Renuncia: Todo es propiedad de Hirohiko Araki.
Notas: Spoilers del final de Stardust Crusaders y el inicio de Diamond is Unbreakable; todavía me duele SC en cada parte de mi corazoncito. Amor eterno a ese arco. Also no tengo idea que es esto, solo una enredadera de palabras y dolor.
Parejas: Jotaro/Kakyoin.
Still here
«Vamos a casa», dice él, transmitiéndole esa sensación de cosa ya vivida.
(Un calorcito reconfortante que se asienta en el estómago).
«Vamos a casa, Jotaro», repite con aquellos ojos de gato brillante asechándolo desde un rincón. «No nos quedemos en ésta ciudad». Las largas piernas bailan ante él como trapos mojados en agua mugre. Lo sabe porque las ha tocado disimuladamente entre sueños con sus dedos de pergamino desgarrado y roído. Kakyoin desde el sillón le observa implacable, con aquel destello de curiosidad y expectativa.
Jotaro lo analiza desde la cama, como un monstruo egocéntrico que no puede dejar de temblar ante su presencia. (Tan directo, tan cerca). El pecho se le infla cuando ladea la cabeza y le dedica una sonrisa torcida.
«Vamos a casa». Kakyoin es un melómano roto que saborea sus días tristes hasta el tuétano y las sobras. Así lo entiende JoJo, desde que los labios resecos le rozaban las mejillas en Egipto prometiendo amores rotos y descosidos.
Entonces cae en cuenta, por un segundo o quizás fue la mitad de alguno.
Que es imposible, para ambos.
(No había un hogar al cuál volver).
«No puedo retirarme de Morioh hasta concluir lo que sucede aquí» Jotaro continúa sin entender bien el por qué de las cosas. Le supone un esfuerzo arrancar las palabras de cada rosa que se marchita en su pecho. La enredadera de espinas le crece hasta la garganta.
(— ¿Por qué?
— Porque te lastimaría. Y lo único que necesito para estar bien es verte feliz.).
Y sí, le duele. No obstante, más que en el cuerpo es un dolor sordo en el corazón. Un tic-tac avisando que la bomba está a punto de detonar en sus entrañas.
Nadie más que él lo entendería (nadie más sería digno de hacerlo), y Jotaro supone que así es como sucede.
Kakyoin le vuelve a sonreír mientras se levanta en dirección a la cama. Tiene las manos ocultas tras la espalda y son dos ramos de flores; pero la sonrisa se torna extraña cuando la distancia entre ambos se acorta con cada crujido. Era casi
(una obra de alguien más, hecha con prisas y sin esmero).
La cabeza de Jotaro no le responde y siente el peso de sus crímenes acuchillarlo lentamente en el pecho.
— ¿Y qué sería de mí sin ti?
Hay algo diferente. ¿En sí mismo o en él? ¿En ambos? ¿En ninguno? Le encantaría comprender. Ya que es tan familiar, y contradictoriamente desconocido.
¿Resulta insensato?
Las lágrimas congeladas caen sobre sus mejillas de porcelana nuevamente, recordándole tragedias y héroes hechos polvo de estrellas (y le rompen la expresión impasible de siempre, crackcrackcrack). Kakyoin camina, y sus pasos son como un jarabe amargo a medio tomar. De repente-
«Deseo que me ames por siempre ¿Podrías?».
Hay un nudo en su garganta pero asiente sin mirarlo, no a los ojos: no sería capaz —y éstos lo fulminan en la nuca, queriendo romperle el cuello con una mezcla de reproche y compasión—. Aquello es su condena.
— Sin embargo, fracasaste.
(¡...No!)
De repente, sin mirar hacia arriba, algo detiene su corazón; algo le atraviesa el pecho, algo revive sus terrores más profundos y el vómito hace un esfuerzo inhumano para no subirle a la garganta.
— No tiene caso— continúa entonces Noriaki, con un hilo de voz que se descompone en ciento tres huesos rotos bajo sus costillas (y entonces la sangre le empapa las palabras) — ¿Es agonizante y triste la soledad?
Son los recuerdos que le invaden, uno a uno, lo que da el impulso de levantar la vista y encarar a sus demonios. Y es grotesco (tan grotesco, amor mío) el agujero putrefacto y las esperanzas destrozadas (la marca de DIO) cayéndole desde lo alto, que su rostro se funde en gran terror y no logra articular más que ruidos sordos. Quiere morir. Vomita entonces, con el estómago y el corazón en el mismo estado famélico y el rostro empapado en sudor. Se retira la gorra blanca con temor.
«Jotaro, ¿tú me quieres?» Es casi una caricia tras la derrota.
(— Ayer, hoy, mañana, y los días que están por venir).
«Entonces, ¿por qué estoy muerto y tú estás vivo?»
Sus tragedias acumulan polvo sobre la despensa y éstas le juzgan la existencia.
(Ahora, no hay nadie más la habitación.)
