Derechos: No son míos.

¿Casualidad o destino?

Primera parte

Emma Swan

Eran las 9:00 de una mañana soleada y preciosa. Incluso en una ciudad tan frenética como Nueva York. Muchas personas corrían de un lado para otro, dirigiéndose a sus oficinas o iban tirando de sus hijos para llevarlos al colegio, irritados porque el tiempo se les echaba encima.

Para Emma Swan, en cambio, el tiempo no era un problema. Estaba sentada en las escaleras de un enorme edificio de oficinas, observando con sus pequeños ojos verdes a las personas que deambulaban de arriba abajo, ajenas al resto de los mortales. Llevaba puesta una gorra, unos vaqueros rotos y una camiseta de rugby que ocultaba su esbelto cuerpo. Su pelo rubio y rizado caía desenfadadamente sobre sus hombros. A su lado, un chico castaño de unos 11 años, leía con entusiasmo un periódico.

Aquello que Emma esperaba con paciencia, ocurrió. Una mujer morena, menuda pero muy elegante y sofisticada, llamó su atención. El chico levantó su mirada del libro para seguir el recorrido de sus ojos.

- ¿Es esa, Emma?.- Preguntó con el ceño fruncido.

- Sí, Henry.- Emma continuó observando a la mujer con detenimiento. Estaba sorprendida porque en persona era más hermosa de lo que había imaginado.

- Es guapa.- Comentó el chico sonriendo con inocencia.

- Sí… muy… ¡No!… para nada… es una engreída… se ve a leguas. - Se corrigió Emma.

- Pues a mi me parece triste.- Argumentó Henry volviendo a mirar a la mujer morena con compasión.- ¡Emma, que se va!.- Avisó el chico preocupado.

La mujer rubia le sonrió con tranquilidad.- Todavía no es el momento. Tendrá que salir a desayunar, digo yo. Seguro que va al Fate, todos van allí.- Dijo señalando el restaurante que había frente a ellos.- Ese será nuestro momento, chico.- Le dijo revolviéndole el pelo para que se relajara.

Regina Mills

Para Regina Mills, su primer día de trabajo, después de sus largas vacaciones, había resultado extraño y agobiante. Sus compañeros del bufete, incluyendo a su socio y prometido, le habían preparado una maravillosa y acogedora fiesta de bienvenida, con ramo de flores y tarta incluida. Pero ella se sentía incapaz de divertirse. Fingió durante toda la mañana con largas y falsas sonrisas, pero estas se convirtieron en una horrible mueca de pánico. El desayuno fue la perfecta excusa para huir del ambiente tenso y enrarecido de la oficina. Robin, su prometido, intentó detenerla preocupado.

- ¿Estás bien?.- Le preguntó muy serio.

- Sí, tranquilo, solo necesito estar sola un rato.- Argumentó con una mueca que no llegó a ser sonrisa.

Y como siempre había hecho, antes de sus vacaciones, se sentó en el Fate para desayunar. Lejos de la oficina no se sentía presionada. Había estado ausente cuatro largos meses, dos de ellos en coma. Sufría un periodo de amnesia y todavía era incapaz de recordar a todos sus compañeros. Todos esperaban o intentaban hacerle recordad contando anécdotas y batallitas.

- No tienen ni idea de los frustrante que es.- murmuró para sí misma mientras leía la carta.

- Quizás nosotros podamos ayudarle.- Dijo una voz frente a ella. Regina levantó su cara, pero el sol la cegó. Usó su mano como visera y se asombró al ver a una mujer rubia y a un niño parados junto a su mesa.

- ¿Perdone?.

- O quizás no… pero lo que si es seguro es que usted puede ayudarnos a nosotros.- Dijo con atrevimiento sentándose en la mesa frente a ella e invitando al chico a que hiciera lo mismo.

- Perdone, estoy intentando desayunar.- Dijo Regina irritada y molesta.

- Pero si aun no le han tomado nota.- Argumentó la joven con una sonrisa que a Regina le pareció pedante.- Escúcheme solo un minuto, le prometo que acabará ayudándonos. - Dijo con seguridad.

Regina desvió su atención al chico y aunque era una mujer fría, los ojos de esperanza del chico la incomodaron.

-Tiene un minuto.- Masculló entre dientes.

- Suficiente… verá, Henry es huérfano, sus padres adoptivos fallecieron. Cuando eso ocurrió, Henry pilló un bus para venir a buscarme hasta la otra punta de la ciudad.

- Perdone… ¿Y usted quien es?.- Preguntó Regina sin comprender.

- Su madre…

- ¿Usted es la madre biológica de Henry?.- Ahora que lo sabía, no podía negar que tenían los mismos ojos.

- Así es. Él me encontró a través de una web.- Dijo con media sonrisa insegura.

- Es una historia interesante e increíble… pero ya ha pasado su minuto.- Dijo Regina levantando su mano para avisar al camarero, que la siguió ignorando.

- Verá, ha aparecido una tía de Henry, vive en Francia y amenaza con separarnos. Ahí es donde entra en juego usted.

-¿Puede pagarme?.- Le pregunto la morena con desgana.

- No tengo todo el dinero ahora, pero le pagaré… lo prometo. - Rogó Emma.

- Lo siento, no vivo de promesas.- Regina se levantó y se puso su abrigo.- Disculpe, tengo prisa.- Dijo evitando mirarlos a ambos mientras se marchaba.

Emma Swan

Maldita mujer materialista y engreída. Ni siquiera se había despedido del chico. Emma estaba irritada y frustrada.

- ¿Vas a dejar que se marche?.- Preguntó el chico con sus labios temblando de la emoción.

- Por supuesto que no. Espera aquí.

Emma salió corriendo, alcanzando a la menuda mujer, antes de que subiera las escaleras a su oficina de trabajo.

- Señorita Mills… espere, por favor.- La llamó en voz alta.

- Está arruinando mi primer día de trabajo.- Espetó impaciente.

- ¿Ha estado de vacaciones?.- Le preguntó la rubia.

- No.- Contestó secamente la morena.

- ¿Viaje de negocios?.- Volvió a preguntar.

- No.- Volvió a contestar, aguantando las lagrimas que pugnaban por salir de un momento a otro.

- ¿Enferma? O tal vez… ¿sufrió un accidente?.

Regina se quedó rígida. Su labio inferior temblaba tanto como sus manos y aunque Emma se apiadó, no podía detenerse ya.

- Sí, un accidente de coche grave, dos fallecidos, dos meses en coma y amnesia parcial. ¿Le parece poco?.- Terminó preguntando dolida.

- Lo siento… lo entiendo y perdone. Pero… de veras, Henry necesita nuestra ayuda.

- ¿Y por qué yo? Soy una de las abogadas más caras. Usted no puede permitirse pagarme.- Le increpó recordándoselo.

- Porque el destino quiso que fuese usted.

- No creo en el destino.- Dijo haciendo amago de retirarse.

- Pues debería… porque el destino quiso que usted tuviese un accidente y que en ese accidente fallecieran dos personas, Rouse y Michael Malory, los padres adoptivos de Henry. - Emma la miró con profundidad.

Continuará