Holaaaaa a todoooooos. Bueno, ésta es mi primera historia, una que llevo de hace tiempo dándole vueltas en mi cabeza, y espero que sea del agrado de todos. Realmente no soy muy buena hablando en notas de capítulos o cosas asi, pero me gusta responder comentarios al final de cada capítulo. Bueno, si es que tal cosa existe. Una cosilla antes de empezar, importante aclarar que éste capítulo contiene SPOILER de la muerte de Kikyo, así que si no lo has leído en el manga o visto en el Kanketsu-Hen, pues es recomendable que lo veas primero. A no ser que los spoiler no te molesten. A mi no me importan. Bueno, estoy divagando. No habrá más spoilers en los demás capítulos, así que pueden leer con confianza. Rated M por futuros Lemons.

Disclaimer: Inuyasha y sus personajes no me pertenecen, son invención de la grandiosisima Rumiko Takahashi. Si fueran míos, habría lemon. Muuuuucho lemon.

...

Prólogo: Una conversación perdida, una promesa pendiente

- Nunca.. te había visto esa expresión y mucho menos llorar de esa manera - Kikyo yacía en los brazos de Inuyasha, gravemente herida. Su cuerpo ya estaba más allá de cualquier arreglo e Inuyasha y los demás lo sabían. Ella misma sentía que ya no le quedaban más que un par de minutos en este mundo.

Débilmente, la antigua promesa del hanyou resonaba en las mentes de ambos: "Yo me iré contigo al infierno, Kikyo". Inuyasha no se sentía capaz de cumplir esas palabras. Kagome no dejaba de dar vueltas en su mente y en su confundido corazón. Él no podía dejarla, no con esos sentimientos tan fuertes que la muchacha había logrado hacer surgir dentro de él. La amaba, pero también quería y respetaba muchísimo el recuerdo de su amada Kikyo. Se sentía miserable y sumamente culpable por no poder corresponder a su sacrificio, y además, él era ante todo un hombre de palabra. Eso y la tristeza de perder a esa mujer que tanto significó para él de nuevo le estaban carcomiendo la mente y el corazón.

Sin embargo, en la mente de Kikyo, el eco que resonaba era muy diferente. Las pocas almas aún corrompidas que la miko conservaba de sus recuerdos pasados aún buscaban una reposición, una venganza. La mente lúcida de Kikyo había logrado perdonar a Inuyasha de ese rencor injustificado que los llevo a ambos a la muerte, pero su corazón aún estaba intranquilo, y probablemente lo estaría hasta su inminente muerte. Y esos sentimientos, aferrados a la promesa del hanyou, fueron los que guiaron su mano lentamente hacia el rostro del hanyou.

Un movimiento, un conjuro sencillo y podría combinar su agonizante fuerza vital a la de Inuyasha. Al no estar realmente viva, la poderosa fuerza vital de Inuyasha no la reviviría, sino que su propia debilidad lo arrastraría consigo a la tumba. Ambos morirían, como había querido hace tantos años, y sus almas encontrarían su venganza.

Una mano brillante detuvo su progreso. Kikyo desvió la vista trabajosamente y se sorprendió al encontrarse con una muy cabreada Kagome.

"¿Pero cómo...?" se preguntó, francamente confundida, y levantó la vista ligeramente sobre el hombro de Inuyasha para ver a Kagome llorosa junto a ese Youkai lobo, con la cabeza entre sus rodillas, justo en la misma posición que había estado durante las últimas horas. Se percató entonces de un sutil brillo que cubría a ésta Kagome, y que parecía provenir del interior de su propio cuerpo de barro.

Entonces lo entendió. Eran las almas de Kagome, las que aún conservaba luego de que la bruja Urasue se las hubiera robado para revivirla. Esas eran las almas por las que conservaba su esencia y recuerdos de quien había sido alguna vez. Pero esta era un alma pura, no como las otras que poseía, que aún clamaban venganza.

- ¡Escúchame bien, Kikyo, porque solo lo diré una vez! ¡Intenta hacerle daño de nuevo y te juro que ire hasta el otro mundo a buscarte para patearte tu asqueroso trasero de barro! -la miko no cabía en sí de la sorpresa. Los poderes de Kagome, así como sus sentimientos por el hanyou, debían de ser extremadamente fuertes para poder canalizarlos así a un alma fuera de su cuerpo de manera inconsciente. Kagome protegía a Inuyasha, aún sin darse cuenta - ¡Es mi única advertencia, muñequita! ¡Inuyasha es MÍO! ¿Entiendes? ¡Y nunca, JAMÁS, permitiré que vuelvas a poner uno de tus sucios dedos sobre él!

Y así como había aparecido, el alma desapareció de nuevo. Inuyasha, aún inmerso en lágrimas, no se había percatado de nada. Y Kikyo supo lo que tenía que hacer.

- Inuyasha -susurró con suavidad. De la nada, utilizó sus poderes para hacer aparecer una pequeña perla de cristal- Es para tí.
- No te esfuerces, Kikyo, estás muy débil para...
- Escúchame, por favor -interrumpió, y el hanyou guardó silencio- Dentro de esa perla van a estas las almas que le robé a Kagome. Esas almas no me pertenecen. Y tampoco tú -Inuyasha abrió los ojos soprendido, Kikyo hizo un gesto para que la dejara continuar- Lo sé, Inuyasha. Tu corazón le pertenece a ella, y se que el de ella también te pertenece a tí. Puedo verlo y finalmente he podido comprender que eso está bien. Solo quiero que seas feliz. Tú a mí no me debes nada.

El agradecimiento y la culpabilidad fluyeron por partes iguales en el corazón de Inuyasha. Kikyo le había perdonado, a pesar de todo, y le había liberado de su juramento para estar con Kagome, aún cuando él no había podido hacer nada por ella.

- Kikyo, yo... ¡NO PUDE SALVARTE! -exclamó finalmente, con nuevas lágrimas en los ojos, sobrepasado por los sentimientos de dolor y culpa. Era su responsabilidad protegerla y le había fallado. Kikyo vio la sinceridad de su remordimiento, y algo cálido surgió dentro de ella. Aunque ya no la amara, el hanyou había cuidado de ella cuanto pudo, hasta el mismísimo final.
- Tu... viniste por mi... eso es más que suficiente -dijo finalmente, más para ella misma que para él. A pesar de todo lo que habia pasado, de todo lo que ella le había hecho a él y a su nueva mujer amada, Inuyasha aún así venía a protegerla. Y esa certeza iba poco a poco adentrándose en su alma, purificándola. Finalmente, sus almas atormentadas estaban encontrando la paz.
- Kikyo... -dijo con suavidad, y luego la besó. Era un beso cargado de emociones, un beso con sabor a culpa, a tristeza, a nostalgia de lo que pudo haber sido y jamás fue. Pero también era un beso que hablaba de entendimiento, de sosiego, de ternura y afecto. Y más que nada, era un beso de adiós. Una despedida definitiva, una ruptura final entre los lazos de amor que alguna vez los unieron y que ya nunca más los atarían de nuevo.

Inuyasha era ahora libre para vivir su vida sin el peso constante de su viejo amor trágico.Y Kikyo... Kikyo al fin era libre para seguir adelante. Libre para descansar.

"Inuyasha" fue su último pensamiento, y entonces su cuerpo se desvaneció en una nube de luz. Sus almas se dispersaron alrededor del grupo, casi como si se despidieran, y luego ascendieron al cielo rodeadas por las Shinidamachuu.

Pero un alma, una única alma se desvió del camino y se anido en la perla que Inuyasha ahora sostenía entre sus manos. La joya brilló intensamente con una luz azulada por unos instantes, y luego se atenuó, resplandenciendo sutilmente con una luz cálida y acogedora.