"Por quién espere"
Prólogo
... mmm , ¿Sera que así se siente morir? ¿Que paso? Oh… oigo voces... ¡bueno una voz!...
No entiendo que sucede, no siento nada... pero esa voz... Me llama, sé que esta hablando conmigo… … mmm
Creo que si… creo que estoy en el cielo… esos ojos son de…. Un ángel,… si debe ser… es un ángel…. Debe serlo….
— ¿Muchacha?
Oh… otra vez y si esta hablando conmigo, pero… que pasa no puedo contestarle...
— ¿Muchacha? ¿me escuchas? ¿Te encuentras bien?
— ¿Muchacha? — es muy joven que hace aquí…
Debe ser un ángel tiene una voz maravillosa
— ¡Con un demonio… esta sangrando!
¡Momento! ¿Los ángeles maldicen?
—Déjeme tranquila, no grite… me duele la cabeza…
Oh… ¿esa fui yo?...
— Oye, dime que te deje en paz si quieres, pero pareces haber sufrido un accidente. ¿Necesitas ayuda?
Un día cualquiera, me encontré desorientada, sin amigos, sin familia sin pasado, quise salir de mi atolladero y buscar la causa de mi desgracia; pero resulta que caí en algo peor, en algo sin salida que cambio toda mi vida insulsa y sin sentido.
Lo conocí un día cualquiera, en un lugar muy inoportuno; sin embargo, todo por fin tomo sentido en mi vida.
Capítulo 1
Oí una voz grave y masculina, pero me costó ver con claridad la figura corpulenta que estaba de pie delante de mí, cuando alcé la vista del banco de madera en el que estaba sentada intente decir:
— No… —me quedé sin voz y volví a intentarlo tratando de coordinar mis caóticos pensamientos—. No lo sé —susurre débilmente—. Me siento rara, pero no me acuerdo… No estoy segura de dónde estoy.
Estaba consciente de que lo que decía no tenía sentido, pero la nebulosa de mi cabeza y las punzadas que sentía detrás de los ojos eran demasiado intensas.
— Debes dirigirte a alguna parte —dijo el ángel poniéndose en cuclillas delante de mi, y sus hermosos ojos azul cielo se posaron sobre mis verdes y corrientes pupilas aterradas—. Esta maleta es tuya, ¿verdad? —añadió el ángel dando unas palmaditas sobre la gruesa maleta roja con blanco que tenía a mis pies.
—Sí, pero… —de nuevo perdí la voz.
— ¿Te acompaña alguien?
— Creo que no —respondí y las palpitaciones de dolor que sentía en mi cabeza se intensificaron al tratar de pensar—. No…, estoy segura de que no; pero, no me pasa nada —dije con tanta firmeza como pude—. Necesito descansar un rato, eso es todo.
El ángel no dijo nada durante unos momentos y luego:
— Tienes un buen corte en la cabeza, así que imagino que te has dado un golpe hace poco. ¿Puedes recordar si te has caído, o si te han tirado al suelo… o algo parecido?
— No —repuse y empecé a sentir miedo—. No puedo acordarme de nada —añadí con un ápice de desesperación.
— ¿Tu nombre tal vez? —sugirió con suavidad; tranquilizándome con su voz grave—. Piensa durante un minuto, te vendrá.
Me quede mirándolo con expresión indefensa, mientras buscaba entre la niebla de mi cabeza algún indicio de quien era, pero aun así percibí, incluso en plena agitación, que era blanco, rubio y corpulento, con un atractivo muy masculino e intimidante por sus facciones claramente cinceladas. Llevaba el pelo ostensiblemente corto, dejando ver que no disponía de mucho tiempo para la vanidad personal. Un hombre que sabía quién y qué era, y a dónde se dirigía exactamente.
—Candy —respondí sin comprender cómo lo sabía—. Me llamo Candice y —me detuve — bueno todos me dicen Candy —por un segundo se me pasó algo por la cabeza, pero antes de que pudiera interpretarlo había desaparecido. Me pasé la mano con perplejidad por la frente y me asuste al verla pegajosa y sangrienta.
— Bueno, Candy, yo diría que has sufrido una pequeña conmoción cerebral —dijo el ángel poniéndose de pie mientras hablaba, y por un momento de intenso terror, pensé que se iba a alejar dejándome allí.
Me sentía como si hubiese estado sentada en aquel diminuto parque toda mi vida, observando el mundo pasar, percibiendo las imágenes y los sonidos como si fueran un sueño antes de que se fundieran en una nebulosa que no podía disipar.
— ¿Una conmoción? —Dije con esfuerzo—. ¿Pero uno no se queda inconsciente con eso?
— No siempre —contestó observándome con ojos entornados y con las manos metidas en los bolsillos del pantalón vaquero—. Voy a reunirme con mi hermana para almorzar dentro de poco y creo que debería examinarte —continuó con firmeza—. Es enfermera, así que sabe lo que dice… en cuestiones médicas —añadió con ironía.
— No… no lo sé.
En parte quería ir con él, era lo único sólido en aquel mundo que, de repente, se había convertido en un entorno extraño, pero ¿cómo iba a saber si me podía fiar de él? Uno no puede adentrarse en lo desconocido de la mano de un completo extraño.
— No pasa nada, no soy un violador loco o un asesino en serie —dijo el ángel como si supiera instintivamente lo que estaba pensando, y sentí que me ruborizaba al percibir el leve tono criticón de su voz—. Ni estoy tan desesperado por tener compañía femenina como para persuadir a una mujer contra su voluntad.
Al menos eso me lo creí. Contemple aquel cuerpo alto, relajado y atlético. Sí, le creí, pensé otra vez mientras los ojos de color azul cielo se mantenían fijos en mí.
— ¿Y bien? —dijo mirándome sin pestañear—. El restaurante está a un paso y no tengo intención de dejarte aquí como a una niña desamparada, me echaría a perder el almuerzo. Preferiría que caminaras; si te llevo en brazos y empiezas a dar patadas y a chillar, mi reputación se resentiría, pero, en cualquier caso, vas a ir a que te miren la cabeza. Tengo la impresión de que tendrán que darte un par de puntos.
— Estoy segura… de que me pondré bien, gracias —dije en un tono patético, pero de verdad no sabía qué me daba más miedo, si la idea de ir con él o de que me deje allí… sola.
— Vamos —dijo el ángel poniendo fin a mi indecisión, y se inclinó para agarrar mi maleta antes de ayudarme a ponerme de pie—. No voy a dejarte aquí. Todo el mundo tiene que confiar en alguien alguna vez y, te guste o no, hoy te ha tocado a ti. Me llamo William Albert Andrew, por cierto. Soy el veterinario de la localidad.
No me había dado cuenta hasta ese momento, de su estatura y corpulencia, mientras me llevaba desde aquel pequeño parque que era poco más que un cruce de las dos calles principales de aquella vieja población del condado de York. También percibí que emanaba autoridad de forma natural, pero el dolor de cabeza se había vuelto insoportable y no pude pensar lúcidamente.
— El restaurante está un poco más allá —dijo el y, mientras atravesábamos la plaza de mercado adoquinada con sus ancianas piedras, me indicó un pequeño edificio cuadrado de viejos ladrillos de color claro—. Rose Marie debe de estar esperándonos.
Me dijo con el mismo tono de ironía que había estado antes presente en su voz, pero no pude contestar porque las náuseas estaban intensificando mi confusión.
El abrió la pesada puerta de roble y me condujo al interior agarrándome del brazo, y cuando entramos una joven rubia se incorporó detrás de una mesa y nos hizo señas desde el fondo de la estancia.
— ¿Will? Aquí.
Me sentí profundamente agradecida de ser capaz de derrumbarme en un asiento, y cerré los ojos tratando de combatir el mareo. Podía oírlo hablando a mi lado, y el murmullo de las conversaciones del almuerzo, el tintineo de las copas, pero todo me resultaba remoto e irreal.
— ¿Candy? — Dijo una voz, y una leve presión en mi brazo me hizo abrir los ojos y ver que su hermana se había sentado a mi lado—. Creo que has sufrido un accidente de algún tipo. ¿Te importaría que echáramos un vistazo a tu bolso para ver si podemos encontrar un nombre, una dirección o algo? Tal vez te avive la memoria. Y creo sinceramente que debemos llevarte al hospital para que te miren la cabeza. La herida tiene mal aspecto.
— Toma —le dije quitándome el bolso del hombro y poniéndolo sobre la mesa mientras la habitación giraba a mí alrededor—. Mira, por favor.
— Candice White, ¿te suena? —preguntó él, momentos después cuando rescató un sobre del fondo de mi bolso de tela.
— Sí —dije tratando de ver con claridad aquel rostro masculino—. Sí, ésa soy yo.
— Está bien, creo que lo mejor será que te vea un médico ahora mismo —dijo con voz lúgubre al verme balancear en el asiento—. Y no te muevas, voy a llevarte en brazos.
Fue lo último que oí, antes de sumergirme en una completa oscuridad, me sentí caer y luego aquel negro vacío que sentí antes de verlo por primera vez se intensifico sucumbiendo ante el mortífero dolor de cabeza.
— ¿Candy? —Dijo una voz, y luche por contestar, abriendo los ojos pero cerrándolos inmediatamente al sentir una luz brillante que me causó punzadas de dolor en la cabeza—. Voy a ponerte una pequeña inyección —continuó la voz en el tono normalmente utilizado para hablar con los niños—. Y luego podrás seguir durmiendo, ¿de acuerdo? Tranquilízate. Ya está.
Sentí un pinchazo en el brazo, pero no intente abrir los ojos y volví a hundirme con gratitud en los pliegues de oscuridad y más al fondo, hacia la paz y la tranquilidad del olvido.
La siguiente vez que desperté todo estaba quieto y en silencio y, cuando abrí mis ojos cansados, ya no había ninguna luz brillante sino una cómoda y suave penumbra que era un descanso para mis sentidos. Hice un leve movimiento e inmediatamente, la figura, que estaba a mi lado se movió y oí la misma voz que antes.
— Estás despierta, querida, eso está bien. ¿Te apetece un poco de agua?
— ¿Dónde…? ¿Dónde estoy?
— En el hospital, querida —dijo un rostro maternal de mediana edad inclinándose sobre mí, dejándome ver su pelo gris bajo la tenue luz—. ¿Te diste un pequeño golpe en la cabeza, recuerdas?
— Wil…
— Así es, querida —dijo la enfermera, y por el tono tranquilizador de su voz me di cuenta de que no tenía la más remota idea de lo que hablaba —. Ahora cierra los ojos y duerme un poco más. Ya ha pasado lo peor. Estoy segura de que por la mañana te sentirás como nueva. Hay una campana junto a tu mano —sentí que presionaba algo duro sobre los dedos de mi mano derecha—, así que si necesitas cualquier cosa, tócala y vendremos enseguida, ¿de acuerdo?
Quise hablar más, hacer preguntas, pero el esfuerzo era sobrehumano. Y a medida que los tupidos velos del sueño me envolvían de nuevo, fui consciente de que murmure aquel nombre una vez más antes de dejarme llevar por la cálida oscuridad.
— Te hemos traído un té.
El ruido de la vajilla y la alegre voz que resonó en mi oído hicieron que abriera los ojos de par en par. Alguien subió una persiana y la luz blanca del sol inundó la pequeña habitación.
— Gracias —dije sentándome con dificultad sobre la estrecha cama de hospital, tome la taza que me tendió una de las enfermeras, aliviada de ver que había dejado atrás aquel horrible dolor de cabeza—. Debo de haber dormido toda la noche —dije con vacilación al ver a las dos jóvenes mujeres sonriéndome encarecidamente.
— Has estado dormida desde que te trajeron, querida —dijo una de ellas con optimismo—. Es lo mejor para las conmociones cerebrales. ¿Cómo te sientes esta mañana?
— Mejor, mucho mejor —dije débilmente.
— Eso está bien —repuso la enfermera con ánimo tranquilizador.
— Tuviste un accidente, ¿verdad? —preguntó la otra.
— ¿Un accidente? —pregunte casi gritando, y entonces me acorde y di gracias por haber recuperado la memoria—. Sí… sí, así fue. Justo después de salir de la estación de tren me caí por unas escaleras —dije mirando a las dos mujeres mientras reproducía la escena en mi cabeza—. Alguien había derramado algo, resbalé y me golpeé la cabeza en el borde de uno de los peldaños —dije lentamente—. Creo que me hice un corte.
— Pues si. Y también alguna que otra contusión, diría yo. Pero has tenido suerte de que alguien te trajera, podrías haber estado vagando durante mucho tiempo y, aunque los de aquí son buena gente, hoy en día nunca se sabe. De todas formas, disfruta de tu té y volveremos a traerte el desayuno un poco más tarde, ¿de acuerdo?
— Gracias —dije sonriendo un poco indecisa, y me miraron con expresión radiante.
Pase el resto de la mañana echando cabezadas intermitentes, ya que pasaban a tomarme la temperatura y el pulso cada media hora, y conteste todo un conjunto de preguntas que una hermana enérgica y muy eficiente me leyó de un formulario de aspecto oficial.
— Me alegro de verte tan alerta —dijo la hermana María cuando se levantó para irse—. Creímos que se trataba de un simple caso de conmoción cerebral, pero además parecías realmente agotada. ¿Has estado enferma recientemente?
— Sí —dije sin querer dar muchas explicaciones—. Con neumonía. Pero ya estoy mejor. En realidad vine a Yorkshire para tomarme unas semanas de vacaciones. Pensé que el aire aquí sería más agradable que los humos de Londres.
— Te lo garantizo —dijo la hermana sonriendo con aprobación—. Bueno, ahora descansa. El doctor se pasará a verte dentro de poco y veremos cómo te encuentra.
Fue justo después del almuerzo cuando llamaron a la puerta y me senté en la cama con expectación, creyendo que era el doctor o alguno de sus ayudantes. Pero el hombre alto y rubio que entró en mi habitación distaba de ser alguno de ellos.
— Candy —dijo la voz grave y ligeramente ronca que recordaba, la voz que me había rondado en sueños durante las últimas horas—. ¿Cómo estás?
— Bien —mentí, me sentía avergonzada, estaba usando un feo camisón de hospital el cual me colocaba en clara desventaja, además, de que mi cara se veía mas pálida de lo común desprovista de maquillaje, y si le sumamos el enorme moretón que cubría mi media frente, ni se diga, me sentía fatal. El en cambio era tan imponente. Incluso el día anterior, en mi estado semiconsciente, me di cuenta de que era irresistible.
Estaba muy bronceado, tenía los cabellos de color rubio platino brillante, e irradiaba tanta virilidad que ni siquiera su estricto corte de pelo servía para suavizarla. Y, aunque las facciones atractivas y clásicas de su rostro cincelado llamaban la atención de cualquier mujer entre dieciséis y sesenta años, tenía algo más que atractivo: una confianza y seguridad en sí mismo que añadía una dimensión distinta a su arrogante masculinidad.
— ¿No te acuerdas de mí? —Preguntó en voz baja—. Me llamo William Albert Andrew. Mi hermana y yo te trajimos al hospital ayer a última hora de la mañana.
—Sí, sí, me acuerdo —dije dando gracias de que se hubiese confundido de mi expresión de asombro con confusión. No podía recordar haber mirado a un hombre tan descaradamente, y la idea me ruborizó—. Eh… gracias, muchas gracias Sr. Andrew —añadí torpemente—. Ha sido muy amable al…
De pronto con su mano levantada haciendo un ademan brusco, descartó mi agradecimiento…
— Cualquiera hubiera hecho lo mismo en mi lugar. Dio la casualidad de que era yo el que pasaba por allí. Entonces, has recuperado la memoria, ¿verdad? Eso está bien. La hermana María me ha dicho que recuerdas haber caído por unas escaleras.
— Sí, a la salida de la estación —dije. Nunca me había sentido tan corta de palabras, y forcé una sonrisa que esperaba que pareciese natural antes de continuar—. Vaya tontería, ¿verdad? Debí tener más cuidado…
— ¿Qué hacen tus padres al dejarte vagar sola?
— ¿Cómo? —pregunté, mirándolo con vacilación.
Su tono fue seco y me percaté de que el brillo de sus ojos azules era de desaprobación contenida. Lo confirme cuando volvió a decir, con voz fría:
— Te he preguntado que en qué estaban pensando tus padres al dejarte vagar sola.
— No estoy vagando sola —dije alzando levemente la barbilla, creí que me iba a volver el dolor de cabeza, y el color que cubrió mi tez pálida y cremosa se debió entonces a la irritación más que a la vergüenza—. Y sólo respondo ante mí, ante nadie más.
— ¿De veras? —Dijo acercándose a la cama para mirarme con ojos entornados y actitud entre irritada y crítica—. ¿Y cuántos años tiene exactamente, señorita Candice White? ¿Quince, dieciséis? Y quiero la verdad —añadió en tono de advertencia—. Si te has escapado de casa, ha llegado la hora de confesarlo.
— ¿Que si…? —Ay ¿pero quien se cree? me quede mirándolo con los ojos en blanco y de pronto la furia se arremolino en mi ser y disipó todo sentimiento de intimidación —. Tengo veintiún años. Veintiuno, ¿entendido?
—No te creo —dijo llanamente, paseando su mirada por mi etérea delgadez, mis finas manos y mis cabellos de color rubio platino que enmarcaban mi corriente rostro—. No tienes más de dieciséis años, reconócelo.
— No… ¿Cómo se atreve?
Toda mi vida me habían dicho que parecía mucho más joven para mi edad, y normalmente me lo tomaba bien. Pero que él pensaba que era una colegiala… ay! Imposible… esto solo me pasaba a mí. Sin embargo, él frenó en seco sus protestas diciendo sin la más leve sombra de duda:
— Y una explosión de furia tampoco servirá. Si eres tan mayor como dices, imagino que podrás probarlo.
— ¿Probarlo? —Dije en un tono demasiado agudo—. No debería ser necesario, pero puedo probarlo. ¿Me pasa el bolso, por favor? Está junto a la silla.
— Por supuesto.
— ¿Le vale el permiso de conducir Sr. Andrew? —inquirí en un tono sarcástico mientras hurgaba en las profundidades cavernosas de mi enorme bolso de viaje de tela, y lo saque de un compartimento de mi billetera de cuero para tendérselo con frivolidad.
— ¿El permiso de conducir? —repitió él por primera vez con tono de incertidumbre.
— Es un documento que te da derecho a conducir un vehículo —dije con mordacidad—, y tengo uno desde hace aproximadamente cuatro años, ¿entiende? — Sentí que el dolor de cabeza volvía y todo por su culpa—. No me he escapado de casa ni nada parecido. Estoy aquí… estoy aquí de vacaciones.
«Bueno, lo estaba… en cierto sentido»,
— Entiendo —dijo levantando la vista de mi permiso de conducir—. Entonces, todo indica que he cometido un error, lo siento. Si me das el teléfono o la dirección del lugar donde te alojas, les explicaré que te has retrasado un día y les pediré que te reserven la habitación.
— No será necesario —dije—. Todavía no he reservado nada —estaba tensa—. Pensé que lo mejor sería buscar alojamiento al llegar.
— ¿En serio? —dijo en un tono paciente normalmente usado para tratar a un niño recalcitrante que se estaba comportando de forma absurda—. Towerby no es pequeño para ser un pueblo de Yorkshire, pero en plena temporada turística, y habiendo tenido buen tiempo durante semanas, no siempre se encuentra disponible una cama. Sin embargo, hay muchos otros pueblos y ciudades de los alrededores…
— Quería quedarme en Towerby —lo interrumpí con firmeza—. Probaré allí primero.
— ¿Por qué Towerby? En el condado de Yorkshire, un pueblo se parece mucho a otro…
— Aun así, probaré primero allí —dije con voz tensa.
— Eres persistente, ¿verdad?
Me encogí de hombros. No había sido un cumplido, pero no iba a explicarle por nada del mundo por qué Towerby era tan importante para mí. «Y creía que me gustaba…»
— Como quieras —dijo contemplándome nuevamente—. Pero podrías pasarte horas recorriendo las calles.
— No me importa.
Ahora si que parecía tener doce años, sentada allí con aquel horrible camisón y el pelo todo revuelto y los ojos llameantes. Me había dado dieciséis, y para variar debe pensar que soy una insensata al llegar acá sin reserva, pero que podía hacer no iba a explicarle a un desconocido las razones de mi viaje a un pueblo desconocido.
— Será mejor que me vaya, iba de camino a una granja al otro lado de Kilburn y tenía que pasar por aquí, así que se me ocurrió venir a ver cómo estabas —dijo en tono bastante inexpresivo—. Volveré a pasarme esta tarde de regreso a casa, si no te parece mal.
— Tal vez me haya ido para entonces —dije con cautela—, pero gracias otra vez por su ayuda. Y dele las gracias a su hermana de mi parte, Sr Andrew.
Pensé que había hablado con el tono justo de despedida educada, hasta que lo miré y vi el brillo de enojo en sus ojos azules.
— Sr. Andrew, Sr. Andrew lo has dicho como tres veces, no soy tan viejo como parece…—dijo en un tono bastante exasperado, casi de rabia diría yo — Mira mis amigos me llaman Albert…
— No somos amigos —lo interrumpí
— Bueno —se quedo considerándolo por unos momentos y luego dijo— te salve la vida ¿de acuerdo? así que me la debes, no cobro generalmente los favores, pero creo que esa minúscula razón nos hace tener un pequeño vínculo, así que te agradecería que me llames Albert —dijo en un tono de orden.
No conteste, sin embargo me limite a mirarlo y volví a despedirme educadamente.
— Te agradezco la ayuda ALBERT, y sobretodo hazle llegar a tu hermana mis sinceros agradecimientos. Lo harás ¿verdad? — pregunte
— No te gusta que te digan que estás haciendo el tonto, ¿verdad? —murmuró con una serenidad irritante mientras se acercaba a la puerta. Una vez allí, se volvió para mirarme una vez más—. Adiós, Candy —dijo antes de que tuviera oportunidad de hablar.
Y me quede ahí, contemplando la puerta... nuevamente sola.
Continuara...
Hola amigas... como estan? sip sip yo regresando para traerles esta historia...me diran que las estoy mareando para no actualizar CELOS.. pero entiendanme sigo escribiendolo y mi tiempo no es el mejor... pero creanme muchachas hoy en la nochesita subo otro cap!
Bueno les cuento que fue extraño como se hizo "POR QUIEN ESPERE", lei el libro de Helen Brooks y cada vez que leia un capitulo, recordaba de mi principè maravilloso. y me dijo ¿Por que no? y aqui esta mi PRIMERA Y UNICA adaptacion a la cual doy todo los creditos como base de Historia a Helen Brooks y su maravilloso Libro "A man worth waiting for " y por supuesto a Mizyuki por los personajes de Candy Candy.
Ya saben cualquier mensajito estare atenta a leerla, espero que disfruten de esta historia... y les agrade tanto nuestro ALbert en una fasceta... mm que me fascina... Bueno menos palabras y mas accion.. asi que ahi va... PQE.
KARIN
