El fondo de la botella
PruePhantomhive
(Disclaimer)
Los personajes y escenarios de Supernatural pertenecen a sus respectivos creadores; son usados en ésta historia sin fin de lucro.
(Resumen)
Castiel Novak puede sanar a las personas con sólo tocarlas y ese es un don que su familia ha explotado por años. Dean Winchester sufre daño al corazón tras recibir una descarga eléctrica y sólo espera morir en paz como expiación a sus pecados. Es una lástima que Castiel no acepte un no por respuesta.
El apellido Novak, en eslavo, significa Nuevo. Novato, recién llegado, extraño… pero, en el vecindario que habita, con el resto de su familia, en Topeka, Kansas, todos lo ven como sinónimo de algo mayor, algo que hace que a Castiel se le erice el vello de la nuca y sienta escalofríos en la espalda cada vez que pone los pies en una iglesia y nota, con un crujido de cuellos idéntico, la forma en la que el mundo entero gira el rostro para verlo, como si fuera una planta en peligro de extinción que ha decidido asomar la cabeza de la tierra en la que se esconde o un animal exótico exhibido en el zoo.
La mano de Jimmy, su hermano gemelo, cerrándose en su hombro y la sonrisa orgullosa de su madre, labios pintados de un cuidadoso y sencillo tono rosado, de pie a su lado mientras avanzan hacia la hilera principal de asientos, justo frente al altar donde el sacerdote ofrece la misa de siete PM, confirman, cada vez, que es cierto: es un espectáculo para el pueblo y, cuando levanta la mirada, ligeramente irritada e incómoda, para contemplar el gran crucifijo que corona la cúpula más alta de la edificación, sólo puede contemplar el rostro adolorido de un Cristo abatido y preguntarle, dentro de su cabeza, ¿por qué?
Todos los días, escucha las oraciones del padre a la misma hora, en el mismo lugar, sentado con la misma gente, con la misma cuestión en la cabeza cuando, se supone que, lo único que debería hacer en ese sitio es rezar, pero hace mucho tiempo olvidó las palabras exactas, los gestos correctos de su mano al persignarse, así que, todos los días, inclina la cabeza en solemne rendimiento y finge prestar atención a los salmos, conmoverse por las enseñanzas de una religión de la que, sin proponérselo, abandonó el camino hace mucho tiempo sin ser capaz de expresarlo en voz alta.
Mientras se contempla las rodillas, un martes por la noche, la pequeña mano de su sobrina, Claire, aparece sobre una de ellas y se obliga a levantar la mirada para contemplar a la niña de escasos nueve años, que le regala una sonrisa amistosa… antes de ser amonestada por Amelia, su madre, que le sujeta la mano con firmeza y la obliga a mirar al frente, a prestar atención a cada palabra y a consumirlas como alimento para su alma.
Castiel frunce los labios al notar la incomodidad en la cara de la niña y, con un suspiro, vuelve a agachar la cabeza y a sumergirse en su oscuridad individual.
Todo comenzó con Emmanuel Novak, su bisabuelo, que descubrió el don en medio de la desesperación de salvar a su primogénito, en aquél entonces, un niño de tan sólo seis años, quien fue golpeado por un auto a las afueras de la ciudad, mientras cruzaba la calle.
Castiel ha escuchado la historia incansables veces y la conoce a la perfección: Emmanuel, al ver a su hijo, Michael, magullado y sangrente, en el suelo, lo tomó en brazos y, alzando el rostro para mirar al cielo, le suplicó a Dios, con la voz estrangulada por el llanto, que no se lo llevara aún, que le diera la oportunidad de seguir viviendo y, a cambio, él se encargaría de convertirlo en el más fiel de sus siervos. Sus súplicas fueron escuchadas por el universo porque, en cuanto terminó de hablar, luz blanca se desprendió de sus manos, envolviendo el cuerpo casi sin aliento de su hijo que, de inmediato, separó los labios para tomar aire y llenarse los pulmones, levantándose del suelo como si minutos antes no hubiera tenido las costillas rotas y sangre en la boca.
Daphne, la esposa de Emmanuel, fue la primera en proclamar aquello como un milagro del Señor, ya que su marido aún no conseguía salir de la estupefacción provocada por lo que acababa de contemplar, de hacer…
Cuando quedó claro que el fenómeno se quedó con él, creyendo que era un regalo del cielo que no debía serle negado a otros, Daphne convenció a su esposo de ayudar a todos aquellos que lo necesitaran, así que, pronto, el talento del hombre fue conocido en toda la ciudad y Emmanuel se vio curando desde enfermedades terminales hasta malformaciones genéticas —Gabriel, hermano mayor de Castiel y Jimmy, siempre silba, fingiendo asombro, ante esas palabras. Jimmy suele amonestarlo con la mirada y Castiel, ocultar una sonrisa en su hombro—.
Los Novak siempre se enorgullecen al llegar a ésta parte de su historia familiar, aunque Castiel, el único bendecido con el don actualmente, siente un nudo de ansiedad en la garganta y el impulso de escapar, porque la segunda parte del relato no es tan buena como la primera —Jimmy siempre lo mira como si lo creyera desquiciado: según él, la historia avanza en línea recta y no puede ser cortada en dos partes distintas: él la considera hermosa y melancólica, cuando a Castiel sólo le provoca horror—.
Un día, pasados años y años desde la primera vez que Emmanuel sanó a su hijo, un hombre se presentó en su hogar a altas horas de la noche, alegando que había viajado largas distancias sólo para conocerlo, porque necesitaba de él: su esposa había muerto dando a luz y la quería de vuelta.
Cuando era más joven, tras escuchar el relato, Castiel solía encerrarse en su habitación, recostarse en la cama y mirar al techo, sin parpadear, hasta que los ojos comenzaban a arderle y lagrimear, intentando imaginar lo que una petición como esa debió provocar en alguien como su bisabuelo que, según había escuchado, tenía el corazón más blanco y entregado a Dios que alguien pudiera imaginar.
Sanar a los vivos, incluso a los moribundos, era una cosa… pero meterse en los dominios de la Muerte, era algo completamente diferente: nadie podía, ni siquiera Emmanuel, y eso fue algo que el hombre se negó a entender. Cuando Emmanuel intentó explicarle que lo que le pedía era algo imposible, el hombre entró en pánico, dando paso a la cólera y, sacando un arma de su abrigo, le disparó al patriarca de los Novak, justo en el corazón. Emmanuel murió en los brazos de su esposa aquella noche.
Jimmy suele persignarse, agachar la cabeza en oración al llegar a esa parte, y susurrar algo parecido a se reunió con Nuestro Señor, pero su Gracia se quedó con nosotros y mirar a Castiel como si se tratara de una bendición.
Bien, Castiel no se siente de esa manera: Anna, su tía-abuela, hermana menor de Michael, heredó el don de su padre y éste la condujo a la locura, desentrañándola, sometiéndola, asfixiándola y consumiéndola hasta que no pudo soportarlo más y, entre las cuatro paredes de la habitación en el hospital psiquiátrico donde su familia la internó, se quitó la vida, cortándose las venas con un trozo de metal oxidado que logró arrancar de la base de su cama.
Y fue porque sanar a la gente enferma no era el único componente del obsequio que Dios le otorgó al bisabuelo Novak, pero eso, Emmanuel prefirió guardarlo en completo silencio ya que, cuando Anna abrió la boca, el mundo la tachó de enferma mental y la arrojaron a un contenedor, sin siquiera meditar sus palabras.
Hoy, Castiel sabe que el bisabuelo veía cosas, las mismas que Anna, su hija, décadas después de él, dibujó en cuadernos, usando trazos burdos y grotescos: hombres y mujeres de rostros descompuestos, cubiertos de sombras y cicatrices de quemaduras que parecen hechas en lo más profundo del averno, sombras traslúcidas de almas que parecen haber perdido su cuerpo, pero no las ganas de permanecer en este mundo y personas que van por la vida caminando, viviendo y respirando como los humanos, entre ellos, en su medio, pero llevan a cuestas, enraizadas entre los omóplatos, dos grandes alas oscuras que, a pesar de lucir bañadas en carboncillo, recuerdan a las más bellas de las aves, aunque éstas no posean el destello blanco azulado que deslumbra en las pupilas de estos seres alados de la misma forma en que se desprende de las manos de Castiel cuando las coloca sobre alguien para aliviar cualquiera que sea su mal.
Ver demonios, espíritus y ángeles: ese fue el precio que Emmanuel tuvo que pagar por salvar la vida de su hijo, misma tarifa que colgó sobre las cabezas de sus descendientes y que Castiel calla con recelo, junto a otro puñado de secretos.
Tras la misa, toda la familia se reúne en la casa principal para cenar. Castiel ocupa su sitio acostumbrado, junto a su madre y frente a su padre, mientras Gabriel se deja caer pesadamente a su lado, dándose palmadas en el estómago para anunciar, como siempre, que se muere de hambre, mientras Balthazar le dedica miradas poco impresionadas desde el otro lado de la mesa. Nick habla con su esposa embarazada, Sarah, mientras Jimmy ayuda a Claire a colocarse la servilleta en las piernas y Amelia les sonríe, con el mentón apoyado en los dedos entrelazados.
Las empleadas les sirven presurosas y, cuando una de ellas llena la copa de Gabriel de vino, pero no la de Castiel, éste simplemente pone los ojos en blanco y le quita la botella de la mano para hacerlo él mismo, ante la mirada irritada de su madre, que le dedica una sonrisa a manera de advertencia y que él se obliga a devolver, intentando darle a entender que le importa un carajo si le parece o no. Cuando bebe el primer sorbo de la copa, los ojos de Naomi se entornan peligrosamente y Nick rompe en risas, seguido, inmediatamente, de Gabriel, que no le da importancia a tener la boca llena de pasta cremosa.
Si Anna no se volvió loca por las cosas que veía y no pudo mantener en secreto, seguramente fue por tener una madre tan controladora como la de Castiel, que cada día se siente más atrapado en esa tumba de casa y cuya desesperación comienza a ahogarlo porque, cada vez que logra romper una amarra, aparece otra.
— ¿Mickey no ha llamado, ma? —pregunta Nick, rompiendo un trozo de pan para metérselo en la boca, mirando a su madre con atención, asegurándose de masticar de la manera más grotesca posible sólo para molestarla.
Naomi se pinza los lagrimales con dos dedos tensos y niega con la cabeza: al menos, ésta vez no los somete a la acostumbrada queja de llámame madre, Nicholas, a lo que éste sólo hubiera respondido con algo sardónico que la habría hecho enfurecer más.
—No —responde la mujer resueltamente.
Michael es el primogénito Novak, nombrado en honor al padre de Naomi, lo que demuestra que todas las esperanzas de la mujer estaban puestas en él desde que nació, ya que ella adoraba a su padre. A veces, Castiel se pregunta si su madre estuvo al borde del pánico al ver todo un desfile de hijos nacer —primero Michael, luego Nick, Balthazar y Gabriel— sin que ninguno tuviera el don de Emmanuel hasta que llegaron Jimmy y él y, aun así, tuvo que esperar quince años hasta que Jimmy estuvo a punto de morir de un ataque de asma a mitad de la primavera y Castiel tuvo la oportunidad de sanarlo.
Dios, recordar ese día aún le provoca escalofríos, no sólo por haber estado a punto de perder a su gemelo, sino, también, por la mirada triunfante en los ojos de su madre, que lo contempló, por primera vez, como si fuera valioso. La verdad era que ese día le rompió el corazón y la herida no ha sanado aún.
—Claro, consiguió un trabajo importante en Nueva York y se olvidó de nosotros, su pobre familia campesina —bromea Nick, haciendo un gesto con la mano para abarcar toda la mesa, lo que hace reír a Balthazar, Gabriel e incluso a Sarah, aunque no a los demás.
La verdad es que los Novak no resaltan sólo por sus particulares dones divinos, si no, también, por sus grandes cuentas en el banco. Castiel se siente asqueado cada vez que piensa al respecto, ya que eso sólo ha contribuido a aumentar la soberbia de su familia.
— ¿Por qué el tío Zacharias no nos bendijo con su presencia el día de hoy? —pregunta Gabriel, fingiendo pena, aunque se repantinga en el respaldo de su silla y hace girar el contenido de su copa con un gesto lánguido de la muñeca.
Zacharias es párroco de la iglesia, hermano de Naomi y, aunque generalmente es él quien ofrece el servicio que suelen escuchar, esa noche fue otro el encargado. Castiel no le prestó la mínima importancia, Zacharias suele provocarle escalofríos, ya que tiene el don de mirarlo a los ojos y hacerlo sentir como si supiera hasta el más íntimo de sus secretos, lo cual, en su caso, no es algo conveniente.
—La señora Kelley se puso mal de nuevo, fue a visitarla para tranquilizarla —responde Naomi, limpiándose la boca con la servilleta y Castiel se prepara para recibir una mirada de su parte que sólo puede significar una cosa: trabajo. Y ahí está, sin pausas ni demoras—. La pobre está tan asustada de que le digan que tiene cáncer, aunque sus estudios no han sido definitivos —cuenta, sin alejar los ojos de los de Castiel, que siente el estómago revuelto: la señora Kelley es hipocondriaca, todo Topeka lo sabe; Castiel la ha visitado al menos tres meses el último año y, cada vez que pone las manos sobre ella y nada ocurre, ella lo observa como si lo creyera un barbaján, aunque la primera vez sanó su gripe—. Su hija, April, vino ésta mañana preguntando por ti, cuando no te encontró, dejó sus saludos.
Castiel se obliga a sonreír.
Oh, Dios, no… primero era Sarah preguntando por Nick, hasta que se casaron —y, al menos ahora, su hermano parece ser relativamente feliz con ella, aunque muchas veces confesó que hubiera preferido un tipo de mujer más… festiva, motivo por el que se tardaron tanto tiempo en concebir un hijo— y, luego, Amelia siendo invitada a las reuniones familiares constantemente hasta que Jimmy anunció su compromiso.
Balthazar se atraganta con la carne y Gabriel ríe, haciendo un sonido similar al que se escucha al limpiar un vidrio. Castiel separa la boca y hala aire; frente a él, Ishim dibuja una pequeña sonrisa en la comisura de sus labios y Castiel la contempla con ojos entornados: sabe que su padre está al tanto de lo que trama su madre, como siempre, y lo odia un poco por dejar que lo enreden en una telaraña de la que jamás podrá salir si no comienza a luchar antes de que sea tarde.
—April es una mujer agradable —responde, midiendo el peso de sus palabras antes de dejarlas salir por su boca—, sin embargo, la encuentro atractiva sólo como amiga —agrega, porque es cierto.
Todas las mujeres a su alrededor, le atraen sólo de esa forma… lástima que gran parte de su familia no pueda saberlo —la mano de Gabriel se cierra en su rodilla por debajo de la mesa y, aunque fuera de tiempo, Castiel se lo agradece, parpadeando mientras intenta concentrarse en la comida que tiene delante—.
Jimmy abre la boca y lo condena:
—Sólo amigos no es suficiente, Castiel —protesta—. ¿Nunca has sentido la necesidad de ser feliz como Sarah y Nick, Amelia y yo? —pregunta, observándolo con demasiada atención.
Castiel, ciertamente, nunca ha sentido el impulso de apuñalar al hombre que tiene su mismo rostro tanto como en este momento.
Balthazar hace un ruido estrangulado y la mano de Gabriel se cierra con más fuerza en su rodilla, casi haciéndole daño.
—Por supuesto que sí —responde, antes de darse cuenta de que ha metido la cabeza voluntariamente en la cuerda.
Naomi da una palmada en el aire y sonríe.
— ¡Estupendo! Mañana, después de que visitemos a su madre, la invitaré a cenar. Será un maravilloso comienzo.
Castiel pierde el apetito por completo y, con la mirada fija en él, Nick se echa a reír de nuevo, sumergiéndolo en el infierno.
—Si no quieres terminar casado con alguien que no amas, debes decírselos —dice Gabriel, con la mirada fija en el camino, mientras hace girar el volante para conducirlos a la calle donde se encuentra el edificio departamental de Castiel, que lo mira, agotado, por el espejo retrovisor.
Balthazar, que vive al otro lado de la ciudad, pero se unió al viaje en el auto de Gabriel sólo porque parecía muy interesado en sostener esta conversación, gira un poco en el asiento del copiloto para verlo a los ojos y señalarlo con un dedo demasiado largo:
—O fingir tu muerte, como Gabe hizo cuando mamá le presentó a aquella mujer, ¿cómo se llamaba? ¿La que horneaba galletas para los niños del orfanato?
Gabriel hace un sonido estrangulado y detiene el auto con mucha fuerza frente al edificio de Castiel, haciendo que los tres se muevan con la inercia hacia adelante y Castiel casi se golpeé la cabeza con el hombro del asiento de Balthazar.
—No voy a fingir mi muerte —sentencia, bastante seguro, mirando a los otros dos como si estuvieran locos… y, para su desgracia, lo están.
—Nosotros te ayudaríamos, lo sabes —añade Gabriel, mirándolo con una sonrisa demasiado amplia en la boca—. Es divertido: ese mes que me libré de ustedes fue como estar en el Mardi Gras y eso que sólo me encerré en un cuartucho de hotel a comer comida china y ver pornografía.
Castiel hace una mueca de asco y Balthazar se limita a reír.
Si Naomi se enterara de todas las películas pornográficas amateur que Gabriel ha protagonizado, sufriría un aneurisma y ni Castiel podría salvarle la vida entonces.
—Yo… voy a decirles. Y me voy a largar de aquí —confiesa, porque es una idea que ha tenido en mente por… los últimos quince años, lo cual es triste—. Pero primero necesito planear las cosas.
—Si quieres que transfiera todo tu dinero a una cuenta a la que nuestros padres no tengan acceso, lo haré —se apresura a decir Balthazar, que sabe, mejor que nadie, que la mejor táctica de su madre para mantenerlos sometidos, es la amenaza de dejarlos en la calle, aunque el abuelo Michael dejó en claro, en su testamento, cómo dividía su herencia entre sus nietos y que Naomi no podía interferir con esto cuando fueran mayores de edad.
Aunque Castiel trabaja y gana lo suficiente para mantenerse por su cuenta sin los Novak, eso sería de gran ayuda, así que mueve la cabeza de arriba abajo y Balthazar sonríe.
—La abuela Hannah te dejó esa casa enorme en Lawrence y nadie la ha rentado en un tiempo. Tal vez haya suficiente distancia entre ciudades para que nuestros padres no te alcancen con su veneno —aventura Gabriel y Castiel frunce los labios.
El verdadero problema no es ni el dinero, ni la casa, ni la ciudad, ni el trabajo… sino que, siendo, actualmente, el único Novak que conserva la cualidad que hace resaltar a su familia entre las demás, duda que sus padres lo dejen marchar sin dar pelea.
Tal vez harán caso omiso de Castiel sintiéndose interesado en el género masculino más que en el femenino con tal de mantenerlo a su lado, pero, la verdad, pensar de esa manera es engañarse. Desde hace años está al tanto de la forma en la que todos van a reaccionar cuando lo sepan y se ha venido preparando desde entonces. Es una fortuna tener a familiares como Balthazar y Gabriel de su lado, sobre todo porque está seguro de que Nick también lo sabe y sólo espera el momento adecuado para dejar caer la bomba.
Se cubre la cara con las manos y respira hondo.
Gabriel le da una palmada en la rodilla, tratando de animarlo.
—Ve el lado bueno, al menos fui yo y no mamá quien te encontró con aquél chico en la cama cuando tenías diecisiete años.
Castiel gruñe y Balthazar ríe hasta casi ahogarse con su propia saliva.
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Hace mucho que no escribo en éste tiempo verbal, así que si notan errores, díganmelo, just be kind, please :)
