Darcy no era una persona habladora, si había que describirlo en una palabra seria taciturno, también no era alguien muy expresivo, pero eso no significaba que no sienta.
Era sensible, de una manera que muchas personas no comprenderán. Era romántico, de una forma que provocaba amarlo cada vez más. Era algo que se percataba con una mirada, con un gesto, con una acción, con una palabra porque no hacía falta decir mucho para saber que lo poco que Darcy estaba diciendo, era verdadero.
Por lo tanto, cuando estaban solos y los oídos de Elizabeth escuchaban por parte de él, las cosas más bellas y sinceras que jamás creyó en su vida oír. Donde, en ese ínterin, eran únicamente oraciones, frases. Esa brevedad, no ocasionaba que la expresión de sus sentimientos sea minúscula.
En muy pocas palabras, Darcy describiría a Elizabeth, en muy pocas palabras diría lo que su corazón palpitante siente por ella y en pocas palabras, él, haría latir el corazón de ella a la misma magnitud.
—Mi corazón es tuyo.
Cuando ella lo escuchaba, sabía bien que lo decía en serio, que no eran desvaríos o exageraciones. Eran sentimientos reales, eran sentimientos tan inmensos que Elizabeth creía caminar en brasas ardientes, al sentir como su cuerpo se calentaba y un sonrojo aparecía en sus mejillas, en señal de que se estaba quemando y el ardor de su rostro era tan solo una confirmación.
—Puedes hacer lo que quieras con él.
Y ella lo sabía, podía romperlo con tan solo una palabra, podía acelerarlo con otra. Estaba a su merced, su frágil corazón, era suyo. Se había adueñado de su corazón; como Darcy había hecho lo mismo con el de ella.
—Te amo.
Esas pocas palabras que le brindaba, era suficiente para que Elizabeth se sienta profundamente dicha y sobretodo amada por Darcy porque no tenía que decirle en cada momento que la amaba, que la admiraba, como tampoco darle obsequios en señal de su amor.
A veces no era necesaria ninguna palabra porque hasta solo con una mirada de él, lo confirmaba. Solo con una mirada era suficiente para sentirse que era amada.
Amor.
Eso, que los ojos de su esposo siempre reflejaban cuando la miraba.
