NA: Advertencia, este es un fic MUY macabro. Dudo mucho en si es recomendable publicar esto o no, pero bueno… al final nunca uso mi sentido común, ni mi racionalidad cuando escribo. Y cuando tengo más faena más mierda viene a mi cabeza para ser escrita, siendo un irresponsable total y poniéndome a escribirla sin pensar. No he revisado el texto, así que pueden haber typos y faltas ortográficas.

La idea original de este fic se la debo al autor John Connolly. Pero es que cuando leí el relato de El vaquero del cáncer cabalga, no pude evitar pensar en Caliborn durante la lectura de ese texto, obsesionándome con escribir esto. No diré que es una adaptación, porque lo he cambiado bastante pero la idea principal está de ahí extraída. Dicho esto, espero que no sea demasiado macabro para la mente del lector…

"Ah! Colorado y sus granjas" Pensó Caliborn mientras conducía su Dodge Dart por aquella carretera mal asfaltada y se quitaba el sombrero bombín dejándolo en el sillón del copiloto.

Aquellas granjas aisladas le gustaban esencialmente por eso, porque no había nadie cerca a quien gritar cuando él entraba por la puerta y sembraba lo que le gustaba llamar "la semilla de la muerte". Muchos en su lugar hubieran dicho que hacían aquello para sobrevivir, matar a otros de una manera cruel y consciente, pero a Calibron no le gustaban esas tesituras. El mataba por necesidad, sí, pero sobre todo por placer.

Al pasar por la casa de la granja de los Zahhak no se replanteó en parar, pero a pocos metros pudo ver al hombre de la casa. Estaba agachapado junto a su tractor de color azul marino, tenía los brazos fuertes y parecía uno de aquellos tipos duros que fácilmente entraban en pelea. Era de los favoritos de Caliborn.

El conductor dio la vuelta al coche y tomó el desvío hacia la humilde casa de los Zahhak, pensaba en la excusa que iba a inventarse para acceder a la vivienda. Era fácil pillar a aquellos pueblerinos tontos desprevenidos. Eran una panda de ilusos que no tenían ni idea de nada.

Caliborn estacionó el coche cerca de la puerta de la casa y tras apearse caminó hasta la puerta. Eran las seis de la tarde, por lo que el hombre llamó al timbre con seguridad en sí mismo.

— Muy buenas tardes ¿Qué desea?— Una chica joven abrió la puerta dejando la puerta mosquitera entre los dos. Era mona, tenía os rasgos dulces, una mirada limpia y sonreía de manera amable. Sus ojos verdes se posaron en los de Caliborn, que interpretaba su mejor cara de amabilidad.

— El motor de mi coche hace un ruido extraño, — empezó a mentir con soltura. Estaba acostumbrado a hacerlo y precisamente por ello ya nadie notaba que lo estaba haciendo. Caliborn sonrió fingiendo ingenuidad.— Pensé que tal vez podían prestarme herramientas para comprobar que todo anda bien.

—Pues ha hecho usted bien en parar, no hay muchas más casas hasta el pueblo de Brush y está bastante retirado — dijo la chica con amabilidad. Abrió la puerta mosquitera y le invitó a pasar. — Mi nombre es Nepeta, mi marido no tardará en llegar y le podrá dejar las herramientas que yo personalmente desconozco dónde están. ¿Desea tomar algo?

—Un poco de agua, por favor — contestó el cuándo un ataque de tos le asaltó. Contuvo su respiración por un instante, no quería que se notase lo que le pasaba.

Caliborn entró, la casa apestaba a gato. Odiaba a casi cualquier animal, podían oler la enfermedad que contenía en sus tripas y que extendía por allí a donde iba con facilidad. El hombre se sentó en el sofá y esperó a que la chica le trajera algo de beber.

Un niño con el pelo recogido en una coleta le miraba desde el marco de la puerta de aquella casa mugrienta a los ojos del asesino.

— Horuss, no seas mal educado ¡Saluda! — dijo Nepeta alargándole un vaso de agua.

— Pounce de Leon ha dicho que es mejor estar lejos del desconocido — dijo Horuss con cierta prepotencia. — Eres tú quien dice que los gatos son más listos que los humanos, mami.

Nepeta miró reprobatoriamente a su hijo.

—No se moleste en castigarlo, mi aspecto puede parecer agresivo a los niños — fingió amablemente el invitado a la par que dejaba el vaso vacío sobre la mesilla de té frente al sofá. En realidad era cierto que su aspecto albino, de pestañas largas y blancas, con aquellos ojos rojos y la piel de una blancura inmaculada impresionaba a la gente con facilidad. Pero iba a disfrutar muchísimo matando a ese estúpido crio, se veía a la legua que era de aquella clase de personas que Caliborn no podía sufrir. De aquellos que notaban enseguida que algo en el organismo de este no funcionaba exactamente igual que en las demás personas.

—Si no le importa, marcharé a la cocina— dijo Nepeta con una sonrisa. También iba a disfrutar matándola, parecía demasiado encantadora como para no hacerlo—. He de hacer la cena, si necesita algo llámeme, pero Equius debe estar a punto de llegar.

El invitado sonrió afable y giró su vista hacia el niño, aún apoyado en el marco de la puerta, en cuanto la madre desapareció.

—Ven un momentito — dijo Caliborn con voz tranquila. Iba a empezar con él, tomándose las cosas con calma. —No tengas miedo, los hombres de verdad no se asustan tan fácilmente.

El chico se acercó tembloroso, más por sentirse herido en su orgullo masculino que porque quisiera arrimarse al tipo.

Caliborn alargó su brazo y tocó el antebrazo del niño, agarrándolo con fuerza posó sus ojos rojos sobre los azules del chico. Horuss quería gritar pero él le puso uno de sus blanquísimos dedos sobre los labios y de golpe le soltó. En aquel contacto una pequeña célula osteoclasta había mutado, pronto se propagaría por todo el hueso de su brazo y en pocas horas estaría extendiendo su metástasis al resto del organismo del chico. Casi como una pistola, bang bang, el niño ya tenía la sentencia de muerte escrita en el dorso de su brazo.

Aquella era la magia de Caliborn. El la llamaba así, porque en realidad al hecho de infectar a gente de aquella enfermedad no era algo que la ciencia pudiera explicar.

El chico y su hermana Calliope habían recibido aquella maldición hacía muchos años. Ni siquiera recordaba cómo, solo notaba aquel dolor abrasador en su pecho y en el estómago que le decía que debía hacer enfermar a los demás o morir. Cuando descubrió que el dolor desaparecía por completo al matar a otros, al infectaros de aquel cáncer que nada tenía que ver con la oncología normal, se desquitó asesinando. Recordaba vagamente a su hermana, suplicándole que parara, que con infectarles de un modo superficial y advirtiendo a la víctima que fuera al médico ya causaban suficiente dolor y podían sobrevivir. Pero Caliborn no era como su hermana.

Sin pensarlo dos veces, el chico había ensartado a la dulce chica, guardando de ella solo la cosa negra que albergaba en su estómago. Una especie de gusano negro y largo que se retorcía sobre sí mismo aún en la actualidad en un pequeño bote de cristal que Caliborn guardaba en su coche. Era el legado de su hermana, y lo guardaba vivo para un vasallo fiel en aquellos rituales de muerte. Él sabía que dentro de él vivía también un ser como aquel, era eso lo que le hacía sentir dolor, pero también el que le proporcionaba todo aquel placer al matar. Un pacer inexplicable para cualquier humano que no lo hubiera sentido.

En poco tiempo llegó Equius, el fornido granjero, facilitándole a Caliborn las herramientas que en realidad no necesitaba. El enfermo interpretó su papel con soltura, tomó una cerveza e fingió interés en la mecánica y en la agricultura de la zona. Era fácil embaucar a aquellos pueblerinos que se creían especiales por motivos absurdos, tanto que invitaron al hombre a cenar.

La mesa redonda de la cocina tenía espacio para cuatro personas, lo cual era perfecto. El cabeza de familia se sentó junto al invitado y el niño estaba justo al otro lado, mirándole con ojos de angustia y preguntándose por qué sus padres le habían invitado a quedarse. En la mesa servida una exquisita quiche de queso y bacón, con una ensalada de tomate de la misma huerta de la granja. Todo parecía ir bien para la familia, que aislados como estaban, agradecían la visita de gentes de mundo, hasta que el gato cruzó la cocina en pos de su ronda habitual para conseguir una cena fácil.

El gato posó sus patas sobre el parqué y sigiloso se acercó a Horuss, sabía que era el plato en el que más fácilmente robaría algo de comer, pero de golpe vio a aquel tipo blanco como la nieve sentado en su silla. Olía raro, olía como a muerte. Pounce de Leon rodeó la mesa de la cocina y se colocó entre las piernas de Nepeta, la única humana a la que consideraba un igual.

—¿Qué ocurre, Pounce? — dijo la mujer algo alarmada. El gato no actuaba así si no había algún peligro del que quisiera advertirla.

— Es lo que te he dicho antes —gruñó Horuss, justo para después quejarse por un pequeño dolor en su antebrazo que le obligó a soltar el tenedor, dejando caer este al suelo. Caliborn miró e brazo del chico con satisfacción, había hecho su trabajo a la perfección.

Horuus atrajo instintivamente el brazo contra su cuerpo, alarmando a su madre. Nepeta se levantó y se acercó al niño, arremangándole y mirando el antebrazo de este. La zona donde anteriormente había tocado Caliborn estaba totalmente enrojecida, caliente. La madre preocupada miró al niño y posó su mano sobre la frente de este.

— Creo que tiene fiebre— dijo en voz alta casi para sí misma. Equius se levantó y cogió las llaves de su coche con decisión. El hospital más cercano estaba bastante retirado pero prefería llevarlo a soportar a su madre histérica, aunque al final resultara que solo era un resfrío mejor prevenir que curar.

— ¡Él me lo ha hecho! — gritó el crio señalando a Caliborn, que sonreía expectante. La verdadera diversión estaba por empezar.

Caliborn se levantó de la silla despacio, ante la atenta mirada de la familia. Se acercó a nepeta y posó su mano en el cuello de la mujer. Equius tiró las llaves al suelo y se acercó con presteza a aquel individuo que hasta el momento le había parecido normal y le asestó un puñetazo en cuanto vio caer a Nepeta al suelo con el cuello rígido. De la nariz de Nepeta salía sangre negra y la pobre maullaba como un gato herido.

Horuss se arrodilló frente a su madre, angustiado rodeó con el brazo que no le dolía su cabeza y le acarició el pelo. Sentía la vida de su madre escaparse por la boca de esta en su pesada respiración. Frente al chico, Caliborn apoyaba las manos en la cara de Equius, que poco a poco se deformaba en unos amorfos bultos.

Los ojos azules del chico repasaron los movimientos del albino, que acaba de dejar a su padre moribundo en el suelo. Se acercaba a él con una sonrisa macabra.

—¿Por qué? — preguntó Horuss en un susurro, más para sí mismo que otra cosa.

—Porque puedo — contestó el otro también para sí mismo y colocó su mano sobre la frente del chico terminando con su vida del mismo modo que había hecho con su padre.