No duelen más los dientes de Lavi hundiéndose en su piel desnuda que el tener que soportar la presión aguda de sus propios pantalones cerrados. No duele más el sentirle abriéndose paso a través de él que la necesidad de que sea más fuerte y el deseo de tan deliciosa intensidad de fricción. Aún así, entre jadeos y gemidos, Allen sabe que no duele más nada que el hecho de saber que la noche no es tan larga, y que al terminar tendrá que marcharse y la abstinencia a la que se enfrentará en los fríos campos de Noruega será aún más agónica que el soportarle jugando en el momento previo.

Y ante todo esto nos topamos a la estupidez. La soberbia que opaca el sentido común y niebla la mente, dando rienda suelta a la imaginación autosuficiente y la ilusa idea de que ahí adentro son invisibles a los ojos del mundo y pueden olvidarse por completo de que no están solos.

Entonces es cuando la puerta se abre y la mirada de Lenalee se posa sobre sus siluetas apenas cubiertas por las sombras de la biblioteca, y sus ojos implorantes chocan con los de ella.

"Por favor, Lenalee…" susurra, al cabo de unos segundos, y en el momento en que la madera golpea nuevamente el marco y la escucha murmurando balbuceos inteligibles al otro extremo del pasillo, mientras se aleja corriendo hasta perderse, tanto el Bookman como el Exorcista están de acuerdo en que duele más aún el corazón que las heridas, y que la joven de oscuros cabellos no dejará de inclinar la cabeza cada vez que vuelvan a toparse, entre risitas tontas, titubeos y frases inconclusas que suenan como a "perdón, perdón, lo siento tanto" antes de darse la media vuelta y echar a correr otra vez.