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LUZ DE DÍA


I

Queda, que poco queda, de nuestro amor apenas queda nada,
apenas mil palabras quedan. Queda sólo el silencio que hace estallar
la noche fría y larga, la noche que no acaba… Queda…

-Jeanette (intérprete, 1981)

Esa mañana Mei se había levantado por un desagradable olor que emergía de la cocina. Giró el rostro y no le sorprendió el no ver a Kazuya a su lado. Ya no podía recordar cuándo había sido la última vez que lo había abrazado al anochecer…

—Kazuya, ¿se ha quemado algo? —cuestionó rascándose la cabeza y caminando hacia la cocina.

El cátcher estaba ahí, frente al sartén y con un gesto de incomodidad.

—Sí, unos huevos. Nada preocupante, vuelve a la cama —respondió. Mei estiró el brazo para abrir la ventana.

Mirando a los transeúntes en la calle, apenas unos cuantos, pensó en que Kazuya no permitía que ninguno de sus platillos, por simple que fuera, se quemara. Trató de hacer el comentario, mas tal vez se detuvo al creer que no había sentido en esas palabras. Quizá Kazuya había cambiado, pero él no lo había notado.

—¿Tienes entrenamiento hoy, Mei? —cuestionó Kazuya dejando la sartén a un lado. El pitcher lo miró unos segundos y luego desvió la vista hacia la ventana, nuevamente.

—Sí, hoy me toca lanzar.

—Uhm. Nos vemos en la noche, entonces —dijo Kazuya tras unos segundos.

Suspiró con pesadez. Sus manos se recargaron en el desayunador.

—Me iré antes, pasaré por un desayuno en el camino. Aún puedes hacerte otros huevos, solo lava el sartén.

Mei asintió sin mirarlo. Kazuya pasó a su lado, ya sin un beso de despedida, ya sin una caricia amorosa, ya sin nada. ¿Cómo habían llegado a eso?

.

La reflexión no había empezado esa mañana ni por esos huevos quemados. En realidad, ambos llevaban un tiempo pensando en qué había sucedido con ellos, con su vida, con sus sentimientos y esas risas compartidas. Después de siete años de relación… ¿dónde se habían perdido? ¿Cómo era que ya no podían mirarse a los ojos?

—Esto no va a funcionar más, Kazuya. —soltó Mei durante la cena, esa noche.

Como ya sucedía desde meses atrás, la cena en pareja era un simple protocolo que realizaban a las diez de la noche. Se procuraba preguntar sobre el día del otro y luego se terminaba la conversación con un comentario llano. Luego, se comía en silencio y se agradecía por la comida.

Y, por primera vez en todo el día, Kazuya alzó la mirada hacia los ojos de Mei. No podían ocultarlo, no había una señal en sus expresiones, en nada, que indicara lo contrario. No había nada que los detuviera, que los retuviera.

—Te refieres a nuestra relación, ¿cierto? —cuestionó Kazuya. En su voz no había súplica o perdón.

—Sí —contestó Mei dejando a un lado su plato vacío—. Tal vez nos apresuramos un poco.

Kazuya bajó la mirada. Si hubiera algún motivo, le reclamaría que, en primer lugar, había sido él quien había insistido en vivir juntos justo después de graduarse de la preparatoria. Pero ya no había nada más que reclamar.

—Tal vez —concordó antes de darle un último sorbo a su vaso.

—Accediste sin quejas. ¿Podría haber alguien más? —inquirió Mei, a sabiendas de la respuesta.

No, Mei ya conocía las expresiones, las palabras y las miradas que Kazuya dejaba ver cuando estaba enamorado. Si algo le quedaba de esa relación, era el recuerdo de sus sonrisas matutinas y de sus bromas en la noche. Todos esos detalles que hacían única su relación, indescriptible, indescifrable… Perfecta… Tal vez demasiado perfecta…

—No. ¿Y tú?

Mei suspiró; Kazuya lo miró.

—Nadie en específico, pero… —Lo pensó un momento y chasqueó la lengua— No lo sé, Kazuya, quizá necesito otro tipo de vida.

Kazuya asintió. Por supuesto: Mei siempre había hablado sobre sus anhelos de ser padre. Si lo pensaba bien, las señales habían estado ahí desde el principio. Tal vez, la realidad siempre había estado mirándolo a los ojos: ellos no podían ser.

—Entiendo, eso puede funcionar bien.

—Sí, eso creo —concedió antes de mirar su celular—. Oh, hoy es 22 de febrero —comentó.

—Sí, lo sé —respondió Kazuya, sin comprender la importancia de la fecha.

—Hoy era nuestro aniversario… —susurró Mei, apenas dejando que su voz se escuchara.

—Ah…

Ya era suficiente.

.

Durante los últimos años, la acerería Miyuki había crecido de una forma considerable. Su dueño, Toku Miyuki, había conseguido varios buenos socios que habían apoyado una nueva sucursal al oeste de Tokio y una más en el centro. El hombre aún vivía en la misma pequeña casa donde crió a su hijo; la habitación de éste permanecía casi intacta, pues había prometido tenerla preparada por si algún día necesitaba regresar.

El amor era hermoso, lo sabía; mas también podía doler mucho, también lo sabía.

Así que ese día, en el que vio a su hijo estacionarse frente a la acerería, supo de qué se trataba; le dio algunas indicaciones a su nuevo asistente, y salió a recibir a Kazuya. Había traído su coche, eso no era nada extraño; lo inusual estaba en su mirada, cansada, vacía, como si algo le faltara… Había visto tantas veces esa mirada en el espejo.

—Así que regresaste. —Le dijo a su hijo mientras éste bajaba con una maleta al hombro. Kazuya apenas asintió— ¿Peleaste con Mei?

Kazuya se mordió el labio y negó con la cabeza.

—No, en realidad fue algo consensual. Él y yo… Ya no hay más.

Toku asintió lentamente.

—¿Tiene a alguien más?

—No, aún no. Pero él dijo… Tal vez encuentre a alguien que le dé una familia. Está bien, supongo.

—Sí —contestó Toku. Kazuya se pasó una mano por el cabello y suspiró.

—Mira, en un inicio todo iba muy bien: él y yo discutíamos durante el primer año y luego todo se acopló. Yo… Tal vez somos demasiado perfectos el uno para el otro y eso nos llevó a la monotonía. No sé cuándo fue la última vez que vimos una película juntos. —Se sacudió el cabello— No fue su culpa. No hay un culpable, solo… Ya no.

—Uhm. Tal vez solo necesiten un tiempo para pensarlo —sugirió Toku. Kazuya sonrió con ironía.

—Tal vez… O tal vez necesitemos otra vida para vivirnos.

Toku asintió una vez más. Nunca se había metido en las decisiones de su hijo ni en sus posturas; extrañamente, Kazuya siempre conseguía mantener la sensatez que a él le había faltado para criarlo. Kazuya en realidad, pocas veces lo necesitó de verdad. Sin embargo, en ese momento, Toku sabía que Kazuya no podría necesitar a nadie más que a él.

—Hay estofado en la cocina, creo que tienes hambre —comentó acomodándose las gafas. Kazuya le sonrió.

—¿Estofado? ¿De qué me he perdido, acaso aprendiste a cocinar?

—Bueno, he tenido bastante tiempo libre desde que contraté un poco de personal extra. Me venía bien un curso para dejar de comprar enlatados.

—Sí, estoy de acuerdo. Aún es un misterio cómo es que tu hígado ha aguantado todo eso —bromeó. Toku volvió a asentir—. Te estaré esperando para cenar. Estaré aquí unos días en lo que consigo algo cerca del estadio; quizá deje algunas recetas para ti, estudiante de chef.

—No seas muy severo. Estaré contigo en unos minutos.

Kazuya rió y entró a la casa. El pecho le dolía, las piernas le pesaban, sentía la necesidad de cerrar los ojos… Pero no quería, no había razón para llorar.

—En otra vida… —susurró.

En ésta, no; no nos toca decirnos 'te quiero' ni cuidar lo poco de dinero que ha quedado en el cajón.
En ésta, no; aunque duela tanto aceptarlo y me quede con ganas de dar lo que me quema el corazón.
En ésta, no; nuestra historia nunca comenzó.

Tal vez en otra vida pueda darte todo lo que siento ahora.

-Sin Bandera (2016)