Un cuento en el que Erick tiene más años y nuestro querido Charles recién está en la facultad.
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Frenó y se dio vuelta. El colectivo lo había dejado a unas pocas cuadras de la facultad y era una hermosa y fría mañana invernal. Había estado caminando tranquilo a lo largo de calles sombreadas por árboles de hojas amarillas y naranjas, cuando un pensamiento inesperado se le cruzó por la mente.
Un pensamiento que no era suyo. La mayoría de las veces no lo eran.
Pero ahí, parado sobre la vereda frente a un parque, se sintió, por primera vez en mucho tiempo, curioso. Porque, si bien había tenido que soportar subconscientes ajenos enojados, amargos, tristes o alegres, en contadas ocasiones se encontraba con alguien que realmente denotaba pasión o, al contrario, paz. Personas que salían de su instinto humano y realmente usaban esa capacidad de razonar, sentir con el alma, de salirse del ego.
En ese momento, una suave y arrulladora sensación de paz envolvía su propia mente, sabiendo, a la vez, que no provenía de él mismo.
Charles, Charly para los amigos, miró el reloj, meditó un segundo, y enfiló para el parque en busca de ese ser humano que le causaba una curiosidad ridícula. Llegar un poco más tarde a clase no iba a ser gran diferencia.
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Alguien le estaba tocando la mente. Era una sensación rara, un tanto intrusiva, una que hacía mucho que no sentía. La situación en sí le traía malos recuerdos, pero esa persona era un extraño que lo hacía con sutileza y sin malas intenciones, de cualquier manera, no dejó que eso influyera en su excelente estado de ánimo. Era una mañana preciosa, la plaza estaba prácticamente vacía (sin vagabundos inclusive), tenía un café con leche caliente entre las manos y un gorro cubriéndole la cabeza.
Ese pequeño momento del día era el preferido de Erick. Antes de la gente; antes de las ineptitudes e inevitables ineficiencias del ser humano; antes del ruido y de los lugares techados.
Antes de entrar a trabajar.
Tomó un poco del brebaje y se acomodó en el banco. Ojeó el celular para ver la hora, todavía tenía un rato de ocio.
Era un hermoso día.
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Cuando Erick lo vio, se dio cuenta que no tenía nada de qué preocuparse. El muchacho que intentaba en vano, y de manera poco profesional, no hacerse notar, era en absoluto material de alarma. Era un chico flacucho, que con suerte tenía veinte años, aspecto de venir de una familia acomodada y cara de buena persona, todavía no corrompido por la vida.
Relajó totalmente su postura.
-"No es de buena educación espiar a la gente" dijo, un tanto divertido.
Observó a través del rabillo del ojo al otro sobresaltándose y le indicó, con un gesto de la mano, que se acercara.
Charles no pudo hacer otra cosa que obedecer un tanto avergonzado.
-"Perdón señor, no quería parecer que estaba espiando, no estaba espiando, digo" se intentó excusar mezclando las palabras.
-"Tranquilo chico" le contestó Erick con una sonrisa, "para espiar a alguien, la otra persona no tiene que poder verte"
Charles tuvo la suficiente dignidad como para no sentirse ni ofendido ni aún más abochornado por el comentario y, simplemente, suspiró aliviado.
-"Perdón, no quería parecer que lo estaba espiando… es que normalmente no veo a nadie en este parque y bueno…"
-"¿Alguna mente que haya atraído tu atención?" Erick no lo dejó terminar con la mentira.
Silencio.
-"…no?"
Charles se puso un tanto nervioso. Nadie podía enterarse, no podía permitirse que alguien lo delatase aunque, más importante, no había chance de que ese completo desconocido pudiese haberle sacado la ficha tan fácilmente.
De manera defensiva, intentó cortar la conexión mental que sentía con ese extraño pero, antes de desesperarse y hacer algo estúpido, cayó en la cuenta de que la conciencia del otro no lo rechazaba ni recibía su intrusión como algo extraño.
-"No es la primera vez que me encuentro con alguien como vos, no entrés en pánico" dijo Erick con calma "Y no me trates de 'usted' que me hace sentir viejo."
Silencio de nuevo.
¿Quién hubiese dicho que ese iba a ser el comienzo de algo parecido a una amistad?
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Algo que se me ocurrió el otro día.
Imagínense un barrio porteño, Charles yendo a la facultad de Filosofía y Letras o haciendo alguna carrera de esas (perdón pero no me lo veo ni a palos estudiando biología, parece de los que estudiarían algo más humanístico) y un Erick de unos treinta y tantos/cuarenta años (con mucha sabiduría y con la posta de la vida).
¿Que tan divertido sería que Erick fuese el que le diese consejos a Charles y éste le hiciese caso, para variar?
