Disclaimer: Los personajes de Hetalia le pertenecen a Himaruya Hidekaz
ADVERTENCIA: UKxFem!USA ~ UKxShota!USA
- No me responsabilizo por daños psicológicos
- Si no te gusta la ship, por favor, no leas :'D
- USA tiene aproximadamente 14 años... tan shota no es e.e
Final incierto: Pueden elegir entre Fluff, Lime o Lemmon~
Habían pasado cinco meses desde que no le veía. Estaba harto ¿por qué siempre tenía que irse?, ¿acaso no le había demostrado cuanto lo necesitaba?, ¿acaso... no era lo suficientemente especial para que England se quedara a su lado? Su joven rostro se contraía en una mueca de enfado bastante infantil por el puchero que había puesto, bien acompañado de la forma berrinchosa en la que caminaba. Al menos, para 13 colonias, este ataque de enojo era mil veces mejor que encerrarse a llorar, como solía hacer durante sus noches de soledad.
Porque le costaba, porque sabía que estaba mal... porque estaba enamorado de su tutor y tenía que morderse la lengua. Porque aunque su cuerpo ardiera en celos y prepotencia por no ser el centro de la vida de Inglaterra, tendría que fingir que era un berrinche "propio de su edad".
Iba de camino a asearse. Alfred sabía de la manía de Arthur por los detalles respecto a la limpieza y la imagen pero joder, también sabía que a la Madre Patria le encantaba verlo con el traje de cowboy; las razones, no las sabía con exactitud pero la certeza del pensamiento venia del tiempo con el que esos ojos verdes lo examinaban, mucho más de lo que usualmente hacían, y ese rubor en las mejillas del mayor... definitivamente iba a sacarle partido a eso.
La hora en la que Arthur había anunciado que llegaría estaba próxima, se colocó el sombrero, las botas y salió rumbo a la sala. La noticia se había propagado por cada rincón de la casa y como no, las sirvientas hacían cola en el recibidor, retocándose el peinado y arreglando sus vestidos. "No, malditas roba-Arthurs, zorras oportunistas... él nunca las mirara de otra forma, nunca, nunca, NUNCA" La sonrisa inocente que llevaba en el rostro era solo una vil fachada del instinto asesino y la mueca torcida que yacía en su interior. Siguió con la fachada de niño bueno, tierno e inocente mientras sus ansias de que el inglés cruzara esa puerta se hacían cada vez más difíciles de controlar. La puerta se abrió.
Nunca lo había visto con era ropa, sus mejillas tomaron un rubor bastante difícil de disimular. Esa chaqueta no la había visto en su vida pero lucía perfecta en el inglés, las botas altas y el olor a mar que despedía lo hacía tiritar. ¿Llevaba un tricornio? Lo había visto tanto en los libros que Arthur le había enseñado a leer, esos de piratas y corsarios luchando con fiereza en los siete mares…
England entraba a la sala mientras las criadas suspiraban en coro, acercándose al señor de la Casa. Los mayordomos cargaban las valijas, las muchachas se acercaban preguntando si necesitaba algo, Arthur cortésmente rechazaba la oferta y daba indicaciones sobre la disposición del equipaje mientras avanzaba por el salón. Su rostro iba calmado, sereno y serio, cosas que a Alfred le hacían dudar sobre si era "su" Arthur, quien siempre tenía una mirada apacible y resultaba muy tierno con él. El Corsario avanzaba con una postura prepotente, autoritaria hasta que sus ojos se posaron en el rubio que yacía inmóvil en una esquina, que lo miraba con los ojos como platos sin decir palabra alguna. Se mordió el labio, no esperaba encontrarlo.
- América Británica ¿Qué haces despierto? –su mirada se suavizo, sus hombros se relajaron y su voz se volvió más aterciopelada. Fue en dirección al adolescente.
- Yo… eh… quería… -sus ojos miraban al piso ¿qué podía decirle? La verdad- quería darte una sorpresa y recibirte cuando llegaras, England –Una mano se posó encima de sus cabellos, desordenándolos, mientras escuchaba el sonido de una risa muy suave.
- Me hace feliz verte, Alfred. –13 colonias inhalo el aroma de su tutor, nunca lo había recibido… nunca había sentido esa fragancia en él. Sus hormonas empezaron a dispararse- Pero me temo que hoy no podremos pasar mucho tiempo juntos.
- ¿EH? ¡¿Pero por qué?! –Había alzado mucho la voz, todos los presentes giraron para ver al rubio menor, quien era ajeno al contexto a diferencia del mayor.
- Vayamos a otro lado. –Tomó su mano mientras llevaba a Alfred a su habitación- Recuerda que tienes que guardar apariencias, comportarte como se debe. Necesitas convertirte en un caballero.
- ¡Pero Arthur! –Sentir el calor de sus manos no ayudaba a la situación en la que se encontraba pero había hecho su maldad del día. Les había demostrado a todos en esa sala que al único a quien Inglaterra va a llevar de la mano era a él. Rió para sus adentros.
- Nada de peros, eres mi hermano menor para el resto del mundo. Debes comportarte como tal.
Y a Alfred le dolió, soltó el agarre del país y siguió por su cuenta. El americano subió las escaleras con un paso apresurado dejando atrás al mayor; Arthur ya tenía años conociéndolo… suspiró mientras recién se percataba de lo que traía puesto su pequeña colonia. Los colores se le subieron al rostro repitiendo como mantra la última frase que le había dicho a Alfred: "Eres mi hermano menor…"
Y el trayecto fue en completo silencio, el de ojos azules abrió la puerta con un berrinche mientras se sentaba en la cama con los brazos cruzados. Arthur se acercó al escritorio que había en la habitación, retiró la silla y la posicionó frente al americano. Se sentó mientras se agachaba con un ademán de regaño hacia el menor mientras éste lo miraba a los ojos, desafiante.
- ¿Y bien? –seguía molesto. Le molestaría aún más lo que le diría. Arthur suspiró, no podía hacer mucho contra ese chico.
- Mis superiores organizarán un baile esta noche…
- ¡Pero eso significaría que pasaríamos el fin de semana juntos! –los azules brillaron. Golpe bajo para el británico.
- El problema es que tengo que estar allí.
- ¡¿Qué?! ¡Pero han pasado meses desde que has venido aquí! ¡No es justo! –Comenzaba el berrinche…
- Son obligaciones que tengo como país. Es un baile formal organizado por la Corona Inglesa para los Nobles americanos. Son asuntos políticos, Al.
- ¿Puedo ir al menos? –No se esperaba la pregunta.
- No es seguro que asistas aún.
- ¿Por qué? Si tú irás….
- Porque aún no te comportas como un caballero, América. –Sabía que Alfred se metería en problemas o tal vez, sus superiores pudieran confirmar la sospecha que tenían sobre las libertades que le daba a la colonia. -Créeme, es lo mejor.
Alfred se sentía ofendido ¿le daba vergüenza a Inglaterra? ¡NUNCA!... quería creer eso. Giró su rostro en dirección al ventanal para evitar el escrutinio de Arthur, la situación se había puesto tensa pero no tenía las intenciones de romper el silencio. Su orgullo se lo impedía.
- Hey, traje algunas galletas de mantequilla. Pensé que sería bueno esperar hasta la hora del té pero… puedes tomarlas si quieres.
El americano se giró con una sonrisa enorme mientras iba corriendo hacia la planta inferior en busca de su recompensa. Arthur había descubierto que los dulces podrían comprar el perdón de su pequeña colonia, rió mientras empujaba la silla y se recostaba en la cama.
El viaje había sido largo, sin contar que un entrometido español lo había interceptado en medio Atlántico… ¿acaso Antonio no entendía que era un caso perdido meterse con él? Ahora mismo el Spaniard debería estar lamiendo sus heridas… Giró con una sonrisa en el rostro hasta ponerse de costado, haciendo que la fragancia conservada en la almohada llegara a embriagarlo, era el aroma de Alfred el que empezaba a colapsar cada uno de sus sentidos. Sus mejillas se colorearon y su mente comenzó a fantasear mil y un cosas no sanas ni aptas para alguien a quien debería ver como un hermano menor.
Arthur saltó de golpe disipando esas oscuras e impuras fantasías de su mente, sus manos golpearon su frente en un intento de acabar con eso pronto. Suspiró. Era mejor que comience con los preparativos para el dichoso baile.
…
Durante la mañana solo pudo verlo dirigiendo y ordenando, dando instrucciones y firmando documentos para el evento de la noche. Alfred estaba frustrado. Eran muy pocos los días que Arthur pasaba en su casa, a su lado… y tenía que desperdiciar uno de esos maravillosos días en una tontería sosa como esa. Al menos, podría conformarse mirándolo a la distancia hasta el momento del almuerzo, ya se había acostumbrado a lidiar con las mariposas en el estómago y los fuertes latidos de su corazón. El americano veía cada gesto de su tutor, sus expresiones, sus muecas, oía el sonido de su voz y se sentía volar.
Antes pensaba que sufría algún mal, algún tipo de alergia a Arthur y le aterraba. Cada vez que el venía a visitarlo, las ansias se apoderaban de él, cada vez que sentía su presencia cerca, sentía la sangre hirviendo en sus venas… cada vez que el mayor tomaba su mano o desordenaba sus cabellos, sentía cómo sus mejillas tomaban un color rojo intenso. Asustado, le preguntó a una de sus nanas, con quien tenía más confianza; la señora, de edad, le sonrió mientras se agachaba a su nivel y tomaba sus mejillas.
"Mi niño, estás viviendo tu primer amor"
Desde ahí lo tuvo claro, las cosas fueron acomodándose una a una. Su niñera había intentado mil y un veces de sacarle el nombre de la "afortunada" pero Alfred había aprendido a esquivar las preguntas con agilidad. No podía decir que se había enamorado de su tutor, eran hombres y la diferencia de edad era grande pero, aún peor, para el resto del mundo ellos eran "hermanos".
El tiempo pasó volando, el almuerzo había llegado y había acabado lo más rápido posible debido a las tareas del mayor. El americano estaba con cólera, producto de sus celos, quería ser el centro de la atención de Inglaterra ¿había algo de malo en ello?
No se había quedado para el postre y con suerte, le llevarían el té a su habitación y podría tomarlo. Se vestía para la ocasión, con el uniforme que le correspondía. Tenía pena por su colonia, sabía que no pasaba mucho tiempo a su lado pero… él también sufría, amaba pasar tiempo con Alfred pero tampoco podía desentenderse de sus obligaciones. Tocaron la puerta, el juego de té llegó y lo probó, ya era hora de irse.
…
A esta hora Arthur estaría sonriéndole a cuanta muchachita se le cruzara o aceptando invitaciones de baile o tal vez, sacando a bailar a las "damas" por educación. Que se les rasgue el vestido, que se les rompa el tacón… que el corsé las asfixie o que se les caiga el condenado maquillaje y deje ver las horribles arrugas que tienen… Alfred había hecho dos agujeros en la pared donde estaba el ventanal de su cuarto. Cómo odiaba a las bitches que deben estar pegadas como chicle a SU Arthur… Se puso de pie y bajó a la cocina por un vaso de agua. Necesitaba despejar su mente, no podía ir destrozando molduras y paredes a su paso, no quería que el británico se enojara con él.
Salió rumbo al sótano armado con una vela. Se encargó de poner la suficiente iluminación y se puso a revisar entre las cosas en busca de algo con que entretenerse y dejar de pensar en Arthur. Encontró unos libros, arcos y flechas, espadas pesadas y armaduras… como en los cuentos que England le leía pero algo, encima de una torre de paquetes, le había llamado la atención. Comenzó a escalar en busca de la pieza pero un paso en falso lo hizo caer, trató de sujetarse de lo que sea sin éxito alguno, haciendo que todas las cajas cayeran con él. Le dolió el trasero y todo se había llenado de nubes de polvo. Una cosa brillante comenzó a revolotear, salida de una de las cajas.
- ¡Ay, Estúpida! ¡Mi pelo, idiota! – la vocecilla había sonado con fuerza. La diminuta mujer sacudía sus vestidos mientras tosía producto del polvo. Levantó su vista dispuesta a cantarle su vida al desgraciado que le arruinó su fabuloso peinado pero se encontró con unos ojos azules que terminaron encantándola.- Oh, cariño… nunca te había visto por aquí~ Soy Polly, aunque puedes llamarme como desees, chico
El americano la miraba sorprendido, esos seres solo existían en los cuentos de hadas que el inglés le contaba. La miro juguetón acercándose más a ella.
- ¿Tu… eres real?
- Obviamente~ entiendo que me veo demasiado divina para creer que existo pero aquí estoy. ¿Has visto a Arthur? –la mirada curiosa de América Británica se extinguió, por una malvada y retorcida expresión en el rostro que le dio escalofríos al Hada.
- Está en una fiesta ¿por? ¿También quieres acompañarle?
- Te gusta ¿no? –El susto se le paso rápido. Lo miro con picardía-
- ¡¿Qu-qué?! ¿D-de qué ra-rayos e-e-estás habl-lando? –se reía nervioso mientras su rostro se encendía.
- A mí no me engañas, chico. Te gusta, te gusta~ y estás celoso~ porque se fue de fiesta ¡y no te llevó!
- ¡CALLATE! ¡NO ES CIERTO! –estiró sus manos mientras las agitaba, intentando espantar al ser mágico. Ella lo había pillado y su nueva misión ahora era convertirse en el hada del amor
- ¡Lo es! Es más, puedo ayudarte, si quieres~ -lanzó el anzuelo.
- ¿Cómo? –la respuesta fue inmediata y la actitud demasiado obvia. Polly río.
- Primero tienes que contarme la historia, chico~
Y Alfred se la contó, sorprendiéndose de que no haya causado alguna mueca de disgusto o aversión en el ser mágico y es que Polly era un hada bastante open-mind, es más, se sintió comprometida con la causa, no podía dejar esta historia de amor inconclusa.
- Pues, tengo una idea, pero necesito que tengas la mente abierta~
- ¿Cuál es? –estaba ansioso, juntaba sus manos mientras sus ojos brillaban.
- Bueno, ve a lo seguro! No quieres que te reconozca, no sabemos si es gay y su tarea es obviamente sacar a chicas a bailar así que… Conviértete en chica~
Alfred se puso pálido, llevo las manos hacia su zona, cubriéndose de sólo imaginar perderla. El hada rió complacida con la reacción del niño, era demasiado lindo… pero no se podía echar para atrás.
- ¿Lo quieres, no?
- S-sí…
- ¿Quieres que te mire, no?
- S-sí…
- ¿Quieres que te desee no?
- SI
- ¿Quieres que te bese, te haga suyo, te haga gritar y te vuelva su uke?
- SIIII!... espera, ¿qué?
- Eh… bueno, te lo cumpliré pero hay una advertencia –la seriedad en su mirada asustaba, Alfred la miraba con miedo.- Sólo tienes hasta las 12, luego vuelve lo que tienes entre las piernas~ -su sonrisa volvió a ser la misma desde que la conoció. Definitivamente era rara.- Bueno, bueno, ya, que se nos acaba el baile~
Polly hizo un baile bastante… raro, uno donde movía las caderas, levantaba las manos y los agitaba como poseída. Sacó la varita entre los pliegues de su vestido voluminoso y una nube rosa envolvió a Alfred. Al disiparse el polvo rosa, Polly lloró de felicidad ante su obra maestra.
- Oh my god! ¡Eres preciosa! ¡Emily! ¡Ese ese será tu nombre, querida! –Polly sacó un pañuelo rosa con el que secaba sus lágrimas cuidando de no correr su maquillaje.- ¡Mírate! ¡Estas DI-VI-NA! –un par de vueltas a su varita fue necesario para aparecer un enorme espejo delante de Al... Emily.
La de ojos azules se miraba en el espejo con una cara de espanto, se acercó un poco más y empezó a colocarse de costado y a ver su nueva anatomía. Se paró de frente y llevó ambas manos a su ahora voluminoso pecho.
- ¿Qué es esto? –Los apretaba mientras se miraba en el espejo- se ven raros… no me digas… ¿son tumores? ¿Me voy a morir? –estaba al borde del llanto, la pequeña hada voló y se sentó en su hombro.
- No, cielo… ¡deberías estar orgullosa! Conociendo a Arthur, con eso lo tendrás a tus pies –una risa psicótica salió de sus labios, paró al ver a la chica mirándola por el espejo- Bien, aún faltan unos detallitos~
Hizo aparecer un vestido de fiesta celeste con hermosos detalles en encaje que acentuaban perfectamente las curvas de la americana e iba perfecto con la tonalidad de su piel y el color de sus ojos, junto con unos zapatos de cristal con un tacón muy bajo. Del maquillaje se encargó ella personalmente y al acabar, le colocó una máscara que cubría parte de su rostro, de un color zafiro; como toque final, el broche que había visto en el traje del chico para darle un aire más romántico, la estrella dorada termino reposando en las caderas de Emily, con un lazo.
- Ahora nos falta el carruaje~ -juntó sus manos alrededor de su boca mientras tomaba aire- ¡LIETTY! –El ser mágico se desperezaba de su sueño y fue corriendo en cuanto escucho su nombre- Elfo esclavo, busca los materiales para crear un carruaje.
Lietty fue en busca de una pelota roja, 4 botones, un soldadito y un par de caballos de madera tallados y los llevó al patio, donde Polly y Alfred habían ido. Se los dejó delante de su compañera mientras que aun tallaba sus ojos. Polly, con un último hechizo, formó una carroza digna de la princesa más caprichosa que pudiera existir y se lo presentó Emily, quién subió apresuradamente.
- ¡Polly, gracias por todo!
- ¡De nada mi niña! ¡Pero tienes que contarme los detalles!
La rubia asintió y el carruaje inició el viaje hasta la fiesta. La hada se sentía orgullosa mientras despedía a la muchacha con su pañuelo rosa. Lietty, quien ya había despertado del todo, miro a su compañera con una mueca de desagrado.
- Nunca vas a dejar de hacerlo, ¿verdad?
- ¿Eh?
- Vestirte de chica. ¿Tanto te irrita vestir como hombre, Paul?
- Admítelo ¡me veo mejor que esas estúpidas que me encerraron en ese oscuro sótano! –Hizo un puchero mientras se daba media vuelta.
Ambos seres mágicos volvieron a casa. ¿En qué problema habrá metido su travestido amigo a la pobre chica que apenas y vio?
