Dipper era un ángel.

Tenía alas en cada omoplato y poseía una apariencia tanto masculina como angelical que rápidamente hechizaba a cualquiera que lo viera.

Pero la curiosidad lo había arrastrado al mundo terrenal junto con su hermana, con la misión de ayudar a los que más lo necesitaban y guiar a los descarriados.

Eso era lo que les habían ordenado desde un principio.

Mabel, su hermana gemela, estaba acatando las órdenes al pie de la letra… Pero Dipper no lo estaba haciendo.

Desde que tuvo el permiso de asomarse a través de las nubes para ver el mundo terrenal se había fascinado de los fenómenos que el Padre Todo Poderoso les había otorgado maliciosamente a los humanos para crearles falsas creencias sobre las consecuencias de sus fechorías. Dipper estaba fascinado por aquellas creaturas que se arrastraban por el suelo, aquellas que poseían más de dos ojos, aquellas que nadaban y aquellas que volaban tal y como él lo hacía. Él no había aceptado esa tarea porque le gustasen los humanos, sino por las maravillas que a los terrenales les eran ofrecida. Por eso, cuando llegó a pisar aquella tierra, húmeda y llena de piedrecillas de variados tamaños y colores, despojándose de sus preciadas alas, corrió más allá del bosque buscando satisfacer su insaciable curiosidad.

Todo a su alrededor se convertía en cosas interesantes. Desde el pasto hasta aquel unicornio que encontró bebiendo agua cerca de un río. Todo le era tan asombroso.

— ¿Quién eres tú? –escuchó a sus espaldas.

Dipper vio a un muchacho de cabello negro frente a él.

—Soy Dipper –dijo. No tenía nada de malo que supiese su nombre, después de todo sabía que era malo mentir.

—Bien, chico. Odio tener que decirte esto pero de verdad necesito que te vayas ahora.

— ¿Por qué? –Dipper era curioso, y ¿qué mejor que un humano para satisfacer sus necesidades insignificantes?

—Porque no quiero que estés aquí, eso es obvio. Necesito absoluto silencio y no has parado de hacer ese ruido molesto con tu pluma.

Dipper frenó el movimiento inconsciente de su mano y le miró sin ningún tapujo los ojos ámbar del desconocido que tenía frente a él.

—Dime tu nombre –exigió Dipper.

— ¿Para qué quieres mi nombre, extraña persona que me esta incomodando con la mirada? —se burló un poco. Dipper jamás había visto a un humano con hoyuelos, por eso le fascinó la sonrisa de aquel ser frente a él.

—Siempre creí que todos los… —dejó de hablar al darse cuenta de que estaba por soltar la palabra "humano" –, creía que toda las personas tenían un nombre, pero si tú no tienes uno…

—Me llamo Bill Cipher –extendió la mano y Dipper torpemente contesto al saludo. La piel de una persona era distinta a la de otro ángel, o a la piel de su hermana.

—Hola, Bill Cipher.

—Hola, Dipper –pudo ver de nuevo ese par de hoyuelos aparecer.