Sacrificio.
Ahora iba a perder lo único que le quedaba, sin poder hacer nada por evitarlo. No tenía elección, no, pero él nunca la había tenido.
Pero su amor no merecía eso. No era su lucha, ni su bando, y mucho menos su misión. Ese verde brillante le devolvía el reflejo de su mirada junto con una extraña sensación de esperanza. Esperanza para él.
El tiempo apremiaba, pero él sabía qué debía hacer…
— Siempre habrá una parte de ti dentro de mí, siempre… —susurró mientras hincaba sus blancos dientes en la resbaladiza y tersa piel—…o, al menos, hasta que vaya al servicio.
Depositó el que era el objeto de su devoción en el interior de un gran armario y, con gran pesar, cerró la pesada puerta. Esperó. Un chasquido. Abrió de nuevo el mueble para encontrarlo vacío, y lo cerró de nuevo. Esperó. Otro chasquido. Una cálida lágrima resbalaba por su mejilla al tiempo que se asomaba de nuevo al interior del armario. Allí estaba su pequeña, o lo que quedaba de ella.
Se dejó caer sobre el frío suelo abrazando los restos de su amada. Al rato, la depositó con cuidado en una estantería cuya localización no recordaría.
— Adiós, manzanita mía —dijo el joven de ojos grises antes de salir de la Sala de los Menesteres—.
No era el mismo que era cuando entró allí, no, ahora tenía la determinación necesaria para llevar a cabo la misión que le habían encomendado, o eso creía. Tenía una oportunidad, y debía aprovecharla. Draco no permitiría que el sacrificio de su amada hubiera sido en vano: él sobreviviría.
