Incluso en el presente, incluso en los momentos más absurdos y menos indicados, Yayoi no podía evitar que su mente regresara a un tema recurrente con la misma insistencia irracional con la que sólo aquellas ideas que llegaban al punto de nublar su color por unos momentos eran capaces.

Aquel era, justamente, uno de aquellos momentos incorrectos para que su subconsciente vagara en esas ideas. El aire cargado de humo que viciaba el laboratorio de la analista rubia la rodeaba, pero su verdadero lugar no hallaba en aquel lugar ya tan familiar para ella sino en los brazos de la mujer que la estrechaba, brazos inmersos en una sedosa y amada camisa rojiza así como en una bata de laboratorio, prendas que parecían haberse vuelto una con el perfume Ombre Rose que ambas solían usar y que en lo personal Yayoi adoraba. Los brazos de Shion, ese era su lugar en el mundo… o al menos eso era lo que le gustaría ser capaz de creer, pero lo cierto era que ya hacía mucho, mucho tiempo desde que aquella ilusión no se tambaleaba peligrosamente en su cabeza.

Sus labios quemaban la suave piel que el generoso escote de la rubia dejaba ver mientras sus manos recorrían las curvas de su cuerpo medio sentado sobre la esquina de un enorme escritorio, pero su mente estaba en otro lugar más. En el pasado, allí en donde había comenzado a mantener ciertas sospechas acerca de Shion y, puntualmente, Kogami. No podía evitar recordar lo enfermiza y miserable que había conseguido sentirse –aún ella, quien poseía un temperamento tan comedido– cuando la idea llegó a su mente por primera vez. Desesperadamente había intentado convencerse de lo contrario, pensar en mil y un motivos por los cuales sus ausencias en ocasiones resultaban extremadamente coincidentes, pero lo cierto era que Shion nunca había hecho gran cosa para probarle lo contrario. Sabía que bien ella misma podría estar cometiendo un error en sus sospechas, que incluso nunca se había atrevido a expresarlas en voz alta frente a la mayor y que por lo tanto bien podía ser posible que Shion siquiera estuviese al tanto de sus inseguridades, pero incluso así…

–¿Yayoi? –una voz la regresó a la realidad junto a una delgada mano que copó en su palma una de sus mejillas.

Yayoi en efecto alzó el rostro, observando los orbes dorados que no se despegaban de ella con cierta sorpresa.

–Te noto un tanto ausente. ¿Estás bien? –volvió a hablarle la familiar voz, susurrante.

Estar bien, qué curioso que sonaba y qué curioso que resultaba el hecho de que sólo fuese Shion quien le hacía ese tipo de preguntas. ¿Alguien como ella podía estar "bien"? ¿Alguien que como ella, incluso si había lamentado la desaparición de Kogami, una íntima fibra en su interior se había sentido aliviada por el suceso? En ocasiones presentía que Sybill no había cometido error alguno; era un auténtico monstruo. Mas no dijo nada de eso; por el contrario se limitó a asentir y, antes de que la mayor pudiese replicar, sus labios reclamaron los ajenos. El silencio fue inmediato, reemplazado en todo caso por pequeños sonidos ahogados y el leve rumor de sus manos comenzando a navegar bajo la roja camisa, sus dígitos tanteando un suave abdomen.

En un momento dado las manos de Shion se volvieron más activas, abandonado su mejilla para una de ellas juguetearcon la corbata de la enforcer mientras que la otra, impúdicamente, bajaba por su espalda hasta llegar a la altura de sus glúteos, en donde por sobre la tela de su pantalón prodigaba algunas caricias e incluso apretones. Yayoi fue quien rompió el beso para recuperar algo de aliento e incluso quizás para protestar o decir algo al respecto, pero en esa ocasión fue la rubia quien acabó por adueñarse del mando, halando de la corbata de la pelinegra a la vez que se recostaba sobre el escritorio, arrastrando sin más remedio a la pelinegra con ella y, para asegurarse de capturar sus labios adecuadamente, alzando su mano restante a la altura de su espalda, atrayéndola hacia sí y sólo regresando a su ocupación original una vez que estuvo segura de que la menor no escaparía. La mano de Shion había abandonado entonces su agarre de la corbata para comenzar a desabrochar prestamente los botones superiores de la blanca camisa de la pelinegra así como ésta había comenzado a hacer lo propio con la prenda ajena –y con una urgencia bastante similar, por cierto– cuando de pronto el sonido de la puerta del laboratorio al abrirse las heló.

Shion maldijo por lo bajo ante su imprudencia de no haber prestado atención a las cámaras de los pasillos. Usualmente la posibilidad de ser descubierta junto a Yayoi funcionaba como un aliciente –casi una suerte de afrodisíaco– que la llevaban a la decisión de iniciar o continuar con sus encuentros íntimos, pero realmente nunca había temido verdaderamente la posibilidad hasta ahora, que había sucedido. Yayoi, por su parte, no estaba segura de siquiera querer moverse para averiguar de quién se trataba. Tenía una pequeña sospecha y fue el sonido unos papeles –documentación, probablemente– al dejarse caer y el de unos pasos apresurados que se alejaban hasta que la puerta volvió a cerrarse fueron los elementos que le confirmaron aquello.

Mika, pensó a la vez que suspiraba. De todas las personas que podrían haberla sorprendido en una situación tan comprometida como aquella, Shimotsuki era justamente la última para la que habría querido aquello. Ella era joven aún, inexperta, dulce para con ella e incluso…

Una mirada dorada mas de una frialdad analítica la sorprendió de pronto, una mirada que parecía transmitir que ya lo había visto todo y que no podía ser engañada.

–Te atrae… No, quieres a Shimotsuki –las palabras rojas le dispararon. La verdad estaba escrita en la faz de la mujer de los zafiros y Shion no hizo más que leerla.