Prólogo

10 años después


La oscuridad invadía cada rincón del largo pasillo. La noche había llegado hacía apenas unos minutos, pero el palacio se encontraba en la más absoluta penumbra. El sonido de unas pisadas resonaba a lo largo de aquel corredor, mientras el solitario mamodo que las provocaba corría sin aliento de camino a su destino. Al fin, tras toda aquella carrera, llegó al gran salón.

La sala del trono del mundo mamodo era el lugar más amplio de todo el palacio. Los muros que lo limitaban eran tan altos que ni tan siquiera el mamodo más grande del reino podía rozar el tejado aun con el brazo completamente extendido. De aquellas mismas paredes colgaban cientos de candelabros que iluminaban el salón de manera que resultaba cegador tras haber salido de aquel tenebroso pasillo. Alrededor de todo el salón se situaban decenas de entradas a otros pasillos como el cual acababa de atravesar el mensajero. Pero nada que hubiera en aquel salón podía igualarse al trono. Un gigantesco trono de tonos dorados con la marca del mundo mamodo, hecho para el antiguo rey y que ahora ocupaba su hijo. A cada lado del trono, sendas antorchas se alzaban, mientras, situado sobre el trono, se encontraba el actual monarca. El mamodo mensajero miró hacia el joven que estaba con los ojos cerrados. Supuso que el rey estaría meditando sobre algún asunto de vital importancia que lo tenía altamente preocupado... hasta que el sonido de sus ronquidos alcanzaron sus oídos.

–Ejem...–carraspeó el mamodo mensajero–Señor Bell... Despierte...

–Ah... hola...–dijo aún somnoliento tras abrir los ojos–¿Que pasa ahora?–dijo con un bostezo.

–Hay alguien que pide una audiencia con us... ¡arg!–Un golpe en la cabeza le dejó noqueado, interrumpiéndole.

–¡Yo no necesito que nadie me dé permiso si quiero hablar con él, melón!–gritó Tia amenazante, a pesar de que el mamodo mensajero ya no podía oirle.

–¡Tia! ¡Que alegría verte! No sabes lo aburridas que son las tareas de un rey... ¿vamos a dar una vuelta?

–En realidad Zatch... He venido por algo importante...–La mirada de Tia dejaba totalmente patente su preocupación; Ante esa mirada, Zatch saltó desde su trono y su capa creció y empezó a descender con suavidad. Al llegar al suelo, se acercó a Tia con paso lento pero decidido.

–¿Que ocurre?

–Un mamodo desconocido entró anoche en "aquella" sala...

Zatch abrió los ojos como platos y utilizando su capa volvió volando junto al trono, sobre el cual se encontraba una esfera de cristal, la cual servía para ver los diferentes lugares del mundo mamodo, como si de una cámara de vigilancia se tratase. Lo que vio en ella no le gustó, y la preocupación se marcó en su mirada. No podía perder tiempo. Usando el comunicador mental mágico que existía a disposición del rey, Zatch contactó a su consejero, Earth.

–Earth, quiero que avises a todos, estamos en emergencia. Los han robado.

–¡No puede ser! ¡De acuerdo Zatch, los enviaré a la escuela para que se reúnan contigo!

–Gracias Earth, cuento con tu ayuda–Tras cortar la conexión, el joven rey volvió a descender y comenzó a caminar hacia Tia, pero sin detenerse, lo que ella entendió como que debía seguirle–Tia... preparate. Vamos a volver a ver a nuestros amigos.

–¿Como? ¿Quieres decir...?

–Exacto–dijo, antes de extender su capa para que ella subiera y después salir volando.

Ha pasado mucho tiempo... Diez largos años... ¿Me recuerdas aún? ¿Recuerdas todo lo que pasamos juntos? Espero que sí... Porque la batalla que se avecina será aún más dura. Todo aquello pasaba por la mente del rey Zatch Bell, mientras se dirigía hacia el lugar en el que en su niñez le cambió la vida. Un crecido Zatch Bell de 18 años, con su cabello rubio y su capa azul ondeando por el viento.


–Muy bien, un par de semanas más de rehabilitación y creo que tu pierna volverá a estar en perfecto estado.

–Muchas gracias, doctor Takamine.

–No se preocupe, es mi trabajo. ¡Suerte!–dijo Kiyomaro con una sonrisa mientras su paciente se iba.

Cuando la puerta se cerró tras aquel hombre, el joven residente suspiró. Con 26 años Kiyomaro Takamine se encontraba como residente en el hospital de Mochinoki, aún cursando sus estudios. Aún sin haber terminado, todos los pacientes le llamaban doctor, y no sabía como aquello debía hacerle sentir. Intentaba no abusar demasiado de su habilidad para encontrar respuestas a cualquier pregunta, pero cuando surgía un caso demasiado complicado no podía evitarlo. Se asomó a la ventana y observó el cielo. Aquel había sido su último paciente, a partir de aquel día entraba de vacaciones. Le resultaba extraño, pero no podía evitar pensar que Megumi estaría feliz por aquello. Cogió el teléfono móvil y buscó el número en la agenda y llamó mientras se quitaba la bata y se preparaba para salir.

–¿Kiyomaro?

–¡Hola Megumi! Ya estoy de vacaciones, por fin. ¿Estás ocupada ahora mismo?

–Acabo de terminar una sesión de fotos, así que ahora estoy libre.

–Genial, ¿vamos a tomar un café al sitio de siempre?

–Claro, nos vemos ahí en veinte minutos.

–Hasta luego entonces. Te quiero.

–Yo también te quiero, Kiyomaro.

El chico guardó el teléfono en el bolsillo y salió a la soleada calle. Su amplia sonrisa dificilmente se apagaría por algún motivo aquel día, se sentía tremendamente contento y aliviado. Respiro profundamente el aire puro de la mañana y comenzó a caminar hacia la cafetería. Megumi y él llevaban ya cinco años juntos. Les costó más de lo que debería el acabar juntos, ya que al poco de acabar la batalla por el trono del mundo mamodo ella tuvo que irse a una gira por los Estados Unidos en la que estuvo varios años. Pero ahora estaban totalmente felices uno junto al otro, y lo único que a veces les causaba pesar eran los recuerdos de sus buenos amigos que ya no se encontraban con ellos. Había seguido manteniendo el contacto con sus otros amigos. Folgore a veces iba a Japón para molestarles un rato, Sunbeam y Elle venían también de visita a menudo al igual que otros tantos amigos suyos. Era reconfortante para Kiyomaro tener noticias de todos los amigos que había hecho durante aquella guerra entre mamodos. No tardó demasiado en llegar a la cafetería, por lo que Megumi aun no había llegado. Se recostó sobre la pared y su pensamientos no pudieron evitar derivarse hacia Zatch. Aunque hubieran pasado diez años desde la última vez que se vieron, no podía evitar echar de menos a aquel pequeño liante. Se preguntaba cuanto habría crecido y cuanto le habría cambiado ser rey. Muchas veces, sus conversaciones con Megumi acababan con la pareja hablando sobre anécdotas de lo transcurrido durante la batalla. Buenos recuerdos aquellos, sin duda. Un grito de una voz conocida le llamo la atención, y al girarse en su dirección la vio llegar. Con una amplia sonrisa Kiyomaro la recibió con un beso y entraron.


–Bien, ya estamos todos ¿verdad?

–Si, me ha costado reunirlos a todos pero al fin estamos juntos aquí.

–Gracias Earth–dijo Zacth agachando un poco la cabeza en señal de agradecimiento. Pasó la vista entre todos y cada uno de los presentes. Allí estaban Tia, Kanchome, Ponygon, Kolulu, Ted, Momon, Leila, Rein, Brago, Ashron, Riya... todos sus amigos. A su lado se encontraba Zeno, su hermano mellizo. Los ojos de Zatch adquirieron su determinación usual y se aclaró la garganta para hablar–Chicos, Earth me ha dicho que os ha contado todo lo que ha ocurrido en el día de hoy, así que no me entretendré en eso. Lo único que quiero decir es que no podemos permitir que lo que sea que haya planeado el culpable... Así que hay que impedirlo a toda costa, pero hemos registrado las actividades del portal y desgraciadamente, han partido hacia el mundo humano, por lo que tenemos que ir allí de nuevo para poder detenerles. El portal se cerrará dentro de dos horas y una vez eso suceda ni a través de Faudo podremos alcanzar el mundo humano... Así que tenéis que decidirlo ahora. ¿Os quedareis aquí o me acompañareis al mundo de los humanos a detener esta locura?

Un silencio general se instaló en aquel punto del patio de la escuela de mamodos. Se miraban unos a otros como si dudaran de lo que fuera a pasar. Zeno miró a su hermano con una sonrisa. Sabía lo fuerte que era su mellizo y lo que había madurado, aunque en el fondo seguía siendo aquel crío. Tia, Kanchome y Ponygon fueron los primeros en dar un paso adelante. Los demás no tardaron mucho en seguirlos.

–¡Por supuesto que vamos contigo! ¡No te librarás tan facilmente de mi, Zatch!–dijo Tia, sonriendo.

–No voy a dejar que te lleves toda la diversión–dijo Brago, con una extraña sonrisa en el rostro.

–¿A que estamos esperando? Dejémonos de charlas y vayámonos ya ¿No se cerraba el portal pronto? Hay que darse prisa–dijo Bari.

–Antes que nada, he de deciros que hay algunos mamodos de nuestra batalla que se han aliado con el culpable y que ya se encuentran en el mundo humano. Sé que en estos 10 años todos nosotros nos hemos hecho más fuertes, pero ellos también, así que no podemos permitirnos confiarnos.

–Si no tienes nada más que decir, tio, creo que tenemos algo de prisa–dijo Ted guiñando un ojo.

–¡Vamos!–finalizó el rey, guiando a todos los mamodos hacia la sala del portal, situada en el interior de la escuela.


Al llegar a casa, Kiyomaro estaba exhausto. Tras empezar sus vacaciones y tomar ese café con Megumi, habían ido a pasear y de compras, y tras toda la mañana andando, y tras haber comido, se dejó caer sobre la cama nada más pisar su habitación. Ya pensaba que nada más podía pasarle en aquel día hasta que recibió una llamada de teléfono, lo que le hizo volver a la realidad y a darse cuenta de que solo eran las cinco de la tarde. Se puso en pie mientras, caminaba hacia el escritorio y abría un cajón distraídamente mientras contestaba a su móvil.

–¿Kiyomaro? Soy Megumi, no te puedes creer lo que...–Kiyomaro ya no podía prestar atención a lo que su novia trataba de decirle, ya que lo que vio en el cajón lo dejó paralizado y confuso. Sacó el libro rojo de su cajón y, poco después, una voz muy familiar a sus espaldas habló.

–Hola Kiyomaro... ¿Te habías olvidado de mi?

-Megumi... luego hablamos, tengo que colgar–colgó el móvil y éste cayó al suelo. Una versión muy crecida de Zatch Bell se encontraba frente a él, con una amplia sonrisa en su rostro. Zatch estaba ahí, y Kiyomaro tenía el libro rojo en sus manos. Habían pasado ya diez largos años, pero ahi estaban de nuevo, uno junto al otro. La felicidad del chico no podía ser mayor... hasta que se dio cuenta de que para que Zatch, el rey del mundo mamodo, estuviera ahí, algo tenía que estar ocurriendo. Su capacidad despertó, y entonces supo la respuesta.