Por el Dios al que le recen, que alguien me detenga porque estoy haciendo más y más fics de varios capítulos y ni siquiera sin terminar los ya empezados.
¿Fans de Ishida por acá? Se lo dedico a la loca de Hope's entonces, porque sé que ella está que se arranca los pelos porque no hay nada de ellos- ¡Tará! 😉
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-. Prólogo.
El mover sus pertenencias de un lado resultó bien. No fue problema más que el tener que transportar dos valijas y un bolso al interior, de su nueva antigua vivienda, recibiendo gritos de que se apurara mientras sacaba el equipaje del baúl de un taxi por su cuenta, ya que su conductor parecía que vivía demasiado irritado con su trabajo (a pesar de lo joven que se veía, seguro sin pasar los veinticinco) como para querer quedarse por más tiempo.
Cuando terminó de acomodar el cuarto a usar, se permitió descansar unos minutos, sentándose en la cama recién tendida y el colchón que acababa de desempolvar y limpiar por completo, junto a la habitación de su infancia la cual nadie tocó desde que se marchó de esa casa a los catorce años.
A diferencia de otras personas, seguramente será debido a que es alguien mentalmente maduro para su edad. Mantuvo la compostura todo el tiempo. De alguna manera, logró tomar el suceso tan fácilmente como respirar.
Resoplando se levantó y, al ver que atardecía, pensó que eso sería más cómodo para pasar por las calles sin que se notara mucho el brazalete negro abajo de su hombro*.
La tarde había estado bastante fría y eso cambió aún más ya comenzando a oscurecer. A diferencia de las horas anteriores, la nieve había dejado de caer a modo de llovizna rápida, pero, incluso así podía prever que las calles de Tokio estarían ocupadas por varias parejas siendo que estaban en febrero.
No obstante, a una parte suya le pareció el clima correcto para evitar conocidos. Por lo que, tomando su billetera y volviendo a colocarse el abrigo, salió a dar un recorrido.
Mientras pasó, desde la línea peatonal opuesta, sus sentidos se dispararon al percatarse de una cabellera bastante familiar entre un pequeño grupo de personas.
Sería imposible no reconocer aquel brillante tono de naranja.
Buscando ocultar una mueca de disgusto, supo que acababa de interrumpir la salida familiar, y arruinado sus propios deseos de no prepararse personalmente algo caliente de beber.
Si al menos hubiera sido visto por el pelinaranja primero, podría ser dejado en paz. Pero Isshin fue quien lo divisó y decidió no permitir ignorarlo.
- ¡Uryuu!
Es abordado con la mirada de parte de los otros presentes también, quienes se giraron solamente para ver de quién se trataba.
Tuvieron que apartarse un poco de la puerta de vidrio, mientras el ex dueño de la clínica Kurosaki le preguntaba cosas triviales por las que segundos después buscó pelea con su hijo, ya que éste le pedía cerrar la boca.
La madre de la familia amablemente, les pidió calmarse. Las hermanas, a las que solamente vio alguna vez de casualidad, buscaban detener la riña. O, bueno, al menos una de ellas.
Y él queda olvidado, sin pensar en tomar o no la oportunidad para irse, hasta que el niño, que no le sacaba los ojos de encima, habla.
- ¿Quién es este flacucho, hermana? -grita enojado el pelinegro, mirando hacia una de las chicas.
Karin frunce el ceño en su rostro, mas sin hablar, pero Yuzu baja la cabeza a la altura del niño de alrededor de seis años para reprenderlo.
- Kaoru, ¡así no se habla de los amigos de nuestro hermano mayor! -dice.
En otro momento, Ishida habría aclarado que no eran amigos con el hermano de ella, pero ahora mismo no parece apropiado.
La madre asiente con un comentario parecido, queriendo disculparse por su hijo, pero él la interrumpe antes.
- No tiene por qué. Les deseo que tengan una agradable salida. Buenas noches -giró en la misma dirección por donde había venido, alejándose del lugar sin siquiera comprar el café que tanto ansiaba tomar minutos atrás.
Al llegar a casa, ni se distrajo en buscar agua a pesar de la sed y el frío del recorrido a pie. Una esperada presencia, anunciada por el tipo de vehículo a punto de ser aparcado en la galería subterránea, tomó las siguientes tres horas de su tiempo.
Durante el siguiente mes, se permitió quedarse casi recluido en su habitación. Al menos, la parte del tiempo que pasaba en la mansión.
Cuando las clases volvieron a comenzar, tras la ceremonia, fue de los primeros que ingresó al salón.
Al acabar el horario, se despidió por cortesía de una de sus amigas a su costado y se levantó del asiento dispuesto a dejar el salón.
Cuando está de espaldas en el primer azulejo fuera del pasillo, oye la voz de Kurosaki llamarle.
- Ey, Ishida.
No le presta atención, más que para decirle que estaba ocupado, sin cortar su camino a la salida hasta llegar a su casa.
No buscaba que cupiera su mente en otra cosa, por eso no aceptaba ante cualquier señal de conversación. Ni siquiera en sus propios pormenores quería concentrarse.
Éste era su último año en Instituto.
Debía exigirse el máximo, incluso antes de llegar a tener exámenes de ingreso para la Universidad, para obtener una beca y poder estudiar en Europa. Alemania era tentadora.
Sí, puede sonar a cliché repetido de dorama, pero él va en serio. Esa es la diferencia si lo admite, que es más un objetivo que un sueño.
Porque nunca lo fue antes.
Contrario a la creencia que mantuvo desde que abandonó su casa a los catorce años, -momento en que comenzó a vivir por su cuenta, hasta hace unas semanas-, su padre le hizo un fondo fiduciario*.
Prácticamente todo el dinero que su padre poseía en la cuenta bancaria, si ambos de sus progenitores morían antes de tiempo, como hijo único, pasaría a pertenecerle una vez fuera mayor de edad.
No obstante, aunque le faltaban cuatro años más para eso, podía disponer del dinero antes si así lo precisaba.
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*En algunas culturas, personas de la servidumbre llevaban éstos cuando moría el amo al que servían o familiares en la casa. En otras, simplemente familiares lo usaban por muestra de duelo a causa de la muerte de un querido.
*Es más fácil de lo que creen, imaginar quién es.
