Disclaimer: Todos los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es una adaptación de Amy J. Fetzer
Summary:
Edward Cullen se quedó de piedra cuando Bella Swan apareció en su rancho, presentándose como niñera de sus hijas. Aunque no la había visto en muchos años, recordaba cómo aquella mujer despertaba su pasión y lo sacaba de quicio… y cómo su vida hubiera podido ser diferente si no se hubiera visto obligado a abandonarla para casarse con otra mujer…
Él sabía que Bella lo miraba como a un enemigo, pero se derretía cada vez que la tocaba. Y también sabía que haría cualquier cosa para ganar su confianza y reclamarla como suya de una vez por todas.
Capítulo Uno
Un rancho en el río Willow Aiken, Carolina del Sur
El pollo de plástico que llevaba engan chado al parachoques saltaba arriba y abajo cada vez que tomaba un bache.
Edward Cullen sonrió, divertido.
-Al menos, tiene sentido del humor -murmuró para sí mismo, mirando a sus hi jas. Las niñas sonreían también. Una buena señal, pensó, apoyándose en una de las co lumnas del porche.
¿Sería esa la chica que había contratado para cuidar de sus hijas?
El polvoriento coche paró a unos metros de ellos y Edward sintió que se quedaba sin respiración cuando vio que de él salían unas piernas desnudas.
Era guapa. No, preciosa. Le recordaba al hada de un cuento que su madre solía Newtonrle de pequeño. Escondía sus ojos tras unas ga fas de sol, tenía el pelo largo de un marrón resplandeciente y un cuerpo voluptuoso. Edward sintió un tirón en la entrepierna.
Había dicho en la agencia que no quería nadie que distrajera a sus peones, pero una mujer bajita y llena de curvas se dirigía hacia él y su forma de caminar era tan sexy que Edward estuvo a punto de taparles los ojos a las niñas. Maldición, pensó. Una ajustada cami seta azul marino, una mini falda vaquera y unas sandalias de tacón nunca le habían que dado tan bien a su difunta esposa.
-Qué bien, no es vieja -dijo Kim, como si fuera un crimen tener más de diez años-. Podemos jugar con ella.
Edward miró a las gemelas.
-La señora Winslow también juega con vo sotras.
Las dos niñas hicieron una mueca.
-Juegos de mesa, un rollo -dijo Kate, mi rando a la mujer-. Es guapa, ¿verdad, papá? -De quedarse sin aliento, pensaba él.
-Sí, cariño, muy guapa.
A dos metros del porche la mujer se paró y Edward se sintió repentinamente incómodo. Como si la conociera de algo.
-¿Edward?
A Edward se le heló la sangre en las venas.
Bella Swan. «Su» Bella.
-¿Qué estás haciendo aquí?
Ella apoyó una mano en la cadera.
-Puede que a Angela esto le parezca gracioso, pero a mí no.
-A mí tampoco -dijo él, con el corazón a punto de salirse de su pecho. Siete años an tes había amado a Bella Swan. Y siete años antes había traicionado aquel amor para casarse con otra mujer. Nunca podría decirle por qué. Nunca. Y, sin embargo, una sola mirada y todo su cuerpo reaccionaba lla mándola. Su sangre empezó a calentarse, cuando bajó del porche y se dirigió hacia ella. Siempre había sido así; le gustaba tanto estar a su lado que casi le dolía. Ella era la clase de mujer que hacía que los hombres volvieran la cabeza. La clase de mujer que te hacía sonreír solo porque ella sonríe.
La clase de mujer con la que Edward quería casarse.
Los recuerdos se agolparon en la mente de Bella mientras lo veía acercarse; los re cuerdos mezclados con el dolor. Intentó apartarlos, recuperar la compostura, pero él la estaba mirando como lo hacía siete años antes. Como si quisiera devorarla. Y le tem blaban las piernas. Hubiera deseado meterse en el coche y alejarse de allí a toda prisa. Le dolía demasiado. Cuando Edward se paró frente a ella, el deseo de echarse en sus bra zos era tan fuerte que tuvo que clavar los ta cones en el suelo. Aunque pensaba que lo había olvidado, no era así. Y, si se quedaba, cometería el mayor error de su vida.
Entonces, Edward le quitó las gafas de sol. Ella se las arrebató y lo miró a los ojos, buscando al hombre al que una vez había amado.
-¿Trabajas para la agencia de Angela?
-Una tiene que ganarse la vida.
-¿Y tu sueño de ser médico?
-Sigo en ello -contestó Bella-. Acabo de terminar el primer año de prácticas en Geor gia y dentro de dos semanas empiezo en el hospital de Savannah. Me quedan dos años para ser interna.
-Me alegro -sonrió él. Pero era una son risa triste, amarga y Bella sintió como si la hubieran golpeado en el estómago. Su sueño de ser médico había roto su relación... y lo había enviado a los brazos de otra mujer.
-Me parece que no lo dices de verdad.
-Yo nunca quise que fracasaras, Bella.
-No. Solo querías que abandonara mis sueños y viviera los tuyos.
Edward se puso tenso. Era demasiado difícil hablar de aquello frente a las niñas, demasiado difícil por lo que querría decirle. Y por lo que querría hacerle. Su perfume de fresas se metía en sus venas.
-Me alegro de verte.
-Yo también -consiguió decir Bella. Él había cambiado poco, aunque su expresión era más dura que antes. A los treinta y cinco años, era tan guapo como cuando lo había visto por primera vez durante una fiesta en la universidad. Edward había llegado con su amiga Angela Weber, su mentora y propietaria de la empresa Esposas De Alqui ler, y se había marchado con Bella. Él era un hombre mayor que ella, maduro y pode roso que la había vuelto loca. Bella suspiró, apartando los recuerdos de su mente. Había sido una loca enamorándose de él y no pen saba dejar que volviera a ocurrir.
Los dos se miraron durante largo rato sin decir nada.
-¿Dónde está Tanya? -preguntó Bella por fin. Era una pregunta que odiaba hacer, pero se veía obligada.
-Murió hace cuatro años en un accidente de tráfico.
-Lo siento.
-¿La conoces, papá? -escucharon una vocecita.
Bella miró a las niñas que esperaban en el porche. Aunque en la hoja de trabajo no le habían dado el apellido de la familia, una omisión por la que más tarde regañaría a Katherine, sabía que había dos niños en la casa.
-Oh, Edward, cómo se parecen a ti -dijo Bella, saludando a las niñas con la mano.
-No sé si tomarme eso como un cum plido.
-Lo es -dijo ella con sinceridad, mientras las niñas bajaban corriendo del porche.
-Estas dos bellezas son Kim y Kate -las presentó Edward.
-Yo soy Bella Swan -se presentó ella-. Vuestro papá y yo somos viejos amigos -añadió, guiñándoles un ojo.
Edward se relajó un poco, alegrándose de que la animosidad que pudiera sentir contra él no recayera también sobre sus hijas. ¿Cómo iban a hacer que aquello funcionara? ¿Durante cuánto tiempo podrían vivir bajo el mismo techo, sabiendo que ella lo odiaba? Pero no contarle la verdad evitaría que los viejos sentimientos renacieran, pensó.
Ella lo miró entonces con una sonrisa que lo desarmó por completo, pero Edward intentó disimular. Bella frunció el ceño. ¿Por qué parecía enfadado cuando era ella la herida, la que había terminado sola mientras él con seguía todo lo que quería? Una esposa bella, con cultura y dinero. El complemento per fecto para un rico hacendado.
-Veo que esto no te hace gracia. ¿Qué tal si llamo a Katherine y le pido que busque a otra? -preguntó Bella entonces.
Edward deseaba que se fuera. Verla era como sentir que un cuchillo se clavaba en su corazón y cada vez que sus ojos se encontraban, el cuchillo se hincaba más profundamente.
-¿Te gustaba mi papá? -preguntó una de las gemelas.
Bella sintió que Edward se ponía tenso.
- La verdad es que me parecía el hombre más guapo del mundo.
Las niñas empezaron a reírse, pero deja ron de hacerlo cuando su padre las miró. Edward imaginaba que se merecía aquella acti tud; había estado ladrándolas durante toda la semana, pero la señora Winslow se había puesto enferma y él tenía que encargarse de cientos de caballos, vacas, cerdos y pollos, además de aquellas dos traviesas que se metían donde no tenían que meterse. Adoraba a sus hijas, pero alguien tenía que estar pendiente de ellas las veinticuatro horas del día. Edward miró a Bella, preguntán dose si ella podría con aquel par de bichejos.
-Yo puedo soportar la situación -dijo en tonces-. ¿Y tú?
Era un reto y Bella lo sabía. Edward no de bería retarla.
Sin problema.
-Estupendo -murmuró él, dirigiéndose hacia la casa.
-Ah, vaya, ya empezamos con el mal hu mor.
Edward se volvió, arqueando una ceja, pero Bella sonrió inocentemente. Las niñas se habían colocado a su lado y sonreían también, encantadas. Tres mujeres, pensó Edward. Estupendo. Cuando entraron en la casa, Edward tiró el sombrero sobre una mesa y se pasó la mano por el pelo. Las niñas se sentaron frente al televisor.
Bella estaba mirando alrededor.
-Bonita casa, Edward.
-Gracias.
-¿Qué es lo primero?
El señaló la cocina.
-¿Qué te han dicho en la agencia?
-Que necesitabas una esposa temporal y una niñera para dos crías.
-No necesito una esposa -corrigió Edward, clavando en ella sus ojos.
-Hablaba de forma figurada.
Ella miró de arriba abajo y Bella se puso una mano en la cadera, sin amedrentarse.
-Necesito una cocinera y alguien que cuide de mis hijas. También tendrás que ha cer el trabajo de la casa, pero es algo tempo ral. Solo hasta que vuelva la señora Winslow -explicó él-. Podría hacerlo sin tu ayuda, ¿me entiendes?
-Muy bien.- El único papel que ella podía hacer en su vida era el de ama de llaves y él acababa de dejarlo muy claro.
-Y tendrás que cocinar para siete perso nas.
Bella se encogió de hombros.
-No me importa. Mientras haya comida... -El la miró, escéptico.
-No recuerdo que fueras una gran coci nera.
-Han cambiado muchas cosas en siete años, Edward.
La misteriosa sonrisa femenina lo puso nervioso. Le hubiera gustado preguntarle dónde había estado todo aquel tiempo, qué había hecho además de graduarse en la uni versidad. Pero estaba decidido a que su rela ción con ella fuera estrictamente profesio nal. Aunque siguiera siendo tan sexy que los vaqueros lo apretaran en la entrepierna.
-Supongo que eso habrá que verlo, ¿no? - dijo él entonces, cortante como un látigo.
Bella frunció el ceño. Aquel no era el Edward que ella recordaba. Aquel hombre era tan duro por dentro como por fuera. No ha bía sonreído ni una vez desde que se habían visto y casi esperaba que sacase una espada, trazase una línea en la alfombra y la retara a cruzarla. La miraba de forma intensa con sus ojos verdes... esos ojos que seguían ejer ciendo en ella un efecto abrumador.
-Si lo dudas, ¿por qué aceptas que me quede?
-No tengo mucho tiempo y tú ya estás aquí.
-Vaya. Gracias por la confianza.
Edward suspiró. ¿Cómo iba a soportar aque llas dos semanas si lo único que deseaba era besarla hasta dejarla sin aliento?
-No quería decir eso.
-Mira, Edward. Nuestro pasado está muerto y enterrado. No tienes ninguna razón para estar enfadado conmigo... - Bella dejó col gada la frase, para recordarle que era ella quien debía estar enfadada-. Si voy a traba jar para ti, al menos podrías ser amable.
Los ojos del hombre se oscurecieron. Ella debería estar inmunizada a esa mirada. Pero no lo estaba. Y no ayudaba nada que tuviera que levantar el cuello para verle la cara, ha ciéndola sentir como una gamba en un mar de tiburones. Ni que la camiseta le quedase aún mejor que siete años atrás. Ni que, por un segundo, Bella recordara cómo era completamente desnudo.
Aquello no entraba en sus planes, pensó, intentando concentrarse mientras él descri bía sus obligaciones. De la cocina pasaron al cuarto de lavar y de allí al pasillo.
-Este es mi despacho. Nadie puede entrar aquí sin mi permiso -dijo Edward, sin mirarla.
-Sí, mi capitán -bromeó Bella.
Edward la miró con recelo y ella parpadeó inocentemente mientras subían la escalera hasta el segundo piso.
-Tu habitación -dijo, abriendo una puerta.
Era una habitación normal, decorada de forma agradable y con mucha luz. Bella no había tenido una habitación propia hasta que llegó a la universidad, pero las paredes significaban poco para ella; era lo que había dentro lo que importaba.
-Está muy bien -dijo, dejando el bolso so bre la cama y quitándose las sandalias-. Su pongo que tendrás cosas que hacer -añadió, saliendo de la habitación.
Edward fue tras ella, sorprendido.
-¿No vas a...?
-¿Qué? ¿A hacer más preguntas? -lo inte rrumpió ella-. No es para eso para lo que me has contratado. La agencia me describió bien el trabajo y no tendremos ningún pro blema. ¿Verdad, niñas? -preguntó, cuando entraban en el salón. Las gemelas se dieron la vuelta, mirándolos por encima del sofá como si fueran dos ardillitas. Bella les guiñó un ojo. Eran preciosas y, seguramente, llenas de energía, pero parecían contenerse delante de su padre-. ¿Quieres que prepare algo de comer antes de que te vayas?
-No -contestó él, sintiendo como si lo es tuviera echando de su propia casa-. Suelo cenar cuando se pone el sol.
-Muy bien.
Edward se sentó en el sofá y colocó a las ni ñas sobre sus piernas.
-Ojalá pudiera quedarme un rato más -suspiró, poniendo cara de exagerada tris teza. Las niñas rieron.
- Pero hay que darle de comer a los caba llos -dijo Kate.
- Porque si no, no engordan -añadió su hermana-. No pasa nada, papá.
Eran unas niñas tan maduras que el cora zón de Edward se encogió.
-Portáos bien. No hagáis lo de ayer.
-Sí, papá -dijeron las dos a la vez.
-¿Prometido? -preguntó él, levantando un dedo. Las niñas engancharon sus deditos al dedo de su padre, asintiendo con la ca beza. Edward las besó antes de levantarse del sofá.
A Bella le hubiera gustado estar tan cerca de su padre. Había perdido a su ma dre a los siete años y su padre, un viajante de comercio, la había llevado por todo el país. Conoció a mucha gente, visitó muchas ciudades, pero nadie le había enseñado lo que era la permanencia. Nunca había tenido un hogar hasta que llegó a la universidad. Las hijas de Edward habían crecido en aquella casa, probablemente se casarían con chicos del pueblo y la ceremonia tendría lugar en el propio rancho... Su corazón dio un vuelco. ¿Habría sido allí donde Edward y Tanya se habían casado? Pero no debería se guir por ese camino. Era demasiado dolo roso.
-Esas niñas son toda mi vida, Bella -dijo Edward entonces.
Él llevaba el corazón en la mano en ese momento y Bella se sintió emocionada por la profundidad de sus sentimientos.
-Las cuidaré bien, te lo prometo -le ase guró. Edward asintió antes de desaparecer-. Yo tengo un montón de cosas que hacer -dijo entonces, dirigiéndose a las niñas-. Podéis seguir viendo la tele y matando vuestras neu ronas o echarme una mano para que poda mos divertirnos más tarde. ¿Qué decís?
-¿Cómo vamos a divertirnos?
Bella se quedó pensativa.
-Supongo que esa debe ser una decisión de grupo.
Las niñas saltaron del sofá y la siguieron como los ratones al proverbial flautista.
-¿Esa es su nueva esposa, jefe?
Edward no contestó la pregunta del peón y siguió caminando hasta el establo.
-Creí que las novias por correo eran cosa del siglo pasado - rió Tyler.
-Supongo que has terminado de hacer todo lo que tienes que hacer si estás ahí to cándote las narices -replicó Edward entonces, poniéndose los guantes.
El joven Seth estaba colocando balas de paja en el camión.
Edward paró un momento para dar órdenes antes de entrar en el establo. La subasta de ca ballos de raza tendría lugar una semana más tarde y sus animales tenían que estar en ópti mas condiciones. Edward echó un vistazo a una yegua que estaba a punto de parir, sonriendo para sus adentros. Otro pura sangre corrien do por sus tierras, pensó. Todo el mundo sa bía que lo importante para un criador no eran tanto los animales como las tierras en las que se criaban. Aquellas tierras habían perte necido a un Cullen desde la revolución americana y Edward siempre había sentido que sus ancestros lo vigilaban. Tenía una reputa ción y una tradición que mantener, pero es taba empezando a ser difícil conjugar sus obli gaciones como propietario y como padre.
Edward murmuró una maldición. Sabía que estaba evitando pensar en Bella. No había sido muy amable con ella, desde luego. Pero no era culpa suya que no pudiera controlar sus emociones cuando estaba a su lado. Bella despertaba todos los recuerdos que había suprimido desde que rompió con ella y se casó con Tanya.
Pero no podía contarle la verdad, pensaba mientras ensillaba su caballo; ni siquiera para comprobar si a ella se le había roto el corazón como a él. Eso solo empeoraría la si tuación. Mientras cabalgaba, intentaba no pensar que la única mujer a la que había amado estaba precisamente en su casa en ese momento. Y tampoco quería pensar que su primer pensamiento, su primera reacción al verla había sido preguntarse si seguiría estando tan guapa desnuda como lo estaba ves tida.
Bella tomó la cesta de la merienda y se dirigió por el camino rodeado de árboles hasta los establos. A su lado, Kim y Kate, cada una con un termo en la mano. Cuando llega ron donde estaban los peones, Bella lanzó un silbido que hizo volver cabezas.
-Hola -saludó a los hombres, levantando la cesta-. ¿Alguien tiene hambre?
Los hombres dejaron lo que estaban ha ciendo y corrieron hacia la parte trasera del camión donde ella había colocado la cesta. Bella se presentó a sí misma y los peones la saludaron cordialmente. Mike Newton era alto y delgado, con unos dientes blanquísimos y muy poca vergüenza. El joven la miró de arriba abajo descaradamente hasta que Seth, el más joven, le dio un codazo. Tam bién estaba Ronnie, de unos cuarenta años, con el pelo demasiado largo para su edad. Y Bubba.
- ¿Qué nombre es ese de Bubba? -pre guntó Bella, sonriendo al hombre de pelo gris y camiseta manchada de sudor.
- Robert. Bob.
Otro de los hombres, Tyler, tomó a las ni ñas en brazos y las sentó en la parte trasera del camión, sobre una bala de paja.
- La señorita Bella ha hecho bocadillos -dijo Kate-. Unos bocadillos muy grandes.
- Los he hecho de carne, de jamón y queso, de pavo y de ensalada -sonrió ella-. Y he traído café para ti, Ronnie. Kim me ha dicho que te gusta mucho.
- Gracias, señorita -dijo el hombre.
Bella sacó los bocadillos para los peones y dos de manteca de cacahuete para las niñas. Mientras comían, observaba el ran cho. La casa era grande, de dos pisos, con un porche que la rodeaba por completo.
Tenía seis habitaciones y una pequeña ca seta para invitados cerca de la piscina. Tras los establos y los graneros, la caseta de los peones. Era un lugar hermoso y relajante. El río Willow. Había olvidado el nombre con los años.
El sonido de unos cascos llegó hasta ellos entonces. Era Edward, montado sobre un caba llo negro. El corazón de Bella dio un vuelco. Sobre el caballo, Edward exudaba mas culinidad y poder. Incluso a esa distancia, Bella sintió que los ojos del hombre se des lizaban por su cuerpo y se paraban donde no deberían.
«Sigue haciendo que me tiemblen las pier nas», pensó.
Edward llegó galopando hasta ellos y Bella, haciendo un esfuerzo para no abanicarse, les pidió a las niñas que la ayudaran a guardar las cosas en la cesta. Mientras estaba de es paldas, notó que él se acercaba y su pulso se aceleró.
- ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Edward, bajando del caballo de un salto.
Si pensaba que ella iba a salir corriendo, se había equivocado. Nada, ni siquiera su mi rada intimidatoria, iba a hacer que se echara atrás.
-Venga, todo el mundo a trabajar -dijo Bella, señalando a los peones. Los hombres se alejaron rápidamente y Edward clavó en ella sus ojos verdes-. ¿Tanto te duele?
-¿Si me duele qué?
-Sonreír.
Desarmado, Edward esbozó una sonrisa.
-Supongo que no -dijo por fin, pregun tándose si estaba enfadado porque los peo nes estaban coqueteando con ella o porque Bella estaba siendo amable con todo el mundo menos con él.
-Vamos, niñas.
-¿Qué habéis estado haciendo toda la ma ñana? -preguntó él, tomando a sus hijas en brazos.
-La colada -contestaron ellas, sonriendo.
-Nunca queréis hacerla conmigo.
-Con ella es divertido -dijo Kate-. Y ahora vamos a nadar en la piscina.
-Espero que no te importe -dijo Bella. Edward dudó un momento-. Yo soy una nada dora excelente.
-Tendría que comprobar el nivel de cloro.
-Ya lo he hecho yo -dijo ella, dándose la vuelta.
-Gracias, señorita Bella -se despidieron los peones.
-De nada, chicos. No trabajéis demasiado.
-Tú dales ideas -escuchó la voz profunda de Edward.
-De nada, jefe. Solo estoy haciendo mi trabajo.
No era verdad. No tenía por qué haber preparado bocadillos para los peones. Y tam poco le gustaba que lo llamara jefe, pero quizá era mejor porque marcaría una ba rrera entre ellos.
Edward volvió a montar sobre su caballo. Es taría allí un par de horas más, reparando va llas o haciendo cualquier cosa para no acer carse a Bella. No quería verla en la piscina; no quería verla en bañador porque entonces recordaría cómo era hacer el amor con ella.
Como prometí, y me gusta cumplir lo que digo, les traigo esta nueva adaptación. No olviden que es OoC!
Me encanta adaptar historias que son diferentes entre si y no siempre el mismo estilo, espero que también les guste a ustedes y dejen su comentario.
No olviden pasar por la página de Facebook y poner me gusta! www . facebook . com / MasenEmily
Aquellos lectores que no puedan publicar su comentario aqui, lo pueden hacer en facebook sin problemas. Allí me es más fácil responder todo.
Y como siempre, espero que le den una oportunidad a esta historia. Si no le tuviera fe, no la adaptaria para ustedes (:
