Bueno. Me acerco a este fandom por primera vez con toda la humildad posible. Pero es lo que suele pasar, te enamoras de una serie, y se te ocurren millones de ideas para escribir xD.
Espero que os guste a los lectores.
1. Tomás Moro & Cardenal Wolsey
Fuera, caía la noche. Las estancias del cardenal Wolsey parecían sumidas en una atmósfera de calma tensa, falsa, espesa. Quizá contribuyese a ello la tenue luz del fuego o los pesados tejidos de las cortinas, el rojo asfixiante. O el silencio en que se encontraban los dos hombres, incapaces de hablar con el convencimiento necesario para hacer creer al otro que las cosas mejorarían.
Tomás Moro querría haber regresado a casa, con su familia. Ellos, sólo ellos lograrían quitarle de encima el peso oscuro del miedo y la incertidumbre. Se habrían sentado todos juntos y habrían rezado por la salud y el alma del rey. En los rostros de sus hijos podría haber visto la devoción sincera, la esperanza que solamente podía reflejarse en los ojos de alguien tan joven, y allí, con el apoyo de los suyos, tendría la seguridad de que sus oraciones estaban siendo escuchadas. Se removió en el asiento, inquieto. Era un hombre del que se podían predicar muchas virtudes, entre ellas la de la templanza, pero en ese momento estaba a punto de perderla. No podía contener todas las ideas que rondaban su cabeza, las nefastas consecuencias que podría tener la muerte del rey, solamente esforzarse en apartarlas y confiar en que todo saldría bien.
Observó a Wolsey, que tenía bastantes más dificultades que él para disimular sus temores y su nerviosismo. De pie junto a la ventana, el cardenal permanecía concentrado, seguramente en las mismas ideas. Miraba hacia fuera, pero no veía nada más que las imágenes del futuro que parecían proyectarse ante sus ojos, a modo de funesta premonición.
Funesta, sí. Porque no estaba pensando en nada bueno.
Moro suspiró. Al fin y al cabo, un hombre siempre debía ofrecerle a otro su apoyo, cuando este no pudiera sostenerse por sí mismo.
-Calmaos, Eminencia.- enunció en su mejor tono tranquilizador.- El rey es un hombre joven, fuerte. Se recuperará.
Wolsey se mordía la preocupación, el rictus demostrando las tribulaciones que estaban teniendo lugar en su mente.
-¿Y si no lo hace?- dejó caer, aventurando la terrible posibilidad.
Se apartó de la ventana, dirigiéndose hacia la larga mesa y el asiento que ocupaba Moro. Se le veía agotado, y al mismo tiempo, guiado por esa fuerza que sólo emerge en las situaciones más desesperadas. Y asustado. Tenía miedo, por supuesto. Sin el rey, perdería todos sus privilegios. Ante la mayoría de los ojos de la corte, Wolsey era un arribista. Un hombre de pasado turbio que sólo había conseguido la influencia que quería ejercer en el Estado remontando la escala de la Iglesia. Eso hacía que hubiera perdido los favores de unos, y sus relaciones con los franceses (rumoreadas, no confirmadas, pero que inundaban los susurros de medio Londres) habían puesto a otros en su contra. Su amistad con el rey, el hecho de que el monarca confiase en él, era lo único que le mantenía a salvo.
-Si muere ahora, lo hará sin descendencia.- constató.- ¿Quién ocuparía el trono? No estamos preparados para una guerra civil. Bastante tuvimos con Buckingham...
Esbozó una sonrisa, torcida, débil, irónica. A qué jugaba Dios, a veces.
-Qué fácil lo habría tenido ahora.
-En todo caso, Eminencia, me temo que el punto álgido de la preocupación no es precisamente el momento para tomar decisiones.- Moro intentó ser de nuevo la presa que contuviese el caudal de sus miedos.- Los médicos están con él. Tenemos que confiar en la ciencia y en Dios.
En su fuero interno, pensaba que quizá esto tenía sentido. Que en el ajedrez del avenir, ningún movimiento se realizaba al azar, sino como una partida perfectamente razonada. Tenía la esperanza de que el rey se recuperaría, y que de algún modo esta experiencia le ayudaría a convertirse en mejor persona y mejor guía de un estado. Que le haría reflexionar y apaciguaría su impulsividad, que le ayudaría a dar mayor valor a su vida y a su salud, comprender la importancia del papel que ocupaba al frente de Inglaterra y al mismo tiempo, la fragilidad de un solo hombre. Esperanzas, sí. Utopías... tal vez. Pero al fin y al cabo, el hombre debe desear alcanzar la utopía más perfecta, esforzarse para lograrla, puesto que sólo eso lo lleva a mejorar, tanto a él como al mundo que organiza con sus manos.
¿Tan difícil era eso? ¿Tan costoso era esforzarse en mejorar, en potenciar lo bueno, sabio y prudente que existía en uno mismo? ¿Se podía vender todo, incluso la propia imagen que se tenía de uno mismo? ¿Merecía la pena ensuciarse para conseguir poder? No es que fuese el caso que ocupaba al rey. El rey era joven y a veces, se dejaba guiar demasiado por sus deseos y sus emociones, pero él no tenía que ensuciarse por el poder. Era él mismo, Tomás Moro, el que sin querer también temía por su futuro, ante unos hombres que le consideraban un mojigato, un escritor de cuentos para niños y mujeres, esclavo de su moral. Él, como Wolsey, también temía caer en desgracia sin la protección del monarca, que aunque a veces se burlase de su integridad y de sus férreos principios, le respetaba.
Respiró hondo ante el silencio del Cardenal, que había vuelto a hundirse en sus pensamientos, tras dirigirle una última mirada, y sin querer, pensó en aquella conversación. Lo único a lo que no podía renunciar era a su integridad. Y eso, como ya había demostrado la Historia, le haría caer en desgracia, tarde o temprano. Como a tantos otros antes que él.
TBC.
