Disclaimer: Ni Elsa, ni Hans, ni Anna, ni Olaf, ni los esponjocitos muñecos de nieve son míos, o nada. Sólo me entretengo, si hago un uso inadecuado favor de reportarme al 111 23DI SNEY.
NA: Aquí traigo algo nuevo, no he abandonado mi otro fic, si llegas al final sabrá de qué va. No es un título ni argumento muy originales, pero dale una oportunidad. A leer.
El impostor
by MissKaro
"El rostro es el espejo del alma, y los ojos, sus delatores", Marco Tulio Cicerón.
I
Las horas pasan lentamente, el tic tac del reloj rompe la calma y las manecillas se mueven a un compás, en pantalla, cada vez más reducido, aunque el tiempo en verdad nunca cambia. Así es, aunque en apariencia el tiempo transcurra con lentitud o rapidez, los sesenta segundos de un minuto, los sesenta minutos de una hora, y las veinticuatro horas de un día, son siempre, los mismos. El tiempo transcurre pues, sin demora, sin prisas, solo pasa. En menos de un segundo ocurre un parpadeo, en más de una eternidad vive el mundo. Los segundos son inevitables, los minutos son valiosos y las horas son meras formalidades.
El ser humano vive con el tiempo. Lo aguanta, lo sufre, lo goza y lo cuenta.
Y el tiempo, el tiempo le trae sorpresas.
Sorpresas, Elsa.
Elsa… escuchó que pronunciaba una voz desesperada.
Elsa… el mundo se agitó con una terrible sacudida.
—¡Elsa! —exclamó una voz familiar para la aludida y finalmente ésta salió de su estupor, hallándose frente a frente con los ojos aguamarina de su hermana Anna, que la contemplaban con preocupación. —¿Qué pasó?
—¿Perdón? —Parpadeó repetidamente para dar claridad a sus pensamientos confusos y su rostro se tornó más pálido de lo que ya era conforme la solidez que adquirían sus ideas, sus ojos a punto de salirse de sus cuencas.
—Elsa, no otra vez —le dijo Anna deslizándose en el sofá para darle espacio. —¿Qué dice la carta? Después de que la recibiste te encerraste en tu propio mundo, usualmente soy yo la que sueña despierta —bromeó.
Ambas se echaron a reír, pero Elsa recordó lo que le inquietaba y se puso seria rápidamente.
—Anna, es una carta de las Islas del Sur —musitó con un hilo de voz.
—¿Y qué dice? —apremió la princesa moviendo sus cejas en gesto invitante.
Elsa se mantuvo callada unos momentos pensando en cómo dar voz a su dilema interno, preocupada en la actitud que su hermana tomaría al respecto. Quería mantener la sonrisa del rostro de su hermana y para hacerlo ella debía ser quien resolviese todo, o Anna querría sacrificar lo que tenía para ayudarla, y la única forma de hacerlo la haría infeliz, y eso no pasaría, no otra vez. Menos si estaba en sus manos evitarlo.
Miró el borde superior del vestido rosa de Anna para concentrarse en algo frente a lo que iba a decir, era un delicado e intrincado diseño de flores rosado oscuro sobrepuesto a una tonalidad más baja del color. Un detalle muy femenino era el encaje de la prenda de vestir de su hermana.
—Me proponen un convenio matrimonial —soltó finalmente estrujando el sobre entre sus manos, que de no saber controlar sus poderes habría acabado como carámbano de hielo.
—¡No! —brincó sobresaltada por respuesta vehemente de Anna—. ¿Con quién? No me digas que… —indagó la pelirroja con expresión de espanto.
La rubia agitó sus manos en el aire y negó repetidamente con la cabeza al adivinar lo que estaba pensando. —¡No! No, ¡no!, nada de eso. No con Hans —Anna suspiró aliviada—…sino con su hermano mayor.
—O uno de sus hermanos mayores, querrás decir —masculló su hermana con una sonrisa de lado.
—¡Anna! —exclamó sintiéndose morir. —No es tiempo para bromas, ¡esto es serio!
—¿Por qué? ¡Sólo diles que no y ya está! —Anna palmó la mano de la rubia de manera amistosa y sonrió pensando en las caras estupefactas de los sureños al recibir la respuesta de su hermana ante semejante propuesta.
Elsa observó a su hermana menor sin pronunciar palabra, la precaria situación en la que se encontraba su reino no podía someterse a una negativa de tal clase, aunque lo deseara sobremanera. La verdad era que necesitaba la ayuda de un reino como las Islas del Sur, y agradecía que, contrario a otros reinos, éste no hubiera ignorado sus esfuerzos diplomáticos para arreglar los problemas de Arendelle. Después del invierno "eterno" acaecido en verano, se habían avistado problemas en cuanto a que los cultivos de cebada y patatas se vieron afectados por las bajas temperaturas en la temporada menos esperada, dejando pocas oportunidades para establecer la reserva para las estaciones más frías; el ganado vacuno soportó muy poco y un gran número de reses debieron ser sacrificadas, y si bien les quedaba el bovino, no podían esperar obtener mucho a partir de él. Había creído, cuando celebró el cumpleaños de Anna, que los cultivos no del todo dañados podrían ser suficientes, pero con otoño entrante sus esperanzas se esfumaron, nada podría hacerse sino hasta la primavera próxima, y tal vez entonces sería muy tarde para los habitantes, sin provisiones para el invierno.
Todo fue su culpa, ella había causado esos problemas y debía resolverlos.
Por eso había intentado buscar ayuda con los reinos con alianzas políticas, agradecía el apoyo de los dos que acudieron en su auxilio, por los que podría concluir noviembre, pero no era suficiente. Lamentablemente, había tenido un coste terrible romper lazos con Weselton, que lejos de enemistar a algunos, era una potencial fuente de ayuda por su cercanía a Arendelle… junto con las Islas del Sur.
La relación con los sureños era estable, con el rey enviando sus disculpas y disposición en caso se necesitase, lamentando las acciones de su hijo, que recibía un merecido castigo; recordándolo, había acudido a ellos para solucionar el asunto, con la certeza de que estarían obligados por la delicada implicación de Hans en un posible magnicidio, pero el rey no era tan obtuso, reconociendo que no obtendría beneficios verdaderos, pues el pago no haría gran diferencia en su riqueza mientras la reputación de su familia estuviese en duda.
Un matrimonio entre los miembros de ambos reinos beneficiaría a las dos partes.
Ellos demostrarían que los sucesos del verano estaban olvidados por ella.
Y ella podría salvar a su reino a costa de su propia felicidad.
Alguna expresión de infelicidad traicionó su rostro porque Anna le escrudiñó con ojos sospechosos, la sonrisa de su rostro borrándose al instante en que comprendía.
—¿Elsa? —su hermana carraspeó incómoda—, ¿qué tan grave es la situación? —preguntó con voz queda.
—¡Oh Anna! —sollozó Elsa y enterró la cara entre las manos, llenando la habitación de una suave nevisca.
La pelirroja la atrajo hacia sí acariciando su espalda con ternura y consuelo.
«...»
Asuntos importantes requerían la atención de la cabeza más grande en las Islas del Sur, por ello mismo el soberano, Frithureiks Westergård, estaba sentado tras su escritorio de caoba esperando la llegada de los dos hijos que había mandado llamar. Desde que la carta proveniente de Arendelle hubiese llegado, y su consecutiva respuesta sin tener en consideración a los inmiscuidos en ella, pasaba tiempo pensando en las consecuencias que sus decisiones pudiesen tener para el futuro de su reino.
Si bien era cierto que no era menester suyo arreglar los errores de su hijo menor, sentía que era su obligación hacerlo como pago por los años de negligencia hacia Hans, que incitaron las burlas y menosprecio de sus hijos mayores, y un rencor en el objeto de todos ellos. Se había equivocado al esperar que los sirvientes pudiesen manifestarle los problemas suscitados entre sus hijos, cuando sus hijos mismos podían chantajear a la servidumbre para que callasen sus faltas.
Volcar su completa atención a su reino había logrado que triunfara como gobernante, pero fracasara en la tarea de ser padre… y tantos hijos que tuvo para poder aprender de sus errores y amaestrarse. Había cometido errores en los años que no podían volver, sólo pedía tener el tiempo suficiente para poder enmendarlos.
Había hecho creer a sus hijos —en especial al más joven de ellos— que no le importaban, cuando en realidad lo más importante que tenía eran ellos, y cuando había trabajado duro para garantizarles seguridad y un legado digno de todos ellos. Los mayores copiaron sus acciones indiferentes para los más jóvenes, y los más jóvenes se sintieron como agregados sin importancia, creyendo que su presencia o su falta no tendría mucho peso en las vidas de los otros. Y se equivocaban, él los quería a todos, a cada uno de ellos, con sus defectos (sus mismos defectos) y sus virtudes (que las tenían); de no haber sido así, acudir con una yerbera habría sido fácil para impedir la gravidez o eliminar el niño no deseado del cuerpo de su esposa. Su error como padre había sido estar ausente.
Mas aún no era muy tarde, empero esperaba no estarse equivocando una vez más. El tiempo no sería tan noble con él cuando ya había desperdiciado suficiente.
Unos golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos y se apuró en ponerse presentable.
Frithureiks hurgó en su bolsillo y sacó un pañuelo de lino con sus iniciales bordadas en hilo dorado, y borró el rastro de lágrimas que había derramado sin haberse percatado. Aclaró su garganta e indicó a sus hijos que pasaran.
Hildbrand fue el primero en ingresar a la habitación, con el porte indulgente que le confería haber heredado esa parte de su personalidad de su madre, aunque su temperamento paterno fuese más predominante en la mayoría de las situaciones. Sus cabellos del color del whisky oscuro y sus orbes como el mar profundo le daban el aclamado aspecto de la sociedad europea que lo haría triunfar, pero su carácter benigno y complaciente lo hacía caer en las garras de los buitres para actuar como ellos si los tenía cerca, o si no analizaba la influencia que tenían sobre él. El que ocupaba el décimo lugar de sus hijos era quien menos atentaba contra Hans, a no ser que se encontrase con los otros once, porque buscaba ser aceptado y para ello hacía cosas que de pensar con claridad no haría.
Él le sonrió avanzando hasta el asiento que le indicó frente al escritorio, el de la derecha.
Cuando regresó sus ojos verdes hacia Hans, Frithureiks pidió fervientemente que él tuviese un gesto parecido al de su otro hijo, y no la hostilidad que percibía en sus brillantes orbes del mismo esmeralda que los suyos propios. Desde que había vuelto de Arendelle, su único pelirrojo no había podido enmascarar ese sentimiento hacía él, le dolía pensar que su hijo le odiaba, aunque bien lo mereciese.
Una vez escuchado de parte del francés lo que su hijo había hecho, no pudo sentir más que vergüenza de sí mismo, y no de las acciones premeditadas de Hans; aún más al saber que, de no haber llegado antes del viaje hecho al extranjero, sus hijos mayores lo habrían sometido a un castigo peor y él ni enterado.
Sonrió a Hans y el aludido ni se inmutó, había cavado su tumba más hondo cuando le obligó a encargarse de los establos como un mozo de cuadra, pero no había conseguido otro escarmiento desagradable que no atentara contra su cuerpo, aunque sí su valor moral. Entonces había creído que serviría para darle en qué pensar, pero veía que estuvo equivocado.
—Siéntate Hans —pidió lo más amablemente posible, esperando aplacar un poco la pequeña flama que hervía dentro de su hijo, flama que ponía en peligro el bienestar de Hans.
—¿No contaminaré su preciado mobiliario, Majestad? —inquirió con sorna el pelirrojo señalando su aspecto despreocupado.
El rey rió un momento, negando, debajo de toda la mala apariencia de su hijo, estaba el verdadero, ese que podía hacer reír a alguien y que era capaz de analizar con detenimiento los problemas para encontrar una solución acertada.
—Al contrario, Hans, y con lo fornido y alto que estás me dolerá el cuello de verte a tu enfadada cara —Hans lo observó con ira contenida por la pulla—. Hijo, a lugar, es sólo un asiento, no permitiré que estés de pie en mi presencia. —La desconfianza surgió en el rostro de su hijo y suspiró—. Hans, será agradable que ocupes el asiento, si así te place.
—Hermano, estás retrasando lo que sea que padre quiere comunicarnos —comentó Hildbrand sintiendo la tensión en el aire, ganándose la atención del susodicho.
—Es él quien no se decide a hablar —masculló Hans sentándose incómodamente en la silla recubierta de terciopelo rojo, en la espera que su suciedad no acarreara una nueva reprimenda por parte de los otros. Suficiente era tener que estar en los establos recogiendo las inmundicias de los caballos.
—Me alegra que estemos aquí reunidos —dijo el rey ignorando las palabras del pelirrojo, acomodándose en su lugar con la fuerza que sus setenta años le permitían. —Existe un asunto que a los tres nos atañe.
El rostro de Hans se mantuvo imperturbable mientras que el de Hildbrand adquirió un gesto interrogante.
Sonrió para sí. —Está relacionado con nuestros vecinos de Arendelle. —Hans se crispó visiblemente y sus manos presionaron los brazos de madera de su silla.
—¿Qué podría ser, padre? —preguntó su otro hijo ignorante de la reacción de su hermano.
—Allá voy, Hild. —Carraspeó—. Como bien sabrán, la temporada de bajas temperaturas es, en efecto, la más lamentable para los reinos más lejanos al ecuador —el rubio asintió, pero en los calculadores ojos del pelirrojo apareció una especie de reconocimiento—, nos encontramos desprovistos si no somos buenos previsores en las temporadas altas, más si no contamos con el entorno adecuado para subsistir en invierno.
Lamentó el fugaz brillo de regocijo en Hans, pero continuó: —Como bien sabrás, hijo —ladeó el rostro al pelirrojo un segundo—, el invierno reciente en Arendelle por el accidente de la reina fue atroz. En la actualidad sobrellevan una penosa situación que ella desea corregir; fortuitamente, ha acudido a mí para obtener, eh, consejo.
Hans entrecerró los ojos notando su titubeo, y el anciano se encogió de hombros con ecuanimidad.
—Le he ofrecido la solución a dos problemas…
Frithureiks permaneció en silencio en la espera de que alguno de los dos interviniera. Afortunadamente, transcurridos unos segundos, captando su indirecta y buscando complacerlo, Hild preguntó: —¿Cuál es la solución de qué dos problemas?
Inesperadamente su otro hijo soltó una carcajada y el rey asintió en su dirección, reconociendo su ingenio, su tenacidad e inteligencia habrían hecho un buen gobernante si con los tratos recibidos no hubiese desarrollado un aparente narcicismo.
—Que me absuelvan por mi falta y desaparezca el estigma que yo he puesto sobre los Westergård —espetó Hans, y a continuación se cruzó de brazos. —Qué mejor forma de hacerlo —le siguió una risa desprovista de bondad—, lo que no entiendo es para qué necesitaba mi presencia, padre…
—Consideré debías estar enterado —manifestó con calma.
Hilbrand interrumpió con una pequeña tos. —Disculpen que los interrumpa, pero, ¿podrían decirme cuál es la solución?
—¿No lo entiendes? —preguntó Hans con desprecio.
El otro comenzó a negar y de repente sus ojos se abrieron con asombro, volteando a ver a su progenitor con la cuestión plasmada en su rostro.
—Así es, Hildbrand, matrimonio.
«...»
Después de que su padre le pidiera abandonar su estudio para conversar del inminente matrimonio con su hermano, Hans se encontró caminando hacia los establos pese a que era entrada la noche y sus tareas de ese día estaban finalizadas.
No sabía definir cómo se sentía ante los sucesos del futuro, pero podía decir que pletórico era muy poco a la idea de "limpiar" su nombre y no ser relegado a las actividades que en el presente hacía. Por no decir del sufrimiento que sobrevendría a la dulce reinita de hielo al tener que casarse con alguien que no amaba, rompiéndose sus ilusiones de encontrar a su amor verdadero como su hermana creía (aunque podría equivocarse y ella no tuviese las mismas ilusiones que la idiota de su hermana), aunado al dolor de su pequeña Anna al verle tener que desposarse con alguien que no quería.
La sonrisa cruel que apareció en su rostro fue iluminada en todo su esplendor por la luna que había esa noche. Le regocijaba en demasía que ellas dos no tuvieran un final feliz como pensaban…
—Porque siempre estará el 'y si' él es como su hermano —reflexionó en voz alta y soltó una carcajada por la ingenua asunción. Se divertía como nunca de sólo imaginarlo.
De toda su familia, el más indicado de casarse con alguien frágil de aspecto pero enorme fuerza de voluntad y poder como la reina, era Hildbrand. No podía haber un blandengue mejor para ser cónyuge de una soberana que no querría compartir su toma de decisiones a un hombre que no considerase su igual.
Pero eso ella no lo sabría, para Elsa su hermano podría ser tal como él. Simpático en su fachada, pero un manipulador, ruin, en sus adentros.
La paga perfecta para la rubia, no poder confiar en el hombre con que pasaría el resto de su vida.
Hans comenzó a silbar andando sin rumbo por el camino de tierra frente a las caballerizas, disfrutando del giro que había dado el destino, si bien no tan a su favor, tampoco tan en su contra, y la persona que le había hecho estar en su actual posición recibiría su merecido, tal como él se suponía ya había recibido.
Claro que sí, sabía que él estaba pagando por su "desliz", pero no de la manera que su padre esperaba. Estaba arrepentido de haberse confiado y fallado en sus planes, no asegurarse de la muerte de la princesa antes de ir por la reina había sido un error que le costó todo; contarle a Anna lo que quería también lo había sido, sin embargo. Se veía obligado a maniobrar excremento y —se estremeció— haber caído por accidente —provocado por un extraño proyectil de nieve— en él.
Todavía le causaba repulsión revivir esa escena en su cabeza; el tiempo que tuvo que pasar para que pudiese eliminar el olor y las burlas que tuvo que soportar de parte de sus hermanos presentes.
Se apoyó en la carreta en medio del patio y cerró los ojos disfrutando de la brisa nocturna acompañada de los sonidos de los equinos.
Sinceramente, él no había querido matar a la reina —al principio—, la desesperación le había hecho tomar medidas extremas; muerta o viva daba lo mismo, pero sabía que lo segundo habría asegurado un sucesor para su mayor logro, alguien a quien dejarle eso por lo que había luchado (y solo uno para que ningún otro hubiese experimentado lo que él al crecer). Inicialmente, su intención había sido presentarse como candidato para casarse con la reina (confiando en que nadie podría superarlo como buen partido), pero su comportamiento sospechoso, su poca disposición al contacto social y la ignorancia a su persona que había dañado su ego, le habían orillado a replantearse las cosas y optar por la dispuesta joven que lo acercaría a su objetivo final.
Falló a partir de allí, lo admitía; la paciencia era una virtud que necesitaba desarrollar, si es que se podía más.
Aun así, no podía sino disfrutar que quien tenía parte de la culpa en su humillación actual, sufriría.
No obstante, algo no le sentaba bien. Quería ser él quien se encargara de cobrársela con ellas dos, en especial la reina por no haber cumplido sus expectativas, pero no podría llevar a cabo su venganza. Y eso le enervaba.
Por mucho que la idea del sufrimiento de la reina por ese matrimonio le alegrara, quería ser él quien se encargara de ocasionarle dolor. El sentimiento hacia ella no era odio como tal, porque no le daba gran importancia en su vida, pero creía que con alguien debía de cobrarse su lugar en los establos, y esa era la persona que indirectamente le había puesto allí, su padre ya tendría su momento.
A Elsa de Arendelle ya no le servía matarla y no lo haría (cometer una estupidez dos veces no estaba en su naturaleza), sólo quería que su nivel de humillación igualara el dolor de ella.
—Desearía ser yo quien tuviera el asunto en sus manos y fuera a Arendelle —masculló irritado empuñando sus manos y dando una vuelta para retornar al castillo.
Por azares del destino no vio la centelleante estrella fugaz cruzando en lo alto del firmamento.
«...»
—Está hecho —se dijo Elsa contemplando la respuesta del rey Frithureiks llegada esa misma mañana, que había estado leyendo una y otra vez desde entonces tratando de que las palabras se distorsionaran y dijeran cosas más alentadoras, que no la condenaran a casarse con un completo extraño en el menor tiempo posible, o por lo menos no la apresurara u obligaran a hacerlo.
Muy en el fondo guardaba la ilusión de poder casarse por amor, y aunque no fuese adecuado, le tenía envidia a Anna por la oportunidad de haber encontrado a Kristoff. Ella, en cambio, tendría que aceptar al hombre que habían impuesto para ser su pareja, y aunque fuera desagradable debía compartir su lecho, tener sus hijos y verlo del otro lado del comedor, ir de su brazo en las fiestas... besarlo y parecer amigable por el bien de su familia y reino.
La carta que envió para aceptar todo eso había salido cuatro días atrás y la pronta respuesta de las Islas del Sur no había sino empeorado su estado sombrío por las noticias que traía. El príncipe Hildbrand llegaría a conocerla y pedía el permiso para cortejarla durante un mes completo.
¡Como si ella tuviese otra opción!
Lo tendría viviendo en su casa y pasaría la mayor parte de esos días en su compañía, más para no ser desconocidos que para testear su compatibilidad. Rata asquerosa de Hans por pedirle matrimonio a su hermana y hacerle perder el control en su fiesta de coronación.
—¡Elsa! —se reprendió en voz alta por haber caído en la tentación de culpar a otros por sus propios infortunios. Él tenía sus defectos —y ella los suyos, por supuesto—, pero no era culpable de lo que tarde o temprano ocurriría, aunque lo hubiese apresurado con sus ruines maquinaciones. Mas sabía que debía agradecerle tres cosas; ser el instigador para que la relación entre su hermana y ella se arreglara, encargarse de su reino cuando ella huyó, y dar oportunidad para que Anna encontrara a su verdadero amor.
Suspiró. Tendría que empezar a buscarle su lado positivo si iba a convertirse en su cuñado. ¡Su cuñado! Estaría emparentada con un cuasi-asesino con pretensiones de rey y una familia numerosa.
Elsa sonrió por primera vez en cuatro días. Eso último sería agradable, siempre quiso una extensa familia, casándose con Hildbrand Westergård tendría muchos hermanos y sobrinos. ¿Cómo sería?
¿Y cómo sería su futuro esposo?
¿Guapo?, ¿simpático?, ¿pelirrojo como Hans?, ¿parecido a él?
Muy a su pesar aceptaba que Hans era guapo, pero pensaba que sería tormentoso que su esposo tuviera su aspecto, resentiría tener que verlo por el resto de su vida a su lado, tendría pesadillas en las que él le asesinaba con una almohada mientras dormía y se apoderaba de su reino.
Se estremeció. Lo único que ella deseaba era que en su interior su futuro esposo fuese un buen hombre, no le importaba si no era bien parecido, su interior podría compensar la falta de atractivo, pero nada podría hacerlo si era visiblemente apuesto y su corazón estuviera marchito.
Si Hildbrand era de buenos sentimientos, su matrimonio sería duradero, cabría la posibilidad de volverse amigos y tal vez, tan sólo tal vez, podría enamorarse de él.
Su única opción era esperar y rogar por lo mejor… o de lo contrario sería miserable.
La puerta abriéndose acabó con las reflexiones de Elsa, interrumpiendo antes que éstas se tornaran más negativas de lo que ya eran. Tenía que continuar con sus actividades como gobernante, que no se resolverían solas mientras ella se debatía por un matrimonio que le era ofrecido como la solución a los problemas que ocasionó en primer lugar.
—Elsa… —llamó titubeante su hermana, asomándose en el resquicio de la puerta con una mirada interrogante. —¿Puedo pasar?
La peliplateada recompuso su semblante y ofreció una sonrisa conciliadora a Anna, aún después de lo acontecido en verano, ella se mostraba insegura en cuanto a puertas cerradas y la atención de su hermana mayor. Trece años no podían borrarse de la noche a la mañana, claro estaba.
—Por supuesto, Anna —contestó guardando la carta de Frithureiks Westergård en un gabinete del escritorio y le brindó su completa atención a la susodicha. El vestido esmeralda de algodón que vestía realzaba el color de sus ojos, aunque su brillo singular podía deberse a la dicha de estar enamorada y ser correspondida, sin importar la posición social del hombre que amaba.
No sabía cómo se lo iba a tomar el resto de la sociedad, con el primer plebeyo entrando en el círculo de la familia Real de Arendelle, pero no estaba dispuesta a arrebatarle su felicidad a su hermana, tal como haría con la suya. Si una de las dos tenía la oportunidad de conocer el verdadero amor, debía aprovecharlo, y si era Anna, mucho mejor. Bastante mal lo había pasado creyendo que no era querida por la única familia que le quedaba en el mundo.
—Me siento contrariada por lo que estás pasando, Elsa —susurró la pelirroja ubicándose en el asiento del escritorio con las piernas recogidas. —No quiero que… Elsa, si tú te casas con alguien a quien no amas… yo…
—No Anna —intervino con firmeza comprendiendo con rapidez la línea lógica que seguía el discurso de Anna. No lo permitiría incluso si tenía que fingir estar enamorada de Hildbrand cuando él llegase a Arendelle. —Nunca se arregla un error cometiendo otro —dijo apuntando a su hermana con su dedo índice.
—Pero qué dices. Es mi decisión… si tú tendrás que…
—¡Anna! —exclamó elevando la voz tal cual lo hizo la noche de su coronación. —Juro que dejo de hablarte a partir de este día si te empeñas en cumplir esa loca idea —sentenció con gravedad parándose de su asiento.
Anna se percató de que hablaba en serio, la mirada de Elsa que refulgía, sus hombros firmes y su mentón elevado le decían que no debía llevarle la contraria; no se detuvo a pensar en qué ocurriría si lo hacía, Elsa era demasiado obstinada como para no llevar a cabo lo que se proponía, si no lo fuera, no habría pasado trece años encerrada en su habitación con el afán de proteger a sus seres queridos.
Se dedicó a observarla unos momentos mientras su hermana se daba vuelta y caminaba al librero para buscar un libro de cuentas verde de tapa gruesa. Ese día, como otros, utilizaba uno de sus propios diseños realizados gracias a su magia, era un sencillo vestido gris claro estrecho debajo del busto con una falda suelta que de cerca parecía tener plumas de ave, pero a la distancia daban la impresión de ser un bosque lleno de hojas que formaban un camino que se perdía a la distancia.
Elsa no se daba cuenta que con cada uno de sus atuendos reflejaba sus estados de ánimo, el color y la idea de un bosque decían a gritos que estaba triste y quería escapar, perderse, no tener que llevar a cabo un matrimonio con un desconocido en poco tiempo, a quien no amaba. Por eso ella había ofrecido desposarse con alguien más, aunque le destrozara el corazón. Podía vivir con la infelicidad de atarse a un hombre que no quería, pero no con la de su hermana mientras ella disfrutaba de un matrimonio con alguien que amaba.
Sonrió con resignación cuando Elsa volvió al asiento detrás del escritorio, no quería arriesgarse a que cumpliera sus palabras, pero se prometió que mantendría vigilado al futuro esposo de su hermana, pobre de él si la hacía infeliz, antes Hans pudo engañarla porque su juicio estaba cegado por ilusiones infantiles, mas ahora no sería así, con Elsa de por medio no se dejaría arrastrar por ese Westergård.
Esa vez no.
La rubia apartó unos papeles de su escritorio y dejó el libro de cuentas sobre la superficie de la mesa con un ligero golpe, todavía seguía molesta por las palabras de Anna, había tratado de ignorarla mientras estaba allí tratando de no sacar su enojo de la peor manera posible, y ella no ayudaba en nada observándola tan fijamente.
Trató de enfocar su mirada en los números que había en la página pero no podía, le carcomía que Anna no hiciera caso a sus palabras y decidiera cumplir lo que había dicho, le mataría tener que apartarse nuevamente de Anna, esa vez para siempre, porque ella cumplía sus promesas y si su hermana se casaba estaría obligada a ello, más si desposándose tenía que trasladarse a otro reino. Eso sería peor que estar con Hildbrand, incluso Hans.
—Elsa… —susurró Anna alargando su mano por sobre la mesa hasta coger la suya, que estaba al borde de la página, y la apretó con suavidad. —No lo haré… me casaré con Kristoff, pero nunca olvides esto: yo estaré siempre junto a ti para apoyarte.
La miró con los ojos nublados y asintió colocando su otra mano sobre la de Anna, apreciando la intensidad del momento, comunicándole sin palabras que también la quería y que nunca estarían separadas. Porque sabía que, pasara lo que pasara, su hermana siempre estaría a su lado.
Eso era lo que importaba.
«...»
Alzando con hastío la pala, Hans levantó el estiércol en el patio para colocarlo en la carreta que iría a los hombres que trabajaban los cultivos al día siguiente. Era lo último que tenía que recoger ese día, se acercaba el ocaso, que anunciaba el final de las tareas que debía hacer. Ya no quería saber más de caballos o excrementos, ni siquiera sabía si podría volver a montar a Sitron una vez concluido su trabajo en las caballerizas. Estaba cansado de cepillar a los innumerables equinos de la familia y la guardia, de ensillarlos, de arreglar herraduras, limpiar los compartimientos, servir agua y cargar paja, y recoger el excremento de los caballos, todo sin ayuda, y en el transcurso de un día, comúnmente. Ni siquiera había tenido tiempo o ganas de montar a alguno para ejercitarse (y aun así no había perdido su condición física, sino que sentía más músculos que antes).
Con su equino lo único que había hecho era cepillarlo y ponerle la monta, lo demás se lo dejaba hacer a un criado; ahora comprendía lo pesado que era el trabajo de un mozo de caballerizas, y sabía que no volvería a mirarlos igual cuando recuperase su dignidad como hijo de un rey y estuviera montando a un buen cuidado Sitron.
Claro que el número de criados para esa sección del castillo no era tan reducido a uno, pero era pesado hacer ese trabajo, que naturalmente casi nadie quería.
En sus fosas nasales lo único que tenía era el nauseabundo olor del estiércol y sus palmas estaban más ásperas que antes por la pala, ni las cuerdas de un barco habían logrado encallecérselas tanto. Tres meses habían hecho lo que tres años no habían conseguido.
—¿Has escuchado las buenas nuevas, hermanito? —dijo una voz a sus espaldas y suspiró irritado reconociendo la voz de uno de los gemelos, octavo y noveno príncipes. Buscó en su cabeza adolorida la identidad y decidió que debía ser Asbjorg, Arnbjorg a veces era un poco menos fastidioso de oír que su hermano menor, porque según él ser el mayor le hacía actuar de manera "más madura".
—¿Cuáles son? —preguntó apretando los dientes por su cabeza que estaba a punto de estallar, pero se preparaba para otro de los encuentros con uno de sus hermanos.
Enterró la pala con fuerza en la tierra y se volteó tratando de parecer ecuánime. Se sorprendió de ver que no sólo era un gemelo el que estaba ahí, sino los dos. Con sus ojos azules de aura poderosa, alta corpulencia y cabello rojizo, ese par era temible, principalmente cuando te enterabas que su pasatiempo era ser pugilistas. Y si a eso aunabas que tenían un sentido del humor muy negro, sabías a lo que te atenías de enfrentarlos.
Cómo había celebrado Hans cuando ellos fueron de quienes le ignoraron un par de años, aunque con Anna se quejó porque lo hicieran. Ambos traían bebidas frescas en sus manos y no necesitó ser muy listo para saber que sólo era para tentarlo.
—Tu tiempo como criado no te ha enseñado a copiar la costumbre de escuchar tras las puertas —se burló Asbjorg con una carcajada. Hans se contuvo de poner los ojos en blanco y no respondió, simplemente se cruzó de brazos.
Arnbjorg se rascó la cicatriz de su mentón —una herida en el gimnasio que ayudó a diferenciarlos después de muchos años— con impaciencia y su hermano pareció percatarse de que se estaba desviando. Para el mayor era más fácil que el trabajo sucio lo hicieran otros, siempre había sido mejor espectador, según su madre, era quien salía librado cuando eran pequeños, porque manipulaba al otro para tener sus manos limpias.
No sabía por qué se quejaba de él, si por lo menos él sí actuaba además de manipular. Aunque eso le había costado sus burlas, por no ser lo suficientemente listo.
—Hilbrand va a lograr lo que tú no, volverse el rey de Arendelle —anunció Arsbjorg de forma irrisoria y los dos se soltaron a reír. —Además tendrás que estarle siempre agradecido por limpiar tu nombre, ¿no es fantástico?
Hans se irritó con oírlos carcajearse y deseó introducir sus rostros en el estiércol que había acumulado en la carreta, pero supo que eso no habría ayudado a su causa. Se contuvo de hacerlo y también de masajear sus sienes para reducir el dolor de cabeza que le aquejaba.
—¿Eso es todo? —preguntó con una ceja alzada y les dio la espalda para continuar su trabajo, tenía que ir por el burro para que moviera la carreta.
Sabía que algo había hecho en su otra vida para ser castigado de esa forma en la presente. Nada podía ser peor que tener sus enemigos bajo su mismo techo, y que estos compartieran su sangre.
Con un baño de agua tibia en mente se alejó para tomar las riendas del asno con pelaje grisáceo, pero al volver deseó ser más fuerte que esos dos para poder detenerlos. Asbjorg o Arnbjorg, daba lo mismo, aunque lo más probable era que fuese el segundo, estaba dándole vuelta a la carreta, devolviendo el contenido al suelo. Nada podía ser peor.
—Hans, ¿por qué vas por el burro cuando todavía te falta mucho por hacer? —interrogó el hermano libre, el mayor de los gemelos, que sonreía de lado señalando con una ceja el trabajo de su hermano. —Eso no era todo, quería decirte que Hildbrand parte mañana a Arendelle, por si querías darle la enhorabuena por embolsarse tu premio.
Con eso dicho, ambos se alejaron entre risas, y Hans, después de mucho, no supo si las ganas de llorar eran de frustración, de rabia o de otra cosa.
Pero juraba que el tiempo le daría la razón, y tarde o temprano sería recompensado.
No le quedó más que apartar de su cabeza su baño y comenzar de nuevo, porque de no hacerlo el trabajo se le acumularía el día de mañana, y tendría que madrugar para poder terminarlo.
«...»
Las ansias carcomían a Elsa, ese era el día que conocería al hombre con quien habría de casarse en cinco semanas a partir de entonces, una después que él volviera para cumplir con la tradición de que el novio y la novia no debían verse hasta el día de la ceremonia. Algo dentro de ella estaba muriendo, sus esperanzas de encontrar una salida se evaporaban conforme el reloj avanzaba para anunciar el mediodía, la hora en que estaba esperado el arribo de Hildbrand a su territorio.
De manera irracional se le ocurría que el tiempo pasaba rápidamente, que las manecillas del reloj apuraban el paso para llegar a lo inevitable. Sabía que no era cierto, pero así lo creía. Su bagaje de emociones hacía que imaginara cosas, que la realidad estuviese distorsionándose, tanto que deseaba despertar y verse removida por Anna aquella noche en que comenzó todo, cuando ocurrió el accidente que la recluyó en su propio hogar. Como sería diferente si volviera a aquel suceso con los conocimientos que tenía ahora, incluso sus padres estarían allí con ella.
Si tan sólo pudiera regresar en el tiempo hasta esa noche.
Cuanto había ocasionado un preciado segundo, un tropiezo que tuvo consecuencias terribles.
La reina se sentó de una manera nada femenina en la otomana recubierta con tela azul, recogiendo sus rodillas hacia su pecho, sintiendo miedo de lo que vendría; se había despertado con un extraño presentimiento de que algo inesperado ocurriría (sin saber si a su favor o en su contra), no sabía si era su propia desesperanza la que la estaba llevando a la locura, pero temía.
Su menudo cuerpo temblaba mientras se mecía de adelante hacia atrás, de haber ocurrido hacía un año la habitación estaría recubierta por completo en nieve, mas ahora sólo en su interior acontecía una tormenta que muy difícilmente se podía apaciguar. Tal vez era que estaba cayendo en la cuenta de lo que pasaría más adelante, cuando ya se acercaba el momento que iniciaría una serie de sucesos que cambiarían su vida.
—Tienes que tranquilizarte —su voz hizo eco en su habitación, repitiendo sus palabras una y otra vez para lograr que fuesen ciertas, pero sus pensamientos se tornaron en su contra al reparar en que esa ya no sería su habitación dentro de cinco semanas. Para esa semana todo estaría dispuesto en los aposentos que ocuparan sus padres, el dormitorio del rey, el de la reina, y la salita adjunta que conectaba ambos. Sería una mujer casada que tendría que cumplir con sus obligaciones como esposa.
Le atemorizaba también lo que fuese a ocurrir dentro de su alcoba, para lo que no tenía ningún conocimiento porque las madres hablaban de eso sólo cuando se acercaba la noche de bodas. Había escuchado a hurtadillas que las sirvientas chismorreaban sobre lo que pasaba con un hombre, diciendo que dolía, pero no le quedaba claro qué era lo que se hacía, o cómo debía participar.
Sabía que el fin era tener hijos, pero ni siquiera sabía cómo era que los animales lo hacían, cosas así no estaban permitidas para la formación de una futura reina, o ninguna señorita de sociedad. Sentía vergüenza preguntarle a Gerda, en quien confiaba más, no podía ni musitar la frase "noche de bodas" en voz alta sin enrojecerse de pies a cabeza, mucho menos podría cuestionar a su ama de llaves cómo estar preparada para ella.
Su sentido común le decía que tendría que estar desnuda cuando algo ocurriera, pero el sólo imaginarlo le parecía indecente, inapropiado, ese nivel de intimidad resultaba impensable, apenas y su doncella la veía como su madre la trajo al mundo, no quería pensar en un hombre haciéndolo.
Elsa perdió el color.
O teniendo que verlo a él de esa forma.
Su rostro rápidamente recuperó su tono, pero adquirió un sonrojo que se expandió hasta sus orejas. ¿En qué clase de cosas estaba pensando? Esos pensamientos eran inadecuados para una señorita como ella.
¿Pensaría lo mismo si fuese a casarse con el hombre que quería?
Llevó sus manos hacia su rostro, al que le había subido la temperatura. ¿Cómo es que llegó a pensar así? Se sentía abochornada por que hubiera ocurrido, ella no se comportaba de esa forma, siempre había sido correcta.
—¿Cóm… —brincó con el cucú del reloj, anunciando las once, restaba una hora, sesenta minutos para conocer a Hildbrand. —Dios, parezco una chiquilla preparándose para el castigo por una travesura.
Elsa se puso en pie y caminó hasta el espejo de cuerpo completo que había junto al armario, donde se permitió observarse con detenimiento. En el reflejo veía a una joven con un cabello rubio, casi blanco, peinado de forma complicada, con flores recogiendo algunas hebras que quedaron sueltas, su doncella se había esmerado en hacer un par de trenzas semialborotadas que sostuvo con pasadores en la parte superior de su cuello, además le había dejado un flequillo en el lado derecho y unos cabellos disparejos del lado izquierdo; también se encontró con su vestido, no hecho por sí misma, pero bonito, de color verde bajo, con encaje de copos de nieve del mismo color pero más oscuro encima, que se extendían hasta sus largas mangas.
No obstante, lo más llamativo eran sus ojos, su rostro estaba finamente maquillado en tonos discretos, así que la atención se acentuaba en sus orbes azules, un poco apagados y brillando con incertidumbre. Había tratado de enmascarar lo que sentía, para lo que era experta, pero el esfuerzo de muchos años no estaba funcionando en ese momento.
Trató de practicar una sonrisa sincera a su imagen pero sólo apareció una mueca que daba lástima, una verdadera pena al maravilloso gesto que iluminaba su cara y borraba toda su frialdad. Si era así con su futuro esposo, éste se quedaría con la idea que era gélida, insensible, y tal vez no trataría de aventurarse a conocerla.
¿Sería mejor así? ¿Ocultarse tras una fachada para protegerse? ¿Otra vez? ¿Por lo que restaba de vida?
Ella lo que más quería era sonreír con felicidad, recibir y dar un abrazo con afecto, decir a los otros lo que sentía por ellos, encontrar a alguien con quien ser ella misma, de una forma que el pasado le impedía con Anna.
Ladeó su rostro hacia la ventana, a lo lejos divisó un navío de gran esplendor aproximándose hacia su reino.
¿Podría él ser el la persona con quien lograría serlo?
«...»
La mañana no había sido muy agradable para Hans, ese mismo día Fridtjof, el sucesor de su padre, había llegado junto con su esposa después de meses estando en el centro del continente con su familia. Nada más habiéndose enterado de lo sucedido en su ausencia, le había dirigido una mirada glacial y hecho que sus hijos —las versiones adolescentes de los gemelos— se encargaran de burlarse de él por el trabajo que estaba haciendo.
Conocía a su hermano mayor, y sus actos estaban dominados por la vergüenza que por el hecho de disfrutarlo. Para él, mantener las apariencias lo era todo, y si hubiera logrado su hazaña de volverse el rey de Arendelle lo hubiese felicitado y dado su apoyo, pero como falló y, peor aún, lo descubrieron, no traía más que deshonra para su familia, lo que dañaba la imagen que por tanto tiempo había querido mantener.
Nunca había tenido una buena relación con sus hermanos, pero con el mayor —y muy a su pesar, Hilbrand— era quien podía sentirse respaldado, pues no lo molestaba precisamente, porque siempre había mantenido una buena apariencia ante los demás, aunque no mostraba que lo apreciara, tampoco. Era una relación de "yo no te estorbo ni tú me molestas y estamos a mano", o algo por el estilo, así que ser fastidiado por él —o sus hijos— le enervaba.
No estaba de más decir que había más caballos por los de posta que habían traído. Y él tenía que atenderlos hasta que fuesen devueltos a la posada de donde fueron cambiados por los que tenían antes, que luego deberían ser llevados al castillo, donde se ocuparía de ellos también.
De igual forma, Sitron se había mostrado agitado desde que lo fuera a saludar —y dar alimento—, como si quisiera decirle algo, ya había revisado sus herraduras, su pelaje, su agua, todo, y no encontraba nada. Le irritaba que estuviera relinchando tanto, porque comenzaba a alterar a los otros, no quería una horda de caballos encima.
Escuchó a Sitron patear la madera de su compartimiento, y por tercera vez en diez minutos se dirigió a él.
—¿Qué ocurre? —preguntó acariciando sus crines blanco con negro en ademán consolador. El equino descendió su cabeza hasta ponerla en contacto con la suya y resopló. —No sé qué significa —respondió con un chasquido de lengua y se encogió de hombros cuando Sitron pareció hacer un ruido que asemejaba la frustración.
Hans abrió la compuerta baja y se hizo a un lado para apartarla. Sitron relinchó con gusto y él rió después de una mañana agitada, posó su mano sobre el estómago de su amigo y trató de sentir algo diferente, pero nada. Su compañero, por su parte, dobló su cuello y acercó su hocico hasta él, tocando su cara.
—¿Qué pasa con mi rostro? —Comprendió que en todo ese tiempo eso había estado haciendo. —¿Tengo algo…
No había ni terminado de preguntar cuando de repente le asaltó una sombra negra y las cosas se tornaron borrosas. Agitó su cabeza y volvió a la normalidad, aunque veía unos puntos plateados como estrellas. ¿Qué le ocurría?
Se encorvó para coger un poco de heno y lo aproximó a la boca de Sitron.
—Creo que eres tú el único que se preocupa por mí —musitó tratando de que comiera, pero él se negaba a abrir la boca. —Vamos Sitron.
Achicó sus ojos cuando le sobrevino un brillo que lo atontó por unos instantes. ¿Sería eso lo que quería advertirle su amigo?
—Iré al interior del castillo… —susurró soltando el heno y tratando de salir, pero un manto oscuro apareció ante sus ojos y se desvaneció.
«...»
Cuando volvió a recuperar la conciencia, Hans se encontró aturdido por un llamado de una voz que no reconocía, lo que sabía era que se sentía diferente de alguna forma, sin poder decir qué. Lo último que recordaba era estar con Sitron, y haber caído al haberse sumido a la oscuridad. Seguramente alguien había ido a las caballerizas y lo había visto, por eso lo llamaba.
Lo que no sabía era cómo es que se encontraba sentado y sintiendo un movimiento bajo su cuerpo, ¿lo estaban trasladando?
—Alteza —repitió la voz y Hans se vio obligado a asentir sin abrir sus ojos. —¿Se encuentra bien?
—¿Qué ha pasado? —preguntó, pero su voz sonó extraña a sus oídos, más bien parecía otra persona. ¿Qué le había ocurrido que ni era capaz de reconocer su propia voz?
—Me estaba dando indicaciones sobre los obsequios que le daría a la reina por el cortejo, pero de repente ha llevado la mano a su cabeza y se ha quedado en silencio por unos minutos —explicó quienquiera que fuese su interlocutor, pero no encontró sentido a sus palabras. ¿A qué se refería?, podía jurar que era como si…
El pelirrojo abrió los ojos de golpe y se vio enfrentado a una escena diferente a la que presenciaba momentos antes. No se le había ocurrido pensar en que le hacían falta los relinchidos de los caballos y el olor inconfundible del estiércol, pero las palabras pronunciadas lo habían traído a la realidad.
La superficie sobre la que estaba se encontraba moviendo, aunque perfectamente sabía que se encontraba en una silla. —Repite lo que acabas de decir —ordenó captando el sonido de su… de la voz de su hermano Hildbrand. Estaba alucinando… —Todo lo que decías antes…
Mientras escuchaba de fondo las palabras del ayuda de cámara de su hermano, Ericson, Hans inspeccionó sus alrededores. Se encontraba en el camarote principal del navío Ludvig, con acabados finos de madera, mobiliario de excelente calidad, con los escudos y colores rojo y blanco de su familia en las alfombras, cojines, paredes y sábanas. Con un ramo de rosas en una mesa lateral y un baúl igual al suyo junto a una cómoda de madera, sobre la que había un espejo.
La explicación de Ericson sobre los preparativos para su cortejo a la reina de Arendelle y sus próximas obligaciones para con el reino le habían dado una idea de qué pasaba —por increíble que fuera—, pero necesitaba controlarlo con sus propios ojos, aunque viendo sus manos cuidadas y casi pálidas en comparación a las suyas ya sirvieran como prueba. No sabía cómo era posible que ocupara el lugar de Hildbrand, mas tenía que verse a la cara para saber que no era su rostro, su cuerpo, el que estaba allí.
—Retírate, Ericson —comandó sin mirar al pelinegro, al tiempo que se paraba y dirigía hacia el espejo clavado a la pared. Escuchó la aceptación y retirada del otro como inmerso en un remolino de viento, donde las cosas llegaban como un susurro.
Tal vez se encontraba en un sueño, pero necesitaba ver con sus ojos, contemplar su reflejo, aunque su cuerpo se sintiera extraño, como si no fuese suyo. Algo raro había pasado, y Sitron había querido advertirlo, ¿podría ser cierto y no una creación de su cabeza?
Hans caminó en un trance hasta el espejo y se detuvo cuando una imagen apareció en medio de éste.
Un rostro que rondaba la tercera década de la vida, de piel blanca y carente de imperfecciones, unos cabellos rubios perfectamente cortados y unas patillas demasiado cortas para su gusto. Era la cara de su hermano Hildbrand, expresiva, agradable y atractiva a la vez, pero había un rasgo que no encajaba con el rostro, sus ojos.
Frente a sí, deslumbrantes en el espejo, sus orbes color esmeralda lo escudriñaban sin creer lo que veían. El asombro que veía en ellos era tal que no podía disimularlo, pero era lo mismo que sentía por dentro, estaba estupefacto.
Era Hildbrand, pero no él, esos ojos no le pertenecían, no se asemejaban en nada a los azules que caracterizaban a su hermano. ¿Cómo se había obviado ese detalle?
¿Qué hacía en el lugar de su hermano?
¿Cómo era que había llegado ahí?
Sus interrogantes quedaron estancados cuando sintió el navío detenerse y escuchó unos toques en la puerta de Ericson.
—Alteza, hemos llegado a Arendelle.
Hans sonrió a su reflejo y percibió en sus ojos el momento en que un plan comenzaba a formularse en su cabeza. Era un hombre de acción y no iba a quedarse inerte ante los acontecimientos que se suscitaban. Él estaba en Arendelle, el hermano incorrecto había llegado a cortejar a la reina, ella estaría a merced del hombre que la detestaba y que quería hacerle pagar. Tendría a la reina en donde quería que estuviera, a su voluntad.
Ella creía que conocería al hombre que sería su esposo, pero no sería así.
Empezó a hacer maquinaciones en lo que se cuestionaba cuánto tiempo tardaría en el cuerpo de su hermano, esperaba que el suficiente, éste tenía que estar de su parte esa vez. Debía darle una oportunidad que terminara bien.
Tenía en sus manos la ocasión perfecta para vengarse de Elsa de Arendelle, y debía planearlo para que el resultado no fuera como el de antes.
De pronto lo vio a través del espejo, en el ramo de rosas.
Nada mejor que romperle el corazón, enamorarla y después hacerle sentir el desamor.
No podía habérsele ocurrido nada más dañino que eso, ella que creía que el amor era lo más importante, iba a quebrarse a causa de éste. Vería que no existía, y cuando le hubiera roto el corazón y su hermano volviera a ocupar su lugar —si es que lo hacía—, ella no querría intentar de nuevo confiar en él, su esposo.
Pasaría el resto de su vida sufriendo por él.
Hans caminó hasta sostener el ramo de rosas rojas que comenzaría con el dulce cortejo de la reina, era momento de llevar a cabo sus planes.
Dirigiéndose hacia la puerta, el pelirrojo sonrió de lado imaginándose su triunfo después de todo lo que había vivido, pero él no sabía que el tiempo traía sorpresas.
Y él estaba por llevarse una buena.
«...»
Elsa, ajena a lo que ocurrió minutos atrás en el camarote, andaba con aparente tranquilidad hacia su lugar junto al muelle, para darle la bienvenida al príncipe Hildbrand, casi con una comitiva a sus espaldas encabezada por Anna, Olaf, Kristoff y Sven.
Le había tomado todo su camino desde su habitación hasta su puesto actual el buscar la calma. No quería que su futuro esposo percibiera su nerviosismo ante el inminente futuro. Quería tener cierto control de la situación sin tener que recurrir a su título o sus poderes mágicos.
Era el momento de conocerlo.
Contuvo el aire cuando vio que unos tripulantes hacían bajar la rampa para que él pudiera descender, y trató de buscarlo en la cubierta para que su aspecto no le tomara tan de sorpresa, intuía que por su título él vestiría de manera más distinguida y sobresaldría entre sus acompañantes, pero hasta el momento no lo encontraba. Apretó su mano en un puño conteniendo las ganas de cubrir el sol que pegaba a su cara, pues le impedía ver correctamente, y haciéndolo le enseñaría a los demás las ganas que tenía de observar lo que ocurría arriba.
Miró sobre su hombro y sonrió con agrado al notar que Anna y Olaf no se contenían como lo hacía ella, incluso estirándose para poder ver más de lo que la altura les permitía.
Soltó una pequeña risa volviendo el rostro al asunto de importancia.
Finalmente le pareció ver a alguien que parecía destacar ante los otros, utilizaba un traje real color rojo y blanco, con una banda dorada y distintivos azules y negros. Era alto, tal vez como Kristoff, una cabeza arriba de la suya, de cuerpo proporcionado, tez blanca y cabellos rubios oscuros que se agitaban con el viento. Por lo menos no se parecía a su hermano menor. Se veía apuesto mientras bajaba por la rampa, con toda la seguridad del mundo, como si tuviera a los demás a sus pies.
Elsa se dio cuenta que en su escrutinio no había reparado que en su mano derecha traía una rosa, y que sonreía en su dirección ahora que la veía.
—Es guapo —escuchó decir a Anna a sus espaldas, siendo secundada por Olaf pero reprendida por Kristoff.
Viéndolo, Elsa sintió la expectación en su cuerpo, pero por lo que sabía que venía, no por un sentimiento de atracción hacia él. Era muy bien parecido, pero habían cosas que importaban más, como la entrega por su pueblo, la sencillez, el respeto, la confianza, si no podía tener todo eso.
¿Qué, Elsa?, ¿podrás rechazarlo?, se preguntó entonces.
Se encogió por dentro y se recordó que todo estaba dicho.
Decidió concentrarse en el ahora, en aprovechar el tiempo para conocerlo y entablar una amistad. Esbozó una sonrisa precavida cuando él llegó hasta encontrarse a casi medio metro de ella, y lo vio a los ojos.
Elsa controló el espasmo que iba a atravesar su cuerpo y el jadeó que lo acompañaría cuando se concentró en los orbes esmeralda en su rostro, que escondían los más grandes secretos que pudiera haber. Eran similares a los de Hans Westergård y sabía que la acompañarían a partir de entonces.
—Majestad, es un placer conocernos finalmente —dijo él con una voz rica y aterciopelada, mientras se inclinaba respetuosamente ante ella, que asintió sin decir palabra, buscando salir de su admiración por ese único parecido entre los hermanos.
—Lo mismo digo —musitó con un hilo de voz cuando él se incorporó y enfocó sus ojos en los de ella. Los de él completamente enigmáticos.
El príncipe sonrió y elevó la rosa que llevaba en su mano, acercándose un poco a ella. —Es para usted, su belleza es muy poca frente a la suya, pero mis manos no podían estar vacías al verla.
—¿Una sola rosa? —pronunció Anna en lo que "trataba" de ser un murmullo, y Elsa se sintió enrojecer por la falta de modales de su hermana.
Hildbrand miró sobre su cabeza y a ella le pareció percibir un brillo peligroso en sus ojos, pero éste desapareció tan rápido que seguramente fue una creación de su mente. Cuando él volvió a mirarla, estos no revelaban nada, y se preguntó cómo haría para estar a su lado cuando no podría leer nada en sus ojos.
—Era un ramo completo —susurró él sólo para ella—, pero me pareció más correcto darle una sola.
Le tendió la rosa y ella la aceptó agradecida, aspirando su olor perfumado.
—¿Puedo preguntar por qué? —preguntó también en voz muy baja, que no pensó él escuchara.
—Porque una sola rosa puede guardar más significado que todas ellas juntas, y porque una sola podrá yacer más cerca de su corazón que cualquiera… —musitó él tocando la punta de los pétalos lentamente.
Sin saber por qué, Elsa se imaginó que esa era una caricia a su rostro y le agradó, porque parecía delicada y sencilla. Mas lisonjeándola no iba a llegar a ninguna parte, aunque en cierto modo fuera agradable escucharle decir cosas lindas.
—¿Disculpe?
—Con esta única rosa le revelo mis intenciones de ganarme su corazón y de asegurarme que pensando en ella siempre me recuerde… como yo a usted… —dijo él y cogió su mano para besarle el dorso con sumo cuidado. —¿Me dejará que así sea, Majestad?
Elsa no respondió, pero miró sus ojos con intensidad y le sonrió como lo hacía con Anna y con aquellos a quienes quería, no porque quizá se enamorara de él, sino porque por lo menos se divertiría con sus esfuerzos para cumplir su cometido, y porque de repente, con sólo verlo a los ojos y sonreír, los enigmáticos orbes de él brillaron sorprendidos, como si viera algo por primera vez, mostrando un conflicto de emociones que le demostraban que él tenía sentimientos, pero que no sabía ni comprenderlos y expresarlos.
Unos ojos podían decir tanto, a ella siempre le gustaba verlos para saber más sobre una persona. Y de esta en especial ya sabía algo.
Tuviera virtudes o defectos, ese hombre era humano, sólo el tiempo se encargaría de demostrarle por completo su naturaleza.
Ella fuera o no sorprendente.
Saludos.
Esta vez sí me dolieron las manos para traer algo así de grande, pero espero valiera la pena. Es lo último que publico aquí en el fandom de Frozen, no es mi estilo subir muchas historias en un lugar donde soy relativamente nueva, eh, que yo también he sido veterana en un fandom.
Este fic es mi intento de hacer algo aproximado al canon, si notan que cualquier cosa no va en sintonía con la película, díganmleo, he visto la película un total de dos veces y el corto una sola vez, así que creo que no soy una experta, me guío en lo que ya vi, y no tengo mucho tiempo para verlos nuevamente, guay. Si les digo que vino de la nada la historia, les mentiría, ¿ya conocen "Un viernes de locos", o no?, también me gustó el argumento del OS de HoeLittleDuck "Una moneda siempre tiene dos caras", y el rollo de las cosas románticas es mi pasión. Así como en un dorama que vi metieron lo de las estrellas fugaces cumpliendo deseos, ni galleta de la fortuna hubo aquí.
A Frozen Fan ya me dijo que sí, pero no sigo muy segura si continuarlo aquí en el fandom, eso depende del recibimiento que tenga. Si les gusta, me pongo las pilas para no tardar mucho para el siguiente, que vendrán dos o tres a lo mucho después de esto, no tengo pensado enrollarme más que eso. Si no lo termino para probarme a mí misma que pude hacer un fic canon de un fandom del que sé lo elemental; y quien se interese puede solicitármelo individualmente.
Ya para concluir esta nota demasiado larga, cualquier rosa, tomatazo, duda, comentario, sugerencia, crítica, reclamo o corrección, allá abajo pueden expresarlo como anónimo o usuario, ¿bien?
Se me cuidan, y si deciden darle luz verde, ténganme paciencia por favor.
Karo
PD: ¿Cómo se llaman los mini muñecos de nieve?
