Disclaimer: Todo es de GRMM.
Este fic participa en el reto 16 "Burn them all" del foro Alas Negras, Palabras Negras.
Desde que Beric Dondarrion te devolvió al mundo de los vivos con un beso macabro, todo se ha vuelto pasmosamente simple. Tu paleta de colores se ha reducido a solo dos, blanco y negro. Enemigo, amigo. El primero muerto por la mano del segundo. Y el resto de los seres humanos son transparentes, mientras no se metan en tu camino. Por ello, ese día cuando te topas con una chiquilla de apenas quince años, que tiene una herida enorme en la boca del estómago y les ruega unirse a la caravana mientras no te quita sus ojos grises de encima, tu primer y único pensamiento es abandonarla allí.
Pero mientras te alejas, puedes sentir que algo anda mal. Todo anda mal, te dices a ti misma. Todo anda mal desde hace mucho tiempo, desde que los Stark empezaron a morir y el mundo perdió todo su honor, a manos de una bella doncella llamada poder, que sonríe y a la vez sostiene un puñal detrás de la espalda. Y continuas poniendo distancia entre la chica, a medida que el nerviosismo te retuerce las entrañas.
No comprendes que sucede. El recuerdo de esos ojos anhelantes te asalta una vez más. Y otra, y otra vez. La chica no sirve, te dices. ¿Por qué la habrías de ayudar? ¿Acaso alguien le detuvo la mano a los Frey cuando decidieron romper las leyes de hospitalidad, antaño sagradas, y matar a todos los que apoyaran al huargo, o al pez? ¿Acaso alguien detuvo a Theon Greyjoy, en su desmedida ambición por ser un Stark más? ¿Acaso alguien impidió que la reina incestuosa separara la cabeza del cuerpo de tu esposo? No, no y otra vez la negativa. El mundo era horrendo y nada tenía sentido. Todo aquel que no entendiera eso estaba destinado a morir. Los heridos y los débiles también, la vida era una lucha constante de intereses, una jodida jungla.
Así es si la chica estaba herida pues sea. Si va a morir, que muera. Nadie te desviaría de tu inexorable camino. Sin embargo, no te podías quitar lo que fuera que estaba encima de ti, molestándote constantemente, zumbando en tu oído que lo equivocada que estabas. Y de repente, te sientes como una niña pequeña, perdida y deformada hasta límites insospechados. Sacudes la cabeza, sin enterarte aun de lo que sucede. Algo en tu corazón te urge a tomar el sentido opuesto. ¿Corazón? , te dices. Y entonces lo sabes.
Conoces esos ojos grises tan bien como la palma de tu mano. Son los mismos de tu esposo, son los mismos de tu hija Arya. No das explicaciones, la voz hace mucho tiempo que ya no te sirve. Fuerzas a tu caballo para que se devuelva, a medida que tratas de calmar los temblores que de repente te asaltan y te recorren todo el cuerpo. No sabes si los demás te siguen, pero que eso es lo que menos te importa en aquel momento. Solo pides que no sea demasiado tarde y la imagen del estómago de Arya y la sangre opaca, que salía a borbotones, es la que te asalta ahora.
Y cuando la ves de nuevo, inmóvil, la cabeza ladeada, los ojos cerrados, los brazos lánguidos, el tiempo parece detenerse. Maldices la existencia y te bajas del caballo a tropezones. Solo en ese momento te das cuenta que nadie te ha seguido. Llegas al lado de la menor de tus hijas e intentas pedir ayuda. Pero lo único que sale de tu boca son horribles graznidos.
