El orfanato
El despertador sonó y Abigail lo dejó sonar. Estaba harta de aquello; del orfanato, de sus compañeros, de los adultos que prometían ayudar y no hacían nada… de los extraños sucesos que ocurrían a su alrededor y que no hacían más que empeorar la situación.
Abigail llegó al orfanato con casi cuatro años: demasiado mayor para ser adoptada, aunque durante varios años mantuvo la esperanza. Ahora, a sus once años, sabía que era inútil pensar en ello, nadie iba a llegar a salvarla de aquel lugar. Aquel día se sentía especialmente pesimista. La noche anterior, durante la cena, algunas chicas habían encontrado una foto suya, la única foto que tenía de su familia; en ella aparecían sus padres, jóvenes y sonrientes, cogiendo en brazos tanto a ella como a su hermano pequeño, Harry. Por supuesto, aquellas chicas no dudaron en utilizar la foto en su contra. «Seguro que tus padres eran tan raritos como tú», «y ¿quién es este? ¿tu hermano? Seguro que murió para no tener que soportarte». Llevaban metiéndose con ella desde que puede recordar, debería estar acostumbrada… pero no. Las voces resonaban en su cabeza. Además, sin siquiera saberlo habían tocado un tema doloroso. Sus padres estaban muertos, lo sabía, lo tenía asumido, aunque le quedaba clavada la espina de averiguar cómo murieron; pero su hermano… su hermano no murió, sus tíos, los únicos familiares vivos que le quedaban, se habían quedado con él mientras que a ella la habían mandado a aquel orfanato. ¿Por qué? ¿No era lo suficientemente buena?
«Toc, toc, toc». Seguía en la cama, ignorando el sonido del despertador, cuando alguien llamó a la puerta.
–Abigail, tienes visita. –Era la voz de la directora Hightower. Solo eso ya era raro, casi nunca hablaba con los niños, pero además ¿tenía visita? ¿cómo era eso posible si no conocía a nadie fuera del orfanato?
–¡Un momento, me estoy vistiendo! –dijo esto mientras se levantaba de golpe de la cama para, en efecto, ponerse en un instante las primeras prendas que vio a la vez que apagaba el despertador. No tardó más de un minuto en estar lista para abrir la puerta y, cuando lo hizo, fue incapaz de decir una sola palabra. Junto a la directora Hightower había un hombre que le sacaba dos cabezas, y eso que la mujer ya era alta de por sí. A pesar de eso, habría podido parecer un adorable anciano si no fuera por las extrañas ropas que llevaba –¡una túnica verde lima!– y la barba blanca exageradamente larga, tanto que incluso se la había recogido en una coleta.
–Abigail, este hombre ha venido a ofrecerte algo. Os dejo solos para que te lo explique. –dijo la directora, en apariencia ajena a la estupefacción de la niña.
–Hola, Abigail. –dijo el anciano una vez la mujer se hubo ido–. Es un placer verte de nuevo.
–¿De nuevo? –Aquella revelación la sacó de su estupor–. ¿Es que me conoce?
–¡Pero qué maleducado soy! –exclamó de pronto el anciano–. Mi nombre es Albus Dumbledore. Y sí, te conozco, igual que conocí a tus padres y…
–¿A mi hermano? –interrumpió Abigail–. Perdón. –se disculpó acto seguido.
Dumbledore sonrió, sin embargo.
–Sí, a tu hermano. Estoy seguro de que te preguntarás por qué no permanecisteis juntos, pero… es una larga historia. Más adelante te la contaré, no lo dudes. Pero hoy no estoy aquí por eso. –El anciano hizo una pausa que Abigail no quiso interrumpir–. Hoy estoy aquí para ofrecerte una plaza en la escuela de la que soy director, Hogwarts.
–¿Una escuela? ¿Qué clase de escuela? ¿Por qué me lo ofrece a mí?
–Una escuela de magia. –Dumbledore dejó unos instantes para que la niña procesara esas palabras; había perdido la cuenta de a cuántos niños había informado de su condición de magos o brujas, pero no por ello dejaba de ser emocionante.
–¿Magia? ¿Es una broma? –Abigail trató de mostrar escepticismo, pero el anciano notó que tenía ganas de creerlo.
–Alguna vez has notado que ocurrían cosas extrañas a tu alrededor, ¿no es así? Sobre todo, cuando estás enfadada o asustada…
Abigail abrió la boca para decir algo, pero cambió de idea y se limitó a asentir. Por amable que pareciera el anciano, las situaciones a las que se refería no habían sido nada agradables y no quería compartirlas con un extraño; además, aún no estaba del todo convencida, no descartaba la posibilidad de que se estuviera burlando de ella.
–Eres una bruja, Abigail. Todas esas cosas que ocurren a tu alrededor… no se limitan a ocurrir. Tú las causas. Es tu magia, descontrolada debido a tu juventud. Si aceptas venir a Hogwarts, aprenderás a controlarla y podrás hacer grandes cosas con ella, igual que hicieron tus padres.
Abigail pensó que el anciano parecía sincero. Además, ¿qué motivos podría tener un hombre de su edad para engañar así a una niña de once años? Habría sido ridículo, así que a la niña no le quedó otra opción que convencerse.
–Y en esa escuela, en Hogwarts… ¿hay más gente como yo?
–Por supuesto. En Hogwarts estudian casi todos los jóvenes magos y brujas de Gran Bretaña.
Abigail esbozó una sonrisa. Lo imposible estaba ocurriendo, iba a salir de aquel orfanato.
