K-ON! pertenece a Kakifly.
Lluvia
Llueve. Las gotas de agua golpean en la ventana mientras el viento sopla entre las ramas. Mio se estremece bajo las gruesas sábanas de su cama: odia la lluvia. Mira fijamente su teléfono móvil, parece esperar un mensaje, un mensaje que nunca llegaría. Lágrimas se acumulan en sus grisáceos ojos. Han pasado ya dos meses desde aquello, desde que ella se fue de su lado, pero lo recuerda como si no hubieran pasado más de cinco minutos.
—¡Mio, veamos esta tarde en el cine la película sobre percebes que acaban de estrenar! —exclamó Ritsu, a lo que recibió como respuesta un grito de la morena, quien corrió a uno de los rincones de la sala del club de música ligera y, tras ponerse en cuclillas, comenzó a murmurar cosas que solamente ella podía oír; hasta que las carcajadas de la castaña le hicieron percatarse de la broma —obviamente, de muy mal gusto, según la morena—.
Se oyó un quejido de Ritsu por el golpe que le propinó Mio.
Al final, dejando de lado las bromas, decidieron ir directamente al cine tras acabar de tocar. Y fue mientras se encaminaban hacia allí que comenzó a llover; y como ninguna llevaba un paraguas, Ritsu se ofreció a ir rápidamente a la tienda más cercana a comprar uno para las dos, mientras la morena se resguardaba como podía de la lluvia cerca de un callejón.
Mio miró el cielo ya completamente cubierto de oscuras nubes y suspiró. Le gustaban los días lluviosos: eran buenos para inspirarse al escribir nuevas canciones; pero cuando quedaba con su novia prefería climas más cálidos.
—Mi novia —susurró; y sonrió al pronunciar la palabra «novia»: hacía poco más de tres meses que ambas habían confesado sus sentimientos y habían comenzado una relación amorosa, así que todavía no se acostumbraba a usar aquella palabra, pero le gustaba como sonaba—. Ritsu es mi novia —repitió.
Y escuchó una voz a su lado:
—Hola, preciosa.
Ritsu salió de la tienda y corrió hacia donde se quedó Mio —no quería que la morena se mojara más de lo que seguramente ya se habría mojado— pero, cuando estaba llegando, vio algo que no le gustó nada: un hombre había acorralado a Mio contra la pared y tenía una mano sobre una de las caderas de la chica.
—¡No la toques! —espetó empujando al hombre para apartarle de Mio y poniéndose delante de ella.
—Vaya, ¿estás con una amiga? Si queréis yo también puedo traer a un amigo —dijo abrazando a la castaña.
—¡Lárgate o llamaré a la policía! —amenazó Ritsu forcejeando.
—Me gustan las chicas que se resisten tanto, como tú.
Finalmente, la castaña logró liberarse de los brazos del hombre y oyó que la voz de Mio —que ahora se encontraba en cuclillas y apoyada contra la pared— la llamaba, así que la miró y vio como señalaba, temblando, al chico; por lo que volvió a dirigir su mirada a este, viendo como ahora llevaba un cuchillo en la mano.
—Mio, ¡vete!
Pero Mio, ignorando las palabras de la castaña, buscó su teléfono móvil y llamó a la policía. Y cuando quiso avisar a la castaña de que la policía ya estaba en camino, vio como, de pronto, el agua se tiñó de un color rojizo.
—¿Ritsu? —llamó imaginándose lo peor.
Y el cuerpo de Ritsu cayó inerte frente a ella, haciendo que todo se detuviera para Mio. Solamente oía la sirena de un coche de policía y los pasos del hombre, que huía corriendo de allí, pero todo le parecía muy lejano.
Observó la tez de Ritsu, en la que lucía una leve sonrisa, seguramente por haber muerto haciendo una de las cosas que más le gustaba hacer: proteger a su amada de los peligros del mundo.
Y Mio pensó que si tan solo fuera más valiente, nada de eso habría ocurrido.
