—Despierta...
Su voz fue suave, fue un susurro que dijo en la frente de Elizabeth, antes de que un casto beso se depositara en ese sector. Sus labios se separaron y sus ojos siguieron observándola.
El sol recién se estaba alzando y los rayos del sol, comenzaban a posarse en el rostro de Elizabeth, ocasionando que sus cabellos oscuros brillen. En eso, una sonrisa bailo en los labios de Darcy mientras apoyaba su codo en la almohada para mirar más cómodamente a su esposa, esa persona, que capturo su corazón e hizo añicos su orgullo, esa persona, que aún no creía que pudieran compartir una cama.
Al rato, su mano fue acercándose y acomodo un mechón de pelo, que maleducadamente cubrió su cara para colocarlo detrás de su oreja y al realizar aquella acción, los parpados de Elizabeth se abrieron lentamente. En segundos, sus ojos vislumbraron a Darcy, quien poseía una leve sonrisa dibujada en sus labios.
—Buenos días.
Él dice lo mismo y acaricia suavemente la mejilla de su esposa con el dorso de su mano, ella la mantiene en su costado y sonríe aun adormilada.
Esa acción era, una, que tranquilizaba a Elizabeth de que esto pueda ser un sueño. Porque, a pesar de que pasaron meses desde que se casaron. Aun, los dos individuos, no se acostumbraban al ver quien dormía a su lado. Después de todo, no parecía real.
Elizabeth a veces creía que era imposible estar al lado de una persona, en la que una vez le había puesto tantos perjuicios. Por el lado de Darcy pensaba que era imposible que su orgullo haya sido derribado por una mujer. Pero...
Elizabeth no estaba soñando, Darcy tampoco. La persona que dormía a su lado, quien se despertaba a su lado, era real. Era una bella realidad como sus ojos. Así pensaban. Esos, que en ese instante, se observaban fijamente y con ternura.
Esos mismos que penetraron su corazón, cambiando su forma de ser, de pensar. Esos bellos ojos que con tan solo mirarlo parecía que se había sumido en un hechizo de amor.
Darcy había dejado su orgullo de lado, sin importarle lo que pensaran lo demás, por ella. Porque Elizabeth era la única persona a quien le importaba su opinión sobre su persona. Por eso, con tanto fervor quería eliminar los tantos perjuicios como acusaciones se le habían impuesto.
Hasta que lo consiguió, hasta que logro que sus ojos dejaran de mirarlo de forma tan desaprobatoria, ahora era todo distinto y una mirada, era suficiente para que su corazón oscile y tiemble porque sus ojos expresaban amor. Finalmente, Elizabeth lo amaba con la misma intensidad ardiente que él ya que esa mirada brillosa, era la misma que se veía cada mañana en el reflejo de su espejo.
