Hum… Ya. Sé que tenía que actualizar primero otro de mis fics (Toujours aujourd'hui) antes de ponerme a escribir nada más, pero es que la cosa se está alargando y mañana tengo un examen horrible (no tengo ganas de estudiar, by the way), y acabo de ver Megamind y… En fin, que ese bichejo azul es la cosa más achuchable que he visto en años (estoy ridículamente obsesionada con la película). En serio, si la hubiera visto de cría, me habría enamorado de él. Así que voy a escribir este fic para descargarme de tanta achuchabilidad *-*

El título (You got it bad) es… (a ver cómo me las apaño para hacerme entender, porque ahora no caigo en una expresión parecida en español)… Hum, es lo que se le suele decir a alguien cuando esa persona está muy enamorada (ya sabéis, sonrisa de atontado, mirada soñadora, la cabeza todo el día en las nubes… y unas mil cosas más que te hacen sentir y parecer profundamente estúpido =D). También es, literalmente: "lo conseguiste malo" (o algo por el estilo). Dado el carácter malvado de nuestro protagonista y lo pillado que está el pobre por Roxanne (y viceversa, ja!), me pareció un título más que apropiado ^^

Ninguno de los personajes ni Metro City me pertenecen (aunque pronto dominaré el mundo! MWAHAHAHAHAHA!).

… O.o

You got it bad

Amanece en Metro City, y el cielo es gris ceniza. Es uno de esos días en los que uno no sabe si está nublado o no, y hay un regusto como a insomnio en el aire, y a lluvia, y a humo, y a café que se enfría en el alféizar de una ventana de la zona centro.

Cuando Megamind se despierta, durante un momento no reconoce la habitación. Luego se relaja y apoya la cabeza en la almohada. Desde la cocina se oye el murmullo de una radio, y huele a tostadas y a leche caliente, y alguien está tarareando una canción pegadiza. Todo está tranquilo, como si a la ciudad le costara despertarse y volver a la rutina.

Le duele el cuerpo como si le hubiera pasado un tren de mercancías por encima (de hecho, tiene el torso y un brazo vendados), pero no le importa. Al menos, no demasiado, piensa mientras busca una postura más cómoda. Por primera vez, tiene un verdadero motivo para hacer las cosas bien, y ahora su vida parece haber adquirido sentido.

Megamind cierra los ojos, y todo lo que ve es blanco. Siempre ha sido blanco.

M&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&R

Roxanne mira por la ventana empañada el asfalto mojado y las farolas aún encendidas, y escucha las sirenas de tráfico con la sensación de que son otro mundo aparte. Su pequeño apartamento parece más cálido que nunca, y también más ajeno.

Las tostadas caen sobre el plato y ella pega un respingo, sobresaltada. Suspira, pone el plato en una bandeja, junto con una jarra de zumo de naranja, dos vasos, dos tazas de leche caliente, dos cucharillas, un cuchillo, el bote del cola-cao, el de la mantequilla, el azucarero y un montón de servilletas, y se encamina hacia el dormitorio, haciendo equilibrios para no tirarlo todo.

Megamind está tendido en la cama, con los ojos cerrados y la mano derecha sobre la tripa, y Roxanne piensa que está muy delgado, demasiado, y se pregunta dónde habrá conseguido un pijama como el que lleva puesto. Cosa de Esbirro, seguro. O de esa tienda de "todo a cien" de Rumanía.

Roxanne deja la bandeja a un lado y se sienta en la cama. Apoya la mano en el hombro de él.

—Eh… —dice, sacudiéndolo suavemente—. Buenos días.

Él abre los ojos y ella se inclina para besarlo en la mejilla, mientras piensa que, aunque le gustaban los ojos verdes de "Bernard", estos no tienen nada que ver con los de Megamind, que son vibrantes, vivos, y Roxanne podría pasar horas mirándolos. Cuando vuelve a incorporarse, él la observa con los ojos muy abiertos y la cara de color púrpura.—Yo… ya estaba despierto —balbucea—. Esto… Buenos días.

Roxanne contiene un suspiro de decepción. Es la tercera noche que Megamind pasa en su apartamento, recuperándose de las heridas que le dejó su combate con Titán, y todas las mañanas ella lo saluda con un beso, al que él nunca responde. Simplemente se queda mirándola, con las mejillas de color morado y los ojos como platos. En cierto modo, a ella le gusta su inocencia (es algo que Metroman, por ejemplo, nunca ha tenido: en las fotos que Roxanne ha visto de él de niño siempre tiene esa mirada de estar de vuelta de todo), aunque ahora mismo la llene de frustración. Suspira y se inclina de nuevo hacia él, esta vez para echarle los brazos al cuello y abrazarlo.

A él le cuesta un poco reaccionar, pero, después de dudar unos segundos, la rodea con los brazos delicadamente, casi como si no se atreviera a tocarla. Roxanne nota el corazón de él latiendo a toda velocidad contra su pecho, y se acuerda de que, cuando era pequeña, encontró una cría de gorrión, empapada, temblorosa, tras una noche de tormenta y la llevó a casa protegiéndola del frío en sus brazos. Es la misma sensación.

Pasan así unos minutos, hasta que finalmente ella frota la nariz contra el cuello de él, donde el pulso es rápido y profundo, y Megamind ahoga un jadeo de sorpresa. La sensación de poder que corre entonces por las venas de Roxanne es casi abrumadora, y hace que quiera gritar y comerse a Megamind a besos.

—Esto… Eh, Roxanne, ¿… Roxy?

Ella se incorpora casi de inmediato, mientras siente que se ruboriza por momentos.

—Ah, lo siento. No…

—No, si no es… —la interrumpe él. Y tampoco parece muy seguro de qué decir a continuación. La mira con curiosidad—. ¿Es porque te he llamado Roxy?

—No, no es eso. Mis amigos me llaman Roxy —Se lo piensa un momento antes de añadir—: Err… Bueno. Y Hal.

Silencio.

—Y Metro… Estooo, Musicman —comenta él, con el ceño fruncido.

—Sí.

Silencio.

—Creo que definitivamente no te voy a llamar Roxy —decide finalmente Megamind—. Es decir, puede que haya cambiado de bando, pero ciertamente no soy ese tipo de héroe.

Roxanne sonríe. Por algún motivo le alegra que él no quiera llamarla así. Quizás sea porque le gusta cómo pronuncia su nombre completo, como si se tratara de algo muy importante o tuviera alguna trascendencia especial, como si la acariciara, o como si dijera muchísimas cosas sólo con su nombre.

—¿Desayunamos?

—¡Sí! —exclama él, sentándose.

Los dos se sirven cola-cao (no les gusta el café) en la leche, que a esas alturas se ha quedado tibia, y empiezan a desayunar. Megamind echa la mitad del azucarero en las tostadas, el zumo y el chocolate, y Roxanne sonríe interiormente: sabe que el nuevo héroe de la ciudad tiene cierta debilidad por las cosas dulces.

De hecho, no han pasado ni cinco minutos cuando un neurobot se acerca a la ventana del dormitorio con una caja de donuts. Roxanne se levanta rápidamente para abrir y recoger el paquete y el neurobot se cuela en la habitación, donde vuela hasta Megamind y se restriega contra él (¡bow, bow!), mientras este le hace carantoñas.

—No deberías programar a los neurobots para que te traigan rosquillas —le advierte ella mientras el robot sale por la ventana—. Te van a salir caries.

—¡Nunca! —exclama él teatralmente—. Además, deberías aprobar que comiera dulces: de lo que se come se cría.

Ella se echa a reír. Megamind abre la caja de los donuts y se la ofrece con una mirada calculadora, como pensando: "tú los necesitas más que yo". Roxanne se ríe con más fuerza y le golpea en el hombro antes de coger un donut de chocolate blanco.

—¿Y a ti? ¿Cómo te gusta que te llamen? Me cuesta imaginar que de pequeño te llamaran Megamind —comenta mientras se sirve zumo en el vaso.

—¡Ah, es que no me llamaban así! —responde, con un gesto de desdén. Luego continúa dramáticamente—: En la prisión en la que crecí no sabían valorar el alcance de mi increíble y sorprendente inteligencia. Mucho menos mi deslumbrante atractivo físico.

Megamind alza una ceja mientras habla y mira a Roxanne con los ojos entornados y con una sonrisa de medio lado que, supone, pretende ser sexy. La reportera traga saliva cuando, de hecho, se le acelera el pulso. También se pregunta cómo puede tener tanta cara de quejarse de que a Esbirro le gusta el drama.

—¿Tú qué pasa, que no tienes abuelas? —replica ella con una risa mordaz.

Inmediatamente se arrepiente de sus palabras, dándose cuenta de que, siendo el último superviviente de un planeta destruido, Megamind, de hecho, no tiene abuelas. Lo cierto es que ha sido muy poco delicado por su parte.

Sin embargo, él responde apuntándola con el dedo índice, mientras esboza una sonrisa triunfal:

—¡! ¡No darían abasto!

Y, ante tamaña respuesta ególatra y narcisista, sólo hay una cosa que Roxanne Ritchi pueda hacer: echarse a reír a carcajadas. Al fin y al cabo, ha dedicado mucho tiempo a pensar en aquella noche lluviosa en la que se dio cuenta de que el Bernard con el que llevaba saliendo todo ese tiempo era en realidad Megamind (mientras se daba de tortas mentalmente por ablandarse al verle con esa cara de cachorrillo abandonado bajo la lluvia, y por querer echarle los brazos al cuello, y por querer echarse a llorar y por, en resumen, ser idiota perdida). Ha pensado mucho en todas aquellas citas. En concreto, aquella vez, en el parque: En el colegio a ninguno de los otros niños les caía bien… Y Roxanne sabe que, en realidad, no es que Megamind tenga el ego más inflado que su perímetro craneal, sino que en el fondo es muy inseguro.

—Volviendo al tema del que estábamos hablando —comenta él, retomando de nuevo la conversación—. En la cárcel, de pequeño, me llamaban Azul o Azulito. Aunque uno de mis "tíos", muy aficionado al Fantasma de la Ópera, quería llamarme Erik. Luego se fugó de la prisión cuando abrí un agujero en la pared con mi chupete (sin querer) y no volví a verle. Los demás querían llamarme Lex.

—Lex —repite Roxanne.

—Sí, como Lex Luthor, el villano de Superman. Creo que les parecía una señal del destino que fuera calvo. Por lo visto, el color azul de mi piel les parecía un detalle nimio, en comparación. En cualquier caso, esos eran nombres mucho mejores que los que me llamaban en el culegio (Chupa Chups, Pitufo, y otros apodos menos amables). De todos modos, debo admitir que mi favorito absoluto es Megamind.

Roxanne mira la cara ilusionada del ex villano, casi como si hubiera supuesto una gran satisfacción para él contarle esas anécdotas, y siente que se derrite. En cualquier caso, se da cuenta de que, verdaderamente, es la primera vez que él le cuenta algo de su vida sin hacerle creer que es "Bernard", así que tiene sentido que realmente se sienta así.

—Voy a llevarle unos donuts a Esbirro. Vuelvo ahora mismo, ¿vale? —comenta Roxanne levantándose. Se sacude las migas del pijama.

—En realidad también podría ir yo. No es como si me hubiera quedado tetrapléjico —protesta Megamind.

—Me da igual que tu cuerpo tenga las capacidades de regeneración de la baba de caracol… multiplicadas por seis —se adelanta Roxanne antes de que él pueda interrumpirla—. Tienes varias costillas rotas, así que vas a moverte lo menos posible.

Megamind suspira y se cruza de brazos mientras ella sale de la habitación con la caja de donuts.

Roxanne entra en el baño y, dejando la caja apoyada en el lavabo, aprovecha para mojarse la cara y despejarse. Se mira en el espejo, y se ve guapa. Y no entiende por qué Megamind no le devuelve los besos de buenos días. Finalmente cierra el grifo y retira la cortinilla de la bañera.

En el agua, Esbirro flota panza arriba.

—¡Oh, Dios mío! ¡Esbirro! —exclama, arrodillándose sobre la alfombrilla. Que no cunda el pánico—. ¿Ha sido el agua? ¿La bañera es muy pequeña? ¡Esbirro!

Desde la habitación, le llega la voz ligeramente aburrida de Megamind, como si le propusieran jugar a un juego al que lleva jugando mucho tiempo:

—¡Ya sabes lo mucho que le gusta el drama!

En ese momento, Roxanne ve al pez mirarla de reojo, como para asegurarse de que no hay moros en la costa, y disimular rápidamente. Suspira de alivio.

—¡Oh, Esbirro! ¡Y yo que venía a traerte el desayuno!

—¡Lo siento, señorita Ritchi! Siempre es difícil resistirse —replica el pez saltando en el agua con una expresión divertida, vagamente avergonzada. Añade en tono conspiratorio—: ¡El jefe se las sabe todas!

—¡Tengo la cabeza grande por un motivo, ¿sabes? —comenta la voz de Megamind desde el dormitorio. La reportera no lo dice en voz alta, pero piensa que, en realidad, el diablo sabe más por viejo que por diablo.

—En realidad por dos —replica Esbirro pícaramente.

—¿Cuál es el segundo? —pregunta Roxanne alzando las cejas.

—¡Hacer literal la frase hecha ¡Qué cabezota eres!! —responde el pez, y se echa a reír entre dientes. Ella se le une.

—¡Eh! ¡Te he oído! —grita la voz indignada de Megamind—. ¡Señorita Ritchi! ¡A usted la estoy oyendo reírse!

Los dos ahogan la risa como pueden y se miran cómplices. Ella coge la caja de donuts y se la ofrece al pez.

—¿Plátano?

—¡Cómo me conoce, señorita Ritchi! —exclama Esbirro.

Mientras ella le lanza trozos de donut para que él los atrape al vuelo, comenta:

—Se me ha ocurrido que ya es hora de que me llames Roxanne.

Esbirro traga y sonríe de oreja… de aleta a aleta.

—Me abuuuurrooooooo —comenta Megamind desde el dormitorio.

El pez y la reportera se miran brevemente antes de echarse a reír.

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—Estaba pensando que, igual, podríamos ir a visitar a mi familia —comenta Roxanne mientras Megamind decide qué ficha mover—. Viven en el campo, y hace tiempo que no voy a verlos. Podría ser una buena idea ir a pasar allí unos días. Como unas vacaciones.

Megamind deja de interesarse en el tablero de ajedrez y levanta la vista, ilusionado. Los ojos le brillan como si le hubieran caído dos estrellas en las pupilas.

—¿¡De verdad!

—Sí.

—Estooo, es decir… —balbucea de repente, y Roxanne sabe que está a punto de empezar a dramatizar. Megamind levanta las cejas y sonríe de medio lado, como si supiera algo que ella no sabe—. Provocadora… Así que quieres que conozca a tus padres.

Roxanne se ríe y echa la cabeza un poco hacia atrás. Le da por imaginarse a ambos rodeados de campos dorados de cereal y espesos maizales. A sí misma con un vestido blanco de flores azules, casi violetas, y a él con un peto vaquero y una camisa blanca. La imagen es tan idílica y bucólica que casi parece sacada de una postal, y Roxanne se ríe más fuerte.

—¡En serio, podría ser muy interesante! —exclama él, de nuevo emocionado ante la idea—. Tengo entendido que en el campo se dan las condiciones idóneas para realizar cierta actividad que no he podido realizar apropiadamente desde mi llegada a este planeta: mirar las estrellas.

—Además, señor —interviene Esbirro—, tengo entendido que la vida en el campo es muy saludable.

—Genial, por lo visto todo son ventajas. Ahora podré eliminar de mi lista de tareas pendientes el plan de dejar a toda la ciudad a oscuras para poder así mirar las estrellas —continua Megamind, frotándose las manos.

—¡Eh, ese es un plan malvado! —exclama Roxanne señalando acusadoramente al ex villano con el dedo índice.

—¡MUAJAJAJAJA!

—Nada de "muajajajaja". Si no quieres que borre todos tus discos de música y grabe encima los grandes éxitos de Musicman —Megamind parece aterrorizado ante la idea—, más te vale borrar de tu lista todos los planes malvados. ¿Está claro?

—Cristalino —responde él, tragando saliva audiblemente.

—Y ahora mueve ficha. Esta vez vamos a ganarte.

Esbirro asiente con cara de determinación desde el bol transparente en el que lo han metido (es el objeto más similar a una pecera que Roxanne tiene en su casa). Viendo que, por separado, no pueden hacer nada contra la mente táctica de Megamind, la reportera y el pez han decidido unir fuerzas para lograr derrotar al genio del mal al ajedrez. Para inaugurar su cambio de bando, Megamind ha escogido las fichas blancas, y no parece estar descontento con la idea.

Roxanne, por un momento siente cómo algo cálido, indescriptible, le sube por el pecho. Esto es estar en casa. Y piensa que es una rutina a la que podría acostumbrarse con tanta facilidad, que casi le asusta un poco. Aun así, no quiere perder esa sensación.

—Jaque mate —dice Megamind, deslizando su alfil hasta un par de cuadros de distancia del rey negro. El triunfo le brilla en los ojos.

Mientras Esbirro se lamenta y felicita al ex villano a la vez (es un hábil diplomático), Roxanne llega a la conclusión de que está realmente enamorada de Megamind, y se pregunta cómo no se ha dado cuenta antes, con lo obvio que es. También piensa en todo el dinero que ha desperdiciado en pagarse una terapia para evitar el Síndrome de Estocolmo, y en todas las veces que su psicóloga le ha advertido, preocupada (¡Noooo! ¡Ni se te ocurra flirtear con él! ¡Nada de "Habla más despacio"! ¡Nada de "Provocadora"! ¡Nooooooooooooo!). Roxanne piensa que, tal vez, debería mandarle un muñeco anti-estrés estas Navidades, un detalle de despedida. O tal vez no. Total, al final la terapia no ha servido de nada.

—¡Roxanne, baja de las nubes! —exclama Megamind, tirándole de la manga del pijama—. ¿O voy a tener que secuestrarla, señorita Ritchi?

La reportera se ruboriza un poco y se ríe, avergonzada, mientras se aparta un poco el pelo del flequillo y desvía la vista. Él se queda unos segundos mirándola, como si hubiera algo fascinante en ese gesto.

Mientras Esbirro y Megamind discuten, a Roxanne le da por acordarse de una canción de Stevie Wonder en la que no podía dejar de pensar la última vez que el ex villano la secuestró (el día de la "muerte" de Metroman).

Yes, you know the plans I am making,
Are intended to capture you,
So you practice false reactions,
To delay the things I do, the things I do,
things I do, foolish you.
You've got it bad, girl, you've got it bad.

—¡Código: soy el amo absoluto del tablero, Esbirro! —grita Megamind.

—¡Código: algún día le venceremos, señor! —replica el pez, salpicándolo todo de agua.

Roxanne pone los ojos en blanco y niega con la cabeza.

… You got it bad, girl.

M&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&RM&R

Me he dejado algunas cosas en el tintero, así que creo que acabaré sacando un segundo capítulo en el que se vayan a conocer a la familia de Roxanne (XDD lol!). Ya veré, depende sobre todo de la acogida que tenga el fic. Por cierto, me lo he pasado pipa escribiendo sobre estos tres, incluso tengo ganas de dibujarlos.

By the way, el título de la canción es You've got it bad, girl.

Lo de "de aleta a aleta"… XDD En fin, se me va mucho la pinza con estas cosas (qué queréis, Esbirro no tiene orejas! XDD).

Por cierto, me encanta como dice Mgemaind (en la versión en castellano) el nombre de Roxanne (por si no había quedado claro).

Y odio a ff. net por no dejarme poner rayas de separación ¬¬

Los cinco primeros reviews se llevan una mamba negraaaaaaaaaaa de regalo (he dicho). Los cinco siguientes, un neurobot tuneado. Los demás, err… Los grandes éxitos de Musicman (uh. Mala suerte, chicos).