NOTA:

"Comillas" – Pensamientos

(Letra Cursiva) – Recuerdos

(. . – Cambios de Escena

EPISODIO 1: LA LLAMA DE LA REVOLUCIÓN SE ENCIENDE

Oscar finalmente había confesado su amor a André. Durante muchos años ella había confundido ese profundo amor con cariño de amigos, de hermanos. André no estaba sorprendido de aquella confesión, desde siempre supo que sería el único hombre al que ella podría entregar su amor.

Así que después de besarse profundamente y expresarle su amor con palabras, Oscar se sintió preparada no solo para entregar su corazón sino también su cuerpo al hombre al que ella amaba, y así se lo hizo saber a André.

Él entonces la tomo entre sus brazos y la recostó entre la hierba, y luego comenzó a quitarse el uniforme que llevaba puesto. Una vez libre procedió a hacer lo mismo con ella, sin embargo vio en el rostro de Oscar un profundo temor. André la comprendió pues sabía que él era el primer hombre al que ella se entregaba por completo, así que de la forma más delicada que pudo procedió a quitarle el uniforme a ella.

Una vez que Oscar estuvo desnuda, André se detuvo un momento para observarla. Durante 20 años había esperado ese momento y deseaba apreciar a la mujer que amaba en todo su esplendor. Luego de ello comenzó a besarla suavemente, acariciando a la vez cada una de las partes de su cuerpo, guiándola a cada paso. Solo después que supo que ella estaba lista comenzó abrir delicadamente las piernas de su amada, para de esa forma poder entrar en ella.

Oscar aunque asustada correspondía cada una de las caricias de André, y solo cuando sintió que el entraba en ella por primera vez se quedó paralizada por un momento, pues un dolor indescriptible la había invadido. Sin embargo, después de unos instantes aquel dolor dio paso a un profundo placer que llenaba cada parte de su cuerpo.

Los gemidos y respiraciones agitadas de ambos amantes invadieron el ambiente. Ya no les importaba nada más que permanecer juntos, sin pensar lo que para ellos podría venir después.

Así en medio del campo estos dos seres enamorados consumaron su amor. Oscar se convirtió de esa forma en la esposa de André.

Él se detuvo unos instantes para ver cómo estaba Oscar. Ella simplemente se limitó a sonreír al tiempo que le dedicaba unas palabras:

- André Grandier cuando estás conmigo me dan ganas de vivir. ¡Sí! ¡Quiero vivir!

Después de aquello Oscar nuevamente se entregó a André, siendo esta vez ella la que tomo la iniciativa.

Cuando todo termino ambos se quedaron abrazados en medio de la hierba. André se sentía el hombre más feliz de la tierra, pues no solo había logrado alcanzar el corazón de la mujer que había amado desde siempre sino que ella se había entregado completamente a él. Aunque no había comprendido del todo que había querido decir Oscar con su "¡Quiero vivir!", decidió no cuestionarla sobre el tema en esos momentos.

Después de algunos minutos ambos se percataron de que había llegado la hora de partir, así que luego de vestirse tomaron sus caballos y partieron raudamente rumbo a las barracas de la Guardia Francesa. Ninguno sospechaba siquiera de los trágicos acontecimientos que les esperaban en Paris.

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En las Barracas, los guardias del Regimiento B discutían que es lo que debían hacer ahora que se les había ordenado disparar contra los manifestantes. Ellos no querían luchar contra civiles desarmados y pensaban seriamente en desertar. Fue en ese instante Oscar y André hicieron su ingreso y todos guardaron silencio. Ella se acomodó en una de las mesas, y tras ella se colocó André, después de ello comenzó a hablar:

- Bien caballeros, creo que todos ustedes están enterados de que a las ocho en punto, nuestra orden es mantener a toda la gente armada bajo control. Pero si llegara a presentarse un alboroto nuestro deber es dispararles – de pronto guardo silencio al ver entrar en las barracas al Coronel Dagout.

- No se detenga continúe por favor – dijo el coronel.

- Tal vez muchos de ustedes tengan parientes cercanos dentro de la multitud, - continuo Oscar, dirigiendo la mirada a sus soldados - y si les doy la orden de disparar probablemente no querrán tirar del gatillo, y yo lo entenderé. Ahora quiero hablarles con franqueza y les diré el camino que seguiré esta vez como individuo. En esta ocasión renuncio a mi puesto como comandante por la razón que el hombre al que amo y en el cual confío tal vez no quiera que ustedes le disparen a gente de la multitud, y yo obedeceré lo que él diga. Si él dice que peleemos con esa gente lo haremos, sin importar mis órdenes anteriores. Caballeros, ahora soy la esposa de André Grandier y planeo dejar mi huella de mujer con el papel de su esposa

- Óscar – dijo André completamente sorprendido.

- André ahora serás tú el que de las órdenes, yo seguiré el camino que tú indiques – los ojos de Oscar brillaban mientras dirigía su vista al hombre que amaba.

- Óscar, - de pronto la interrumpió Alain - puedes tener la seguridad de que no tienes que resignarte. Antes de que llegaras estábamos hablando, y decidimos que si hay una pelea dejaremos la guardia real y nos uniremos a los demás para pelear por la revolución. Pero si piensas lo mismo no hay necesidad. Comandante, si nos ordena pelear por las personas armadas le obedeceremos, aunque dejemos la guardia real.

- ¿André, estás de acuerdo? – una Oscar sorprendida dirigió nuevamente su mirada hacia él.

- Creo que Alain tiene razón- respondió André al tiempo que asentía con la cabeza.

En un movimiento rápido Alain se acercó a donde se encontraba la pareja.

- Estoy a sus órdenes capitán – dijo el guardia mientras extendía su mano a Oscar, siendo correspondido por ella – y ahora que ya se sabe ¡Felicidades a ustedes dos!

Oscar y André movieron la cabeza en señal de agradecimiento mientras los demás miembros del regimiento también los felicitaban. Fue en ese momento que Oscar dirigió su mirada nuevamente al Coronel Dagout para hablar con él.

- Coronel ya que usted es un aristócrata, no pretendo que se nos una – dijo ella con firmeza.

- Cierto, no podría hacerlo. – respondió el coronel.

- Ahora está en sus manos enviar al cuartel el informe de lo que ha escuchado, - continuo Oscar - ¿Por qué va a hacerlo, cierto?

- Correcto, es lo que voy a hacer.

En ese instante Alain tomo su sable intentando atacar al coronel.

- Espera, primero hay que escucharlo – le dijo Oscar a Alain.

- Así es, - continuó el coronel - pero descansare el día de hoy, así que mi informe llegara mañana. No tienen de que preocuparse. Comandante, mucha suerte en todo lo que haga – su mirada de pronto se llenó de angustia pues sabía que tan enferma estaba Oscar.

Oscar con un gesto le pidió que no dijera nada sobre el tema. Después de ello el coronel Dagout hizo una reverencia y se retiró de las barracas.

- Por todo el tiempo que he estado hablando mal de usted a sus espaldas, le pido una sincera disculpa coronel. – dijo Alain mientras aquel se retiraba.

Después de unos instantes Oscar tomo la palabra nuevamente:

- Caballeros prepárense pues con los primeros rayos del sol partiremos rumbo a Paris en donde debemos proteger a los ciudadanos de cualquier ataque por parte de la guardia imperial o del ejercito de su majestad.

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Primeros rayos de luz del día 13 de julio de 1789. En las próximas horas las calles de Paris recibirán la sangre de cientos de ciudadanos, sangre que será la semilla de la revolución que cambiara el rumbo de todo un imperio.

Los soldados del regimiento B de la Guardia Francesa montados sobre sus caballos se dirigían lo más rápido que podían a Paris.

- ¡Apresúrense, las protestas deben estar por iniciarse y debemos evitar a toda costa que los ciudadanos sean atacados! – grito Oscar tratando de alentar a sus hombres.

Finalmente después de varios minutos llegaron a su destino y se introdujeron sigilosamente en medio de las callejuelas. De pronto un grupo de gente armada les salió al frente, impidiéndoles avanzar y tratando de atacarlos.

- ¿Qué sucede? ¿Es que acaso no comprendéis cual es nuestra misión? – les cuestiono Oscar al ver la actitud desafiante de la multitud.

- Claro que lo sabemos. Sus órdenes son atacar a gente desarmada, sin importar si son niños o mujeres. – grito un hombre que salió de entre la multitud.

- Si eso es cierto. Es por eso que la Reyna mando a traer tropas no solo de distintas partes del país sino también del extranjero – otro hombre de aspecto sencillo intervino.

La exaltada muchedumbre se acercó entonces al regimiento con intenciones de agredirlos. Los soldados aunque no querían, tomaron sus armas para defenderse y André se adelantó un poco para en caso fuera necesario defender de un posible ataque a Oscar.

En ese instante de entre la multitud aparecieron Rosalie y Bernard, y él para tratar de apaciguar a la multitud comenzó a hablar:

- Deténganse por favor, yo conozco a la comandante de este regimiento. Ella sería incapaz de atacar a gente indefensa.

- ¿Cómo podemos estar seguros de eso? Yo misma he visto como los soldados de la Reyna han atacado a los manifestantes. Incluso acabamos de ver como un soldado alemán mato a un niño indefenso unas calles más allá. – grito una mujer entre la muchedumbre.

- Yo se los puedo asegurar. La comandante Jarjayes es una mujer integra, es por ello que confió en ella – Bernard se acercó donde Oscar y le extendió una mano, gesto al cual ella correspondió.

- Gracias Bernard por ayudarnos – dijo mientras apretaba la mano de su amigo, luego se dirigió a la muchedumbre en voz alta – Es cierto que los soldados de la Reyna han atacado a gente indefensa y es por ello que tanto mi regimiento como yo hemos decidido unirnos a los manifestantes y protegerlos de posibles ataques por parte del ejercito de su majestad. En este momento, yo Oscar François de Jarjayes, renuncio a mis derechos como noble y me convierto en una ciudadana más de Francia – en ese instante ella se arrancó del pecho la insignia que la distinguía como aristócrata y la arrojó al suelo ante la sorpresa de todos los presentes.

De pronto Rosalie totalmente compungida tomo la palabra:

- ¡Oh Lady Oscar! Pero es que acaso no sabe cuál es el castigo que le espera a los soldados que desobedezcan las órdenes del rey – los ojos de la joven se llenaron de lágrimas.

Oscar al verla decidió bajar de su caballo y rápidamente fue a abrazarla, hacía mucho tiempo que no la veía y deseaba expresarle cuanto es que la había extrañado. André también decidió desmontar e ir al encuentro de Bernard para saludarlo.

- Mi querida Rosalie, claro que lo sé y estoy dispuesta a asumirlo, tanto yo como mis soldados, pero dentro de mi corazón sé que todo saldrá bien, ya lo veras. Ahora ya no llores más que me harás llorar también a mí. – dijo Oscar al tiempo que esbozaba una tímida sonrisa para su amiga.

- Esta bien Lady Oscar, ya no llorare más – respondió Rosalie al tiempo que secaba sus lágrimas con una de las mangas de su vestido.

Después de una breve conversación, Oscar y André se despidieron de sus amigos para luego ir hacia donde estaban sus caballos. En ese instante Bernard se acercó a Oscar, y antes de que a ella montara, comenzó a hablarle al oído.

- Oscar, te espero hoy en la noche en mi casa, allí nos reuniremos junto con otros líderes de las protestas para acordar las acciones de mañana, y tú como representante del ejército estas invitada.

Oscar asintió levemente y luego subió a su caballo. Después comenzó a avanzar seguida por su regimiento. Ahora debían dirigirse a las Tullerias, donde debían armar barricadas para defenderse de posibles ataques durante las protestas.

La multitud les abrió paso al tiempo que celebran la adhesión de aquellos soldados a sus justos reclamos.

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El pequeño regimiento conformado por apenas 50 hombres comenzó su marcha. El ambiente en Paris era muy tenso por lo que no debían confiarse en nada. Todos avanzaban en silencio, rogando a Dios que nada malo les sucediese. Habían avanzado ya varios metros cuando de pronto de una de las calles les salió un regimiento de alrededor de 20 soldados, distinguibles por su uniforme como miembros de los dragones alemanes. Dichos soldados habían llegado por pedido explícito de la Reyna, y su misión era contener las protestas, sea de forma pacífica o usando otros medios.

- ¡Hey, ustedes a donde piensan que van! Las órdenes del rey han sido claras, debemos de replegarnos en torno a la Bastilla – grito el que al parecer era el comandante de los soldados alemanes.

- "La Bastilla" – pensó para sí Oscar, ella sabía que la antigua fortaleza albergaba en su interior gran cantidad de cañones y municiones – Si lo sabemos – dijo fingiendo serenidad – Es que primero se nos encomendó otra misión que debemos cumplir.

- Entiendo, entonces continúen su camino – la mirada del comandante alemán era inquisidora y aunque no estaba del todo convencido por lo dicho por Oscar decidió, de todas formas, cederles el paso.

Oscar y su regimiento nuevamente comenzaron su marcha. Trataban de disimular su nerviosismo, que era compresible, pues habían estado a punto de ser descubiertos y posiblemente ejecutados en el acto.

Después de algunos metros Oscar les ordeno desmontar a todos, pues el camino que debían seguir a partir de ese punto seria duro y los caballos solo les estorbarían.

- A partir de este punto debemos continuar a pie. Debemos camuflarnos entre los callejones para evitar ser vistos por los soldados del rey – dijo Oscar a su regimiento.

- Es cierto Oscar, hay cientos de soldados en toda la ciudad. Sería muy riesgoso que nos descubrieran – un preocupado André se dirigía a una Oscar que parecía algo más agitada que de costumbre – ¿Oscar, te sientes bien? – la cuestiono preocupado.

- Me encuentro bien André – respondió ella de forma fría y cortante, tratando de disimular la fiebre que la estaba sofocando en ese momento – Ahora debemos avanzar.

Aunque André estaba sorprendido por aquella respuesta decidió no ahondar más, sin embargo sabía que Oscar le ocultaba algo bajo aquellas frías palabras.

Habiendo caminado entre los callejones durante varios minutos, Oscar se detuvo y tomo nuevamente la palabra.

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- Sera mejor que descansemos por un momento, ha sido un largo día.

Los soldados agradecieron a su comandante, pues desde que había amanecido no habían descansado y ya habían dado casi las 3 de la tarde. El regimiento se acomodó como pudo en el suelo de aquel vetusto callejón, tratando de olvidar aunque sea por unos instantes en donde se encontraban y que estaban haciendo allí.

Oscar por su parte se sentía muy agotada producto de la elevada fiebre que tenía, así que por ello decidió apartarse un poco del grupo, incluso de André. Una vez cómoda se puso a pensar en todo lo que estaba sucediendo.

¡Oh, cuan frágil resulta ser muchas veces la mente humana, que hace que la confianza con la comenzamos un nuevo camino se vea de pronto abrumada por nimiedades, haciéndonos dudar de todo cuanto hemos hecho hasta el momento!

Oscar de pronto se sintió sumamente preocupada y no solo por el hecho de un inminente enfrentamiento contra el ejército que alguna vez había comandado, sino también por lo que había sucedido con André y su renuncia a sus derechos como noble. En ese instante cayo en cuenta de algo que no había pensado hasta entonces, una idea que comenzaba a golpear en su cabeza una y otra vez, y que la hacía dudar de que si lo que estaba haciendo era del todo correcto.

Ella sabía que a pesar de que las cosas no salieran como lo esperaban, en el peor de los casos, sería degradada pero aun así conservaría sus derechos como aristócrata, sin embargo a André, ¿qué le esperaba? Y es que en aquellos tiempos la pena que le esperaba a un soldado de clase baja que traicionaba al Imperio era… ¡la muerte!

- ¡Oh André, mi querido André! – se decía Oscar para dentro de si – que es lo que nos espera. Si las cosas salen mal, te condenarían a muerte o en el mejor de los casos y recurriendo a la misericordia del rey podrías vivir pero….

De pronto se le vinieron a la mente las palabras de su padre:

- ¡Estúpido! – dirigiéndose a André – piensas que las diferencias entre tú y Oscar desaparecerán porque ustedes lo quieren así. ¡No! Ella es de la nobleza. ¿No sabes que cuando los nobles se casan tienen que pedir permiso al Rey?

Oscar se dio cuenta entonces de que después de que todo pasara el rey jamás autorizaría su matrimonio con André, y peor aún después de que ella había decidido unirse, junto a su regimiento, a los manifestantes. Lo más probable seria que a ella la obligaran a casarse con algún noble que haya permanecido fiel al rey, y en consecuencia, André y el amor que ambos sentían tendrían que verse obligados a seguir viviendo en las sombras. No, no lo soportaría. No podría ver sufrir a André.

- André, ¿qué es lo que te he hecho? – volvió a decirse dentro de si – He sido demasiado egoísta y orgullosa. Te he arrastrado a una vida de sufrimiento. Sería mejor que te alejaras y buscaras a alguien que te pueda ofrecer su amor sin barreras. Alguien que te diera la felicidad que mereces. – en ese instante algunas lágrimas comenzaron a caer por su rostro.

De pronto una voz familiar la hizo salir de sus pensamientos:

- ¿Oscar, te encuentras bien? – era André quien le hablaba al tiempo que se acercaba lentamente a ella.

- No me sucede nada André – nuevamente dio un respuesta fría, tratando de ocultar a la vez su rostro bañado en llanto.

- Entiendo – respondió cabizbajo el enamorado, para luego nuevamente unirse a los demás soldados del regimiento.

André estaba preocupado por la actitud de Oscar, sin embargo comprendió que aquel no era el lugar ni el momento para expresarse el amor que ambos sentían.

Desde un costado del callejón Alain había observado la triste escena. Él se acababa de dar cuenta de que Oscar estaba empezando a dudar del camino que había elegido, y esto probablemente incluiría su amor por André. Prefirió no intervenir, no por el momento, ya que al igual que ella tenía dudas. Además en su corazón guardaba un secreto que prefería callar y que a la vez lo convertía en la persona menos indicada para ser el consejero de ella en temas amorosos.

En tanto, Oscar nuevamente había vuelto a encerrarse en sus pensamientos y empezó a recordar los años en que ella y André no eran más que niños que solo pensaban en jugar. Como quiso en ese instante que aquellos tiempos jamás hubiesen pasado.

- ¡Oscar no vayas tan rápido! Si te caes del caballo y te lastimas, el amo se molestara muchísimo conmigo – la voz del pequeño André sonaba acongojada, pues cabalgaba tratando de seguir como podía a su pequeña amiga.

- Eres un miedoso André, jamás me caería del caballo. Mi padre me ha enseñado a montar a la perfección – gritaba una entusiasta Oscar al tiempo que espoleaba cada vez más a su inmaculado corcel.

- ¡Oscar por favor, detente! – el pequeño André casi sollozando le suplicaba que detuviera su marcha sin obtener respuesta.

Oscar recordaba con especial cariño aquellos momentos cuando de pronto unos gritos y disparos la hicieron retornar a la realidad.

- ¡Comandante, los soldados están atacando a los manifestantes! ¡Les están disparando! – el grito de espanto de Alain invadió el ambiente.

- Bueno señores, ha sido un gusto trabajar junto a ustedes durante todo este tiempo pero ha llegado la hora de enfrentar nuestro destino. ¡Avancen! – Oscar desenvaino en ese instante su sable y se comenzó a dirigirse hacia el lugar de donde provenían los gritos.

- Oscar, por favor ten cuidado – dijo André al tiempo que la sujetaba de un brazo, y es que estaba preocupado pues ella había decidido ponerse al frente del regimiento, exponiéndose de esta forma a cualquier ataque.

- Lo tendré, André – le respondió ella sin siquiera voltear a verlo.

Oscar siguió avanzando rápidamente seguida por su regimiento. Una vez que estuvieron en el lugar donde se desarrollaba la batalla, ordeno a sus soldados desplazase y apuntar sus fusiles contra los dragones alemanes, quienes eran los que efectuaban los disparos contra los manifestantes, que sorprendidos miraban como el pequeño regimiento se posicionaba frente a ellos a manera de escudo.

- ¡Alto, deténganse! – con una voz firme Oscar comenzó a dirigirse a los sorprendidos soldados alemanes - ¡Soy la comandante Oscar François de Jarjayes y les ordeno que detengan su ataque contra esta gente!

- ¿Qué es lo que sucede aquí? Acaso desconocen las órdenes del rey. Debemos detener a cualquier precio los brotes de violencia y manifestaciones que se produzcan en todo Paris – la voz del comandante alemán denotaba una sorpresa absoluta al verse acorralado por los soldados de Oscar.

- ¿Pero es que acaso no se dan cuenta que se trata de gente desarmada? ¿Piensa aun así atacarlos?

- Pero Comandante Jarjayes, eso es algo que a usted no debería interesarle. Solo debería preocuparse en obedecer las órdenes del rey como lo hace cualquier buen soldado. Además hasta donde puedo ver, usted es miembro de la nobleza, por lo que no entiendo porque le puede interesar la vida de esta gente de poco valor – esta vez la voz del alemán tenía un cierto tono de ironía y altanería.

Los ojos de Oscar en ese momento se volvieron rojos producto de la rabia que le había causado las palabras de aquel comandante, y en ese momento la invadió el deseo atravesarlo con su sable, sin embargo decidió contenerse.

- ¡Me interesa porque tanto mi regimiento como yo hemos decidido asumir la defensa de esta gente! – una Oscar completamente decidida comenzó a hablar – ¡Me interesa porque he decidido renunciar a mis derechos como noble y luchar codo a codo con ellos, sin importar si esto me cuesta mi propia vida!

- Entonces esto significa que tanto usted como su regimiento han decidido traicionar al rey – el alemán en ese momento tomo su pistola y la apunto al rostro de Oscar – En ese caso lamento decirle que debe prepararse para morir. Es una lástima que una mujer tan bella muera de una forma tan poco…convencional.

De pronto un disparo rompió la tensa calma que se vivía. Aquel tiro había salido del arma del dragón alemán pero afortunadamente no había dado en el blanco. Oscar lo había logrado esquivar y había ido a dar a una vieja puerta.

- Yo lamento decirle que aún no pienso morir. No por el momento – en ese momento Oscar esbozo una leve sonrisa.

- ¡Ataquen! – grito el comandante alemán completamente enfurecido por haber fallado su tiro.

En ese instante nuevamente los disparos empezaron, pero esta vez ya no provenían de un solo bando, ahora Oscar y sus soldados también disparaban defendiendo a un pueblo que estaba hambriento de justicia e igualdad.

Oscar, más temprano que tarde, veía impotente a su alrededor los cuerpos heridos de muchos de sus soldados y de civiles armados con poco más que algunas lanzas y picos. La frustración que sentía iba en aumento a medida que veía caer a alguien víctima de las balas. En ese instante fue que recordó que André también estaba con ella y un escalofrío recorrió por completo su cuerpo. Trato de ubicarlo pero el humo de la pólvora le impedía ver con claridad y por un momento se sintió aturdida en medio del fragor de la batalla. De pronto un estruendo y un grito de dolor muy cerca de su espalda la hicieron reaccionar, haciendo que ella volteara a ver qué había sucedido.

- André – el grito de Oscar inundo el ambiente.

- Oscar – la respuesta de André fue igual de potente que la de su amada.

En el rostro de la comandante se había formado un gesto de horror y su cuerpo había quedado completamente petrificado al contemplar aquella escena sacada solo de la peor de sus pesadillas.