N/a: Primer fic de esta pareja en el fandom en español. Estoy contenta, deseo que más gente se una. Sobre todo deseo que por lo menos alguien lea esto y si no es mucho pedir, me diga su opinión al respecto.

Disclaimer aplicado.


【君】

kimi

[tú]


.1.

【着物】

kimono


Mientras mordisquea su caramelo de cereza, Amaimon se pregunta por qué ella gusta tanto de usar kimono. Pertenecen a la cultura nipona, sí, pero tiene entendido que en esta época las chicas prefieren vestir faldas, camisetas y zapatos a la moda. Amaimon de hecho la ha visto a ella vestir uniforme, pero solo porque su hermano le ha ordenado usarlo para las misiones. Así que no lo entiende.

Sobre todo no entiende por qué con el kimono no se notan esos dos… Uh, ¿bollos de carne? Así les llama su padre.

A Amaimon le gusta su forma redondeada. Le recuerdan al pudín.

También, mientras le mira, se pregunta por qué le llama tanto la atención esa humana. La vio por primera vez en el parque de diversiones, parecía ser una persona importante en la vida de su poco interesante medio hermano Rin. Por lo mismo, más adelante, cuando buscó provocarle en aquel bosque, pensó que ella sería un señuelo perfecto. Era lenta y torpe, por lo que era imposible no usarla como pretexto para atraer a Rin.

Tenía los ojos verdes como la grama, y cada vez que recordaba lo cerca que los tuvo aquella vez, se siente extrañamente inquieto.

Sigue mirándola, casi sin parpadear. Shiemi tararea una melodía mientras riega contenta unos lirios que comienzan a retoñar. Lleva el cabello atado en una coleta de medio lado y las mangas del kimono arremangadas. Cuando termina su labor coloca la regadera a un lado y se pasa el dorso de la mano por la frente para limpiarse el sudor, hoy hace bastante calor.

Agotada pero feliz de haber terminado su tarea, se levanta del suelo sacudiéndose las faldas.

—¡Nii-chan!—llama a su pequeño familiar.

Extrañada al ver que no ha respondido a su llamado, lo busca con la mirada y es allí cuando lo ve a él. Se encuentra detrás de la reja Anti-Demonios, mirándola fijamente. Tiene una chupeta en la boca y expresión interesada en el rostro. Shiemi se paraliza, ¿quién es él? Le parece vagamente familiar, pero ningún nombre le viene a la cabeza.

—Demonio—susurra nerviosa—. ¿Nii-chan? —vuelve a llamar mirando hacia todos lados.

Él parece reaccionar.

—Oh, ¿buscas esto? —mete la mano en su bolsillo y saca al retoño de Hombre Verde, tomándolo de una pata y manteniéndolo de cabeza.

—¡Nii-chan! —exclama angustiada.

—¿Es tuyo? —Amaimon pregunta, sabe que así es pero quiere jugar. La pequeña criatura bate sus brazos y piernas buscando deshacerse de su agarre, pero es inútil. Se debate un momento en si lo suelta o no, pero finalmente decide retenerlo por un rato más porque desea saber qué hará ella a continuación.

Shiemi no se hace esperar.

—¡Nii-chan, Una-Una-Kun!

—¿Uh?

—¡Nii! —exclama el retoño y de su estómago emergen las gruesas ramas de un árbol.

Amaimon se ve obligado a soltarle y dar un salto hacia atrás para poder esquivarlo.

—¡Nii-chan, vuelve aquí! —grita ella.

Amaimon se saca la chupeta de la boca.

—Oye, no tenías por qué armar tanto jaleo. Con haber borrado el círculo mágico él hubiese logrado escapar.

Al escucharle, Shiemi aprieta los labios y sus mejillas adoptan un tono carmín. Amaimon mira su reacción curioso. Alza entonces ambas cejas y se pone una mano en la barbilla.

—No me digas que… olvidaste que podías hacer eso.

—¡Cla-Claro que no! —emite en una exclamación mientras cierra los ojos y aprieta los puños.

—¿De verdad? Oh—se encoge de hombros y vuelve a meterse la golosina a la boca—. Bueno, ven aquí—se escucha interrumpido debido a estarla masticando.

—¿Qué? —Shiemi lo mira, confusa.

—Que vengas aquí, también podría ir yo allá pero me parece más cómodo de esta manera.

—¿Qué es lo que quieres de mí?

Amaimon parpadea un par de veces e inclina la cabeza para mirar hacia el cielo, pensando.

—¿Qué quiero de ti? Oh, sí: quiero que seas mi esposa.

—¡¿Có-Cómo? —chilla ella con sorpresa.

—Tú ya has aceptado, ¿recuerdas? Pero no podemos consumar nuestros votos hasta darnos un beso.

—¡¿Beso?

—Sí—sonríe porque su expresión le parece muy graciosa. Ella está colorada y sus pupilas tiemblan como las de un animalito asustadizo.

Sin siquiera pensarlo, da un gran salto esquivando la pesada reja y aterrizando frente a la muchacha.

—Ta-chán—dice con voz monótona.

Shiemi jadea por la sorpresa y da un paso hacia atrás, con las manos apretadas fuertemente sobre su pecho.

—¿Quién eres tú?

—¿Quién soy? —Amaimon se señala a sí mismo—Ah, sí, soy Amaimon.

—Amaimon—repite Shiemi, pensativa, recuerda haberlo escuchado antes—. Esto… Amaimon-san, ¿podría decirme qué hace en mi jardín?

Al escuchar la nueva manera de hablarle, Amaimon tuerce la cabeza tal cual haría un periquito. Se inclina luego y le mira más de cerca. Las mejillas siempre sonrosadas de Shiemi se tiñen un poco más, pero no se aleja.

—Amaimon-san—repite, pensativo—. ¿Por qué me llamas así?

—¿Ah? Bueno, es porque no lo conozco.

Él parpadea un par de veces y se aleja mientras hace una mueca.

—Pero eres mi prometida.

Shiemi le mira azorada. No sabe qué clase de disparate es aquel.

—Y-yo no puedo casarme con usted. Soy muy joven y a-además…

—Pero lo juraste—él le mira como un niño al que le han quitado su juguete favorito—. Aceptaste amarme, cuidarme y ayudarme tanto en la salud como en la enfermedad.

Shiemi se tensa. No recuerda nunca haber aceptado tal cosa, ¿cuándo ha sido? Cree que tal vez él le esté tomando el pelo.

Retrocede un paso.

—Po-Por favor, váyase de aquí—balbucea.

Amaimon frunce levemente el ceño.

—Eres aburrida—concluye al fin. Creyó que ella sería más interesante, tal vez que buscaría sacarlo a patadas de allí, o que se pondría a gritar por ayuda. Pero solo permanece allí de pie, con las mejillas coloradas y hablándole de una manera que a él no le agrada. Igual a como lo hacen sus sirvientes, todo es «usted, usted, usted». Es tan aburrido.

Escupe el palo de su chupeta y da un salto hacia atrás, cayendo nuevamente fuera del jardín.

—Aniue mintió. Dijo que serías divertida.

Shiemi solo lo mira alejarse hasta que no puede verlo más.

.•.

La melodía que anuncia que su ramen instantáneo está listo resuena por todo el despacho. Mephisto sonríe cuando el papel que lo recubre se levanta y el maravilloso olor de los fideos invade sus fosas nasales. Procede a coger los dos palillos y tomar una buena porción, metiéndoselos inmediatamente a la boca sin preocuparse de que estén demasiado calientes. Gira su silla hacia el gran ventanal que tiene detrás de él y sigue comiendo tranquilamente. Cuando termina su caldo, suspira y se queda un rato más viendo el cielo con mirada satisfecha.

—Amaimon—llama entonces sin siquiera voltearse. Sabe que su hermano lleva un tiempo ahí pese a no haberse anunciado.

—Aniue—dice el otro como respuesta—. ¿Por qué me has mentido? —pregunta un minuto más tarde.

—¿Uhm? —se gira por fin en su silla y enfoca sus ojos en su hermano menor, quien se encuentra sentado en el suelo hojeando uno de sus mangas.

Amaimon se detiene en una página al azar y posa su larga uña en ella, contorneando el rostro de una bishōjo que viste yukata para un festival.

—Shiemi es aburrida—responde después de un rato, sin apartar la mirada de los ojos saltones de la muchachita; trata de imaginárselos verdes pero su intento se ve truncado porque el cabello de ella es largo y oscuro, así que pierde el interés.

Deja entonces la revista a un lado y voltea a ver a su hermano mayor, que tiene los codos sobre la mesa y la cabeza apoyada en su mano izquierda, mirándole con atención.

—Tú dijiste que sería entretenido acercarme a ella.

—¿Y no lo ha sido?

—Para nada—sacude la cabeza para darle más énfasis a sus palabras—. Siempre usa kimono y riega las plantas. Y dice que me habla de esa forma aburrida porque no me conoce. Además, no se casará conmigo porque es muy joven.

Mephisto tuerce una sonrisa, fascinado. Es tal cual como había predicho.

—Bueno—exclama, echándose hacia atrás en su silla con las manos detrás de la cabeza, poniendo los pies sobre la mesa—, siempre puedes jugar videojuegos conmigo para distraerte.

—Hoy no quería jugar contigo, Aniue. Hoy quería jugar con Shiemi—contesta como si estuviera diciendo algo más que sobrentendido.

Mephisto suelta una risotada al escucharle.

—Bueno, bueno, ¡pero siempre hay un nuevo día!

Amaimon está mirándole con expresión enfurruñada.

.•.

Al día siguiente, sin embargo, está allí nuevamente. Esta vez camuflado entre los arbustos de la entrada, viendo cómo ella ha terminado su labor de regar las plantas y ahora se ha acostado en la hierba a mirar el cielo, dejando que el sol caliente sus rosaditas mejillas. Es como algodón de azúcar, le asalta repentinamente este pensamiento, y Amaimon se rasca detrás de la cabeza al no entender por qué lo ha pensado.

No entiende tampoco por qué ha vuelto a verla. Se supone que ella es aburrida y no tiene nada interesante que aportarle, pero hoy simplemente ha despertado con el pensamiento de ir al jardín. Mastica su cuarta chupeta en lo que va de hora, y, decidido, sale del arbusto y da un gran salto, adentrándose nuevamente a donde está ella.

La ve sobresaltarse y ahogar un grito. Se incorpora rápidamente, quedando con las rodillas clavadas en el suelo, mirándole desde abajo. Por una milésima de segundo, sus grandes y brillantes ojos hacen a Amaimon removerse inquieto. Luego recupera la compostura y escupe el palo de su chupeta.

—Konnichiwa—saluda tal cual se saluda en Japón a esa hora del día.

Shiemi aprieta los labios, dubitativa.

—Ko-Konnichiwa—tartamudea.

Hay un largo período de silencio, en donde Amaimon divaga sobre qué podría estar pensando ella o lo siguiente que hará. La suave brisa del verano mueve sus cabellos y ella suspira, traspirando.

Es allí cuando él finalmente pregunta:

—¿Por qué usas kimono?

Shiemi se ve momentáneamente descolocada por su repentina interrogante.

—Esto… Porque me gusta mucho—responde medio minuto más tarde.

—¿Y por qué no usas ropa convencional?

Ella parpadea una par de veces.

—No lo sé. Solo tengo kimonos en mi ropero. ¡Ah, y el uniforme de la academia!

Otro lapso silencioso y al verla removerse y mirar hacia otro lado incómoda, Amaimon se pregunta si es gracias a la fija mirada que mantiene sobre ella.

Qué raro son los humanos.

—¿Y todos son rosa? —pregunta, y Shiemi se sobresalta porque él se ha acuclillado a su altura y tiene su cara muy cerca de la suya.

—Ca-Casi todos—contesta con los ojos fuertemente cerrados y la cara tan roja como un tomate de su huerto.

Es allí cuando Amaimon sonríe. ¡Por fin!, piensa. Se alza nuevamente y sacando una nueva golosina de su bolsillo, dice:

—Entonces mañana te pondrás uno de otro color—se le oye extrañamente animado.

Y Shiemi abre los ojos de golpe, extrañada por lo que ha dicho.

Aunque él ya no está.