Son dos manos que se juntan

Advertencia: Metáforas, metáforas EVERYWHERE. Prosa poética.
Lo siento.

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"Así que dime...
¿Viste lo que había en mi corazón? ¿Cómo me siento en realidad?
¿Viste lo que pasará?"

I

A la séptima noche de verlo en la misma banqueta de la barra Naruto decidió acercarse.

Visitaba ese bar todos los fines de semana. Como estaba lejos de su casa y de su trabajo, clientela regular no lo reconocía nunca, o estaban demasiado hundidos en sus botellas como para hacerlo. Naruto, que siempre había querido llamar la atención de la gente, del más insignificante transeúnte, a estas alturas de la vida…

Buscaba casi desesperadamente el refugio del anonimato.

Al entrar uno recibía el panorama de varias mesas separadas entre sí, algunas ocupadas con una persona o dos, otras con grupos de cuatro o cinco. Un murmullo vibrante y antisocial recorría el lugar, y a cada par de ojos de mirada esquiva le sonreía distraídamente, desacostumbrado.

Iba con la intención de beber en una esquina, en una mesa sombría, en compañía de su soledad, a la que le hablaba en murmullos que se hacían cada vez más altos con cada copa que tomaba. El staff de ese lugar debía pensar que estaba loco, pero Naruto les lanzaba una de sus luminosas sonrisas. Si acaso, lucía como un loco inofensivo y eso les tranquilizaba.

Pero para Uzumaki Naruto es imposible quedarse quieto. Después de la tercera copa de sake abandonaba su mesa y se iba a rondar por las otras. Al principio solo observaba a la gente y saludaba con un cabeceo ameno a quien le devolviera la mirada. Luego, su personalidad, ahora empapada del elixir de la desinhibición, decidió que no bastaba tomar las riendas y se apoderó de todo. Tomó los caballos, el carruaje y las ruedas. A los pocos minutos en el centro del bar había comenzado una competencia de pulso. Las que antes parecían pequeñas islas dispersas eran ahora dos contingentes, dos equipos que enviaban a la mesa un campeón tras otro si el suyo perdía.

Olas de carcajadas y murmullos ondeaban por el bar como una marea amena en la luz nocturna de las lámparas. Naruto se sentía como si estuviera a bordo de un navío, o como si hubiera descendido a una catacumba secreta donde las estatuas de unos náufragos despertaban con el toque de su mano.

El giro totalmente esperado de los acontecimientos hizo que barman le viera con cierta exasperación, s bien detrás de esta se escondía una sonrisa.

Entonces, fue en la séptima noche que Naruto decidió acercarse.

Después de la primera vez, los clientes fijos del bar continuaron con el juego y las apuestas, como si sólo hubieran estado esperando a que alguien tuviera la iniciativa. Y a Naruto le alegraba que aquella gente se fuera pasada la medianoche con risas en sus estómagos en lugar de amargura y, en el mejor de los casos, con un par de billetes o monedas de más.

Pero hubo noches en las que no pudo ir, y se preocupó de que los residentes del bar pensaran que les había abandonado. Cuando regresó el siguiente fin de semana estos le recibieron con palmadas en el hombro y la espalda, con una botella y una copa y muchas, muchas sonrisas amigables, y un par de "Sí, la vida es complicada, a veces uno no puede ni tomarse la noche del sábado." Ellos entendían. Se habían convertido casi en una pequeña fraternidad.

¿Cómo les explicaba que este era el único lugar donde podía volver a ser él mismo? ¿Cómo les hacía entender que la simple acción de recordarlo y aceptarlo de regreso le ensanchaba el corazón de júbilo? Naruto había llegado a un punto en el que odiaba levantarse en las mañanas para ir a trabajar: el empleo de sus sueños, su ambición desde que aprendió a hablar y pudo gritarlo a los cuatro vientos, estaba a punto de realizarse y una vocecilla molesta le susurraba al oído que tal vez todo aquello no valía la pena si iba a perderse las cosas buenas de la vida.

Esa voz era silenciada inmediatamente.

El barman le llamó después del recibimiento y de que Naruto designara a los que iniciarían el juego de hoy. Le contó de lo que se había perdido en su ausencia, de quién había ganado y de la pequeña pelea en la que tuvo que intervenir cuando uno estuvo renuente a pagar en una apuesta. Le sirvió una copa, le dedicó una sonrisa de lado que no dejaba de tener ese filillo exasperado, y se movió lejos de él a la izquierda, a la otra punta de la barra, donde una persona misteriosa estaba sentada.

Los archipiélagos se habían unido en dos contingentes. Naruto presidía la amistosa lucha. Pero este, esta persona, reposaba erguido en una de las banquetas como una isla orgullosa y aislada. Inescrutable y perdida del mapa, aun si Naruto podía verla.

Tenía el cabello oscuro a la luz almibarada de las lámparas del bar, y vestía su camisa blanca de una forma que Naruto no lograría jamás. Con recato, sin una arruga, planchada y prístina. Una bandera blanca de rendición; o no, porque no había nada de derrota en ese rostro pálido de rasgos finos y pulcros. Una hoja en blanco que le desconcertaba por completo, le dejaba sin pistas de cómo aventurarse a esa isla-

Hasta que su cabeza se movió minúsculamente y sus ojos encontraron los suyos.

Las olas chocaron contra sus oídos, y el viento sopló un susurró cerca de sus labios. Debía haber una ventana abierta en algún parte. La noche se colaba por ahí-

La noche se colaba por sus ojos.

Más oscuros que su cabello, más brillantes que un par de canicas. Una línea segura y compacta aseguraba que sus labios cerrados no emitieran ningún signo. ¿Debería remar hasta allá, impulsarse hacia adelante? No-

Naruto se arriesgó, y caminó los pasos hacia él como el barco que encuentra un puerto después de mucho tiempo.

Un gesto mínimo de sorpresa se mostró en el rostro de aquella persona. Naruto esbozó una sonrisa tentativa y se sentó en la otra banqueta. Por el rabillo del ojo vio al barman suspirar y traer su abandonada bebida hacia donde estaba, para luego continuar con su tarea de secar la barra y pulir vasos.

Hola.

Naruto abrió la boca para decir eso, pero no le salió la palabra. En su lugar se quedó mirando los ojos del otro, y luego vio como una de las delgadas cejas se alzó poco a poco en su frente, con la sutileza de un signo de interrogación escrito con una pluma caligráfica.

—¿Quieres unirte a nuestro juego de pulso?

Pasaron dos segundos.

—No.

Esto le sorprendió.

—¿Por qué no? – y frunció el ceño.

El otro se encogió de hombros con languidez, como si no quisiera tomarse el trabajo de gastar la suficiente energía para efectuar el gesto de la forma adecuada.

Una inquietud extraña vibró retorcida cerca del pecho de Naruto, por encima, casi, casi rumbo a su garganta.

—No vine aquí a meterme en juegos de borrachos.

Naruto tragó saliva, pero no dejó de observarlo. No creía que pudiera hacerlo si se lo proponía. No en ese estado: sobrio y más consciente que nunca de su propia existencia.

—No es un juego de borrachos-ttebayo. Es sólo un juego. Es más divertido beber de esa forma.

Los ojos nocturnos tampoco dejaron de ver los suyos. Era como un encuentro del día y la noche, como si en sus miradas la luz ambarina orquestara un amanecer o un atardecer adormilado. Era perturbador. Era aterrador. Era excitante. Era la primera vez que Naruto conocía a alguien tan impenetrable.

Una caja de seguridad en el banco. Un cofre secreto en la profundidad del mar.

Una isla ausente del mapa.

—Además, no tengo nada que ganar participando.

Le sorprendió que volviera a hablar.

—Apostamos dinero.

—No necesito el dinero.

Ahora fue Naruto quien alzó las cejas. Escuchó un estruendo cuando el puño del perdedor chocó contra la mesa y los vítores siguientes. Luego tendría que ver quién había ganado.

—Ah, y tampoco necesitas divertirte, supongo.

—… No vine a divertirme.

Iba a cambiar la estrategia.

—¿Sabes qué-ttebayo? – Naruto tomó su botellita de sake y se zampó un trago de golpe. Continuó hablando después de exhalar con gusto – Creo que simplemente no lo haces porque no puedes.

Esto le ganó, milagrosamente, que el otro frunciera el ceño.

—¿Qué?

—Seguro que no puedes. Debes tener un brazo débil. – Naruto observó su brazo con pretendida lástima, y estuvo tentado a acariciar sus bíceps como si fuera un cachorrito abandonado.

El otro se enderezó, y fue como si de repente la bandera blanca se fuera del aire y aparecieran frente a él treinta buques armados. De sus ojos saldrían las balas de cañón y oh, Naruto estaba preparado para la batalla.

Naruto sabía cómo provocar a la gente. Sobre todo, a aquellos que creían que podían ignorarlo. Su boca dibujó una sonrisa confiada y retadora. Ya había ganado, antes de siquiera empezar.

El pelinegro dejó su vaso en el borde de la barra y procedió a remangarse la camisa de su brazo izquierdo hasta el codo. Ahí también su piel era muy blanca. Se quitó el reloj de plata con cuidado y se lo guardó en el bolsillo. Todo esto sin dejar de mirar a Naruto como si en cualquier momento fuera a hundirlo en el fango.

Un grito de indignación se oyó a sus espaldas, y luego dos estridentes y largas carcajadas, y el tintineo de botellas y vasos de cristal.

Está bien, pensó Naruto. Sé nadar.

El otro colocó con un movimiento firme y casi balístico el codo sobre la barra y se giró para estar completamente de frente a Naruto. Él hizo lo mismo, sus ojos refulgentes de energía. No necesitaba remangarse la camisa porque había llegado al bar ya con las mangas de su playera negra por los codos.

Naruto puso en posición su brazo derecho, y rápidamente tomó en la suya la mano del otro y la cerró con fuerza.

Era un agarre férreo. Y una mano muy, muy cálida.

—Bien. – afirmó con cierta ferocidad.

—¿A la cuenta de tres? – inquirió con tono sereno el otro, y Naruto sólo gruñó en afirmación antes de empezar a contar.

Uno, dos, tres—

Ni dos segundos pasaron y su mano sonó en la madera de la barra con un crujido amortiguado. Naruto parpadeó, con la boca entreabierta y más desconcertado que un pato frente a un espejo.

El pelinegro sonreía. Una cosa pequeña, una leve curva de la comisura de sus labios.

Era la cosa más terrible y perfecta que Naruto había visto en mucho tiempo.

—¿Huh?

Y era la primera vez que perdía en muchas, muchas semanas.

—Perdiste.

—Pero qué- ¿cómo? ¡Tenía apretada tu mano con fuerza!

Ahora que lo pensaba, había sentido un pequeño pinchazo de dolor en el dorso de su mano antes, pero la aplastante derrota le había distraído por completo.

—¿Cómo…? ¿Cómo lo hiciste-ttebayo!?

En algún momento había saltado de su banqueta – ¿cuándo? – pero no había tiempo para detalles.

—¡Aaah, hiciste trampa!

—No.

—Hiciste trampa. Es lo único que tiene sentido.

—Tal vez tu brazo es débil.

Oooh, ya lo había hecho. Le había provocado, y de la misma manera que lo había hecho Naruto.

—Muy bien. – se volvió a sentar con un golpe sordo en su banqueta. – Vamos, segunda ronda.

El pelinegro arqueó una de sus perfectas cejas, y aquella sonrisa del demonio volvió a aparecer en su rostro.

—No quiero.

—¿Eh? ¿Y ahora por qué? – Joder, ¿por qué tenía que ser este tipo tan difícil?

Se volvió a encoger de hombros, de esa manera tan natural y suave, como una ola en la orilla, con la gracia y finesa de un personaje pictórico.

—No tengo nada que ganar. Ya te demostré que simplemente no me interesa.

Mira, Naruto ya estaba más que harto. Y sólo acababa de empezar. Si pudiera se remangaría la playera para demostrar que esto no era nada más que el principio. El inicio de la noche.

—Te pagaré el sake. – fijó su mirada azul en la del otro, y esperaba que la gravedad y determinación de su apuesta se reflejara en su cara – Si gano, tú pagas. Si ganas, yo pago-ttebayo.

—Hm.

—Bueno, ¿entonces qué? – Naruto estaba un tanto exasperado, así que se tomó otro sorbo de sake. Vació la botella. Tosió. Cuando volvió a abrir los ojos había un reflejo de diversión en la expresión del pelinegro. Era algo muy fino y exquisito. Como cincelar los rasgos de una escultura de piedra.

Aceptó de tal manera que Naruto sospechó esta había sido su intención desde el principio.

—Está bien. – alzó levemente la barbilla en un gesto altanero, y Naruto, con su corona de cabello rubio desordenado y sus mejillas tostadas, se sintió como si acabara de retar a un duelo al rey de Plutón.