Okay este es un fic inspirado en este crossover de la pareja Richartin conformada por Francis Dolarhyde y Hector Dixon. Una pareja peligrosa de villanos asesinos.
La historia pretende ser por de más sexy e intensa ;)
Espero que la disfruten aunque sea un poco. Por cierto la historia sigue la trama entrelazada entre El Dragón Rojo original de Thomas Harris, la serie Hannibal adaptada por Bryan Fuller y el filme Wild Target.
Advertencia: Contiene violencia gráfica, sadismo y temas que pueden ser un poco sensibles para algunos.

Chapter Management

Capítulo 1: Alfa / Omega: Peligroso Destino

Dixon se encontraba en Londres descansando en uno de sus lujosos penthouses que le servía de escondite, ubicado en una zona prestigiosa de Londres. Hacia unas semanas que acababa de adquirir este nuevo sitio tratando de despistar a sus enemigos. La tarde estaba comenzando a caer y había decidido pasar el tiempo descansando viendo algo de televisión de la forma más ordinaria, en ese momento sólo quería tener un poco de paz mundana, común y corriente como cualquier persona. La tarde comenzaba a caer y de pronto pensó que su vida estaba cayendo en la monotonía. Se sintió de pronto vacío, casi tan vacío como la copa que sostenía en sus manos de la cual ahora había terminado de beber enteramente su contenido. Se levantó de su lugar para ir a servirse otra copa con ginebra y divisó a través del gran ventanal el cielo tenuemente rosado por el alba. Comenzaban a notarse algunas estrellas que se opacaban con la luz artificial de los edificios de la ciudad. Bebió su copa mientras siguió divisando como la vida nocturna se acentuaba con el brillo de los autos recorriendo el tráfico y luego volvió a su sala de estar para sentarse en su nuevo y cómodo gran sofá. La casa era grandemente ostentosa y decorada con modernos toques minimalistas, tenues luces de largas lámparas iluminaban la habitación. De pronto al ver uno de los cuadros sobre la pared le hizo reparar en una idea que sin duda le pareció ridícula, tal vez estaba demasiado solo y tal vez lo que le hacía falta era tener a alguien a su lado con quien compartir su vida y la complicidad de su identidad criminal, tal vez lo que necesitaba era sentir pasión. Aunque no quería obsesionarse con la idea pues no dejaba de parecerle cursi, podía conseguir sexo de cualquiera cuando lo quisiera y donde él quisiera de todos modos. Siempre había sido así. Podía llamar en ese preciso momento a alguna casa de citas o simplemente salir a algún centro nocturno y ligarse a cualquiera que le llamase la atención para llevarlo a su cama. Podía pagar por sexo esta noche o las noches que quisiera. Dixon era un total satiriaco, su apetito sexual pocas veces disminuía. Su libido siempre estaba en punto álgido. El dinero no importaba, tenía demasiado para despilfarrarlo si así lo deseaba, gracias al contrato de sus servicios criminales se había enriquecido con una vasta fortuna.

Ciertamente era que Dixon había sostenido un amorío desde hacía meses con el espía Peter Guillam, pero hacía unas semanas que habían decidido cortar la relación. Hacía semanas desde la última vez que Dixon había visto a Peter tras una discusión en la que ambos sacaron a relucir las inquietudes que les había llevado a tomar esa decisión de separarse. Y hacía mucho más tiempo que Dixon no había tenido sexo con nadie, a pesar de su implacable hipersexualidad, el último había sido Guillam. Se había restringido el deseo de estar con algún otro hombre sólo por Guillam, porque lo amaba y porque por él había decidido intentar cambiar. Pero Guillam no había vuelto en todo este tiempo y tal parecía que no quisiera hacerlo. Dixon había comenzado a exasperarse sobremanera por eso, ya no lo soportaba más, era como si todo lo que Guillam había conseguido hacerle sentir se estuviera yendo poco a poco al infierno y con ello también su propósito de mantener su fidelidad. Su gran libido no podía seguir restringiéndose por la espera de alguien, ni siquiera por la espera de Guillam. Desde aquella discusión no habían vuelto a tener más contacto.

Dolarhyde se encontraba en el aeropuerto en Boston. Estaba huyendo del FBI luego del enfrentamiento que había tenido contra Will Graham hacía unos días en el cual se había visto obligado a despedirse de Reba de forma tan abrupta e inesperada, la dulce mujer ciega con la que había mantenido una relación sentimental durante las últimas semanas, la mujer que le había enseñado a amar y por la cual había controlado la maldad de su psique. Esas habían sido las últimas semanas más maravillosas de toda su vida.

Tras el incendio que él mismo había provocado luego de asesinar al ex amante de Reba para despistar a la policía se las había ingeniado para escapar de la pista de Graham y de la ley hasta aquel día que hirió a Graham y supieron que aún estaba vivo, que todo había sido una trampa y que se estaba volviendo mayormente peligroso de lo que ya era desde el primer momento en que decidió optar por convertirse en un brutal asesino serial. Ahora tenía que cuidarse de Crawford y el resto de sus agentes del FBI, estaban siguiendo todas sus pistas. Los peritos habían incluso encontrado suficientes pruebas de su ADN y había allanado su casa bajo la orden de la policía.

Pero aún con toda esa desventaja y con el total peligro de ser descubierto y arrestado en cualquier momento, a Dolarhyde parecía no asustarle demasiado el hecho de que la policía le estuviera pisando los talones. Ahora tenía una ventaja que no dejaba de resonar en su pensamiento, un ventaja arquetípica a la cual sólo él podía darle un significado y una razón de total lógica. Ahora tenía el poder del dragón consigo. El gran Dragón Rojo estaba en su interior, su alma y la suya se habían fusionado en una eminente conjunción.

Sentado en su nueva sala de estar Dolarhyde recordó aquel día en que atravesando Central Park llegó al Museo de Brooklyn, según lo planeado. Aquella tarde de martes había sido lo suficientemente astuto para escabullirse de los guardias de seguridad y engañarlos para que le concedieran el acceso al museo en un día que sólo se les permitía la entrada a investigadores y estudiantes de universidad. Con su debido disfraz logró engañar a la policía y al estar frente a la majestuosa acuarela de William Blake fue cuando perpetró su sádico crimen. Fue luego de poder admirar la acuarela que tanto le había fascinado durante todo este tiempo que incurrió aquel cruel crimen con saña, asesinar a las guías encargadas de mostrarle El Dragón Rojo y la mujer revestida en Sol. Como un desquiciado que había perdido la total cordura y el sentido de sí mismo devoró al Dragón Rojo, hasta la última parte del papel había llegado a su estómago, él era más poderoso que el Dragón Rojo, con eso lo demostraba. Le había derrotado, a él y a sus oscuros mandatos que rebozaban dentro de su mente impulsándolo a asesinar. Todo había sido siempre culpa del Dragón Rojo. Él nefasto ser de la acuarela y pastel le había ordenado cometer todos esos crímenes y Dolarhyde tenía que encontrar la forma de detenerlo, de superarlo, de vencerlo. Ahora el dragón ya a no podría volver a ordenarle nunca más. El Gran Dragón Rojo no había sido capaz de vencer su astucia y su inteligencia, él era superior que el Dragón Rojo y ya no volvería a apoderarse de su mente y de sus oscuros impulsos, podría al fin encontrar control de ello y no volver a asesinar a nadie más, podía quizá vivir a partir de ahora una vida normal amando a alguien, amando a Reba, formando un hogar fuera de sus propios e inhóspitos complejos que habían surgido en él desde la tierna edad de su niñez, inhóspitos complejos que habían surgido desde el momento en que vino al mundo, que habían surgido desde el momento en que sus padres le rechazaron, desde que su madre le abandonó en aquel orfanato de forma deliberada debido a aquella malformación en su rostro de la cual él no tenía la culpa y desde que su abuela le había adoptado para enseñarle sus propios 'buenos modales' en la hostilidad hipócrita de su retrógrado hogar para luego de su muerte ser adoptado por su propia madre biológica, la misma fría mujer que le había abandonado a su suerte en aquel orfanato. Detestaba sobremanera recordar todo eso, de todas formas era cosa de un muy profundo pasado que quería dejar en el total olvido sobre todo ahora que había devorado él mismo al Gran Dragón Rojo.

No, no podía volver con Reba. Tenía al Dragón consigo. El Dragón, representación pura de la maldad le concedía el poder absoluto. Si volvía a lado de Reba quizá no podría ser totalmente capaz de controlar su instinto asesino y su sed de sangre. Ahora él y el Dragón Rojo eran uno solo. No podía dejar de ser un maldito asesino.

Dolarhyde se sentía absolutamente poderoso, su transformación en el Dragón Rojo había culminado en el sólo acto de devorarlo. Ciertamente era que debido a eso ya no era necesario asesinar a nadie para llegar a convertirse en el Dragón Rojo, él ya lo era, pero eso no detenía su excitación de pensar en matar a alguien más, de volver a disfrutar de la suplicia y la agonía de una persona muriendo cruelmente en sus manos, de ver correr su sangre hasta presenciar su último suspiro de horror y desesperación, de clavar sus dientes en la victima luego de también haberla violado y haberle introducido sádicamente espejos en los ojos.

Pero ahora mismo el Dragón estaba dormido. Dolarhyde llegó al aeropuerto desde Chicago, había sido un viaje corto pero cansado. Le cansaba más por el hecho de hacerlo huyendo de la ley. Pero era muy bueno ocultando su rostro a través de un buen disfraz. Además se las había apañado para conseguir falsificar su identidad y transferir todas sus cuentas bancarias. Ahora se encontraba en Boston, Dolarhyde lucía muy guapo y distinguido como usualmente gustaba vestir. Llevaba puesta una chamarra de cuero negro, camisa de algodón a cuadros y jeans sin deslavar. Con su sereno y cordial comportamiento aparente cualquiera pensaba que se trataba de una persona normal. Se detuvo un momento a pensar que la grandeza delDragón Rojo había venido junto con él hasta Boston. En ese momento pensaba en cómo debía continuar con su vida de ese modo, escapando de la justicia, iniciando una nueva vida, ocultando su verdadera identidad. Sus falsas identificaciones ahora le nombraban John Bateman. Debía también encontrar un nuevo lugar donde vivir. Tenía suficiente dinero para permanecer en esa estancia de todos modos.

Desde el otro lado del mundo, en Europa, Hector Dixon había despertado de su sueño por la mañana, amaneciendo en la gran cama de su lujosa habitación. A su lado había amanecido también un fornido hombre alfa que Dixon había contratado para tener sexo con él durante toda la noche. Era algo que con frecuentemente solicitaba, antes de conocer y liarse con Guillan. El hombre había sido muy buen amante sin duda y le había brindado una maravillosa noche llena de lujuria, de sexo desenfrenado, de sábanas mojadas. El rayo del sol matutino se adentraba entre la pequeña abertura de las largas cortinas. Dixon se levantó de su cama y aun estando desnudo se dirigió hasta la gaveta sin voltear atrás. Sacó de uno de los cajones una chequera y le hizo un buen pago al prostituto, al mismo tiempo que éste último terminaba de vestirse con su pantalón. Luego de firmar el cheque y sonreírle maliciosamente con su impecable y blanca dentadura Dixon le despidió con la misma frialdad con la que le había contactado la noche anterior. Tal vez si sus deseos carnales se lo pedían, pensaría en volver a contratarlo otra noche.

Luego de ducharse y tomar su desayuno, Dixon terminó de alistarse para dirigirse al nuevo llamado que le habían hecho. Un alto funcionario del gobierno le había llamado aquella mañana para contratarlo para asesinar a un traficante de metanfetaminas y cocaína que había amenazado con delatarle sobre sus actos corruptos. Además el traficante era también una importante figura pública que trabajaba dentro del gobierno británico que era protegido por otras personas de alto rango. Pero las cosas habían tensado y el funcionario que estaba deseando contratar los servicios de Dixon se había cansado de la situación decidiendo cortarla de tajo de esa forma tan sucia, mediante el asesinato premeditado. Sin duda se trataba de un ajuste de cuentas, cosa a la que Dixon ya se encontraba totalmente acostumbrado. Recibiría muy buena paga por el 'trabajo' y probablemente no le tomaría demasiado tiempo. El poderoso hombre del gobierno le había daría toda la información necesaria que debía necesitar Dixon para hacer el trabajo en discreción y rapidez. Dixon seguía siendo el segundo mejor asesino a sueldo dentro de esa mafia, superado sólo por un poco de insignificancia por Victor Maynard. Recordar que aquel estúpido todavía seguía superándolo le enfurecía. Pero llegaría un momento en que él mismo acabaría con el tal Victor, era el mayor propósito que Dixon seguía proponiéndose en ese momento.

Dixon se contactó de inmediato con sus secuaces y su cómplice principal Fabian se encargó de llevarlo en un lujoso auto. Dixon tenía varios autos lujosos y blindados, había pagado gran cantidad por ellos pero nunca se había atrevido a conducirlos él mismo. Para eso podía ordenar que alguien más lo hiciera por él, aunque a decir verdad le avergonzaba un poco decir que no le apetecía conducir porque tenía inseguridad propia en hacerlo. Afirmar eso resultaría patético tratándose de un peligroso y escurridizo asesino a sueldo como él.

Dixon y Fabian llegaron al edificio donde el poderoso político corrupto le había citado. Con total discreción llegaron a la recepción y subieron al elevador hasta un piso considerablemente alto. Al descender del elevador Dixon supo que era el piso 10 e ingresaron dentro de la gran oficina indicada. Al entrar los esperaba un corpulento hombre vestido de elegante traje negro y corbata fina sentado en un gran sofá reclinable con acabado en vinil negro. EL hombre sostenía una gran copa de coñac y le indicó a Dixon que tomara asiento frente a él. Luego le ordenó a una de sus asistentes servir un poco del mismo licor a Dixon y a Fabian y luego de las cordialidades el funcionario le explicó a Dixon cómo y dónde debía hacer su trabajo.

Luego de una jugosa negociación y de un inminente acuerdo mutuo, hubo un estrechón de manos para cerrar el trato. Dixon hizo lucir su lánguida y blanca sonrisa en señal de malicia.

—el idiota ese tendrá que estar dentro de un ataúd a más tardar el fin de semana, entendido? —dijo el político. Dixon volvió a sonreírle con malicia y dio un breve suspiro.

—de eso no tenga duda. Y le aseguro que será un trabajo limpio—expresó el rubio esbozando de nuevo su gran sonrisa.

Dolarhyde consiguió un buen apartamento donde vivir a partir de ahora en esta nueva vida clandestina. Con total sigilo y discreción fue poco a poco estableciéndose en su nuevo hogar. Los vecinos al verlo pensaron que se trataba de un hombre amable, aunque les resultó inevitablemente extraño el hecho que fuera demasiado serio y reservado. Para ese momento el rostro de Dolarhyde estaba plasmado en panfletos pegados sobre las paredes de las comisarias pero no en lugares locales.

Mientras tanto en Londres, Dixon descendió de su lujoso vehículo blindado en compañía de Fabian y subieron hasta la azotea de un edificio de modestos apartamentos. Estando desde lo alto apuntaron sus armas dotadas de miras telescópicas dirigidas hacia su objetivo que se presentaría justo en frente de un edificio de Gobierno que quedaba en frente del edificio donde Dixon y Fabian esperaban al acecho por su víctima. No pasó mucho tiempo hasta que el lujoso vehículo del político traficante se detuviera frente al edificio y descendiera el funcionario. Dixon y Fabian lo tenían todo calculado, sin embargo por un inesperado azar del destino, el funcionario se giró justamente en el momento en que la bala del fusil salía disparada, proyectándose contra el muro. El político salió totalmente ileso de aquello, en verdad nadie había resultado herido pero de inmediato tal acto delató la ubicación de Dixon y Fabian y decidieron salir huyendo lo antes posible antes de que la policía que resguardaba al funcionario los atrapara.

Dixon maldijo el desatino de la bala y maldijo también que el político estuviera tan grandemente protegido, era algo que quien lo había contratado no le había informado. No podía tampoco culpar a Fabian por lo sucedido, había sido mala suerte. Pero pronto pudieron ingresar a su auto blindado y salir huyendo sin dejar pista alguna.

—¿seguro que no los vieron? —preguntó molesto el hombre que les había asignado la misión. El hombre traía un puro en la boca.

—somos expertos en huir de la ley, señor—expresó Dixon con entereza.

—bien, te daré otra oportunidad, el tipo este huirá a los Estados Unidos. El atentado que tuvo hoy de parte de ustedes dos generó un escándalo y la policía ya está investigando, pero estoy totalmente seguro que mucho antes de encontrarlos a ustedes descubrirán toda la horda de crímenes que tiene el tipo en su haber, crímenes de todo tipo, desde lavado de dinero y tráfico de drogas hasta grandes e importantes fraudes dentro del parlamento. Antes de proseguir con la investigación del intento de atentado que hicieron hoy el muy cobarde huirá a América y ustedes le seguirán la pista. Aquí están todos los detalles. El detective que contraté ya me dio toda la información y ahora yo se las doy a ustedes- el hombre ceñudo dijo con tono áspero mientras arrojaba frente a ellos un sobre grande sobre el escritorio. Luego volvió a darle una calada a su puro.

Dixon sonrió lánguidamente y recogió el sobre del escritorio. Lo abrió cautelosamente y notó que además de notas y documentos en su interior se encontraban algunas fotografías.

Luego el hombre poderoso terminó de darles más indicaciones. En un par de horas Dixon ya se encontraba volando hacia los Estados Unidos de América en un jet privado de súper lujo que el hombre de poder le había asignado. Fabian no lo acompañaba, en su lugar le acompañaría el detective privado que le ayudaría a localizar al hombre en cuestión y que Dixon pudiera matarle en el momento indicado.

Luego de varias horas agotadoras de vuelo, Dixon llegó al aeropuerto de Nueva York para hacer escala hasta Boston. El hombre a quien se le había mandado asesinar no llegaría sino hasta varias horas después por lo que Dixon podía instalarse correctamente y preparar todo para hacerle una pequeña visita en cuanto el político corrupto llegara.

Dixon se encontraba sentado en su gran suite del hotel preparando su arma favorita con la cual perpetraría el asesinato. Era una preciosa pistola beretta 92 y ahora Dixon estaba limpiándola sutilmente con un paño. Pensar en que estaba por llegar el momento en usarla y disparar contra su victima le excitaba. Dominar las armas de fuego siempre le excitaba, pensar en la sangre y muerte de sus víctimas le excitaba aún más. Luego de limpiar el arma colocó minuciosamente el silenciador.

El detective le indicaría en que momento el político llegaría al hotel, al mismo hotel donde Dixon se hospedaba, de hecho sólo algunas habitaciones les separaban.

Cuando al fin el detective le dio la indicación Dixon salió sigilosa y discretamente de su suite. Era de madrugada y por ese motivo no había nadie que le viera. Además tendría que recorrer el punto ciego de las cámaras de seguridad, el detective le había indicado bien cómo. Al llegar Dixon tocó a la puerta del susodicho y cuando éste abrió Dixon con total frialdad le proporcionó tres disparos rápidos a quemarropa, sin darle siquiera tiempo al hombre de preguntarse quién diablos había osado llamar a su puerta a esas horas de la madrugada. El pobre infeliz había muerto instantáneamente y nadie notaría eso hasta el medio día siguiente cuando una de las camareras fuera a hacer el servicio de limpieza.

Dixon cerró la puerta de la suite dejando el cuerpo yaciendo inerte sobre el piso alfombrado. Entonces Dixon se dirigió a su habitación con total normalidad e hizo saber al detective que el trabajo había sido realizado con éxito. El pobre político ruin y corrupto ya no volvería a cometer fraudes nunca más y Dixon recibiría el resto de su ostentosa paga a su regreso a Londres. Se dio un relajante baño en la tina y luego se metió a la cama a dormir un poco. Pensó que era una verdadera lástima tener que abandonar tan buena suite temprano por la mañana.

Hacía tiempo que Dolarhyde no se detenía a leer los periódicos con la misma avidez con la que siempre lo había hecho habitualmente, por lo cual se había estado perdiendo de bastante noticias durante las últimas semanas en que había estado huyendo de la justicia y más propiamente desde que habían descubierto su verdadero rostro y su identidad. Ansiaba por saber qué tanto revuelo había causado el Dragón Rojo desde su enfrentamiento con Graham y si aún la noticia de la masacre se encontraba en una las primeras planas. Moría de ansias por saber qué tanto había estado escribiendo la prensa sobre él, si le habían dado todo el sensacionalismo que podía haberse desencadenado luego de comerse la obra de William Blake, luego de comerse a El Gran Dragón Rojo y la Mujer revestida en Sol. Su mente retorcida de psicópata no le hacía tener el más mínimo remordimiento por las victimas que había asesinado, de hecho les restaba tanta importancia que lo único que le importaba realmente era la opinión de la prensa por haberse comido al Dragón Rojo.

Dolarhyde se dirigió a la gran hemeroteca principal de la ciudad de Boston Herald. Desde el momento en que estuvo frente al lugar sintió una notable excitación que le apretó en los pantalones. Subió las escalinatas y luego de presentar su identificación (falsa) se adentró en el lugar, emocionado. Al entrar en el edificio quedó maravillado por las amplias estructuras de las que el edificio estaba formado y por la gran cantidad de estantes que aguardaban montones de diarios, lo mismo lo maravilló notar que resguardaban diarios muy antiguos de forma digitalizada al alcance de cualquiera. Por un momento se sintió curioso de revisar el antiguo material, de sentirse en un remoto pasado de mentes criminales pero luego pensó que lo mejor sería primero atender a su real propósito, echar un vistazo a los diarios más recientes, los diarios que hablaban de los crímenes perpetuados por el Dragón Rojo.

Solicitó algunos ejemplares del News York Times, del Chicago-Sun Times, del The Washington Post, del The Wall Street Journal, pero sobretodo de El Tattler fechados desde hacía un mes antes y mientras esperaba a que le atendieran notó sobre el escritorio de esa recepción que había un diario salido esa misma mañana. Le llamó demasiado la atención notar la nota de la primera plana "importante político británico fue brutalmente asesinado en su suite esta madrugada en Boston" La foto mostraba parte de la escena del crimen donde se descartaba lo grotesco y solo podían divisarse los pies descalzos, aunque ensangrentados, del occiso.

En ese momento la encargada se acercó para proporcionarle los diarios atrasados que había solicitado Dolarhyde tomándolo un poco por sorpresa mientras él no dejaba de mirar sobre el ejemplar con la noticia del día.

—disculpe, si no es mucha molestia ¿podría tomar este ejemplar un rato también? —pidió Dolarhyde. La mujer le sonrió cordialmente y asintió.

Dolarhyde tomó los diarios incluido ese nuevo y se sentó frente a uno de los escritorios asignados a los usuarios para poder leer en comodidad. Antes de revisar el resto de los diarios atrasados decidió comenzar por leer la noticia sobre el político británico cruelmente asesinado. Después de todo cualquier tipo de asesinato siempre le excitaba sobremanera, y entre más saña se hubiera perpetuado mejor para él. Leyó la primera columna que revelaba los datos más relevantes, el político había sido sorprendido en su propia lujosa suite de tipo presidencial y según los peritajes había ocurrido a primeras horas de la madrugada. No había testigos pero se había declarado que se sospechaba de un ajuste de cuentas pues además de encontrársele posesión de cocaína dentro de su habitación un reciente informe venido desde el Reino Unido había pedido por su captura. Pero eso era un tanto banal para Dolarhyde, lo que disfrutaba en gran medida era enterarse que la violenta muerte había sido causada por tres disparos a quemarropa de los cuales uno había destrozado su cráneo reduciéndolo a una masa aplastante y sanguinolenta dispersada por todo el piso. Si Dolarhyde hubiera podido ver la forma en que toda la sangre y masa encefálica había embadurnado los muebles más cercanos sin duda hubiera vuelto a despertar del todo sus oscuros instintos asesinos.

Se sintió grandemente emocionado en tanto más leía el artículo, por alguna extraña razón que ni él mismo pudo comprender sintió admiración por ese asesino desconocido. Ninguna pista de él decía el artículo del diario, ningún testigo, ningún sospechoso y claramente era un hecho aislado. Leyó una y otra vez la noticia de principio a fin y admiró en silencio las fotos que ahí relucían hasta que pasado un rato al fin salió de su embelesamiento y se dispuso a leer los otros diarios que le concernían.

Fue directo a leer el Tattler y comprobó que en efecto la prensa había estado hablando sobre él y su estado de fugitivo aunque a últimas fechas habían minimizado un poco la información. En alguno de los artículos notó que habían hecho todo un perfil psicológico sobre él contemplando que su conducta desquiciada se originaba por su propia frustración sexual seguramente debido a su infancia, habían ahondando en ello bajo algún tipo de investigación o quizá solo lo inferían pero de cualquier forma fue algo que molestó sobremanera a Dolarhyde, ¿qué mierda podrían saber ellos? Entonces decidió de una vez lo que había estado aguardando en un latente rincón de su psique, el hecho de que el Dragón Rojo debía regresar, debía darles una buena lección, debía demostrarles quien era el más poderoso, debía demostrarles que ahora que él y el Dragón Rojo eran uno mismo, sus poderes eran invencibles. Ni siquiera Hannibal Lecter podría ser mejor que él esta vez.

En ese momento en que recordó al Doctor Hannibal Lecter y la admiración que le había tenido desde el momento en que leyó que él había sido el autor de terribles asesinatos que habían terminado implicando sobretodo la antropofagia, recordó lo mucho que le había admirado desde el momento en que supo la saña con la que Lecter se caracterizaba por asesinar a sus víctimas y volverlas una burda obra onírica de su propia mórbida satisfacción, a los ojos de cualquiera todo aquello resultaba por de más repugnante nombrar a cada uno de sus asesinatos y su modus operandi como obra de arte, pero para una mente psicópata y retorcida como la de Dolarhyde resultaba ser justamente eso, arte, arte tan admirable como el de Blake o Rembrandt, arte tan influenciable como el de Monet o Caravaggio.

Pensó que también no se había detenido a pensar en el Doctor Lecter desde hacía tiempo a pesar de que Lecter le había facilitado la localización de Graham. El Doctor Hannibal Lecter, el psiquiatra caníbal, la mente maestra psicópata. Sin duda un día tendría que conocerlo en persona. Dolarhyde esperaba que eso pudiera ocurrir pronto, tenía que estar en frente de él para rendirle su admiración y hacerle saber que ahora tenía el poder absoluto del dragón rojo.

Pasó un largo rato leyendo los diarios, minuciosamente enfocado por su puesto en cada una de las notas que hablaban sobre él, sobre el dragón rojo, sobre el antes burdamente conocido Tooth Fairy, forma ridículamente peyorativa en que los estúpidos sensacionalistas le habían nombrado en principio, hasta el momento en que había asesinado a Freddie Lounds mostrándoles así el absoluto domino del dragón rojo.

El tiempo se le pasó leyendo y sin darse cuenta la noche le sorprendió, en menos de media hora el lugar cerraría sus actividades y sus puertas por lo que decidió entregar de vuelta los diarios que le habían prestado. Se dirigió a la recepción con paso normal y los diarios apilados en sus manos y fue justo al llegar al escritorio de la recepción que divisó que un hombre de corta estatura leía con sumo interés otro ejemplar del mismo diario de ese día, aquel diario que dictaba en primera plana el asesinato del político corrupto y traficante británico que había ocurrido en esa misma ciudad de Boston esa madrugada. Dolarhyde se acercó con la intención de dejar los diarios sobre el mueble aunque no quitó la vista de encima de aquel individuo quien continuaba leyendo una y otra vez el encabezado del diario pero más que leer con interés Dolarhyde pudo notar en un momento que el individuo sonrió de lado en forma burlona. Ese mismo hombre era Dixon, el asesino a sueldo encargado de tan sucia misión de terminar con la vida del funcionario británico.

—vengo a devolver estos diarios, muchas gracias por su permisión—expresó Dolarhyde a la encargada. Al escuchar su voz, el hombre que estaba leyendo el diario alzó la vista hacia él. Dixon se quedó un tanto impactado y su atención sobre el diario se perdió, ahora estaba enfocado en mirar el perfil de Dolarhyde. No le resultaba para nada un rostro familiar, ni siquiera era un rostro que antes hubiera imaginado, pero era un hombre que le atrajo de inmediato y Dixon no pudo evitar sentir emoción ante ello. Se sonrió maliciosamente para sí mismo, pero Dolarhyde seguía sin mirarlo, él por su parte seguía ocupado en terminar de devolver los diarios a la persona encargada. Dixon entonces se relamió los labios, en el breve lapso en que había divisado a Dolarhyde pasaron por su mente una ráfaga de deseos pecaminosos. El hombre era su tipo, Dolarhyde era su tipo, el tipo de hombre que gustaba tener en su cama, bastante más alto que él y hercúleo, de semblante serio y de porte alfa. Dixon no desaprovecharía la oportunidad para acercársele, para presentarse ante él e intentar persuadirle de estar más a solas y desde luego para después ofrecerle una buena paga para que tuvieran sexo en un hotel. Dixon se relamió aún más los labios al escuchar de nuevo la cavernosa voz de aquel macho alfa. Con sigilo se acercó a él y entonces Dolarhyde lo volteó a ver luego de terminar de devolver los diarios. Ninguno de los dos podía haberse imaginado en ese momento que ambos eran asesinos, ambos de métodos potencialmente peligrosos, ninguno de los dos podía haberse imaginado que ambos compartían el gusto por la sangre cruelmente derramada por inocentes y que en una u otra forma tenían sentimientos retorcidos. No pasaría mucho tiempo para que ambos lo descubrieran.

Dolarhyde le miró a los ojos, supo que antes no había visto unos ojos con una mirada grisácea tan profunda e intimidante como esa mientras al mismo tiempo Dixon conocía por primera vez la azulina mirada de Dolarhyde, era una mirada serena pero que le provocaba totalmente al deseo, una mirada de alfa, una mirada celeste que ocultaba profundos secretos. Dolarhyde sería suyo, estaría teniendo sexo en lo ancho de su cama esa misma noche. Dixon tenía la total voluntad ególatra de hacer que cualquiera que le gustase terminara por cogerlo, por ser parte de su juego sexual y de sus recónditas fantasías. Era soberbio. Se acercó más a Dolarhyde sin dejar de mirarlo seductoramente en la cercanía de invadir su espacio personal posó una de sus enguantadas manos muy sutilmente y de forma fugaz sobre su pecho, sobre su camisa que ni siquiera estaba desabotonada pero que desde ya Dixon estaba imaginando desvestir. Dolarhyde se quedó un poco dubitativo, contrario a Dixon no había considerado siquiera el tener sexo con él pero en su inconsciente Dixon también le atraía, para su total extrañeza. Y ese cabello rubio estaba casi por volverlo loco, deseó por un instante poder tocarlo y entonces Dolarhyde alzó una de sus manos dubitativamente casi con la intención de hacerlo pero se detuvo.

Dixon captó esa pequeña intención y eso le gustó. Dolarhyde se inquietó un poco y se puso más serio pero por el contrario Dixon le sonrió ampliamente, mostrando en el acto su blanca y perfecta sonrisa. En ese momento Dolarhyde quedó anonadado para sus adentros, la sonrisa de Dixon le había parecido perfecta, excelsa, irresistible, le había impactado. De cualquier forma siempre había tenido el extraño fetiche por los dientes, era el Tooth Fairy, era el Dragón Rojo, las dentaduras eran algo de lo cual no podía evitar sentir afición.

—hola—masculló al fin Dixon rompiendo el tenso silencio.

—hola—respondió Dolarhyde con suavizada voz grave y salió al fin un poco de su embelesamiento y le sonrió también. En ese momento Dixon se dio cuenta de la pequeña cicatriz que Dolarhyde tenía sobre su labio superior, pero no le restaba galanura de ninguna manera —¿puedo ayudarte en algo? —preguntó. Dixon volvió a sonreír.

—si, en realidad soy extranjero y no conozco mucho de este lugar y bueno, no conozco de la ciudad en particular—expresó Dixon

—ya veo, pude notar en ti un aire europeo…además noté también que estabas leyendo el periódico que salió esta mañana—dijo Dolarhyde.

—sí, efectivamente…entonces ¿me ayudarás o no? —dijo Dixon coquetamente risible, no podía dejar de mirarlo y tampoco deseaba hacerlo.

—puedo hacerlo pero temo que eso tendrá que ser mañana pues hoy como ves están por cerrar el lugar—dijo Dolarhyde secamente.

—okay de acuerdo, pero de todas formas aún puedes mostrarme un poco de la ciudad ¿no? —indicó Dixon haciendo cierta énfasis en su acento británico.

—no tengo inconveniente, además me agradan los británicos—expresó Dolarhyde susurrante. Dixon se emocionó.

—oh ¡supiste que soy británico!—dijo Dixon fingiendo sorpresa.

—ahora entiendo por qué estabas tan interesado leyendo ese artículo de primera plana.

—cierto, he quedado consternado. No es muy agradable enterarse de esas noticias cuando estoy lejos de mi país…—dijo Dixon con simulada congoja— pero bueno, a mí me agradan los tipos como tú, así que vamos fuera—volvió a esbozar una amplia sonrisa maliciosa. Cada uno tomó sus pertenencias, Dixon un fino portafolios y Dolarhyde una pequeña maleta de mano, y salieron del lugar.

Al estar fuera la noche ya estaba en su totalidad oscura y frente a ellos brillaban las luces nocturnas de la ciudad provenientes de los altos edificios y de los numerosos autos.

—podríamos a ir a alguna cafetería…¡o tal vez prefieras un trago?— sugirió Dixon con audacia. Dolarhyde le sonrío.

—me gustaría el trago, me vendría bien—respondió Dolarhyde sin dejar de sonreírle.

—a mí también. ¿Sugieres algún sitio? Oh es cierto, es tu misión mostrarme esta concurrida ciudad—dijo Dixon provocativo.

—Bueno lo cierto es que yo no soy oriundo de este lugar, de hecho recién acabo de llegar a establecerme aquí hace algunas semanas—confesó Dolarhyde.

—ya veo, eso suena aún más interesante. Podríamos entonces conocer la ciudad juntos…aunque ¿por qué no mejor ahora te invito a tomar ese trago en mi suite? El hotel donde estoy hospedado no queda muy lejos de aquí—expresó Dixon condescendiente.

Dolarhyde se sintió mucho más intrigado y a la vez entusiasmado por conocer más del rubio misterioso, su excitación paulatinamente iba incrementando aunque aún no lograba comprender por qué. Pero le estaba gustando ese juego misterioso de preguntas que se hacían uno sobre el otro que estaban teniendo para empezar a conocerse.

—Oh, así que una suite…—dijo Dolarhyde con voz suave aunque aún en ese tono a Dixon le pareció de lo más varonil, totalmente alfa, sentía una extraña emoción recorrer su cuerpo de tan solo escucharlo. Pronto lo tendría en su cama, seguía pensando.

—mi suite es bastante amplia y puedo ordenar que nos traigan una buena botella de vino, de vodka, de ginebra, de lo que desees—dijo Dixon sugerentemente sexy en su voz.

—eso quiere decir que eres un tipo adinerado—musitó Dolarhyde.

—más que eso poderoso…oye pero bueno, creo que hemos estado intimando demasiado en pasar una buena noche juntos pero ni siquiera hemos averiguado nuestros nombres. ¿Cuál es tu nombre? —inquirió el rubio.

—Tienes razón, estaba pensando justamente en lo mismo. Bien, mi nombre es…John Bateman—expresó Francis dubitativo, no podía revelarle su verdadero nombre ni de broma. Dixon era un completo desconocido para él.

—oh…es un gran nombre, me gusta—dijo Dixon sinceramente, no desconfió de Dolarhyde ni un momento.

—y ¿cuál es el tuyo? —inquirió curioso.

—Hector Dixon, ese es mi nombre—respondió sonriendo lánguidamente.

—También me gusta—Dolarhyde le sonrió, Dixon divisó en esa sonrisa suya mucha seducción.

Después de terminar de presentarse Dixon ordenó por un taxi que les llevara a ambos al lujoso hotel donde Dixon se estaba hospedando, que no era el mismo donde la noche anterior había perpetrado el asesinato. Subieron por el elevador hasta la gran suite de Dixon y estando ahí ordenó el servicio a la habitación para que le llevaran un par de botellas de ginebra. Durante todo el trayecto ambos estuvieron inquiriendo con curiosidad para saber uno del otro. Parecía que efectivamente estaba habiendo una gran atracción mutua, aun cuando todavía ninguno de los dos se había atrevido siquiera a dar indicios sobre sus verdaderos cometidos, sobre esa oscura y sádica vida criminal que habían decidido llevar.

Dolarhyde estuvo admirando también la amplia y lujosa suite de Dixon, todo ese lujo estaba disponible para él, fue entonces cuando Dolarhyde se atrevió a preguntar si Dixon era un hombre casado o soltero. Dixon, que estaba sirviendo en ese momento un par de copas con ginebra para ambos le sonrió maliciosamente risible.

—no, soy un hombre totalmente solo, estoy disponible…—sonrió con su gran blanca sonrisa. Esa sonrisa, inmaculada, perfecta, que le incitaba a Dolarhyde sobremanera, esa sonrisa perfecta que poco a poco le provocaba el impulso de tenerla, de hacer algo con esa dentadura, su mente inevitablemente comenzó a maquinar algunas ideas retorcidas que borrosamente se proyectaban en su inconsciencia. Oscuros y extraños impulsos. Nunca antes había sentido esta mezcla de excitación porque también cayó en la cuenta de que no eran sólo instintos asesinos los que estaban brotando, era algo más. Tal vez la atracción que le provocaba era a causa de que Dixon también era un asesino como él, alguien no veía el valor mínimo por la vida ajena. Pero eso Dolarhyde aún no lo sabía.

Dixon extendió una de las copas para alcanzársela a Dolarhyde, o más bien John Bateman. Dixon no dejaba de pensar lo bien que sonaba su nombre, un nombre tan masculino que le quedaba perfecto. Le sonrió de nuevo cuando al alcanzar Dolarhyde la copa que le estaba dando Dixon pudo sentir un sutil y leve roce de sus manos. Estaban inmersos ambos en la coquetería, en el cortejo sexual, aunque Dolarhyde no lo admitiera.

—espero que te guste este trago—farfulló Dixon y se sentó a su lado.

—así que eres un hombre libre—musitó Dolarhyde—me pregunto por qué razón alguien como tú puede estar solo…es decir…

En ese momento Dixon le interrumpió con su risa burlona.

—y qué hay de ti? Un tipo como tú debe tener familia—Dixon bebió un trago de su copa, sin quitar la mirada de encima de quien sería su nueva víctima sexual de la noche, de Dolarhyde.

—No, en realidad no tengo a nadie en este mundo….—Dolarhyde bebió también de su copa y se encogió un poco de hombros.

No ahondaron más en ese tema pero ambos estuvieron conversando durante un largo rato más sobre muchas otras cosas, consumiendo copa tras copa hasta que la charla se amenizó aún más dando paso a algunas satíricas bromas. Entre más pasaba el tiempo y entre más entraba el alcohol dentro de su torrente sanguíneo, Dixon se sentía mucho más atraído por Dolarhyde. Su mente no dejaba de fantasear con toquetear ya cada uno de sus músculos, que eran notables aún sobre esa camisa que vestía, sin duda la figura de Dolarhyde denotaba el perfecto cuerpo atlético que tenía. Era el tipo de alfa que más le apetecía llevar a su cama. Mientras hablaba con él Dixon no podía dejar de imaginarse siendo tomado por él con toda la lujuria.

Decidió que era momento de acelerar las cosas, aún más de lo que ya se lo había propuesto. Y Dolarhyde también se encontraba un poco consumido por el alcohol así que sería mucho más fácil proponérselo desde ese momento, declararle a Dolarhyde cuál era su verdadero propósito de haberle hecho entrar en su suite y ofrecerle de una vez una buena paga por ello.

Además aunque Dixon no estaba completamente seguro, Dolarhyde también se estaba sintiendo cada vez más provocado por él.

—bueno, John…—expresó Dixon nombrándolo por su falso nombre—¿sabes? He pasado una velada maravillosa, sumamente amena contigo hoy pero no quiero seguir postergando más esto, te diré cuál es mi propósito de haberte traído esta noche a mi suite—musitó con sensualidad mientras se acercaba a Dolarhyde, de pronto posó una de sus manos sobre su ingle amenazante con tocar más allá. Dolarhyde sonrió con extrañeza maliciosa, no podía negar que la osadía de Dixon le gustaba, o quizá era causa del alcohol.

—dime—musitó Dolarhyde con su grave y masculina voz cavernosa. Dixon volvió a sentirse terriblemente excitado al escucharlo.

—¿Sabes que podríamos pasarla mucho mejor de lo que hemos estado haciéndolo toda la noche? —declaró Dixon con audacia. Dolarhyde le sonrió, aunque aún no captaba bien el mensaje pues a pesar de la atracción que estaba sintiendo no había considerado meterse con un hombre así que no tenía ni recóndita idea. Dolarhyde dudó un poco antes de responder.

—¿de qué manera? —preguntó Dolarhyde un tanto ingenuo. Dixon rio un poco ante ello y entonces decidió llevar las cosas más lejos y de pronto dirigió su mano hacia el miembro de Dolarhyde, apretándolo con descaro, sintiendo al fin todo el bulto de su hombría entre sus dedos, con aquel tacto pudo sentir que estaba bastante bien dotado lo cual había esperado de un hombre tan prominente y corpulento como era. Al sentir la mano de Dixon más que tocando estrechándole el miembro sobre la ropa Dolarhyde se estremeció un poco con extrañeza pero no pudo evitar un inmediato y perverso placer, hacía mucho que nadie lo hacía, desde Reba nadie le había tocado así y su cuerpo reaccionó, pronto se le endurecería.

Dixon continuó toqueteándolo mientras le miraba a los ojos al tiempo que esbozaba su reconocida sonrisa.

—¿qué diablos haces? —preguntó Dolarhyde intentando no soltar una risa nerviosa, porque ciertamente no le estaba desagradando.

—a esto es a lo que me refiero—dijo Dixon al fin—tengamos sexo esta noche, ¿qué te parece? Puedo ofrecerte una buena paga—Dixon se relamió los labios, no dejaba de estrujar la hombría viril de Dolarhyde, sintió como el miembro se le endurecía y aunque no se notara el suyo ya lo estaba.

—no soy el tipo de homosexual que se acuesta con hombres—declaró Dolarhyde directamente, pero Dixon seguía apretujándole el miembro y cada vez se volvía más placentero.

—sólo será esta noche—dijo Dixon con voz ronca—me gustas demasiado y quiero que me tomes, que me metas tu gran polla con brutalidad, me gusta el sexo duro y tú eres un perfecto macho alfa. Te quiero en mi cama, esta noche, ahora—dijo Dixon mayormente excitado y en ese momento apretó con más rudeza el ya estimulado miembro de Dolarhyde.

Dolarhyde no pudo evitar dar un respingo ante el brusco apretón, el pantalón comenzó a apretarle aún más que la atrevida mano de Dixon, necesitaba abrirse la cremallera para liberarse de la infernal tensión. El respingo que había emitido pronto se convirtió en gemido de placer.

—¿O es que acaso no puedes? ¿No tienes la potencia que requiero? ¿La potencia que veo en ti? Eres incapaz de satisfa…—Dixon quería provocarlo a como diera lugar pero no pudo terminar la frase porque repentinamente Dolarhyde se levantó con rudeza al escuchar eso, al sentirse completamente desafiado, retado, y se abalanzó sobre él mirándolo con cruda severidad, agresivo, ceñudo. Dixon quedó estupefacto ante ello, aquel macho alfa que tanto le gustaba se había transformado en un sujeto bestial, salvaje…y eso le gustaba mucho más. Ahora le tenía sobre él, en el largo sofá forrado de fino vinil. Siguió perdido bajo la inminente mirada austera de Dolarhyde amenazante y le sonrió maliciosamente pero justo cuando estaba a punto de acariciar su mejilla, Dolarhyde le levantó con toda su fuerza vigorosa y como si Dixon no pesara nada, Dolarhyde le tomó entre sus brazos y le llevó rápidamente sobre la gran cama.

Dolarhyde le desvistió con salvajismo en un total arrebato de pasión desenfrenada, después de todo el Dragón Rojo era el responsable de entregarle toda su fuerza y vitalidad. Se sentía mucho más potente que nunca. Dixon se dejó llevar, casi sin poder hacer nada, además lo estaba disfrutando. A Dixon siempre le había gustado el sadomasoquismo. Y en cuanto se vieron completamente desnudos los dos Dolarhyde se paró entre sus piernas, amenazante con su gran y endurecido miembro erecto apuntado a su entrada, y sin vacilación le penetró.

Dixon sintió el dolor de la invasión repentina, por suerte era tan satiriaco, tan sediento de sexo que se había lubricado él mismo desde antes, lo había hecho desde el momento en que había hecho ingresar a Dolarhyde a su suite. Lo había hecho porque no deseaba desperdiciar ningún momento.

Con la total facilidad de su fuerza física, Dolarhyde le penetró hasta el fondo y comenzó a darle fuertes y rápidas estocadas sin parar. Dixon no había sentido algo similar a eso en mucho tiempo, sin duda estaba demasiado bien dotado y lo estaba disfrutando demasiado. Dolarhyde le estaba dominando totalmente. El éxtasis invadió totalmente sus sentidos, su consciencia, la dominación de su propio cuerpo. Dixon gimió hasta sentirse afónico. Estaba siendo penetrado por el macho alfa, por el Dragón Rojo. Había conseguido su cometido.

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Nota final: Bien espero que les haya gustado este primer capítulo el cual resultó sádico, violento e intenso :)
Antes que nada quiero agradecer a mi querida Raquel Watson por ayudarme con las ideas para poder entrelazar bien el primer libro de esta saga original de Thomas Harris con la serie actualmente adaptada de Bryan Fuller y a su vez liarla también con Wild Target.
En realidad lo comencé a escribir desde hace varios meses pero no había decidido terminarlo y publicarlo hasta ahora. Pretendo que sea demasiado intenso, con fuertes situaciones gráficas, algunas serán grotescas y habrá bastante sexo duro y puro :v
Por eso he dado la advertencia desde ahora ;)
Pero en ocasiones habrá oportunidad para un poco de fluff también.
Espero poder actualizar pronto, también quiero decir que en este fic se incluirá Hannigram en capítulos futuros.