Rostro que los habitantes del sector de pronto olvidaban.
Así lo prefería ella.
Volvería a esconderse en su habitación para evitar cualquier tipo de contacto humano.
Así había sobrevivido.
A las pocas horas ambas se toparon, y no fue necesario explicar nada.
La imagen del pequeño Yoh quedaría grabada por siempre en la memoria de Anna, quién no le inspiraba ni un poco de impresión en ese momento.
Sin siquiera pensar en las consecuencias o en las posibilidades de un nuevo porvenir, Anna agachó la cabeza y se retiró mientras observaba como Kino tomaba el teléfono.
Nada realmente importaba.
- Yohmei… El día ha llegado.
- Ya veo… - Una voz resignada se escuchaba al otro lado del auricular. Una voz de cansancio y sin embargo un poco de alivio.
- Traté de buscar a ese gato engreído para que acompañe a tu nieto… es una buena chica
- Mhp, pues esperemos, y no olvides que Yoh es tu nieto también
- Ha ha ha…
- Kino. ¿Estás segura que es esto lo que queremos hacer? Es un peso muy fuerte para estos niños… - La pausa que definía el futuro absoluto de sus vidas, no fue incómoda, simplemente un momento de realización donde ambos cómplices, en su soledad, podrían mover sus últimas piezas.
- Tú sabes bien, Yohmei, que es nuestro deber, y siempre lo ha sido de la familia. Derrotar a Hao a toda costa
Cuando Kino colgó el teléfono, trató de encontrar algún rayo de luz que sus ojos pudiesen captar en aquel día aún congelado.
Al encontrar un espacio cálido cerca del corredor, se cercioró de que la pequeña no estuviese cerca en aquel momento, procedió a posicionar su cabeza al cielo.
Anna, te prometo que pronto será la hora, tú también conocerás la felicidad
Suspiró al aire, esperando que el viento haya sido su único testigo.
Siguió caminando con una cálida sonrisa en su rostro.
