Unas cuantas notas antes de que el fanfic inicie:
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen...son propiedad de ESA LLAMA (?)
La mayoría de los datos históricos que manejo son reales. ¿Quieren que les diga los que no lo son? Eso deberán hacérmelo saber.
Originalmente esto iba a ser un one-shot para una página (Shingeki No Bullying...denle laiq) pero conforme iba escribiendo más ideas me iban llegando. Vamos, ya hasta el final tengo en mis notas. Por lo tanto, el presente fanfic será capitulado -aunque no les puedo decir el número exacto de capítulos en este momento-. Si me llega tan sólo un review positivo...subo el siguiente capítulo :D muahaha (?)
Sin más por agregar... ON WITH THE FIC!
Mein Reich
Capítulo I
Es war einmal in Kronberg
La suave brisa veraniega comenzaba poco a poco a desvanecerse para convertirse en un frío viento otoñal; las hojas caían al suelo, creando una hermosa alfombra de tintes amarillos y rojizos. En la pequeña villa de Kronberg el incipiente mes de noviembre transformaba al paisaje en un romántico cuadro impresionista, muy parecido a los lienzos que los artistas del lugar pintaban.
Sin embargo, a pesar del tamaño de la aldea, se trataba de un lugar elitista; sólo a miembros de la realeza alemana, opulentos pintores o burgueses adinerados con grandes casas de veraneo se les permitía habitar ahí. Tal hecho era razonable; un lugar tan hermoso del imperio estaba reservado para la élite germana ya que, salvo un reducido número de sirvientes, la clase obrera era prácticamente inexistente.
Es por esto que Karla Jaeger, consorte del más aclamado médico de todo el Reich, se pavoneaba mientras algunos transeúntes le veían bajar de una anticuada pero elegante carroza. Detrás de ella se encontraba su esposo, el doctor Grisha Jaeger, con una expresión indescifrable plasmada en el rostro. Por último, y con un aire de enfado, apareció el hijo único de la importante pareja: Eren Jaeger.
A Eren no le hacía mucha gracia el cambio de residencia, mucho menos le causaba emoción estar tan alejado de Berlín. Empero, por la delicada condición de su padre, la familia entera tuvo que trasladarse hasta aquél alejado rincón. Si él fuese de edad mayor no lo hubiese pensado dos veces para buscar un poco de dinero y así conseguir quedarse en la capital alemana. No obstante, a sus dieciséis años, todavía dependía de sus progenitores.
──Insisto: Königsberg hubiera sido mejor ──comentó el malhumorado adolescente, cruzando los brazos sobre su pecho.
──Eren ──espetó Karla, a manera de reproche──. No causes una escena, además Königsberg es una ciudad de bárbaros liberales. ¿En serio crees que sería bueno para tu padre estar ahí?
La mujer frunció el entrecejo y se dio la vuelta para entrar a su nueva casa, con Eren siguiéndola muy de cerca. El joven abrió la boca para rebatirle a su madre, pero todo argumento se borró de su cabeza cuando sus ojos se encontraron con una hermosa joven de melena brillante como el oro que por ahí caminaba. Ella se dio cuenta de cómo le escudriñaba con la mirada, por lo que le dedicó una diminuta -pero aún así cortés- sonrisa para luego seguir su marcha.
¿Amor a primera vista? ¡Qué va! Eran las hormonas tomando posesión de su cuerpo puesto que apenas la chica se adelantó, las orbes color jade de Eren se fijaron en el suave y sensual vaivén de sus caderas así como en sus delicados glúteos, que se marcaban en su larga falda con cada paso que daba.
El muchacho citadino, al haberse codeado con los altas estratos de la sociedad, reconoció que las prendas que portaba aquella chica pertenecían al atuendo de los plebeyos, más específicamente a los de una sirvienta.
Sintiéndose con suerte aquel primer día en Kronberg, Eren persiguió a la humilde belleza, pensando que con algunos halagos y susurros al oído podría pasar un muy buen rato. Tal vez el patrón no estaba en casa y ellos podrían tener la alcoba a su disposición.
''Un entrenamiento para las nupcias'' caviló él, con una sonrisa boba al momento que le daba alcance.
La fémina, al darse cuenta de su cercanía, se detuvo y luego se viró hacia él.
──¿Desea algo? ──inquirió de inmediato ella, con un tono condescendiente.
──Erm…Uh…¿Hola? ──balbuceó el castaño. Tratando de prolongar la conversación añadió sutilmente: ──Me llamo Eren Jaeger y soy nuevo. ¿Sabes? me he perdido, quizá tú puedas ayudarme a encontrar mi camino a casa…o tal vez podamos dar un paseo alrededor de la villa.
La rubia le miró perpleja para luego responderle. ──Señor mío, le he visto a las afuera de lo que asumo es su casa, discutiendo con quien creo que es su madre ──. Hizo una pequeña pausa, suponiendo que la manera en que se expresó fue muy osada para alguien de su estatus. ──Aunque puedo ofrecerme como su guía, si usted así lo requiere.
La primera reacción del ojijade fue echarse para atrás, sorprendido por la perspicacia de aquella menuda sirvienta. Lejos de ofendido, Eren se sintió un tanto avergonzado al haberse visto descubierto en sus mentiras por lo cual simplemente asintió con la cabeza a lo que ella proponía.
En unos instantes ambos reanudaron su andanza, aunque en un incómodo silencio. El muchacho aprovechó esos momentos para verle mejor ya que su superior estatura le permitía aquello. Sus cabellos lucían sedosos; algunos mechones bruñidos caían suavemente hasta sus senos, los otros enmarcaban su rostro delicado y con forma de corazón. Las prendas que vestía eran pesadas y un tanto espumosas por el encaje, pero aún así se alcanzaban a apreciar las femeninas curvas de aquella chica. Era increíble que la servidumbre fuese tan bella. Quizá su madre tenía razón y este lugar era especial.
Él estaba embelesado, tanto así que no dio cuenta del momento en el que se detuvieron luego de haber caminado por casi una hora.
──Hemos llegado ──susurró la sirventa.
──¿Eh? ──Eren alzó el rostro y se encontró con la imponente fachada del Castillo de Friedrichshof.
──¿Quiere entrar, mi señor? ── inquirió la pequeña rubia, de una manera muy suave.
──¿Te es permitido traer extraños? ──replicó el recién llegado, con un rostro desencajado.
──Me permiten muchas cosas; antes me resultaba extraño, pero ahora ya entiendo todo ──. comentó ella, con una voz que derrochaba amargura.
──Temo que soy yo el que no comprende ──argumentó Eren, quien no separaba los ojos de su figura.
──No importa ──debatió su interlocutora mientras sacudía la cabeza──. Pase, por favor. Entre más rápido sea, mejor para mi.
El alemán no tuvo tiempo de preguntarle a qué se refería, puesto que ella se adelantó, abriéndose paso por la puerta principal. Eren veía que el resto de la servidumbre les observaba fría pero resignadamente, a pesar de eso no hacían esfuerzo por detenerles.
Dirigieron sus pasos por las escalinatas hasta la segunda planta y de ahí a las habitaciones principales. Al final, quedaron frente a una puerta con adornos bañados en oro.
──¿Q-qué hacemos aquí? ──Eren tragó saliva con pesadez luego de formular la pregunta, jamás pensó que de verdad llegarían a la habitación y eso le perturbaba. Su experiencia en esos menesteres era, pues, nula…
──A esto has venido, ¿no? ──interpeló su acompañante──. Bajo otras circunstancias habría huido, pero considerando lo que ha pasado, esta falta de respeto hacía mi persona sería la mejor venganza en su contra.
Él estaba aturdido. ¿Qué había pasado? ¿Por qué ella se veía tan triste? ¿En qué líos se había metido? Eren se arrepentía de haberle seguido y estuvo a punto de devolverse por donde había venido, no obstante un par de labios de seda impidieron su escape.
Ella se encontraba de puntillas, con los brazos rodeando el cuello del joven quien vacilaba si responderle o no. Se rindió y cedió a sus bajos instintos, atrapando su cintura mientras ella guiaba el camino dentro de la habitación. Se despegaron a falta de aire y él cerró la puerta a tientas. Por otro lado ella se encaminó al lado de la enorme cama, despojándose del vestido.
El tiempo se detuvo para Eren al ver aquella piel de porcelana al desnudo; no había ofensiva tela de por medio. La tenue luz de esos aposentos se deslizaba por su silueta, trayéndola a la realidad como una pintura renacentista, con suaves pinceladas y claroscuros bien logradas.
Su cuerpo era una tentación, una delicia. Eren no pudo encontrar imperfección alguna mientras la contempló sin miramientos por unos cuantos minutos.
Fue entonces que se topó con las orbes celestes de aquella muchacha; jamás en su corta vida había visto semejante desconsuelo.
No pudo reparar más en ello…esa chica de los ojos tristes lo atrajo hasta la cama y besó sus manos.
──Por favor, Eren, ayúdame. No digas más y duerme conmigo; sólo será una vez.
Su nombre pronunciado como una plegaria y la petición le hicieron estremecerse. En ese momento supo que ella era especial, que esto no sería cuestión de ''una vez''. Ella era un ángel que el cielo le había mandado… o tal vez un demonio. Eso no lo sabía con certeza.
En cuanto la párvula boca de la rubia hizo contacto con la suya el pacto se selló y sus destinos quedaron unidos…trágicamente unidos.
