Por ahora, lo que hecho ha sido corregir un poco el capítulo. Lo mandé con demasiadas prisas y no me gustó demasiado, así que decidí cambiar algunas expresiones y demás. Aún así, los que ya lo habéis leído no esperéis un gran cambio, tan solo lo he retocado un poco.
Por otro lado, leí el capítulo y me pareció que la historia está algo confusa, por lo que explicaré un poco como son las circunstancias que han cambiado respecto a la serie de House y demás:
Alison Cameron es una becaria, en pleno estudio de su especialidad, nefrología, que llega al hospital Princetown tras una recomendación de su tía, Lisa Cuddy. Allí, conocerá al que se convierta en su futuro supervisor, Gregory House. No, no está cojo, pero sigue teniendo el mismo carácter que siempre, aunque no aseguro si la salud de su pierna quedará intacta a lo largo de la historia. También se topará con otros médicos, como James Wilson, el mejor amigo de House, Eric Foreman, que trabaja en el equipo de House, y Julia Covan, un personaje de mi invención, la enfermera jefe. Respecto a Chase, que en la serie trabaja también junto a House, en la historia, aparecerá más adelante bajo el nombre de otra persona. Aún así, creo que introduciré algún personaje más a la historia. Espero que eso no os desagrade.
Bueno, creo que ya he utilizado demasiado espacio para explicar tonterías en vez de utilizarlo para iniciar el capítulo. Espero que no os hayáis dormido ya.
Que disfrutéis de la lectura!
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Capítulo 1
La recepción
Echó un vistazo a través del agujero de su pared.
El piso de al lado era ahora solo paredes y suelo. Había perdido aquella esplendorosa colección de muebles modernos que tanto le gustaban, el magnífico aparato de música y la enorme colección de Baba O´Riley, de la que alguna que otra vez, había sustraído más de un disco.
Sin embargo, lo que iba a echar más de menos era a las imponentes inquilinas que había vivido en él durante el plazo de ocho meses: dos stripers que acabaron peleándose por un tal Denny que habían conocido en un bar, y con el que las dos, a la misma vez y en la misma mañana, se había encontrado en paños menores, entre ellas, en la inmensa cama del dormitorio. La discusión surgió porque cada una, le espetaba a la otra, que había sido la primera en acostarse con el chico. Éste, que lo único que recordaba del día anterior era que había acudido a su propia despedida de soltero, se apresuró a huir de la escena del crimen lo más rápido que le permitieron sus piernas medio metidas en los pantalones.
¿Cuantas veces las había espiado, mientras ensañaban aquellos pasos de baile en torno a uno de los sillones del salón? Buf, ya ni lo recordaba.
Ay, Dios… de haber sabido que se acabarían marchando, habría ido el doble de veces a su puerta a pedir una pizca de sal. Ahora, lo único que quedaba era su recuerdo encerrado entre aquellas cuatro paredes y en su cerebro de cuarenta y siete años. Nada más.
Suspirando, echó un vistazo a su reloj de pulsera, y gruñó por lo bajo al ver la hora que era. Aquel día llegaría tarde.
- ¡Jimmy!- Exclamó, dirigiéndose hacia la puerta.- ¡Me largo! Si quieres escuchar como saludo los chillidos de Cuddy, allá tú…
En aquel instante, la puerta del cuarto de baño se abrió de par en par, dejando mostrar tras ella la esbelta figura de un hombre moreno, cubierto únicamente por una toalla de lavabo. En su rostro, aún rociado por la crema de afeitar, se dibujó una sombra de súplica.
- ¡Maldita sea, House¿Es que no puedes esperar un poco?- Preguntó, acercándose con los pies mojados.
Tuvo que hacer equilibrio para no resbalar en el parqué.
- Si te quitas esa toalla… a lo mejor podría pensármelo.- Contestó el otro hombre, con total seriedad.
Jimmy esbozó una mueca.
- No me jodas.- Contestó. Tragó saliva, y miró por encima de su hombro, como si esperase encontrarse un fantasma tras de sí.- Es que… Jessica…
House alzó los ojos al techo, mientras en sus finos labios se esbozaba una ligera sonrisa socarrona.
- Así que fue ella la que aporreó la puerta a las tres de la madrugada.- La mirada oscura que se clavó en el suelo, fue para él suficiente respuesta.- No tienes remedio.
Su amigo no le contestó, se limitó a ajustarse la escurridiza toalla que parecía deseosa de desenroscarse de su cadera.
- En fin… me marcho.
- ¡Pero te vas de verdad!- Profirió Jimmy, casi escandalizado.
Los ojos azules de House le hicieron un guiño amistoso.
- Querido Doctor Wilson… si hubieras descansado bien, en vez de dedicarte a saltar encima de la cama, hoy no te habrías levantado tarde.- Apoyó su nudosa manos sobre el picaporte metalizado.- Los mugidos de nuestra querida jefa serán una buena medicina. Seguro que a partir de ahora, no lo volverás a hacer.
La puerta se cerró tras él con un ligero chasquido. Sus pasos, rápidos y seguros, se perdieron en el eco que atravesaba la pared.
El hombre se quedó pasmado, y, tras una vacilación, le escupió al portón de entrada:
- Querido Doctor House, eres un verdadero hijo de…
La frase acabó en un sonoro gemido. Santa María madre de Dios, las nueve menos diez.
¿Por qué él tenía que llevar siempre toda la razón?
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El Otoño había entrado con fuerza. Por fin, y tras dos semanas de atraso, había hecho su aparición entre hojas caídas y fuertes ráfagas de viento. Aunque aquel tiempo fresco e impetuoso fue recibido con gratitud por muchos de los habitantes de la ciudad, cansados por ese largo verano que los había dejado exhaustos, una única persona, situada frente a las enormes puertas correderas del Hospital Universitario Prncetown, lo maldecía en aquel momento.
Para ella, aquella brisa violenta y fría no era más que un mal augurio para la mañana que se le avecinaba. A decir verdad, todo en esa jornada la consideraba un mal augurio. Incluso aquella cárcel de hierro y cristal, adornada con un par de pasadas de pintura blanca y celeste. Eso era lo que le parecía aquel enorme monstruo de cinco plantas que se plantaba ante ella como la boca abierta del lobo feroz frente a Caperucita.
Era más grande que lo que había imaginado. Causa suficiente como para demandar a los fotógrafos, por transformar tanto la maldita realidad.
Echó un vistazo a su reloj de pulsera. Aún era pronto. A su entrevista, al encuentro desagradablemente esperado, o mejor dicho, a su cita con el demonio le quedaba algo más de cuarenta y cinco minutos.
Dios¿tan poco?
Estaba muerta de miedo. Tenía veinticuatro años recién cumplidos y estaba muerta de miedo. Era la primera vez que abandonaba de manera casi permanente la casa de sus padres, esa burbuja que la había estado protegiendo del lado oscuro, como decía su hermano pequeño. Adentrándose sola, casi invisible, en una ciudad tan gigantesca como esa. No había sido fácil enfrentarse con un par de recién casados para conseguir un apartamento en el que poder vivir decentemente, ni dejarse la piel de los codos marcada en la mesa de estudio para conseguir esa beca que la había conducido hasta allí.
Volvió a alzar sus ojos oscuros hacia aquella pared impertérrita que la observaba altanera a través de sus cientos de cristales espejo.
No estaba demasiado segura de que hubiera hecho bien. A fin de cuentas¿por qué diablos se había empeñado en marcharse de su hogar? De acuerdo, estaba claro que un puesto de becaria en la pequeña ciudad donde se había pasado toda su vida, no valía lo mismo que en el Hospital Universitario Princetown pero al menos, se habría sentido protegida y animada por todos sus amigos y familiares.
Y todo por no saber decir no.
Fue su tía a la que se le ocurrió la genial idea de que cruzase de punta a punta el estado. No recordaba muy bien los métodos que utilizó para persuadirla. Dijo algo de oportunidades, gran equipo médico, inmejorables instalaciones y un gran nefrólogo como tutor durante aquel año. Estuvo más de tres cuartos de hora hablando. Tiempo suficiente para convertir su cerebro en una olla a presión de ideas, temores, ilusiones y confusión. Motivo suficiente con el que aceptar para cortar aquel riel de palabras relacionadas con estetoscopios, radiografías y batas blancas.
Realmente, su tía ni siquiera le caía demasiado bien. Hacía casi una década que no recibía de ella otra cosa que no fuesen cartas en las que casi le rogaba que si necesitaba ayuda en la carrera, algún problema con algún profesor, le avisase de inmediato. Pero ella nunca le había llegado a pedir nada. Sabía que su tía se había convertido en doctora en medicina y que tenía un buen puesto en un buen hospital. Eso era todo lo que conocía de ella y lo que necesitaba conocer. Casi incluso había olvidado su rostro.
Sin embargo, tres meses después de mantener aquella conversación por teléfono, había acabado frente aquel edificio acristalado.
Volvió a echar una ojeada al reloj, y ahogó un improperio cuando descubrió que el tiempo de espera se había reducido a media hora.
Maldita sea¿por qué el tiempo volaba tan rápido?
- ¿He estado aquí parada durante…?- No llegó a acabar la pregunta.
- Sí, durante más de diez minutos.- Una voz ronca, rota por el sarcasmo, la interrumpió, haciendo eco a su espalda.- Es una estructura interesente¿verdad, pero con demasiada gente dentro. Le he dicho miles de veces a la directora que cuelgue la lista de defunciones en la entrada. Se vaciaría antes que bajo una amenaza de bomba.
La joven se volvió con brusquedad, boquiabierta ante tal comentario. Frente a sus grandes ojos claros, una figura la encaraba con indolencia tras la visera de un enorme casco oscuro. No podía verle bien el rostro, aunque por el tono y el timbre de la voz, hubiera podido jurar que se trataba de un hombre. Vestía con una chaqueta de cuero, algo raída, que le parecía estar grande, y unos pantalones vaqueros cumplían la función de cubrir unas piernas delgadas. Se encontraba apoyado sobre el asiento de una enorme Harley Davis de color rojo bermellón, reluciente e inmaculada, como recién sacada de la lavadora. Su mano, delgada y morena, agrietada y con alguna que otra mancha de la edad, se cerraba en torno al puño de cuero azabache.
Intentó decir algo, responder lo que fuese, simplemente para borrar esa expresión boba que se había dibujado en su cara. Pero no lo consiguió, se limitó a cerrar la boca, sonreír con ingenuidad y clavar la mirada en el pedregoso suelo.
Aquella frase la había pillado con las defensas bajas.
El hombre, viendo que la muchacha estaba encontrando verdaderos problemas para hacer funcionar su lengua, suspiró con resignación, clasificándola como caso perdido. Sin quitarse el casco, le dio la espalda y se dirigió a paso seguro hacia la entrada del hospital. La puerta eléctrica, de cristal reforzado, se abrió ante él con cortesía, expulsando al exterior aquel olor dulzón a medicamentos, oxígeno de todo hospital.
Ella seguía mirándolo, como esperando que añadiese algo más. Quizás, algo que suavizase la frase anterior que había escuchado, como un simple: "Ha sido solo una broma" Sin embargo, lo que dijo al volverse fue algo muy diferente a los esperado:
- Si estás asustada, coge carrerilla.- Le aconsejo, burlón.- Pero ten cuidado. Si vas muy deprisa y no frenas a tiempo, acabarás con la carita llena de cristales. Y eso es algo muy desagradable.- La joven no pudo evitar fruncir el entrecejo. Aquello no tenía ninguna gracia.- Aunque por otro lado, tiene su ventaja. Así podrás meterte en una operación de cirugía estética con una excusa.
Cuando la barrera trasparente se cerró tras la espalda del hombre, ella parpadeó, confusa, sin llegar a entender exactamente lo que acababa de escuchar.
Tardó un par de minutos en caer en la cuenta.
"Me ha… ¿llamado fea?" Pensó, insegura.
Su ceño acabó por abatirse sobre sus enormes pupilas, y sus labios, formaron una corta línea blanca bajo su nariz. Sí, le había llamado fea, y de la manera más sutil y extravagante que había escuchado en su vida.
Boquiabierta y brusca, taladró con la mirada la puerta de cristal por la que había entrado el extraño individuo.
"¿A qué diablos venía eso?" Pensó, enfurecida. "Espero que no sea un médico de este hospital…" Se quedó en blanco, sopesando con gravedad lo que aquella idea podía significar. Pero de súbito se echó a reír, fruto de su propia ocurrencia. "¿Pero qué estoy diciendo? Como va a ser… no, parece demasiado chiflado para serlo."
Sonriendo sin poder evitarlo, volvió a alzar la cabeza hacia las cientos de pupilas cuadradas de aquel monstruo de hierro y metal.
De reojo, volvió a mirar su reloj de pulsera.
Quedaban veinticinco minutos. Veinticinco minutos para internarse definitivamente en aquel mundo de olor a analgésicos, vestido de blanco y celeste, cuya comida y bebida no eran más que fármacos, donde las conversaciones se reducían a la vida y a la muerte, donde ningún dios existía, solo unas cuantas manos demasiado hábiles o demasiado torpes para juzgar sin ser conscientes la existencia de los demás.
Aunque claro, siempre quedaba la estación de tren que quedaba a tan solo unas cinco calles del hospital. Si salía corriendo quizás podría alcanzar el de las nueve. Además, llevaba el dinero suficiente en la cartera para pagar una buena comida en el vagón restaurante.
La súbita oleada de olor a medicamentos le hizo volver a la realidad.
No había pasado nadie por su lado y ella no se había movido, pero sin embargo las puertas de cristal se habían abierto de repente, haciéndole un guiño amistoso a la joven.
Su sonrisa se acentuó.
Desde su posición, le pareció una invitación a entrar.
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¿Por qué siempre lograba escabullirse¿Por qué diablos siempre lo lograba?
Llevaba ya más de tres días sin ver su cabello castaño entre el mar de batas blancas, y eso es algo que le asustaba y la ponía enferma. En primer lugar, porque Vogler amenazaba con retirar sus cien millones de dólares del hospital si no conseguía controlar a un maldito médico mal acostumbrado y revolucionario, y en segundo, porque odiaba que las enfermeras y el resto del personal se quejaran de que las consultas de urgencias desatendidas. ¡Ah, por supuesto! También había un tercer lugar, y era ni más ni menos, lo sulfurada e irritada que conseguía ponerla. Más incluso que cuando discutía con él.
Pero no esa mañana. Oh, por supuesto que no. No solo su orgullo estaba en juego, su propia sobrina, lo estaba. No quería ni imaginar la cara que se le quedaría si le anunciaba que el eminente nefrólogo con el que iba a aprender el verdadero oficio de hospital, se le había escapado por cuarta vez, después de treinta y seis horas de infructuosa búsqueda, por lo que desgraciadamente, no le había llegado a anunciar nada sobre su primera y, seguramente, última pupila.
No obstante, ahora que lo pensaba, convencerlo no iba a ser pan comido.
Pero de pronto, como caída del cielo, en su campo visual se introdujo sin permiso una alta y desgarbada figura, que contrastaba de manera portentosa con las que le rodeaban.
Sin perder ni un instante, escapó de su despacho a toda velocidad.
- Doctor Gregory House, no tan rápido.
El aludido se detuvo en seco, con el pie en alto, ahogando un suspiro de resignación. Girando sobre sus zapatillas de deporte, se encaró a la persona que se cernió sobre él con una venenosa sonrisa en los labios
Lisa Cuddy lo observaba enojada, para variar. Tenía la bata blanca a medio poner, dejando mostrar a medias el elegante conjunto verde manzana y la blusa escotada que tanto le gustaba, tanto a él como a ella, y del moño recién hecho le caían un par de bucles negros. Estaba claro que, mientras estaba vistiéndose en su despacho, lo había llegado a avistar antes de que éste hubiese llegado a escurrirse a la sala de estar de los médicos.
- ¿A dónde ibas?- Le preguntó, con un deje de fiereza.
- Me dirigía a mi despacho, como un buen médico. A revisar las consultas del día.- Respondió sin prisa, tomándose su tiempo para recalcar las palabras que le convenían.
La mujer no varió su expresión. Siguió observándole con gravedad, y al contestar, utilizó un tono en el que se husmeaba ironía a kilómetros.
- Creía que tu despacho se encontraba en la dirección contraria a la que habías tomado.
El hombre rió internamente, pero mantuvo intacta su inocente expresión.
- ¿De veras?- Abrió los ojos todo lo que pudo, intentando aparentar sorpresa.- Vaya. Lo habrás trasladado Julia, ya sabes, la enfermera jefe que nombraste la semana pasada, esa que es Pamela Anderson en morena… aunque era de esperar, después de la increíble noche que pasamos me querrá tener más cerca.
El rostro de Cuddy era un verdadero poema. Los nudillos, apoyados sobre sus brazos cruzados, se habían convertido en bultos blancos. Dio un paso al frente, clavando con fuerza la punta del tacón entre los dos pies del hombre. Con el dedo índice, lo señaló en indicación de advertencia.
- Julia no tiene nada que ver en esto, así que déjala en paz.- Le dijo con frialdad.- Y en segundo lugar…
House la interrumpió, sin importarle la expresión descompuesta de la directora del hospital.
- No te preocupes, no lo volveré a hacer. No es tan buena como tú en la cama.- Y, para corroborar aquella frase, le guiñó un ojo con picardía.
Decenas de pupilas de volvieron hacia ellos, con la curiosidad y el escándalo brillando en ellas.
Cuddy estaba a punto de estallar.
- Otro comentario fuera de lugar y considérate despedido de este hospital.- Amenazó, golpeando la yema del dedo índice el pecho del médico.
- Me quieres demasiado como para que me hagas eso.- Replicó él, echando a andar.
- Pero eso no quita que no te pueda añadir horas de guardia extra…
El pie de House se detuvo a siete centímetros del suelo. Volteó la cara en dirección a la de ella, con gesto exageradamente suplicante.
- Despídeme.
La directora del hospital meneó la cabeza, y tuvo que dar otro par de pasos para llegar a situarse en su misma línea. Respiró hondo antes de volver a hablar.
- Por favor, House, solo cierra la boca y escucha lo que tengo que decir. No sabes la cantidad de papeleo que tengo en el despacho…
El médico se frotó las manos, acompañando a aquel gesto con un encogimiento de hombros.
- No es algo que deba esperar más.- Le aconsejó.- Yo que tú, me marcharía corriendo a rellenarlo antes de que a nuestro querido Vogler se le ocurra volver de las Maldivas para revisar tu precioso escritorio…
- House.
- Qué.
- Seis horas más.
Esta vez fue él el que se rindió. Cruzó las piernas y apoyó su espalda contra la blanca pared. Era una verdadera tortura tener a esa mujer como jefe. Más que nada, porque era la única persona que lograba subyugarle bajo el mando de la autoridad. Claro, todo lo que las amenazas sobre horas extras daban de sí.
Cuddy pudo aclararse la garganta por primera vez y tragar algo de saliva, sintiéndose por fin algo más poderosa que él. La próxima vez lo amenazaría primero, y después, le pediría que la escuchase.
- Hoy llega una becaria.
- Genial. Fantástico.- Palmeó el hombre.- Celebraremos una fiesta. Yo traeré confeti y tu las bebidas.- Entornó ligeramente la mirada, divertido.- No escatimes con el vodka.
La mujer lo trepanó a través de su mirada verde.
- Es mi sobrina.- Le informó.
- Oh. Entonces no es genial ni fantástico.- House se llevó la mano a la frente en un típico gesto melodramático. Estudió la expresión de la directora del hospital con atención. Un destello de horror cruzó por su rostro moreno.- Miénteme. Dime que no está estudiando nefrología.
- Está estudiando la especialidad de nefrología.
- Pues muy bien, en ese caso…-. El hombre despegó su espalda de la pared, y se adelantó un par de pasos con la clara intención de marcharse.
- Te he dicho la verdad. La está estudiando.- Cuddy tuvo que moverse para cortarle el paso. Clavó sus pupilas en las suyas.- Quiero que seas su supervisor, y que entre en tu equipo médico.
La expresión indolente de House se metarfoseó. Sus pupilas se dilataron, labrando en su color metálico la gelidez del hielo, sus finos labios, se apretaron hasta formar una corta línea blanca bajo su nariz, y las facciones de su rostro endurecieron, adquiriendo una férrea crudeza.
- No.- Contestó de inmediato.
- ¿Por qué no?- La mujer no le permitió avanzar. Lo mantuvo quieto en su sitio, desafiando aquella mirada fría que destilaban los ojos del médico.- Es una buena chica.
- ¡Me importa un rábano que sea una buena chica!- Exclamó enojado, alzando los brazos.- ¡No soy una niñera!
- No hace falta que lo seas.- Le replicó.- Tiene veinticuatro años, no dos.
House esbozó una mueca socarrona.
- Una buena noticia. Cuando la haga llorar, en vez de darle el chupete, la mandaré a Wilson.- Tragó saliva, exasperado.- Él sí que sabe calmar a las jovencitas.
Cuddy suspiró con un deje de cansancio, mientras su mano se deslizaba hasta el bolsillo de su bata desabrochada. De él, extrajo una pequeña foto de carnet y la blandió frente a las penetrantes pupilas del hombre.
Su expresión artera se profundizó.
- Ya sabes que no firmo autógrafos en público.
La mujer bufó por lo bajo, y le obligó a mirar aquel pequeño rectángulo de papel.
- No seas crío.- Se aseguró de que su subordinado se fijase en la fotografía.- Esta es mi sobrina.
El médico arqueó las cejas, y la cogió para verla más de cerca. Parecía sorprendido.
- Vaya, no es muy fotogénica.- Comentó-. En la realidad es bastante más mona.
Cuddy pestañeó, sin entender.
- ¿Por qué dices eso?
- Sencillo. Me he topado con ella en la entrada del hospital.- Respondió él, encogiendo los hombros.- Será cosa del destino.
Le guiñó el ojo por última vez, y dio unos pasos atrás, para evitar que su jefa se le cruzase en medio otra vez y le obligara a no huir. Echó a andar con rapidez, esperando que, de nuevo, la voz de la mujer cayera sobre él como una imponente cascada. Sin embargo, lo único que escuchó antes de doblar la esquina, fue más una nota de súplica que una sonata de órdenes:
- ¿Le darás una oportunidad, por lo menos?
House se detuvo, y alzó los ojos al cielo mientras ahogaba un sonoro suspiro.
- Solo una.
Retomó el paso en dirección a su despacho, levantando, como siempre, miradas suspicaces que se hincaban en su chaqueta de cuero y en el casco de motorista que aún llevaba colocado sobre la cabeza.
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- Es su turno.
Una voz amable, perteneciente a un hombre, la sobresaltó bruscamente. Dio tal bote sobre su asiento, que arrojó el cuaderno y el bolígrafo que descansaban sobre sus rodillas, al suelo. Azorada, levantó la vista para encarar al dueño de aquella voz suave que la había arrancado de su ensimismamiento.
Era médico, porque sobre su camisa celeste y sus pantalones beige, descansaba una larga bata blanca, arrugada por las mangas de tanto subirlas y bajarlas. Debía de estar al borde de los cuarenta. Pero, a pesar de que alguna arruga marcase más de lo necesario algunos de sus rasgos, resultaba tremendamente atractivo.
Bajo el cabello liso, de color café, el rostro maduro se encontraba compuesto por un par de cejas pobladas, unos ojos grandes, oscuros y expresivos, una nariz recta, ni muy grande ni muy pequeña, y una boca generosa con un par de hoyuelos a cada extremo como adorno. La afabilidad y la calidez brillaban con luz propia en él.
- Disculpe.- Dijo de inmediato, inclinándose para recoger el cuaderno y el bolígrafo.- No quería asustarla.
La joven sonrió, intentando quitarle importancia al asunto.
- No se preocupe. No ha sido nada.
Los objetos caídos volvieron rápidamente a las manos de su dueña, que, nada más conseguirlos, los cerró a cal y canto. Vedando al momento de la vista del hombre las hojas escritas a tinta azul.
Se hizo un incómodo silencio, roto al poco por la voz del hombre.
- Puede pasar ya a la consulta.- Repitió, sin perder la amabilidad.
- ¡Ah! No, que va… no he venido por eso.- Se apresuró a aclarar la muchacha, comprendiendo que la había confundido con una paciente.- No estoy enferma.- Informó, al ver que el médico no entendía del todo.- Estoy esperando a alguien.
El recién llegado sonrió, mostrando una hilera de dientes inmaculados. Tenía una sonrisa preciosa, igual a la de un niño pequeño.
- Un lugar peculiar para esperar a alguien.- Comentó, sin borrar aquella mueca de su cara.
La joven rió, algo avergonzada.
- Estoy esperando a mi tía. Trabaja aquí.
- ¿De veras?- El médico observó como la muchacha asentía de inmediato.- ¿Cómo se llama? Quizás la conozca…
- Lisa. Lisa Cuddy.
El hombre palideció abruptamente, mientras se llevaba una mano a la cabeza con incredulidad.
- Vaya.- Contestó, sin saber realmente que decir.
Los ojos de la que había confundido con una paciente, lo observaron detenidamente, con curiosidad.
- ¿La conoce?
Él asintió con la cabeza, recuperando en parte su color natural. La miró, divertido.
- Por supuesto. Es la directora del hospital, mi jefa.- Su sonrisa se pronunció al ver la expresión de asombro que se dibujó en el rostro de la joven. Fue a decir algo, pero cambió la frase por otra al ver una cabeza cubierta por bucles negros que se acercaba atropelladamente a ellos.- Mira, por ahí llega.
Un golpeteo de tacones de aguja cesó de pronto, deteniéndose a unos pocos metros de ellos. Lisa Cuddy frenó en seco cuando el rostro de su sobrina se volvió hacia ella. Casi ni la reconoció.
- ¡Alison!- Exclamó, retomando el paso vivamente. Antes de que la aludida hubiese conseguido levantarse, ya la había estrechado entre sus brazos.- Menos mal que no te has ido. Perdóname-. Parecía que lo sentía de verdad.- Me he retrasado demasiado.
- No te preocupes.- Le contestó la joven, correspondiendo el abrazo con fingido entusiasmo.
- Me alegro. -Cuddy se separó por fin, recorriendo de arriba abajo la figura de su sobrina.- ¡Santo Dios¿Desde hace cuanto que no te veía?- Preguntó, sorprendida.
- Desde que entré en la universidad.- Respondió Cameron, intentando ocultar el tono de resentimiento en la voz. Sin querer, su ceño se frunció un poco.
Su tía carraspeó, descubriendo algo incómoda aquella mueca que intentaba ocultar vanamente la muchacha. Se irguió, y le dedicó una cándida sonrisa, algo enturbiada por un súbito sentimiento de culpa. Le hubiese gustado sentarse allí, en la sala de urgencias, y hablar de tantas cosas que le quedaban pendientes desde hacía años. Pero ya pasaban de las nueve, y tenía montones de papeleo esperando en su despacho. Abrió la boca, quizás para disculparse del tener que dejarla en ese momento, pero una voz conocida lo hizo antes que ella.
- Eh… creo que estoy interrumpiendo…-. Cuddy volvió la cabeza, y ahogó una exclamación de sorpresa al descubrir al doctor Wilson junto a ellas. Se le escapó un suspiro de alivio, él podía ser su tabla de salvación.
- Espera, Wilson.- Le ordenó, al prever que el hombre había decidido que no pintaba nada en aquella escena.- ¿Querrás hacerme el favor de encargarte de ella?
"¿Encargarte de ella?"
La aludida suspiró, defraudada. Tenía por sabido que tendría una pequeña entrevista con ella, para acto seguido, tenerla con el supervisor del que estaría bajo su cargo durante ese año. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que esa entrevista no llegaría a producirse nunca. Torció los labios, sin saber si sentirse agradecida o contrariada, pero se mordió la lengua y guardó silencio.
El médico, por su parte, se limitó a observar tanto a una como a otra, y a asentir con la cabeza. Era una suerte que no hubiera pacientes en la sala de urgencias. Un milagro hecho realidad, que, como bien pensó el hombre, sería el mejor regalo de cumpleaños para su colega, House. De repente, parpadeó sorprendido, al caer en la cuenta de algo¿cómo era que aún no se había pasado por allí para pedirle su pequeña televisión portátil?
- Alison, este es el doctor Wilson.- Le presentó Cuddy.- Forma parte del equipo médico de tu nuevo supervisor. Tiene la especializaci…
- ¿House?- La interrumpió el aludido con un tono algo elevado, con los ojos a punto de salir de sus órbitas.- ¿La vas a mandar a House?
La directora del hospital frunció amenazadoramente el entrecejo, y encaró una expresión de advertencia contra el rostro moreno del médico. Su mirada le decía literalmente: "cállate".
- Exacto, la voy a mandar a House… pero si tienes alguna objeción estaría encantada de escucharla.
Sus ojos de fémina en estado de alta agitación le mandaban guardar silencio. Y él, como buen caballero que era, no pensaba contradecirla.
- No, por supuesto que no.- Se apresuró a contestar, fijando su mirada en las pupilas claras de Cameron.- Es el mejor médico del estado… a pesar de todo.
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- Es esta puerta.
Wilson se detuvo junto a la consulta tres del ala de pediatría. Colocó la mano sobre el picaporte, pero no lo movió. A juzgar por sus labios apretados y su rostro ligeramente demacrado, no parecía estar muy seguro de abrirla.
Chascó la lengua, y miró de reojo a su acompañante. Ella le devolvió la mirada, preguntándose internamente qué clase de monstruo tendría como supervisor. Por la expresión del médico, se esperaba algo entre un doctor Frankenstein lunático y desatinado y un hombre lobo sediento de sangre.
Wilson respiró hondo, y sus dedos se desenroscaron del pomo de la puerta. Se volvió hacia ella con brusquedad, mientras su mano oscilaba en el aire, vacilando si posarse en el hombro de la muchacha o no.
- Escucha, no te tomes demasiado a pecho lo que te diga.- Dijo de pronto, con inquietante seriedad. Al fin y al cabo, no podía dejarla sola ante el peligro como si tal cosa.- Aunque sea el mejor médico de este hospital, él… bueno, es…-.Se detuvo al observar la demudada expresión de la sobrina de Cuddy. No estaba haciendo más que atemorizar a una pobre becaria. Quizás, después de todo y con un poco de suerte no sería para tanto. Casi al instante se echó a reír, sorprendido ante tal pensamiento. House era House, y aún no había conocido a una sola persona que hubiese salido ilesa tras cinco minutos de conversación seguida.
Alison tragó saliva, y esperó la palabra que venía a continuación con el corazón palpitando nervioso, en la mitad de la garganta.
La súbita sonrisa de Wilson la tranquilizó un poco.
-… especial. Supongo que esa palabra es la mejor que lo define.
La joven asintió, relajando por fin sus músculos agarrotados. Aquella mueca del médico sentaba mejor que la morfina.
- ¿Lista?
- Creo que sí.
Con un sonido sordo, la puerta giró sobre sus goznes, dejando mostrar tras su rectangular forma una estancia amplia, de color verde manzana y blanco, parecida al resto de consultas del hospital en el que había hecho las prácticas, cuando aún estaba en su ciudad. Eso sí, algo menos destartalada. La estancia, estaba decorada con estanterías de madera y cristal, encimeras en donde reposaban varios instrumentos médicos, y una larga camilla en la que yacía sentado un paciente. Se fijó atentamente en él, pues parecía el único ser humano, aparte de ellos dos, presente en la habitación.
Era un niño que debía de tener menos de diez años. En los labios, tenía apoyado el cuello de una pequeña botella de color ámbar, burbujeante de un líquido espumoso. Tragaba sin descanso, con verdadera necesidad.
Wilson lo observó, evidentemente desconcertado, para acto seguido desviar el rumbo de su mirada en dirección al objeto que el niño agarraba con tantas fuerzas.
A su lado, Alison se llevó las manos a los ojos, y se los frotó efusivamente. Estaba aún más aturdida que el médico.
- Eso… ¿es cerveza?
Las pupilas del hombres desprendieron llamas.
- ¡House!
De súbito, detrás de la camilla en la que reposaba el niño, unos brillantes ojos azules se asomaron con precaución. Tras un suspiro de claro alivio, una nariz algo aguileña, y unos labios finos, torcidos en una mueca de enojo, siguieron a sus claros predecesores.
- ¡Joder, Wilson, pensaba que era Cuddy!- Protestó, con una voz que le resultó conocida a la muchacha.- Ya podías haber avisado…
Su amigo se colocó una mano en la cadera, mientras la otra, lo señalaba casi con agresividad. Parecía una madre tremendamente enfadada ante el comportamiento de su hijo.
- ¿Se puede saber qué estás haciendo?
- Curando a un paciente.- Respondió con total tranquilidad el aludido, mientras le quitaba botella de cerveza al niño, y se echaba él mismo un trago.- El pobrecito lleva desde anoche con una excitación pronunciada, euforia y un dolor de cabeza insoportable.
El otro médico puso los ojos en blanco, y parpadeó sin entender.
- ¿Y para tratarlo le das cerveza?
House asintió, sonriendo con puya, y se apoyó sobre la camilla mientras la tendía de nuevo la botella al niño con caballerosidad. Éste, la atrapó de inmediato con sus pequeñas manos regordetas.
- Ayer sus padres fueron a cenar al Café de Paris, y dejaron al niño de una tal Verónica Jefferson. Seguramente, la canguro no tardó en despachar al niño, dejándolo acostado en la cama, mientras ella, llamaba a su novio. Al mismo tiempo que se daba el lote con él, al pobre niño no se le ocurrió otra cosa que escapar de su habitación y hacer una exploración por su cuenta en la pequeña bodega que estaba en el sótano.- Explicó, observando gratificado como el pequeño se terminaba la botella.- Después, paso lo que pasó. Llegaron los padres antes de tiempo y pillaron a la canguro liada con el maromo, al niño dándose cabezazos contra las paredes del pasillo, y una botella vacía de vino de reserva bajo el hueco de la escalera. Diagnóstico: una canguro despedida y sin honorarios, y un niño de siete años con una resaca de agárrate y no te menees.
Tanto Wison como Alison lo miraron boquiabiertos, sin saber que contestar. Fue el médico quién, tras un leve carraspeo, volvió a la carga.
- ¿Y no podías darle una aspirina o algo… legal?- Preguntó, escandalizado.
House arqueó las cejas, y marcó aún más su ladina expresión.
- Sí, por supuesto. Pero es que hoy yo también venía un poco pedo.
Esta vez nadie se atrevió a abrir la boca, y un incómodo silencio se hizo dueño de la habitación. De pronto, inconscientemente, los ojos vivos y escrutadores del médico se cruzaron con los de ella. Durante un instante se observaron mutuamente, cada uno reflejado en las pupilas del otro.
Cameron vio frente a ella a un hombre alto y moreno, de rostro oscuro y grave en el que, como dos luces en medio de la oscuridad, destellaban un par de ojos azules, grandes y tremendamente profundos. Tan fríos como el hielo que quema en las manos.
Sobre ellos, un par de cejas oscuras se cernían corroborando con aquel gesto atento que se mantenía en su evaluadora expresión. Tenía un aspecto descuidado, no se había afeitado, el pelo castaño se hallaba revuelto, y la ropa que usaba, una camiseta roja de estampados y un pantalón vaquero, se hallaban visiblemente gastados.
Parecía un individuo corriente, no tan agraciado como su compañero y por lo que hacía poco que había escuchado y había visto, con un peculiar modo de desempeñar su trabajo. Y, ahora que se fijaba, sin la bata blanca reglamentaria.
Él, por su parte, no encontró frente a sí más que a una cría recién nacida, con unos ojos oscuros demasiado grandes y llenos de amargura. La encontró demasiado simple. Siendo familiar de Cuddy, se había esperado hallar una morena despampanante, con suficientes curvas como para sustituir el recuerdo de las dos bailarinas de streaptease. Pero ni siquiera era rubia, y tampoco tenía aquel color rosado de su tía. Su piel era muy morena, plagada de negros lunares. Recubría un rostro agradable, sin maquillar, de facciones totalmente distintas a las dela directora. Un par de pupilas ovaladas, una nariz pequeña y respingona, y una boca pequeña de labios no demasiados carnosos.
En fin, nada del otro mundo.
Mientras se producía aquel cruce de miradas y pensamientos, Wilson y el pequeño paciente cruzaron una mirada, retándose el uno al otro a romperlo. Finalmente, tras aclararse la garganta ruidosamente, fue de nuevo el mismo hombre en romper aquel súbito silencio.
- Creo que aún no os habéis presentado…-. Comenzó a decir, indicándole con la mano a la joven que se acercase.- House, esta es…
- Sí, ya sé quién es.- Le interrumpió su amigo, esbozando una sonrisa peligrosa.- La pimpollo de Cuddy.
Las cejas de Alison parecieron bailar bajo su frente. No supo si fruncirlas por la molestia o arquearlas por el desconcierto. Sin embargo, fue una expresión de lo más estúpida lo que recibió el hombre como respuesta.
Wilson, oliendo a kilómetros las intenciones de su amigo, se apresuró a rescatar a su nueva colega de los peligrosas palabras del hombre.
- Se llama Alison Cameron.- Corrigió, con cierto toque de resentimiento en la voz.
- Así que Cameron¿eh?-. El médico rió por lo bajo mientras sus ojos volvían a pasearse a sus anchas sobre aquella figura femenina.- La protegida de Dios… aunque por ahora, solo la protegida de Cuddy. Bueno, por algo se empieza¿no?
Aquella vez tampoco hubo réplica ni comentario alguno.
House, con la sonrisa aún luciendo en sus finos labios, dio la espalda a los presentes de la estancia y se inclinó para recoger algo, medio escondido por el tapete que cubría la camilla. Cuando volvió a incorporarse, Cameron palideció abruptamente.
La chaqueta de cuero y el casco de motorista que aparecieron entre sus manos parecieron hacerle un guiño ladino, rebosante de maldad. La voz que le habló, de pronto, pareció venirle de muy lejos.
- He hablado con tu tía, y le he prometido que te daré una oportunidad.- Le informó el hombre, con cierto tono de retintín.- Solo una. Así que reza para que el siguiente paciente que venga tenga un simple catarro.
- ¿Pero tú a dónde vas?- Preguntó escandalizado Wilson, observando como la mano de su amigo abría la puerta lentamente.
- A descansar. Llevo una jornada de trabajo de lo más agotadora.- Respondió, esbozando una fingida mueca de agotamiento.
- ¡Pero si llevas solo aquí media hora!
- ¿Media hora¡Madre mía, ya decía yo que me encontraba cansado…!
Sin añadir ni un solo comentario más, estiró los labios en señal de despedida y cerró la puerta con suavidad.
Cameron, aturdida, intercambió una mirada con Wilson.
- Ya te dije que él…
- ¡Eh!
Ambos apartaron sus miradas. La puerta se había vuelto a abrir, y unos ojos azules habían aparecido junto al marco, en dirección a la recién llegada.
- Es solo una oportunidad, así que no la cagues.
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Bien, hasta aquí llega el capítulo. Ojalá os haya gustado y que no me enviéis al buzón de correo virus para vengaros por lo que habéis leído xD.
De nuevo, gracias a todos los que me habéis mandado reviews, los contestaré en el siguiente capítulo. Recordad, un fanfic con reviews, es un fanfic feliz!
Besos!
