Capítulo 1: El Instituto Sengoku

Corría a tropezones, con la vista borrosa, con el sabor metálico y rojizo escurriéndose dentro de su boca. Sucio y ensangrentado, el adolescente de cabello castaño sollozaba tratando de no perder el equilibrio, tratando de acortar las cuadras que lo separaban de su casa.

Su uniforme escolar estaba lleno de manchas de sangre y tierra. Su portafolios golpeaba contra su pierna. Habría querido dejarlo abandonado, pero tenía sus cosas dentro. Su llanto se hizo cada vez más fuerte hasta que estuvo frente a la enorme verja que guardaba su hogar.

No era una casa muy grande, pero sí bastante lujosa. Sacó, nervioso, un manojo de llaves de su bolsillo. Abrió la reja y entró, deteniéndose para recuperar el aliento. Aferrado a los barrotes negros, se sentía ahogado y devastado.

Haciendo uso de sus últimas fuerzas, caminó pesadamente hacia la casa, entrando con cuidado para no ensuciar la puerta o el piso del hall.

–Kojuurou... ¡Kojuurou! –llamó, con el rostro bañado en lágrimas.

Cediendo al peso de su propio cuerpo, el muchacho cayó de rodillas, apoyando los codos en el suelo y derramando agua y sangre sobre los cerámicos pulidos.

Kojuurou salió de la cocina, dejando caer al suelo el vaso que llevaba al momento de ver al muchacho que estaba bajo su cuidado.

–¡Masamune-sama! –exclamó, corriendo para arrodillarse a su lado e inspeccionarlo, aterrado por la sangre que lo cubría–. Qué... ¿Qué pasó...?

Al escuchar esa voz querida y conocida, el chico levantó la cabeza y estiró el brazo, agarrándose de la pierna de su tutor.

–K-Kojuurou... Me... Me atacaron...

El fiel sirviente del joven acarició su espalda con cuidado, tratando de averiguar de dónde provenía tanta sangre. Cuando vio que sólo estaba en su rostro, respiró aliviado.

–Y acabó con ellos... ¿No es así?

Masamune apretó los labios, tembloroso. Se descorrió el pelo de la cara con su mano sucia y mostró al hombre el hueco sanguinolento en su rostro.

–Me quitaron... Me quitaron mi ojo... –lloraba.

El hombre sintió que desfallecía. Tuvo que hacer uso de todas sus fuerzas para no estallar en ese instante. Lo tomó entre sus brazos y corrió al amplio patio de la entrada. Ya habría tiempo de encargarse de esos malditos, lo primero era poner a su amo a salvo.

Lo subió al auto con cuidado, sacándose la camisa para que hiciera presión con ella y tratara de cubrir el sangrado.

–Se pondrá bien... –decía con voz temblorosa, lleno de rabia y preocupación.

Las horas en el hospital hasta que atendieron al muchachito y lo intervinieron quirúrgicamente fueron eternas para el hombre de ojos verdes. Alrededor de las nueve de la noche, una pareja nerviosa llegó al pasillo donde el hombre esperaba.

–Yoshihime-sama... Terumune-sama... –exhaló aire aliviado, al ver a los padres del muchacho acercándose.

–Kojuurou –la mujer respiraba agitada–. ¿Qué le pasó a Bontenmaru...?

–Lo atacaron otra vez... –dijo Katakura, mordiéndose el labio–. No... No sé aún los detalles, lo traje aquí antes de que algo mucho peor pudiera pasar –se sentía el odio en sus palabras y la impotencia de no poder hacer nada.

–¿Otra vez? –preguntó Terumune, frunciendo el ceño–. No puede ser... ¡¿Qué rayos tienen contra mi hijo?

–¿Fue en la escuela? –Yoshihime parecía estar a punto de llorar, pero demostró su férrea firmeza–. Si fue en la escuela, lo cambiaremos de inmediato y denunciaremos a los malditos que lo golpearon, y a la escuela también... ¡Estoy tan harta de esto!

Si bien viajaban mucho y eran lo que podía decirse un poco ausentes, los dos querían profundamente a su hijo.

–No... No pudo ser en la escuela... –contestó un dubitativo Katakura–. Ellos... Ellos... –no sabía como decirlo, mientras amargas lágrimas de furia caían por sus mejillas–. Perdió el ojo derecho...

La pareja abrió mucho los ojos, apagando en el instante toda su euforia. Los labios maquillados de Yoshihime temblaron, mientras raudas lágrimas invadían su rostro.

–Su ojo derecho... –repitió el padre, cayendo sentado en una de las sillas del pasillo.

–Cuando llegó a la casa, estaba cubierto de sangre... Pensé... Pensé que había peleado otra vez, que los había puesto en su lugar otra vez, pero... –se sentó al lado de su patrón y se deslizó en la silla pesadamente–. Me mostró el espacio vacío... Me dijo que se lo quitaron...

La madre tomó una de las manos de Kojuurou con las suyas y la apretó con fuerza.

–Gracias, gracias, Kojuurou... qué sería de mi pobre bebé sin ti...

Las palabras, más que mejorar su ánimo, apagaron más el brillo en Katakura. Esos bastardos lo pagarían.

Una mujer en ambo médico salió de la sala de operaciones.

–¿Ustedes son los padres del joven Date? –preguntó a la pareja, al verla junto al hombre ensangrentado.

–Sí –respondió Terumune, poniéndose de pie–. ¿Cómo está mi hijo?

–Hemos logrado intervenirlo con éxito –le sonrió la doctora–, pero le espera un tiempo de recuperación. Perdió mucha sangre; ¿cómo pasó esto exactamente? Me temo que no lo comprendí del todo...

El hombre encargado del cuidado del pequeño se unió a la plática, pues después de todo era el único que estaba más o menos al tanto, y le explicó todo lo que había pasado antes de llevarlo ahí.

La doctora lo escuchó con atención y, cuando terminó su relato, les aconsejó reportarlo a la policía. Algo de esa gravedad no podía quedar como un simple pleito de adolescentes, el muchacho apenas tenía trece años.

–Pensar que pueden ser tan depravados con un niño... –murmuró la doctora, compungida–. Lamentablemente, quedará disminuido de por vida, pero al menos logró sobrevivir... –miró despacio a las tres personas destrozadas–. Sé que no es consuelo, pero este nivel de brutalidad a menudo termina con peores consecuencias...

Los hombres le agradecieron a la mujer por las atenciones, mientras ella regresaba a sus labores.

–Deben estar cansados por el viaje... –dijo Kojuurou–. Deberían ir a descansar, Terumune-sama... Yo les llamaré si sucede algo.

–Quiero verlo... –murmuró Date, mirando nerviosamente la puerta de la sala de operaciones.

El sirviente suspiró con media sonrisa en el rostro, sería imposible mandarlos a casa.

–Yoshihime, querida, ¿por qué no vas a dormir un poco?

–Dormiré aquí si es necesario... es mi hijo también, Terumune.

–Yoshihime-sama, Kojirou-sama estará preocupado también...

–Está con su niñera –respondió la mujer, retorciéndose las manos–. No quiero traerlo al hospital, es muy pequeño todavía... No quiero que vea así a Masamune.

–Cariño –llamó suavemente el esposo–, regresa a casa, descansa y cuida de Kojirou, no me gustaría que pasara la noche en vela por estar preocupado por su hermano... Te necesita...

Yoshihime dirigió una mirada lastimera a su marido.

–Siempre te las arreglas para que Bontenmaru se quede solo contigo –dijo, ahogando una risa.

El hombre de cabello largo suspiró con tristeza. A veces, su esposa trataba de echarle en cara su preferencia por el primogénito.

Despidiéndose, la cansada mujer se retiró, dejando solos al patriarca y a su sirviente.

Los hombres se quedaron en un silencio sepulcral, sin notar el paso del tiempo. El sonido de la puerta del quirófano los sacó de su trance.

Habían logrado estabilizar al pequeño y lo llevaban a una habitación.

Padre y tutor se quedaron en el cuarto de Masamune, observándolo largamente sin decir palabra. Pero el horario de visitas había terminado y la enfermera pidió que uno se retirara, pues sólo una persona podía quedarse con cada enfermo.

–Ve a descansar, Kojuurou –pidió el amo, sin intención de cambiar de opinión–. Es mi deber permanecer al lado de mi hijo.

–Terumune-sama, con el debido respeto, usted llegó hoy mismo de un viaje largo, ha de estar agotado...

–No dejaré su lado...

Respirando pesadamente, no le quedó más alternativa a Kojuurou que obedecer a su señor.

–Como usted disponga. Llámeme si necesita algo, no importa la hora –dijo, haciendo una reverencia.

Date Terumune permaneció al lado de su hijo toda la noche, acariciando su cabello, admirando su rostro tranquilo por los sedantes; pero cada vez que hacía un gesto de dolor, sentía cómo el estómago se le contraía. Eso no se quedaría así.

Cerca de medianoche, Masamune entreabrió pesadamente su ojo sano, tratando de entender dónde estaba.

El deseo de Terumune se cumplió, pues lo primero que el niño vio cuando pudo enfocar la mirada fue el agotado pero amoroso rostro de su padre.

Atontado por la anestesia, el chico sólo pudo levantar torpemente el brazo del suero, tratando de alcanzar al hombre mientras su lengua pastosa articulaba un inentendible "Papá".

El aludido tomó la mano a medio camino, asegurándole que estaba a su lado y no se iría de ahí. A pesar de que Date quería mucho a sus dos hijos, tenía un vínculo especial, más profundo, con su primogénito. Masamune era tímido y callado, pero por eso mismo muy perceptivo y tierno.

Pasaron varios días antes de que dieran de alta al muchachito, al que se le dificultaba enormemente caminar; no por el hecho de hacerlo, sino por la acortada vista, que hacía que se sintiera temeroso de no ver algo que pudiera dañarlo.

Terumune había suspendido todos sus compromisos para atender a su hijo. El día que finalmente lo excusaron del hospital, él mismo lo llevó en brazos hasta el coche, y también en brazos lo condujo por la casa hasta el cuarto que compartía con su hermanito.

Kojirou quería mucho a su hermano, pero al ser cuatro años menor se aterraba fácilmente ver su rostro vendado, provocándole muchas bajas al ánimo del adolescente.

Masamune pasó casi un mes entero encerrado en la casa. Cuando lograron hacer que comiera, luego vino el costoso esfuerzo de hacer que saliera de su habitación.

Kojuurou, ya que sus padres habían tenido que regresar a sus trabajos, estuvo a su lado durante aquellos días deprimentes. Lo apoyó a cada momento, lo levantó de cada caída y le dio la seguridad necesaria para salir de su encierro.

Sin embargo, en las largas noches en que el niño dormitaba pesadamente, Terumune y Kojuurou pasaban largas horas en el estudio del patrón, hablando en voz baja en la penumbra.

–Se ha recuperado con rapidez... –decía el sirviente–. Sería bueno que volviera a la escuela pronto, antes de perder el año, y tal vez la convivencia lo anime un poco...

–No lo sé, Migime... –susurró Terumune, mirando por la ventana oscurecida–. Aún no ha querido decirnos cómo pasó, si fue alguien de la escuela... No quiero meterlo ahí para que vuelvan a lastimarlo. No lo soportaré.

–Si él no lo dice, deberemos averiguarlo... Si no le importa, puedo dirigirme a la escuela y hablar con los prefectos...

Date se recostó en su silla, pensativo.

–Sí, sería lo mejor. Si puedes hacerlo, te lo agradeceré enteramente.

A la mañana siguiente, la madre zarandeó a su hijo suavemente para despertarlo.

Aunque todos trataban de ayudar al pequeño tuerto, él sólo se sentía seguro con su padre o la mano derecha de éste, Kojuurou.

–Bontenmaru, hijito, despierta –susurró con dulzura.

–Ma... ¿Madre? –preguntó él, asustado, siendo sacado a la fuerza de alguna pesadilla–. ¿Qué pasa?

–Levántate, bebé. Tienes que desayunar.

–No tengo hambre –dijo el chico, volviendo a hundir la cara en las almohadas.

–Vamos, querido, tienes que comer –insistió la mujer, levantándolo suavemente.

Masamune respiró pesadamente. No era como si comer le fuera a devolver lo que había perdido, pero ya estaba cansado de ser una carga.

–Está bien...

Cuando bajaba la escalera para dirigirse al comedor, alcanzó a ver a su tutor en el hall de entrada, poniéndose su gabardina oscura. Evidentemente, iba a salir.

–¿Adónde vas? –le preguntó, sin siquiera saludar. Era tal su desesperación de saber que se quedaría solo en la casa si sus padres se iban a trabajar y Kojuurou se retiraba, que ni siquiera reparó en el saludo.

El hombre volteó rápidamente ante la voz del pequeño y le dedicó una sonrisa tierna.

–Necesito arreglar algunos asuntos, no me tomará mucho tiempo.

–¿Volverás? –preguntó de nuevo el niño, con una expresión de angustia.

–Por supuesto que lo haré –aseguró el tutor, caminando hacia él para acomodarle el cabello alborotado por la cama–. Haga caso a su madre mientras no estoy,

Masamune dijo que sí con la cabeza y se quedó de pie en la escalera, observando cómo el hombre se alejaba y salía de la casa. Luego de varios segundos, se restregó el ojito sano y se dirigió al comedor.

La visita al colegio no había servido de mucho. Al parecer, nadie sabía nada de lo sucedido, ni siquiera pudieron decirle de algún posible sopechoso, pero al menos algo bueno salió de todo eso. Si decidían que Date Masamune regresara a esa escuela, los prefectos se encargarían de tener un ojo sobre él y no dejarle ir hasta que se presentara Kojuurou o su padre por él.

Como prometiera, Katakura telefoneó a su patrón para comentarle lo que sabía, y luego regresó a la casa.

Les tomaría cerca de un mes más paliar la súbita depresión del primogénito de los Date, pero para ese entonces el semestre estaba terminando y tendría que recomenzarlo luego de las vacaciones.

Aprovechando el tiempo libre y el buen clima, Terumune decidió llevarse a su hijo a pasar unos días en la casa de verano que la familia tenía en la playa. Fue un respiro magnífico para Masamune. Terumune era una de las personas más excepcionales en el mundo y, si de mayor lograba parecerse una milésima parte a él, sería todo un logro.

Yoshihime se sintió grandemente ofendida, no por Masamune en sí, sino porque su marido no dejaba de hacer diferencias entre los niños. Sin embargo, ya conocía las respuestas del hombre, así que no dijo nada y lo dejó hacer.

A su regreso, el rostro del pequeño había cambiado enteramente, podía verse que había recuperado su confianza; aunque no en su totalidad, se le veía decidido a todo, a seguir adelante.

Una de las personas más complacidas con esto era su ojo derecho, que lo recibió como si de su propio hijo se tratase.

En lo que restó de tiempo hasta el nuevo período de clases, trataron de volver a la normalidad, ignorar la nueva desventaja del muchacho para que no se sintiera marginado. Aunque para su madre, siempre amorosa, era casi imposible no consentirlo de más.

–Mamá, ya te dije que puedo arreglarme solo, no necesito que me ates la corbata, estoy ciego de un solo ojo, ¿sabes? –protestaba Masamune, cuando Yoshihime se empeñaba en hacer el nudo de su corbata.

–También se la ato a tu hermano, no tiene nada que ver con eso –regañó ella, con una dulce sonrisa en la cara–. Además, es un día importante y no podré estar ahí... Al menos déjame hacer esto.

Ante la mirada desesperanzada de su primogénito, la mujer respiró resignada.

–Lo siento mucho, Bontenmaru, pero sabes que mi trabajo es importante también... Hay muchos niños allá afuera que no tienen una mamá y un papá que los cuiden, y alguien debe defenderlos...

Masamune asintió con la cabeza. Sabía que, siendo abogada en asuntos infantiles, su madre se absorbía demasiado con su trabajo, pero que era un bien que la sociedad necesitaba mucho.

–No me malinterpretes, mamá –dijo, en voz baja–. Admiro mucho lo que haces.

La mujer le acarició el cabello y besó su frente, alejándose antes de que pudiera protestar.

–Además, alguien irá en mi representación, y sé que esa persona te hará muy feliz...

–Kojuurou siempre va conmigo.

–Yo no hablaba de Kojuurou.

El adolescente levantó la cabeza, siguiéndola con la mirada.

La mujer abrió las cortinas de la habitación de su hijo, haciendo un gesto de grata sorpresa.

–Parece que ya está aquí –dijo, haciendo un ademán con la mano para llamar al chico–. Mira.

El único ojo del castaño se abrió enormemente, pintándose una gran sonrisa en su cara. Por la ventana podía ver cómo su padre se apresuraba a pagarle al taxista antes de poder entrar a la casa.

–Papá... –susurró, antes de despegarse de la ventana y correr escaleras abajo.

Cuando Terumune colgaba su gabardina en el perchero de la entrada, escuchó los pasos apresurados de su hijo.

–¿Listo para volver a la sociedad, Masamune? –preguntó, girándose para encararlo.

Su hijo se prendió de él, en un abrazo nervioso.

–Sí...

Sintió la mano de Terumune sobre su cabeza, acariciando suavemente su pelo.

–Vamos entonces. No quiero que lleguen tarde. ¡Kojirou! –exclamó, mirando a la cima de la escalera–. Baja ya, hay que ir al colegio.

–¿No tendrás problemas por irte antes? –preguntó Masamune, separándose de su padre cuando oyó las pisadas de su hermano menor.

–Nadie morirá porque trabaje medio día hoy –su padre se encogió de hombros–. Además, la ceremonia de apertura es en una hora, nos dará tiempo para que los lleve a almorzar.

Detrás del hermano menor bajaba la importante abogada, ya lista para otro día de trabajo.

–Terumune, no los lleves al fast food, sabes que no deben comer tanta grasa.

Kojirou corrió a colgarse de uno de los brazos de su padre, sonriente.

–¡Quiero hot cakes!

–¡Nada de dulces! Ya desayunaste –lo retó la madre.

Kojuurou se asomaba por la puerta que daba al comedor.

–Buenos días, Terumune-sama. ¿Necesita que los lleve? –ofreció, haciendo una reverencia.

–Oh, Kojuurou, pensé que te tomarías el día... –dijo el hombre, complacido al notar la presencia de Katakura–. Pero te lo agradecería mucho, así no regresaré solo a casa.

–Bien. Pasaremos primero por el despacho de Yoshihime-sama –informó el hombre de ojos verdes, cuando todos habían abordado el coche.

Una vez hubieron dejado a la madre en su trabajo, Kojirou y Masamune comenzaron el hostigamiento a su padre:

–¡Vamos al fast food! ¡Vamos al fast food!

–Kojuurou... –murmuró él desde el asiento del copiloto–. Ya oíste a los chicos... ¡Fast food para todos!

El sirviente respiró resignado. Eso implicaba que otra vez debía guardar el secreto ante Yoshihime.

Luego de comer, la siguiente parada fue el colegio. Terumune acompañó a sus dos hijos al a la ceremonia, mientras Kojuurou aguardaba fumando pacientemente en el auto.

La bienvenida fue breve, se presentó el director y el consejo estudiantil; al haber sido trasladados a una nueva escuela, sólo por precaución, Masamune y Kojirou no conocían a nadie y sólo se tenían a ellos mismos.

Tras los discursos y aplausos de rigor, el patriarca de los Date se reunió con sus hijos y se despidió de ellos.

–Estaré en casa, si necesitan algo, no duden en llamarnos a mí o a Kojuurou, ¿está bien?

Los dos chicos asintieron con un movimiento de cabeza, echando un último vistazo a su padre mientras se marchaba.

–Bueno... –dijo el mayor de los hermanos, apretando su maletín–. Tu aula está en el edificio de allá, y la mía en éste –señaló los dos lugares–. 2–A, ése es mi salón. Si pasa algo, puedes buscarme ahí.

El pequeño se aferró a la manga de su hermano, bajando la mirada.

–Me... ¿Me llevarías hasta allá? –pidió en voz muy queda, apenado por sus propios nervios.

Masamune suspiró resignado, con media sonrisa. Lo dijera o no, le gustaba su papel de hermano mayor. Le agradaba que, aun discapacitado, el más pequeño lo buscara cuando tenía miedo.

Tomando de la mano a su hermanito, el adolescente se adentró en el edificio. Encontraron pronto el salón de Kojirou y Masamune se despidió acariciándole la cabeza suavemente.

–Pórtate bien y haz muchos amigos.

El menor de los Date le aseguró que lo haría, mientras entraba nervioso al aula. El otro volvió pronto a su torre, pues ya era casi hora del inicio oficial de clases.

Se detuvo frente a la puerta, tratando de reunir valor.

Al entrar, se encontró con un amplio surtido de alumnos, con contrastes muy extremos.

–Oh, ¿Masamune-kun? Debes ser el estudiante nuevo –dijo la profesora, una mujer de cabello castaño y corto. Llevaba un extraño peinado, pues tenía un flequillo recto y las puntas de su pelo se elevaban, haciendo una extraña forma sobre sus hombros. Estaba vestida de verde y blanco–. Bienvenido, ven a presentarte.

El jovencito entró al aula con timidez, se paró junto a la pizarra y escribió su nombre lentamente, midiendo cada trazo. Lo había practicado docenas de veces, para que su ojo muerto no le estorbara.

–Mi nombre es Date Masamune, gusto en conocerlos –saludó, haciendo una reverencia.

Pudo ver cómo todos lo observaban largamente, con rostros llenos de curiosidad.

–Bueno... a ver dónde hay un lugar para que te sientes.

La profesora inspeccionó toda el aula hasta hallar un par de pupitres vacíos.

–Vaya, una falta apenas el primer día. Bueno, Masamune-kun, puedes sentarte allí junto a la ventana –mientras el chico obedecía, la mujer se presentó también–. Soy Maeda Matsu, la profesora encargada de esta clase. Y ella es Kunoichi Kasuga, es la alumna encargada de la clase. Si yo no estoy, puedes acudir a ella para lo que necesites.

Una muchachita rubia, de largos cabellos lacios, lo saludó con la mano desde la otra punta del aula.

–Gracias –asintió Masamune tímidamente, mientras se sentaba.

Pasó el resto de la clase analizando a sus compañeros, sacado de vez en vez de sus pensamientos por un borrador que pasaba volando contra la cabeza de uno de sus de ellos. Parecía que la maestra tenía algo en contra del muchachito.

–¡Keiji! ¡Es la última vez que te lo voy a decir! ¡Deja de hablar en clase! –exclamaba la mujer, roja de rabia.

El chico sólo le sonreía tranquilamente, prometiendo no volver a hacerlo, aunque reincidía al cabo de pocos minutos.

La campana del receso sonó, salvando literalmente al muchacho de la coleta.

–Bien, salgan... –respiró la profesora, agotada.

Varios compañeros salieron del aula. Masamune, indeciso sobre qué hacer, se quedó sentado en su lugar. La encargada del salón dejó su pupitre y se acercó a él, contorneando su largo cuerpo. Para ser una adolescente, había madurado muy de prisa.

–Bienvenido, Date –lo saludó, con una hermosa sonrisa–. Soy Kasuga... Bueno, ya me presentó la profesora.

–Hola –saludó él, algo cohibido.

–Si necesitas algo, ponerte al día con las tareas, saber a quién le debes pedir cada cosa en el colegio, dudas sobre horarios y demás... yo soy la persona indicada.

–No dudo que todo el mundo te consulta por todo –se metió el castaño de coleta, con una mirada pícara.

–Maeda... Métete en tus asuntos –dijo ella, un tanto alterada pero tratando de mantener la compostura por el chico nuevo–. Te recomendaría que te alejes de éste y su sequito de vagos.

Masamune lo miró con aire ingenuo.

–Maeda Keiji, a tu servicio –el muchacho hizo una elaborada reverencia.

–¡Fuera, Maeda! Es en serio, Date, mantente alejado de este haragán.

–Vamos, sólo me quería presentar al nuevo, es cortesía, Kasuga-chan...

–De hecho –dijo Date de pronto–, ¿por qué no aprovechamos el receso para que me muestres un poco el colegio? –propuso al muchacho.

Kasuga revoleó los ojos.

Keiji aceptó, completamente complacido, llevándolo principalmente por las torres e indicándole los grados y demases; aunque, cuando el más bajo de ellos no lo notaba, lo observaba insistentemente.

Cuando subieron al último piso de su edificio, Masamune retrocedió instintivamente.

–Ehm... ¿No es éste el piso del tercer año?

–Sí, sí, aprovecho el recorrido para pasar a hacer algo... No te molesta, ¿o sí?

–No, pero... ¿no dijo Kunoichi que no debíamos venir aquí?

–Kasuga dice muchas cosas, no la tomes tan en serio... –sonrió el joven–. Además, su novio está en este grado y ella se la pasa buscando excusas para venir acá.

Recorrieron el pasillo a paso rápido. Masamune se pegaba a Maeda lo más que podía, intimidado por las miradas de los alumnos mayores. Era una buena escuela y los estudiantes no eran nada fuera de lo común, pero el hecho de que fuesen del último año lo ponía algo nervioso.

–Aquí estamos... salón 3–D.

Keiji abrió la puerta, entrando como si todo el mundo lo conociera. Y, efectivamente, así era.

–¡Buenas! –exclamó, tironeando de Date para meterlo dentro.

–Qué hay, Keiji-kun.

–Buenas...

–¡Oh, pero si es el vagabundo Maeda! –exclamó una voz rasposa, proveniente de un alumno que estaba sentado al fondo, junto a la ventana.

–¡Oi, Motochika! Qué privilegio poder verte en clases... –se burló Keiji, acercándose al muchacho que lo había llamado.

–Dos horas y no lo han expulsado del aula, es un récord –comentó una fría voz, proveniente de dos asientos adelante, que ni siquiera volteó a verlos.

–¡O-Oye, Nari! –el de pelo blanco se incorporó de su perezosa posición–. No me hagas quedar mal desde el primer día...

–Lo hubieras pensado antes de sentarte tan lejos de mí –reprochaba el estudiante de cabello corto y oscuro, que seguía sin mirarlos.

–Entiéndelo, hombre, no te vio en todas las vacaciones porque te fuiste con nosotros... –decía con ademanes burlones un chico de cabello alborotado, de color castaño muy claro, que tenía unos raros tatuajes verdes en la cara y también se metía en la conversación.

Aquel al que llamaban "Nari" golpeó su pupitre, poniéndose de pie. Cuando se giró hacia ellos, Masamune vio que sus ojos, pardos y rasgados, tenían un destello homicida.

Caminó hasta el rincón del fondo y sujetó con fuerza al de pelo cano por el brazo, llevándoselo consigo fuera del aula.

–¡N-Nari, espera...! –se quejaba el afectado.

Date miraba todo con una expresión de confusión e incredulidad.

El de los tatuajes, que fue el último en unirse a la conversación, fue el primero en notar la presencia del más joven del grupo.

–¿Quién es tu amigo, Maeda?

–Oh, perdón, los presentaré. Date, él es Sarutobi Sasuke. Sasuke, Date Masamune –mientras los chicos se daban la mano, el de coleta señaló una de las puertas del aula–. El vago que me saludó, el de pelo blanco, se llama Chousokabe Motochika. "Chika", para los amigos. Y el estirado de pelo cortito y oscuro que se lo llevó es Mouri Motonari. Es el mejor amigo de Chika desde que tienen... no sé, desde que el mundo es mundo.

–¿Nari? –preguntó Masamune, mirando la ventana de la puerta, donde se veía que Mouri discutía fuertemente con Chousokabe.

–Es mejor que no le digas así –sonrió Sasuke con picardía–. Sólo permite que Chika lo llame así.

–Nari... ¿No es el presidente del consejo estudiantil? Lo vi en la ceremonia de apertura... –razonó el muchacho del parche.

–El mismo... –asintieron los otros dos–. Es buen amigo si logras superar sus... arranques –añadió Sarutobi.

Se volvió a abrir la puerta, entrando primero el joven de cabello cano con una entera cara de fastidio.

–¿Te regañaron? –rió Sasuke, retorciéndose en su asiento.

–Cállate, mono, vino tu amada a salvarme el trasero otra vez...

–¡¿Kasuga-chan? –Sarutobi se levantó de golpe y corrió a la puerta.

–E-Está bien... –fue todo lo que pudo decir Date, al escuchar que sonaba la campana para volver a clases–. Maeda, debemos regresar...

Apenas notando la presencia de Masamune, Chousokabe se inclinó casi tocando su frente con la propia, con una mirada inquisitiva que luego se transformó en toda una sonrisa.

Se hizo el cabello alborotado a un lado, mostrándole una peculiaridad igual a la suya. Date tragó muy duro al ver el pañuelo que ocultaba el ojo izquierdo del muchacho.

–Date Masamune, es nuevo en el colegio. Chousokabe "Chika" Motochika. No lo asustes, Demonio –dijo Keiji, sentándose en uno de los pupitres.

–Vaaaamos, que no se asusta de tan poco. ¿Verdad chico? –retó el llamado "Demonio"–. Oh, cierto, el viejo me pagó lo que me debía, Maeda, iremos a comer con tu tío a la salida. ¿Vienen?

–Ahm, no lo sé, debo llevar a mi hermanito a casa... –murmuró Masamune, alejándose despacio.

–¿Por dónde vives? –cuestionó Keiji–. Si queda de camino, hasta podemos acompañarlos.

Motonari entraba al aula en ese momento.

–Maeda, regresa a tu salón. Ahora.

–Nari, Nari, el chico es como yo –señalaba Motochika, provocando que el más pequeño se ganara una mirada mortal de Motonari.

–¡Maeda, lleva a Date a tu salón, ahora! –exclamó el presidente estudiantil, muy al borde de un ataque de nervios mientras el profesor entraba.

–¡Nos vemos en la entrada! –gritó otra vez el tuerto cano, mientras Keiji y Masamune regresaban al trote a su aula.

El resto del día fue tranquilo, exceptuando que Keiji no cesaba de darle charla a Masamune, ya que se sentaba en el pupitre contiguo, y se ganaba nuevamente el desprecio y la ira de la profesora.

–Keiji, ¡si te tengo que retar una vez más...!

Pero, como siempre, la suerte estaba con el de la coleta y el sonido de la campana lo volvió a salvar.

–Oh, por todos los cielos... Vete ya –suspiró la mujer–. Adiós a todos, nos vemos mañana. No olviden comprar el libro que les indiqué.

Kasuga se acercó al jovencito del parche mientras sus compañeros salían del salón.

–Date, ¿tienes celular?

–Sí –respondió él, buscándolo en su pantalón.

–Bien. Agenda mi número y dame el tuyo –pidió la chica, con una enorme sonrisa. Una vez hecho eso, lo saludó efusivamente y se marchó–. Nos vemos mañana, cuídate. ¡Un placer!

–¡Igualmente! –exclamó Date, agitando la mano.

–Bueno... ¡Váaaaaamonos! –gritó Keiji, empujándolo.

En la puerta de la escuela esperaban Sasuke y Motochika.

–¿Nos vamos? –preguntó el de coleta, saltando alegremente hacia sus amigos.

–No puedo –lloró el de pelo cano–. Tengo que esperar a Nari.

–Cielos, Chika, te trata peor que tu última novia –se burló Sasuke.

–Oye, no seas así –reprochaba el Demonio–. Sabes que es mi mejor amigo.

Kojirou, por su parte, se mantenía oculto detrás de su hermano mayor.

–¿Y el chiquitín? –preguntó Maeda, mirando al menor de los Date–. ¿No nos lo vas a presentar?

–Oh, sí... Chicos, él es mi hermanito, Kojirou... Ellos son Sasuke, Keiji y Chika.

–Hola –saludó el pequeño, espiando desde atrás de Masamune.

Los tres trataron de poner su mejor cara para el niño, pues si se irían juntos no era bueno que estuviera aterrado.

Transcurrieron unos diez minutos, en los que Kojirou logró sentirse a gusto con los otros estudiantes. Al escuchar pasos en el patio desierto, voltearon hacia el colegio y vieron que el presidente estudiantil llegaba trotando. Al acercarse a Motochika, echó una mirada incómoda al resto del grupo.

–¿Nos vamos, entonces? –preguntó Motochika, guiñándole su único ojo a Motonari.

–Pues... qué remedio –murmuró éste, comenzando a caminar.

Sasuke resopló. Cuando Motochika y Motonari se adelantaron un poco, susurró un "Qué fastidioso".

–¿Hay algún problema con el presidente? –fue la obligada pregunta de Masamune, que llevaba de la mano a Kojirou.

–Le gusta monopolizar a Chika, es todo –rió Keiji.

–¿Son novios? –preguntó inocentemente el más pequeño, haciendo que Date se coloreara hasta las mejillas por la imprudencia de su hermano.

–¡Kojirou!

Sasuke escupió el chicle que estaba masticando y Keiji rompió a reír a carcajadas.

–¡Ay, pero este niño sí que sabe! –exclamaba el de coleta, llorando de risa.

–Pareciera que sí –explicaba Sarutobi, tratando de no estallar en risotadas–. Pero a Motochika no le gustan los hombres, y Nari... Bueno, él sólo es "Nari".

–Los dos han tenido novia, pero se la espantan mutuamente –explicó Maeda–. Como son amigos desde niños... bueno, creo que es normal que tengan celos de alguien más.

Un simple "Ohhh" fue todo lo que exclamó el pequeño que preguntó, mientras su hermano iba silencioso, tratando de ocultar la vergüenza.

Cuando llegaron a una esquina en particular, Mouri se detuvo, echando una mirada nerviosa al resto del grupo.

–Bienvenido al Instituto Sengoku, Date –le dijo, haciendo un movimiento de cabeza–. Soy el presidente del consejo estudiantil, Mouri Motonari. Si necesitas algo, puedes buscarme en la sala del consejo, en la planta baja de nuestro edificio. Estoy ahí los lunes, los miércoles y los viernes después de las clases.

–Encantado, presidente. Muchas gracias.

–Ah –Motonari se le acercó y sujetó su corbata con un ademán lánguido–. El uniforme de la secundaria no lleva corbata. No la traigas a partir de mañana.

–Así lo haré –asintió el del parche.

–Bueno... –murmuró el de pelo corto, mirando hacia la derecha, a una calle que descendía.

–Chicos, adelántense, los alcanzo luego... –pidió Motochika.

–Pero si fue tu idea la de ir... –Keiji detuvo sus quejas cuando vio la razón del cambio de parecer de su amigo.

–Mañana, prometido –aseguró el Demonio, con un aire algo forzado, mientras se alejaba junto al otro.

–Pero si son los vagos de Sengoku... Qué bonita sorpresa... –escucharon que decía alguien desde la acera contraria.

–Tsk... –escupió Sasuke, parándose delante de Date y Maeda.

Chousokabe y Mouri regresaron al trote, muy contra su voluntad.

–Sarutobi, no hagas nada estúpido... –murmuró el presidente.

–Vamos, sabes que yo nunca busco problemas... ¿No es así, Keian? –los desafió el de pelo castaño y alborotado, fijando sus ojos oscuros en los estudiantes frente a él.

–Sí, los tontos siempre vienen ellos a que uno les pegue... –murmuró Keiji, mirando hacia otro lado.

–Se desaparecen todas las vacaciones luego de mandar al hospital a uno de los nuestros... Creí que debíamos darles una visita –dijo uno de los chicos con uniforme diferente, soltando despectivamente el nombre de los culpables–, Demonio, Maeda...

–Nari... Cuida a los niños –pidió Chousokabe, con una sonrisa ansiosa. Amaba pelear.

–Motochika, no puedo volver a excusarte con el director, sabes lo que me costó lograr que no los expulsaran la última vez... –murmuró el de ojos pardos, sujetando por el brazo a su mejor amigo.

–¿Entonces dejo que nos den una paliza a nosotros y de paso a los nuevos? "Perdón, director, pero deje que apalearan a los Date porque mis amigos ya estaban advertidos" –se quejó el tuerto cano. En momentos así, eran las únicas veces que se ponía contra su mejor amigo.

Mouri apretó los labios, maquinando en su brillante cerebro cómo salir del atolladero sin que hubiese consecuencias. Y se habría inclinado por dejar las cosas como estaban si uno de los estudiantes de Keian no hubiese hecho un comentario "ingenioso".

–Vaya, Demonio, pensé que tus novias no te controlaban...

Los ojos rasgados de Motonari se estrecharon y apretó tanto los dientes que estos crujieron en su boca. No dijo nada, absolutamente nada, pero sus dedos largos dejaron ir la manga de Motochika.

–¡Cuídalos! –gritó Chousokabe, corriendo en contra del sujeto que había molestado a Nari. Lo tacleó con tal fuerza que rodaron juntos unos cuantos metros.

El presidente tomó por las manos a los hermanos Date y retrocedió con ellos hasta esconderse detrás de la esquina.

–Desgraciadamente, yo no tengo la fuerza de Chousokabe, aunque suelo hacer de su cerebro más veces de las que puedo contar.

Pronto Sasuke y Keiji se integraban a la pelea, que era bastante despareja puesto que estaban ellos tres contra seis alumnos de la escuela rival.

Kojirou se apretaba contra Masamune, susurrándole que tenía miedo.

–Tranquilo, todo saldrá bien –trataba de reconfortarlo el mayor.

Podían escuchar claramente el ruido de la pelea. Motonari se mordía la uña del dedo pulgar, ansioso. Le preocupaba que alguien importante de la escuela pudiera verlos.

Tan ensimismado estaba en eso, que no noto cómo dos enemigos más se sumaban, llegando por donde el trío se encontraba.

–¿Lo ves, Yahiko? Por eso nunca debes de traer niños y mujeres a una pelea –dijo con sorna uno de ellos, para llamar su atención.

Un veloz golpe en la mandíbula sacudió enteramente el cerebro del presidente, quien cayó de rodillas, tratando de recuperar la lucidez.

Como él mismo había dicho, la parte física era atributo de Motochika, no suyo.

–Qué... –susurró Masamune, poniéndose delante de su hermanito. Kojirou había empezado a llorar, aterrorizado por completo.

Los labios y las rodillas le temblaban, pero trató de mantener la calma. De pronto, nada en esa calle existía. Ni el compañero en el suelo, ni los otros nueve golpeándose al otro lado de la esquina, sólo él, su hermanito y las amenazas.

Si hubiese tenido que explicarlo, no habría sabido qué decir, sólo que al final la boca le dolía y podía probar su propia sangre dentro de ella. Otras partes del cuerpo las sentía totalmente calientes, anunciando quedar con terribles marcas, pero las amenazas ya no estaban.

El pequeño Kojirou, que había arrastrado al mareado Mouri lejos de su hermano, estaba intacto, suspirando feliz de que aquello hubiera terminado.

El muchacho de cabello corto y lacio se pasaba el dorso de la mano por la quijada adolorida, observando a Masamune con los ojos muy abiertos. No recordaba haber visto una voluntad tal en nadie más... Quizás sólo en Motochika.

Pero Masamune tenía técnica, sabía concentrarse de verdad, utilizar sus conocimientos a consciencia. Ésa, ésa era la diferencia entre ese niño y su mejor amigo. El muchacho cano sólo se dejaba absorber, repartiendo golpes a diestra y siniestra, como una bestia recién sacada de su jaula.

El presidente estudiantil tragó muy duro, sintiendo un estremecedor escalofrío. Recordando repentinamente a Chousokabe, se dio vuelta y caminó torpemente hacia el otro lado de la calle.

Maeda estaba sentado en el suelo, encorvado sobre sí mismo y respirando pesadamente. Sasuke y Motochika, de pie, se apoyaban el uno en el otro. El más herido era, como siempre, el de cabello blanco.

Los seis estudiantes de Keian yacían en el suelo, retorciéndose de dolor unos, completamente inconscientes otros.

–Oi, Chika, te haces más daño tú solo de lo que en realidad hacen ellos –se burlaba el de la coleta, prendiendo un cigarrillo con manos temblorosas.

–Oye, derribé más que tú...

–Si tuvieras un mínimo de nociones de defensa, ¡una pizca! –remarcaba el que estaba sujetando al Demonio–. Sumada a tu ofensiva, podrías con todos, pero eres un idiota...

Motonari sacó su teléfono y se acercó a los otros tres, con las rodillas aún temblándole. Sin decir nada, les tomó fotos a sus compañeros.

–¿Qué haces? –preguntó Sasuke, tratando de alejar al joven.

–Lo archivo... –informó éste, sin cesar en su ataque.

Mientras, el menor de los Date corría hacia su hermano para sacarlo de su trance.

–Bontenmaru, ¿estás bien? –decía con un hilillo de voz, temeroso.

Masamune parpadeó, regresando a la realidad.

–Sí... Eso... Eso creo... ¿Tú estás bien? –preguntó a Kojirou, arrodillándose junto a él para mirarlo más de cerca.

–¡Tenía mucho miedo! –exclamó el niño, dejando caer lagrimitas de felicidad y mirándolo con amor, admiración y entera sorpresa–. Pero... pero acabaste con todos ellos, fue tan increíble... Como cuando Kojuurou está en el gimnasio…

–¿Donde estan los niños, Señor Presidente? –preguntó Maeda, para sacarse de encima la cámara del teléfono.

Mouri guardaba el celular mientras le arrebataba el cigarrillo de la boca.

–Para su suerte, Date puede defenderse bastante mejor que unos que yo me sé.

Con curiosidad, los tres chicos golpeados se asomaron por la esquina para ver al maltrecho castaño, que le sonreía con cariño al más pequeño para que dejara de llorar mientras dos sujetos yacían en el suelo, inconscientes.

Motochika abrió el ojo como un plato al ver los tamaños de los dos estudiantes de Keian. Sasuke simplemente quedó sin habla, mientras Keiji balbuceaba:

–Ma... Ma... Masamune...

–Y bueno, creo que ya han jugado demasiado al club de la pelea aquí –los reprendió Mouri, que ya era capaz de pararse derecho–. Vamos. Todo mundo a casa. Motochika, tú vendrás conmigo. Y tú, Maeda, ya que tú trajiste a los Date, será tu responsabilidad que lleguen a su hogar.

–¡Pero si esto merece una celebración! –gritó Chousokabe–. Vamos con Toshiie, ¡Maeda paga!

La mano helada y tiesa de Motonari se prendió a la oreja de Motochika.

–Te dije que tú venías conmigo. Vámonos.

El Demonio se soltó como pudo, pero siguió caminando detrás de él, girándose para gritar:

–¡Los veo mañana! ¡Date! ¡Eres increíble, Dragón!

–¿Dragón? –repitió el muchacho, mirando cómo se alejaba la pareja de amigos.

–Ya qué, si el presidente lo dice, hay que hacerlo –se lamentó Keiji falsamente, empujoneando a Date–. Vamos, macho. Indícame dónde queda tu casa.

Sasuke se fue en dirección contraria, alegando que siempre se metía en problemas por culpa de ellos.

Los hermanos y Keiji caminaron varias cuadras hasta llegar a la casa de los Date. Maeda resopló al verla, impresionado. Mientras Masamune buscaba sus llaves, la puerta de la entrada se abrió y su tutor salió corriendo hacia la reja.

–¡Masamune-sama! Por todas las deidades... ¿Qué le pasó?

Keiji miraba extrañado al hombre de ojos claros, preguntándose si sería el padre de su nuevo amigo.

–Estábamos regresando y unos chicos de otra escuela quisieron buscar pelea con mis nuevos compañeros –respondió el del parche, abriendo la reja. A pesar de los pocos golpes que tenía en la cara, se veía extrañamente animado.

Entonces, Katakura reparó en el joven que los acompañaba. También lucía unos cuantos golpes. Parecía ser un poco más grande que el hijo de su señor, pero emanaba de él un aire amigable.

–Él es Maeda Keiji –informó Masamune, al recordar sus modales–. Estamos en la misma clase.

El de coleta hizo un movimiento de cabeza.

–Keiji, él es mi tutor y mejor amigo, Kojuurou.

–Katakura Kojuurou, es un placer –rectificó propiamente el sirviente–. Su padre está en el estudio, Masamune-sama, ¿su amigo se nos unirá?

–Eh, no, no, yo ya debo irme, mi tía se enojará si llego tarde apenas el primer día de clases... –sonrió tontamente el adolescente–. Bueno, ha pasado todo el día regañándome...

–¿Tu tía?

–Uhm... Has visto a nuestra profesora, ¿no? –preguntó Keiji, con la misma sonrisa tonta.

Date se quedó de piedra.

–Bueno, nos vemos mañana –se despidió el de coleta, comenzando a trotar en la dirección por la que habían llegado.

Kojuurou entendía cada vez menos, pero era ciertamente muy bueno que su amo estuviese de mejor humor.

–Venga, Masamune-sama... le curaré esas heridas.

Mientras lo atendían, el primogénito de los Date contaba a su tutor, con especial emoción, la increíble adrenalina de ese primer día. Y, lejos, en el lujoso departamento de los Mouri, Motonari también se dedicaba a curar las heridas de Chousokabe.

–Creo que hemos encontrado a un rival digno de ti, Motochika...

La madre de Motonari preparaba la comida en la cocina.

–Que lástima que estemos por salir... –el canoso arrugó la nariz cuando le pasó el pañuelo por el labio partido–. Odio el olor de esa cosa.

–Sí... Es nuestro último año en la secundaria... dos semestres más e iremos a preparatoria –murmuró Mouri, dejando el pañuelo sobre la cama y tomando una de las manos de Chousokabe entre las suyas. La piel de los nudillos se había abierto, rodeada de sangre seca.

Mientras embebía en alcohol una toalla ensangrentada, el de cabello oscuro lanzó un suspiro resignado.

–Me gustaría que fueras más cuidadoso.

–No es divertido –masculló Motochika–. Además, te tengo a ti para curarme –inhaló con cara de gusto y agregó–: Y cuando vengo con esta cara, tu madre me prepara estofado.

Mouri frunció el ceño, molesto.

–Quisiera ver la cara de tu padre si te viese llegar así. Creo que apenas ahora me doy cuenta por qué te gusta tanto venir a dormir aquí –protestó con su voz monocorde–. Hasta tienes ropa tuya en mi armario y haces que mi madre lave tu uniforme...

Motonari dejó caer su cabeza hacia adelante, sintiéndose estúpido por darse cuenta de algo tan evidente luego de diez años de conocer a Motochika.

–Me gusta estar contigo, ¡tonto! –lo regañó Chousokabe, bajándose del banquillo donde estaba–. Vamos a ver si ya está listo, muero de hambre.

–Sí, claro, estar conmigo... ¡Amas venir aquí porque te tratan como un rey! –gritaba Mouri, siguiéndolo a la cocina.

–Será, Motonari, el pobre de Motochika-kun fue de nuevo víctima de esos abusadores –decía la señora de Mouri, levantando una patata hervida del estofado y dándosela al de pelo cano, que abría la boca cual bebé–. Ahí, mi querido, ¿qué tal está?

Tras saborear la prueba del estofado, dijo con entero placer:

–Delicioso, como siempre.

El castaño los miró con un gesto de molesta incredulidad. ¿Cuándo había sido la última vez que su madre cocinara específicamente para él?

–Ve a poner la mesa, Motonari. Tu padre y tu hermano deben estar por llegar –ordenó la señora, dedicándose a su invitado como si se tratara de un niño pequeño.

La cara del presidente estudiantil no podía desfigurarse más. Tomando a Motochika por la oreja, le puso los platos entre las manos.

–¡Haz algo! –bramó, histérico.

Entre risas y gritos del anfitrión, puso la mesa como se le pedía para degustar la comida que tanto le gustaba.

Los Date también tomaban su cena en aquel momento. Yoshihime casi había colapsado al ver a su hijo con el rostro vendado, pero una buena explicación había subsanado su ataque de nervios.

Terumune, por su parte, estaba orgulloso de su hijo. En su fuero interno, tenía miedo, mucho miedo... pero no podía apagar la llama de Masamune, una vez que ésta se había encendido de nuevo.