Elena sabe, que Stefan es el chico dulce y tierno, al que pertenece, con el que debería estar. El la besa sin prisas, con toda la experiencia y la paciencia que solo alguien como él podría tener. Es el que le susurra cosas románticas al oído, y, con el que está segura, puede vivir el romance que toda chica de 17 años desea. Inocente, empalagoso, un poco sexy, y con solo una pizca de insinuación. Es el chico perfecto, de los que no se consiguen jamás en ningún lado.

También sabe, que Damon, vendría a ser la antítesis del chico perfecto. Es el perpetuo adolescente hormonal, que, donde Stefan la besa tiernamente, el se le tira encima. Es el que le susurra guarradas al oído, y no pierde oportunidad para avergonzarla. Con el que vive el romance -si es que se le puede llamar así, pues de romántico no tiene mucho- pasional y lleno de riesgos.

Se ha dado cuenta también, de que le gusta engañarse, y, quizás un romance como el de Stefan hubiera sido deseado por muchas chicas, si. Quizás en 1950. Ahora sabe que cualquiera mataría por alguien como Damon. Y Damon mataría por ella. Y cambiaria, también, por ella. Porque Estefan siempre sería el chico adorable y romántico, con el que vivir un ensueño eterno. Pero con Damon, podría tener lo que quisiera, cuando quisiera. Damon no era dulce, ni tierno, ni ninguna otra fruslería. Pero él se adaptaría, cambiaría. ¿Elena quiere un chico bueno? Bien, sería el chico bueno. Nada de coqueteos casi imperceptibles, ni sonrisas de costado que quitaban la respiración. El podía besar tan suavemente como su hermano. Solo que él no tenía la actitud, sino la experiencia.

Y, a pesar de saber todo esto, Elena prefiere hacer oídos sordos a todos esos pensamientos, y se promete a si misma dejar de comparar a los hermanos Salvatore. Intenta no prestar atención al hecho de que cuando abraza a Stefan, Damon esta siempre un poco más allá, mirándolos. E intenta callar la culpa al reconocer, que siempre que Stefan la abrace, ella estará mirando a Damon.