Bueno, vamos a ver, estoy en un foro de rol que retoma el universo de Harry Potter, pero sin Harry Potter, es decir el mundo mágico existe, pero la historia de los libros nunca pasó. Allí he creado muchos personajes con los que me divierto mucho. Hubo un concurso de fics hace un rato y me tocó escribir tanto de mis personajes, como de los personajes de otros. Estos tres fics son el resultado de este concurso.
Los fics debían desarrollarse en el futuro y yo llamé a estos tres fics la triada de los finales oscuros. En ellos pasan cosas no muy bellas, pero distintas, con el futuro del mundo mágico. No hace falta conocer las historias de los personajes porque el fic mismo las explica.
Espero que les gusten. Yo disfruté mucho con su escritura y son mis fics amados. Por cierto, si alguien tiene ganas de un buen rol, el foro se llama Expelliarmus rpg y pueden encontrarme allí como Janendra y conocer a mi ejercito de chicos gays.
Galdor
Por Janendra
Enero de 2034
El vestido oscuro se extendía por el piso de mármol como el sendero de un río. La tela bordada se arremolina en serpientes y dragones. Ella tenía el rostro inclinado y los cabellos negros le rodeaban la cara. Sobre las piernas de ella, sobre el ruedo de su vestido bordado con runas de protección, Avan dormía. Ya no era el niño de dieciséis años que entrara a su salón de runas veinte años atrás. Era más alto que el jovencito de sus recuerdos, tenía los hombros anchos y su rostro era ya el de un hombre. Una suave barba rubia le cubría las mejillas y el mentón, solo los cabellos casi blancos permanecían cortos, como en aquellos años.
En los ojos grises, delineados en un azul intenso, brilló la codicia. Le acarició la barba con dedos temblorosos, henchidos de esa embriagadora sensación de saberlo suyo. Desde la primera clase ella supo que él tenía talento. Cuando un dragón hecho de papel se levantó de la hoja, Morrigan supo que aquel jovencito era especial. Que llevara el invierno por dentro era una señal. Durante los dos años que le dio clases lo vio crecer y fortalecerse. Ella lo tomó bajo su ala, le mostró las cosas maravillosos que las runas hacían, aquellas que muy pocos magos podían provocar. Pronto fue claro que Avan era un hijo de Wotan, dotado con las mismas habilidades que el viejo tuerto para manipular a las runas.
Al final de su séptimo año ella lo conocía como a su propia mano. Sabía que Avan quería bailar, viajar. Él no era como ella que siguió el camino de las runas sin dudar, dedicada por entero a ellas. Avan estaba confundido y aunque amaba las runas, no encontraba su lugar en el mundo mágico, ni entre las runas. Por primera vez desde que Morrigan se hizo un adulto el deseo de manipular los hilos del destino le royó el corazón. Con la varita en mano se apareció en la casa de Avan, una mansión monumental, y el viento se llevó los recuerdos.
Bajo su guía Avan alcanzó todo su potencial. Las runas le hablaban y él era capaz de realizar antiguos hechizos que no respondían a nadie más. Morrigan debió torcer muchas veces los hilos del destino para guiarlo. Avan era un mago fuerte y cuanto más lo amaban las runas más deseaban protegerlo de ella. Pelearon muchas veces, cuando la voluntad de Avan rompía los hechizos que ponía sobre él. Avan no pudo derrotarla, aunque aún lo intentaba.
—¿Qué piensas fyrr? —la voz de Avan se deslizó a través del silencio.
Morrigan sintió el estremecimiento de placer al escuchar las notas masculinas, graves y profundas. Sintió la mano contra su mejilla. Manos grandes que podrían romperle el cuello, que lo intentaron varias veces sin éxito. Fyrr, fuego, él la llamaba así sin saber que era ella quien le tenía el corazón atado con bandas incandescentes.
—Pienso en el pasado.
Los dedos de Avan se movieron a la nuca de Morrigan, le acarició el cabello sedoso antes de atraerla para un beso. Ella era como la runa gebo, un fuego indecible, un cruce de caminos que te obligaba a decidir. Su boca era como el pozo de Urð, donde todos los misterios se unían y daban origen al destino.
—El pasado, —musitó él y un brillo destelló en sus pupilas de colores distintos—. En el pasado yo...
Morrigan lo besó, pasó sus manos por la barba de Avan. Al separarse cantó a su oído las runas que mantenían su consciencia dormida. Avan era un pájaro que moriría entre los barrotes de esa jaula. Avan pareció sumirse en un pesado sopor. Tenía el ceño fruncido, justo como hizo cuando descubrió por primera vez que ella lo traicionaba. Cuando Avan abrió los ojos, sonreía.
—Hay tanto por hacer fyrr. Sería mejor que dejemos de perder el tiempo. No tienes vergüenza alguna, mira que distraerme de esta manera.
Morrigan sonrió, lo vio levantarse de su regazo. ¿Era cruel apropiarse de una vida? ¿Robar sus sueños y aspiraciones? Morrigan apretó entre sus manos la tela de su vestido. ¿Guiar el hilo de un destino y amoldarlo a sus propios deseos la hacía menos o más humana? La ambición, del deseo de poseer la moneda que brillaba dentro del agua, devoró su corazón.
Vivir prisionero de la voluntad de alguien más. Sometido a los deseos de otro... Una vez, en el mundo muggle, Morrigan vio a un vendedor de aves. Los pobres animales desfallecían en jaulas diminutas, con las alas cortadas. Sintió tanta pena por ellas. No fue hasta después de la guerra que pudo entender el tormento de ser prisionera, de tener las alas rotas a fuerza de desesperanza. Ella era el ave dentro de la jaula.
El polvo flotó en el aire y la hizo toser. Debajo de los libros, y las motas oscuras que flotaban en el aire, estaba Lorcan Sinclair. Aquel hombre que Morrigan odiaba y cuyos libros coleccionaba en secreto. La runa maðr enseñaba que el odio era un tipo de amor y ella sabía, desde aquel primer encuentro, que su corazón resonaba con la voz de Lorcan.
¡La guerra! La respiración de Morrigan se agitó. Se llevó las manos al pecho donde un dolor sordo la asfixiaba. Una tras otra las lágrimas cayeron por su rostro.
Abajo la noche ardía en llamas y muertes. El señor oscuro, el amo de las batallas, estaba decidido a terminar esa noche con la guerra. Si ella hubiera sabido en lo que se convertiría, lo habría matado el día que lo conoció. Pero no fue así, lo creyó un elegido y le enseñó los misterios. Con los años Avan creó nuevas runas y el mundo de los magos se sumergió en una cruenta guerra por el poder.
—No tenemos opción, —decía Lorcan. Tenía la túnica manchada de sangre.
Morrigan le hizo un hechizo de limpieza. Lorcan sonrió y ella se sentó a su lado. Apoyó la cabeza en su hombro. No tenían opción, solo ellos dos podían hacerle frente a Avan. Muchos morirían esa noche para que ellos pudieran llegar hasta él. La esperanza de los sangres puras recaía en sus hombros.
—Debimos ser prudentes, —la voz de Lorcan sonaba cansada—. Ellos nos superaban en número cada año y nosotros aún defendíamos nuestros viejos privilegios. Decíamos que ellos no podrían entender nuestra cultura y poco hacíamos para incluirlos.
Morrigan no dijo nada. Muchas noches se dijeron las mismas palabras. Los antiguos amos del mundo mágico caían bajó el asedio de los sangre sucias y los mestizos. Cuando la guerra comenzó, fue obvio que no ganarían. La guerra inició cuando Avan mató a todos los niños sangre pura que estudiaban en Hogwarts. Tras cinco años la mayoría de las familias mágicas estaban muertas, o esclavizadas, solo un pequeño número resistía.
—Que esta noche Wotan guíe nuestros pasos, —suspiró Morrigan.
—Que a los pies de Eormensyl se reúnan nuestros ancestros y nos den fuerzas, —sonrió Lorcan y la atrajo para un beso.
—Wodan siempre estuvo de mi lado, Morrigan.
Y ella lo sabía, lo supo desde el primer momento en que posó sus ojos sobre él. Morrigan concentró la magia en sus manos antes de ponerse en pie. Avan tenía esa misma expresión burlona cuando atravesó el pecho de Lorcan con una lanza.
—¡Faihu!
Morrigan convocó a la runa primigenia del fuego y las llamas volaron hacía Avan.
—Fyrr —dijo Avan con tranquilidad y un círculo de llamas negras detuvo el hechizo de Morrigan—. Ótta.
La bruma negra envolvió a Morrigan y la sofocó. Cuando perdió la consciencia la bruma la hizo levitar. Avan se acercó a ella. Era una pena que todavía no pudiera olvidarse del pasado. Ella perdió, como todos los sangre puras. Tras la muerte de Lorcan y la ejecución de su familia en manos del consejo, Morrigan perdió la razón.
Avan le acarició los cabellos largos. Morrigan ya había alcanzado esa edad en que la magia detenía el envejecimiento. Tenía sus mejores años por delante, aunque no podría ser la consorte de Avan. La nueva sociedad mantenía a los pocos sangre puras que sobrevivieron como esclavos o adornos hermosos para ser usados. No poseían magia, Avan se las arrebató. Solo ella escapó al castigo, era su vergonzoso secreto encerrada en una cárcel de cristal. Allí viviría y moriría prisionera del hombre que más odiaba.
—¿Por qué luchas contra mis engaños, fyrr?
Avan se sentó en el suelo. La bruma descendió despacio a Morrigan. La hizo recostar la cabeza en sus piernas. La mente humana era curiosa, Morrigan podía tolerar la idea de manipular la mente de Avan, de ser una bruja oscura que cedió a la pasión. Por el contrario la guerra, la muerte de Lorcan y las pérdidas rompían su cordura.
A él no le importaba crear mundos de mentiras para que ella pudiera vivir cautiva en ellos. Después de todo Wotan y él eran también los señores de las mentiras. Crearía un mundo perfecto, donde Morrigan pudiera a vivir a su lado, era cuestión de tiempo antes de encontrar la realidad adecuada.
—Un día lo olvidarás todo, fyrr, ya no te dolerá más, y serás feliz a mi lado.
