Capítulo I
Punto medio
El tiempo vuela, y uno se acostumbra a las sombras y futuros destrozos que éste puede traer, los recuerdos que se puedan evocar conforme pasan, las personas que dejamos atrás o dejamos que emprendan un nuevo viaje junto a nosotros. Al menos eso es lo que pensaba David Rossi, hacía ya cinco años que se había retirado del BAU, otra vez; y dejado atrás todo lo relacionado a la unidad, y también su equipo, su familia. Su vida la definía en un antes y después de esos cinco años, la unidad y el equipo eran el punto medio.
Sentado en un sillón de cuero en la gran sala de estar de su mansión, David se pasaba la mano por el cabello ya grisáceo, la rugosidad en los surcos de los dedos le indicaban la edad avanzaba que poseía, y para su molestia el poco tiempo que le quedaba. Había disfrutado al máximo lo que había vivido, de eso estaba seguro, pero aún así había un vacío prominente que se acrecentaba con el pasar de los días. Sus libros habían dejado un gran legado, una cuantiosa fortuna bajo sus caros zapatos italianos, unas lecciones que perdurarían tras sus heridas, y unos rostros y vidas que jamás, ni siquiera tras su muerte, olvidaría.
Su mente lo dirigía constantemente a una sala gris, una mesa redonda en el centro (que alguien una vez comparó con la de los caballeros del rey Arturo), una diversidad de rostros, que a decir verdad, con tan sólo el sonido de las voces los llegaría a distinguir. Conocía sus tonos, sus preocupaciones, sus deseos y miedos. Los conocía de derecho y de revés, las habituales bromas de coqueteo entre Derek Morgan y Penélope García, la taciturnidad de Aaron Hotchner, o las miradas que no pasaban desapercibidas para los demás entre Spencer Reid y Jenniffer Jareau. Extrañaba a todos ellos, lo pragmática que era Alex Blake, o la determinación de Emily Prentiss, todos lo habían marcado significativamente, para hoy y para siempre.
El tiempo le agobiaba, y la soledad aún más, sentía que una vieja y oscura sombra se sentaba a la mesa frente a él, sin invitación ni preámbulos de su llegada, simplemente le observaba, él le hablaba sin obtener respuestas, la vaguedad de su figura y su voz lejana, un eco vacío. Te estás sintiendo viejo, David, viejo y solo. Le escuchó un día responder después de tanto silencio obstinado.
Harto de esa sombra, que era él mismo, estaba ahora allí en su sofá sosteniendo un teléfono móvil, aparato del infierno. No tenía ni la menor idea de a quién llamar, Emily, Tara, Simmons tal vez. No, no sabía ni qué decir, no podía simplemente dejar caer esa pared que había construido toda su vida, no podía simplemente tirarla y ya. No estaba dispuesto a decir "Chicos los extraño, y fue una estupidez en dejar que el equipo se dispersara". No, el gran Rossi no era así.
Ideó un plan en su cabeza, como el buen perfilador que era, se hizo de todos los datos, ¿quién podía ser la persona más susceptible ante esa melancolía que él también vivía?, ¿Quién tenía la inocencia y el amor para ayudarlo a cumplir su enrevesada meta? … … Bingo.
Con cierta duda marcó un número inolvidable, después de algunos segundos fue enviado al buzón de voz. No, eso no podía ser, ella contestaba a la primera, marcó otro número, también fue directo al buzón, no podía estar pasándole, justo cuando él se disponía a utilizar ese aparato, no funcionaba. Con un resoplido se dirigió a su habitación, buscando un traje adecuado, sonrió victorioso al encontrar uno. Si quería algo bien hecho, una simple llamada a su extravagante amiga no bastaba.
David Rossi eres el mejor, pero no eres el mejor, solo. Eras el mejor con ellos, te hacían sentir mejor, más, todo se hacía más ligero con ellos, eran tu punto de fuga frente al inevitable día a día, sabes que sólo quieres verlos, a todos juntos, cuánto puedas, el vacío es opcional, y no estás dispuesto a vivir en él… Ahora todos somos fragmentos, eres un trozo de cristal de una copa, repara una vez más esa copa.
Y con ese pensamiento salió en dirección a la cochera, y con un BMW reluciente emprendió camino en busca de su equipo, en busca de su familia.
La mia famiglia.
