VIDA
IRREAL
PRÓLOGO
La oscuridad es profunda, misteriosa y aterradora. A todo mundo le da miedo. Y yo no soy la excepción, por más difícil que sea de creer.
Tengo dieciséis años. O al menos eso parece. La verdad no he vivido en este mundo más de un mes, pero sé que en planes llevo muchos más años que la actual encarnación de la diosa Atena. La rebelde Atena. La odiada Atena.
Esa tarde, me dirigí al Santuario de Atena. De la rebelde Atena. De la odiada Atena. Tenía una misión, ideada con toda la maldad del mundo e introducida en mi ser, en mis venas y en mi corazón como el veneno de una ponzoñosa serpiente al morder a su víctima. ¿Qué digo? Aquí yo no soy la víctima de nada. Muchas veces me lo han dicho ellos dos.
Al caminar y acercarme a las construcciones, cerré los ojos y los apreté con fuerza, en un vano intento por olvidar esa oscuridad y esos tormentos. No pude. Pronto, al morir el día, la oscuridad regresaría junto con el dolor.
Seguí caminando, ya faltaba poco. A lo lejos, divisé mi objetivo. Un hombre alto y apuesto, vistiendo una hermosa armadura, hecha completamente de oro. Su porte era elegante, sus cabellos color lila y dos puntos rojos en su frente. Esa era la señal que Viktor me había dado. Tomé aire y me acerqué aún más. Su mirada penetrante estaba sobre mi persona, me miraba como queriendo leer los secretos de mi corazón. Yo no tengo corazón, así que le fue imposible, y eso pareció sorprenderle más. Al fin me detuve, estando cara a cara frente a él. Guardamos silencio por unos minutos hasta que éste lo rompió.
-Mujer, te has adentrado mucho en el Santuario de Atena- dijo el caballero- ¿Cómo es que lo has logrado?-
Cerré los ojos, y a mi mente vinieron algunas imágenes de lo que había pasado unos minutos antes. Todo guardia o caballero que osó poner su atención en mi persona fue poseído de pronto por un extraño sentimiento. Algunos que me miraron cayeron en el acto en un profundo sueño. Otros huyeron al punto, dominados por un indescriptible miedo. Abrí los ojos y sonreí dulcemente al caballero, haciéndole entender que no tenía idea de cómo había llegado.
-¿No respondes?- dijo el caballero- ¿sabes acaso que si das un paso más sin autorización de Atena, tengo órdenes de quitarte la vida?-
-No puedes quitarme- respondí en voz baja- aquello que no tengo-
-¿Qué significa tal respuesta?- preguntó el caballero.
-Nada que tenga significado importante para ti- dije yo.
Lo miré fijamente. El encantamiento que me rodea ya había comenzado a hacer efecto también en él, aunque desde que llegué percibí que sería mucho más difícil de perder de lo que yo pensé. Aún así, sus ojos ya habían comenzado a adquirir un brillo inusual.
-Lo siento, no puedo dejarte pasar- dijo el caballero, haciendo acopio de sus fuerzas.
-Lo comprendo- dije- pero es preciso que vea a Atena...-
-¿Y quien la busca, si se puede saber?- dijo él.
-Sofía- dije yo, recordando el nombre que Viktor me había dado para el mundo.
-¿Solo Sofía?- preguntó él.
-Sofía Próscope- respondí yo apaciblemente.
-Yo soy Mu, caballero de Aries- dijo él.
-Entonces Mu, por favor, llévame a la presencia de Atena- dije yo en el tono más dulce que pude encontrar.
Con una mirada me di cuenta que el caballero de Aries ya estaba bajo mi total y completo dominio. No podía creer que fuera tan sencillo. Asintió torpemente y murmuró que lo haría. Pero entonces, sucedió algo inesperado.
Un niño pelirrojo, con dos puntos como los del caballero, apareció de pronto frente a mí. No pude manejar la sorpresa que sentí y, desacostumbrada a tener los dos pies sobre el suelo, tropecé y hubiera chocado contra el frío piso de piedra de no haber caído en los brazos de Mu, rompiendo por completo el encantamiento que yo misma había creado.
En su mente y en la mía comenzaron a correr escenas, algunas bellas y otras aterradoras. Pude ver claramente cientos de enemigos y batallas libradas. Pero de sus recuerdos comenzaron a pasar los míos. Eran escasos, pero aterradores. Sumergida en un líquido espeso, sin aire para respirar y sin poder morir, sin ninguna ropa y con dolorosos cables y mangueras penetrando mi cuerpo. Miraba a través del líquido y el cristal, había dos pares de ojos, dos miradas malignas que reían, no de mi desgracia, sino de los planes que tenían para conmigo. Y detrás de ellos, una total oscuridad.
De un empujón me libré de el caballero y comencé a correr, a bajar los escalones, como si todos los ejércitos de los dioses corrieran tras de mí. El caballero, por su parte, se quedó mirando como me alejaba, sorprendido y sin moverse. Segundos después volvió en sí y trató de seguirme, pero yo ya había desaparecido.
Mientras corría a mi hogar, si ese sitio tenebroso, húmedo y oscuro puede llamarse hogar, lágrimas de miedo y dolor surgían de mis ojos. Sabía lo que me esperaba al regresar. Y ni siquiera la más terrible y dolorosa muerte a manos de los caballeros se podía comparar a ello. Pero yo era joven e inexperta, y no conocía más vida que aquel infierno.
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CONTINUARÁ...
