Estaba frío y oscuro. Las antiguas paredes de ladrillo, cubiertas de moho, goteaban de humedad y escurría dios-sabe-que-cosa negra y desagradable por las grietas del suelo, como una pegajosa trampa específicamente diseñada para hacer caer a los soldados en los lúgubres corredores.
Como si lo hubiese estado esperando, uno de los hombres alineados detrás del coronel Roy Mustang resbaló y estuvo a punto de caer en un charco de la viscosa suciedad. El coronel lo sujetó por el hombro impidiendo su caída y lo fulminó con una mirada que decía llanamente "se más cuidadoso o te mataré yo mismo". El hombre agachó su cabeza avergonzado y murmuró una disculpa pero Roy lo ignoró; tenía cosas más importantes en las cuales enfocarse.
Estaba en un clímax en ese preciso momento. Bueno, un poco más que clímax. El corazón le retumbaba en el pecho y su mente precipitada se agitaba por el metálico cosquilleo de alquimia que se percibía densamente en la fría y húmeda atmósfera. Roy no podía estar seguro de que sus hombres también lo sintieran (después de todo, ninguno de ellos era alquimista) pero cada paso que tomaba la compañía hacia su destino provocaba que la piel de Roy se erizara un poco más. Algo había pasado aquí. Algo perverso e imperdonable. La fragancia del tabú estaba en todas partes, y la urgente necesidad de simplemente virar y huir de ahí era casi insoportable.
Roy contuvo un escalofrío y continuó avanzando por el solitario y oscuro pasillo con su cabeza en alto. No había vuelta atrás ahora. No cuando se encontraban tan cerca.
Hasta el día de hoy, Edward Elric había estado perdido por cuatro meses, dos semanas y cinco días. No era exactamente desconocido que el chico desapareciera por periodos de tiempo tan largos (dehecho él solía deambular por el país regularmente y no siempre tenía acceso a teléfonos o servicio de correo con los cuales comunicarse a los cuarteles… o por lo menos esa era su excusa) así que Roy no hubiese llevado semejante partida de búsqueda en cada rincón de Amestris por algo así…
Pero lo que realmente preocupaba a Mustang era que Alphonse tampoco sabía dónde estaba Edward.
Hacía poco más de cuatro meses, el más joven de los hermanos Elric había visitado la oficina de Roy, retorciendo sus manos metálicas y preguntando tímidamente si el coronel o alguno de sus subordinados habían escuchado de Edward en los días pasados. Roy le había contestado con cautela que no, nadie había oído de él y el pobre chico acorazado casi se disolvió en la histeria. Había comenzado a llorar y explicó que él y Ed habían tenido una disputa unas dos semanas antes y Ed se había ido para no regresar.
-E…él nunca se había enojado conmigo por tanto tiempo… ¡Y menos por algo t…tan e… estúpido!- Al había gimoteado, inclinado con su cabeza hundida en el hombro de la teniente Hawkeye. -Algo debió haberle pasado, de lo contrario ya hubiese llamado por lo menos-
El coronel había admitido sigilosamente que la ausencia de Ed era por demás extraña, ocultando la punzante corriente de preocupación que lo había atravesado al presenciar la desesperación de Al. Los hermanos Elric estaban prácticamente unidos por la columna… Ed podría ser un vándalo irascible e irresponsable, pero jamás, JAMÁS podría escapar del pueblo y no decirle a Al que se marchaba. Algo estaba definitivamente mal.
Después de que Hawkeye logró que Al se calmara lo suficiente como para escuchar, Roy le prometió que investigaría el asunto minuciosamente y de inmediato reunió equipos para intentar descubrir a dónde había ido Ed. Cada par de semanas la investigación solía toparse con una pista, y el coronel la seguía obstinadamente pero siempre terminaba en una decepción. Parecía que el Alquimista de Acero se había desvanecido en el aire.
Decepcionado después de meses de fracaso, Roy había detenido la búsqueda temporalmente la semana anterior al tiempo que colectaba la información que había encontrado sobre la supuesta localización de Ed y la estudiaba una y otra vez, tratando de descubrir algo que quizá había omitido. Negándose a detener la búsqueda de su hermano, Alphonse se encontraba viajando hacia el sur para seguir otra débil pista que muy seguramente terminaría en nada… Pero Roy suponía que podría entender la necesidad del chico de aferrarse al más mínimo vistazo de esperanza y seguirlo hasta el fin.
La revisión exhaustiva que Mustang hizo a su viejo material resultó inútil, y justo cuando otro fracaso parecía ser inminente, una pista le cayó del cielo. Roy había recibido una nota anónima hacía cuatro días. Nada muy llamativo, una carta sencilla en la que se podía leer "Sé dónde está el Alquimista de Acero…" acompañada de un mapa garabateado bruscamente que detallaba la bodega maltrecha y recóndita en la que el coronel Mustang y sus hombres instigaban actualmente. Estaba documentado que ese tugurio podrido no había sido usado en más de veinte años… pero una vez que el equipo se introdujo, era aparente que los documentos de la propiedad estaban en un error.
Había sido convertido en un laboratorio alquímico de algún tipo, organizado por una secta de alquimistas anárquicos que obtuvieron fama por transmutaciones ilegales e inmorales. Se guiaban por el lema de "no es tabú si se obtiene conocimiento de ello" y se habían convertido en la espina en el costado de los militares. Aparecían en el mapa de vez en cuando, pero para cuando los militares llegaban, los Alquimistas Anárquicos habían huido, dejando tras de sí los horripilantes restos de sus experimentos fallidos.
Y ahora, como siempre, al tiempo que los militares llegaron, todos los alquimistas se habían ido y (a juzgar por el aspecto del lugar) se habían ido hacía semanas. Mustang tensó la mandíbula de frustración. Probablemente había un informante entre los militares, pero ninguno podía imaginar siquiera quien. Bueno, eso no importaba por el momento. El propósito de ésta misión era encontrar a Edward Elric… y (Mustang se corrigió con sobriedad al tiempo que se detenía a observar un cuerpo retorcido, apiñado en una de las jaulas provisionales que se alineaban en el deprimente pasillo) cualquier otro sobreviviente potencial de ésta atrocidad.
El segundo teniente Breda permanecía escaleras arriba, con la mitad del equipo de Mustang, buscando y recolectando a las víctimas de éstos experimentos alquímicos. Hasta el momento, tres (No, cuatro, pensó Roy al observar la jaula) cuerpos habían sido hallados en la planta baja por Mustang y compañía y había sin duda aún más en el nivel superior. Uno de los cuerpos se encontraba despedazado, como si hubiese sido disuelto en ácido. Otro parecía en perfecto estado de salud… salvo el hecho de que sus órganos se encontraban fuera de su pecho.
Mustang se inclinó al lado de una celda marcada #23 y observó cuidadosamente éste nuevo cuerpo. Bueno, no era Edward, lo que ciertamente era un alivio. Parecía un joven, sin embargo… su rostro suave e inmaculado se encontraba invadido por el horror y sufrimiento, su semblante congelado en una máscara de tortura al momento de morir. Su cuerpo estaba acurrucado de costado, sangre escurría de su boca, nariz y entrañas. Pobre chico. Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho, protegiéndolo; sus manos clavadas como garras en sus hombros…
Momento…
Roy examinó más de cerca, sus ojos entrecerrándose al ver las manos del chico. No sólo se veían como garras… eran garras.
-Quimera…- suspiró Roy, su estómago revuelto. Ahora que observaba con más cuidado, el coronel podía ver retorcidas características de animal sobre todo el cadáver; las pupilas vidriosas y muertas eran rasgadas como las de los felinos y Roy pudo observar lo afilado de sus colmillos bajo sus labios ensangrentados y laxos. El coronel tuvo que tragarse su furia y nauseabundo horror y se puso de pie, dirigiéndose a uno de sus hombres. -Soldado DeMaine, tome nota del cuerpo que está aquí, pero no lo toque. El equipo de investigación tendrá un festín con este caso…-
-Si, Señor- saludó DeMaine anotando en el diario de la misión al tiempo que Roy avanzó por el corredor dejándolo atrás.
Había más jaulas al final del pasillo. Roy contuvo el aliento y avanzó con ansiedad hacia ellas. Si Edward no estaba ahí, significaría la decepción de un fracaso más… pero si Ed estaba ahí… bueno, Roy no quería pensar en eso por ahora.
La primera jaula a la que llegó Roy era más grande que las demás (más como una celda de prisión que una jaula) con los números de identificación #27 y #28 adjuntos a las barras de metal. El coronel se asomó a la oscuridad dentro de celda mientras sus hombres examinaban el resto de las jaulas apiladas en el fondo del corredor. Roy pudo ver el cuerpo de un perro, o más probablemente, una quimera tendida fláccidamente entre las sombras al otro lado de la jaula. Claramente llevaba muerta algún tiempo pero debido a la oscuridad y la distancia, Roy no pudo distinguir si sus facciones pertenecían o no al chico que estaban buscando.
Roy buscó en sus bolsillos uno de sus guantes y se lo puso. Había tenido sus dudas de ponérselos en la húmeda oscuridad del edificio en caso de que se mojaran demasiado como para crear una chispa… pero su bolsillo los había mantenido secos y listos para ser usados e iniciar las llamas. Roy chasqueó los dedos y el candado de la celda cedió goteando acero derretido en el suelo empapado, donde con un silbido se enfrió y solidificó.
La puerta se abrió con un agudo crujido y él avanzó. Tuvo que inclinarse un poco para entrar por el marco de la puerta, pero el interior de la celda daba espacio más que suficiente para que Roy se parara erguido y caminara con pasos inseguros al cadáver canino. Miró inexpresivamente a la criatura, tratando de ocultar el hecho de que en su mente se encontraba rogando por favor, que éste no sea Ed; por favor, que éste no sea Ed; por favor, que éste no…
Roy tragó saliva con dificultad y se hincó a un lado del cuerpo. Tenía un collar alrededor de su cuello y una placa de metal lo identificaba como #27; bueno, eso no ayudaba demasiado… Sus ojos oscuros bajaron escudriñando el pelaje ensangrentado de la quimera, buscando identificar desesperadamente alguna característica que indicara que era Ed… Entonces Roy observó y entendió. Cerró los ojos y agachó la cabeza.
Esa cosa era hembra. No podía ser el Alquimista de Acero.
Roy suspiró y masajeó su sien con una mano. Maldita sea. Otra pista sin salida. Comenzaba a hartarse de esto. Claro, aún quedaba la lejana posibilidad de que Ed estuviese vivo en alguna parte, pero Roy sinceramente lo dudaba a éstas alturas. Probablemente había sido secuestrado en las calles y destajado como un puerco hacía meses. Su cuerpo quizá se habría podrido y servido como alimento para buitres. Era una causa perdida. Un desperdicio de tiempo.
El coronel suspiró de nuevo y trató de incorporarse, pero se detuvo enseguida. Un sonido bajo y reverberante captó su atención y se congeló mirando nuevamente a la quimera a sus pies. ¿Estaba gruñendo? No. No. Definitivamente estaba muerta. ¿Entonces qué…?
-¡Señor! ¡Cuidado!-
Roy giró su cabeza en respuesta al grito de alarma de su soldado, con sus dedos preparados para crear una bola de fuego con un chasquido. Cuando su vista se posó en eso, Roy inspiró en un atrofiado gemido. Debió haber estado escondido en las sombras… Qué estupidez de Roy de pasearse dentro de una celda y bajar su guardia, especialmente cuando había dos números en la jaula. Si la quimera muerta frente a él era número veintisiete… entonces éste debía ser número veintiocho viniendo a saludar.
Se deslizaba lentamente hacia él, mostrando sus dientes que bloqueaban un gruñido profundo y amenazante desde el fondo de su garganta. Sus patas golpeaban el suelo con un cojeo irregular y sus garras hacían un sonido seco que retumbaba contra la piedra. Al igual que número veintisiete, era también un perro… o lo había sido en algún punto. Su pelaje era pardo claro, salpicado con manchas de sangre y lo suficientemente corto para dejar ver a Roy que estaba desnutrido. Sus costillas y huesos pélvicos resaltaban austeramente por debajo de su piel y su columna era un como un puente prominente y casi esquelético. Su piel estaba acentuada por mechones de pelo largos y dorados que adornaban su cola y colgaban desgarbadamente sobre su cara, ensombreciendo sus ojos. La brillante placa de metal en su cuello brillaba amenazadoramente conforme se acercaba a la luz. Aún luciendo así, tan demacrado y transformado como eso (no, no "eso". ÉL) se veía… Roy lo reconoció casi al instante y su corazón dio un vuelco y se hundió hasta el fondo de su estómago.
-Oh, maldita sea…- exhaló tristemente permaneciendo inclinado e inmóvil al tiempo que la quimera que alguna vez fue Edward Elric acechaba lentamente, sus labios contraídos mostrando las fauces.
-Con cuidado, señor…- DeMaine alertó con cautela, tomando su arma y apuntándola a la bestia.
-No dispares,- ordenó suavemente el coronel, sin quitar la vista del chico transmutado. -Es Acero-
Uno de los hombres maldijo por la sorpresa y los demás murmuraron entre ellos escandalizados. Roy los ignoró, enfocando toda su atención en Edward. Había dejado de avanzar y observaba cautelosamente a Roy; el pelo erizado y los colmillos expuestos mandando un claro mensaje al coronel que decía: QUEDATE AHÍ.
-¿Acero?- Preguntó Roy, forzosamente manteniendo su voz baja e inofensiva. -¿Puedes entenderme?-
La quimera no mostró reacción alguna. Simplemente se quedó ahí, observando a Roy con semejante intensidad inhumana que le erizaba el cabello de la nuca. Entonces, como si Roy no hubiese dicho nada, avanzó de nuevo, escurriendo pálidos hilos de baba por entre sus retorcidos dientes.
Roy maldijo para sí mismo. Hincado en el suelo como estaba, su posición era demasiado vulnerable y la furiosa quimera comenzaba a estar demasiado cerca como para estar tranquilo. Ahora se encontraba a tan sólo unos metros de distancia y cada segundo se acercaba más. Lentamente, para no alarmar a Ed o lucir agresivo en alguna forma, Roy se aventuró a intentar ponerse de pie.
-Tranquilo, chico… tranquilo…- medió el coronel, incorporándose lentamente para alcanzar la posición erguida. –No voy a herirte…-
Ed no parecía convencido. Agitado por Roy poniéndose de pie, la quimera soltó un atronador ladrido y avanzó amenazadoramente varios pasos tronando su mandíbula y escurriendo baba. Roy retrocedió un poco, casi tropezando con el cadáver de la otra quimera. Esto no estaba bien. Ed se encontraba entre Roy y la puerta de la jaula y no mostraba signos de querer quitarse de ahí.
Roy enfocó su vista brevemente hacia la puerta. Nueve de sus hombres tenían sus armas apuntadas por ente los barrotes de la celda, y dos de ellos estaban entrando a la jaula lo más sigilosamente posible, intentando ayudar a su coronel. Por el momento, Ed parecía ignorante de todo el movimiento, demasiado concentrado en Roy; su cuerpo tensado y cada uno de sus músculos listos para desgarrarlo al primer impulso.
-Retrocedan…- murmuró Roy a sus hombres, dando otro paso atrás ante el avance de Ed, -lo último que queremos es espantarlo. Jacobi, sube las escaleras y dile al teniente Breda que encontramos a Acero. Richards, toma algunos hombres y busca si pueden encontrar algún tranquilizante o algo útil… esperemos que esos bastardos hayan dejado algo que nos pueda servir…-
Los hombres dudaron por un momento, mirando al coronel con incertidumbre, pero entonces retrocedieron obedeciendo las órdenes que les habían dado. Roy observó uno de sus hombres agacharse en el marco de la puerta, pero al momento que otro se acercó, resbaló en un charco de suciedad y cayó exclamando un gemido ahogado.
Alarmado por el ruido y enfocada ya su presa, Ed se lanzó hacia el cuello de Roy en un arrebato de adrenalina que no le dio tiempo a Roy de esquivar. Levantó su brazo por instinto ante la embestida de Ed, lanzando un grito al sentir los colmillos atravesando el tejido de su brazo. La fuerza del ataque de Ed impulsó a Roy hacia atrás y ambos se impactaron con fuerza en el suelo. La caída sacó el aire de los pulmones de Roy, mientras que fue suficiente para que las mandíbulas de Ed soltaran su brazo.
-¡Coronel!- uno de los hombres que quedaban gritó, mientras Roy aprovechó para rodar por el suelo e incorporarse lentamente, recargando su espalda contra la pared de la celda.
-¡No disparen!- Roy exclamó con furia al escuchar que alguien cargaba su arma, -¡No sabe lo que está haciendo! Sólo déjenme hacerme cargo…-
Roy apretó sus mandíbulas tratando de pensar qué hacer a continuación. Sentía en su brazo fuertes punzadas de dolor y gruesas gotas de sangre escurrían por entre sus dedos, pero no tenía tiempo de examinar sus heridas. En lugar de eso su vista se posó en el Alquimista de Acero. La quimera lo estaba rodeando de nuevo, buscando una oportunidad de atacar. Roy lo examinaba sobriamente, pensando en cómo iban a salir ambos de ésa situación sin mayores heridas.
Quizá Roy podía correr hacia la puerta y cerrarla antes de que Ed pudiera escapar y dejarlo ahí hasta que encontraran tranquilizantes o alguna otra cosa para calmarlo. O podían inmovilizarlo… quizá dispararle en las patas… dejarlo lo suficientemente herido como para capturarlo. O quizá…
Antes de que Roy terminara esa sentencia en su mente, Ed atacó de nuevo. Esta vez, Roy tuvo tiempo de esquivar y saltar hacia un lado. Se dio la vuelta y tomó un lado de la cabeza de Ed, atrapando un puñado del pelaje dorado que cubría su frente y lo forzó a agachar la cabeza. Ed luchó y forcejeó, pero Roy trepó sobre su lomo y lo inmovilizó, sujetándolo contra el frío suelo con todas sus fuerzas.
Ed retorció y jaló su cabeza, aullando e intentando morder nuevamente a Roy.
-¡HEY!- bramó Roy -¡Ya basta, Ed!-
En realidad Roy no esperaba respuesta alguna. Estaba claro que el chico era más perro que humano y no entendía lo que Roy intentaba decir, pero el coronel estaba dolido, asqueado y perdiendo la paciencia. Sólo quería gritarle al muchacho… reprenderlo y preguntarle por qué (POR QUÉ) había permitido que le pasara semejante atrocidad. Estúpido chico. ¡Maldito estúpido jodido chico…!
A pesar de las expectativas de Roy (o la falta de) la quimera detuvo su forcejeo ante la rudeza de las palabras del coronel. Se quedó completamente quieta, jadeando y volteando a ver a Roy con sus dorados ojos ensanchados.
-… ¿Ed?- preguntó la quimera con voz ronca y profunda.
Roy se congeló conteniendo el aliento. Abrió su boca para decir algo pero la cerró inmediatamente.
-¿Ed?- preguntó Acero de nuevo, con una especie de desesperación contenida en la palabra. Roy volteó a verlo dubitativamente. Parecía que Edward esperaba que Roy le dijera algo, pero el hombre no tenía idea de qué decir y se quedó en silencio. Con vacilación, Roy soltó la cabeza de Ed. Cuando la quimera no hizo intento alguno de atacar, Roy se quitó de encima y se levantó lentamente.
La quimera se alzó tambaleantemente, con aspecto confuso. Dejó caer los hombros y con la cola entre las patas gimió suavemente observando a Roy.
-¿ED?- repitió con más fuerza y con la voz quebrada. -¿Nombre Ed? ¿Ed? ¿Veintiocho? ¿Ed?-
El corazón de Roy se contrajo al entender finalmente lo que el chico quería. Quería que confirmaran su nombre. La placa de perro que colgaba de su cuello brillaba en la pálida luz del cruel calabozo, #28 grabado en el metal… y no había duda de que también grabado en la mente de Ed. Roy tragó saliva y se preguntó cuántos meses habían pasado sin que alguien hubiese llamado a la pobre criatura por su verdadero nombre.
-Si…- dijo Roy, tragándose el nudo de su garganta, -si, tu nombre es Ed.-
La quimera exhaló profundamente y asintió, un escalofriante gesto humano proviniendo de algo que lucía más como un animal. Lentamente, le dio la espalda a Roy y caminó pesadamente al lado contrario de la celda, la cabeza gacha mientras murmuraba para sí mismo su nombre una y otra vez, -Ed… Ed… Ed… Ed…-
Los soldados fuera de la celda murmuraban entre ellos, agitados e incómodos como una manada de venados mientras esperaban a que su coronel les diera órdenes. Roy levantó una mano para indicarles que se quedaran donde estaban y se inclinó de nuevo para ver lo que Ed iba a hacer.
Ed se detuvo cuando alcanzó los barrotes del otro extremo de la celda y se giró para encarar de nuevo a Roy. –Ed…Ed…- gruñó vagamente, meciendo su cabeza de lado a lado y alzando la voz conforme seguía hablando, -Ed… ¡Ed! ¡Ed! ¡ED! ¡ED! ¡ED!-
Y entonces se abalanzó.
Corrió a toda velocidad hacia Roy, gritando su propio nombre desde el fondo de su pecho como un grito de guerra. Roy se preparó para el ataque, pero Ed lo pasó de largo y se impactó con fuerza contra los barrotes detrás de él. Ed cayó al suelo y Roy se apresuró a ir hacia él, pero el chico se levantó y retrocedió un par de pasos. Ed aulló y se abalanzó otra vez contra los barrotes, golpeando su cabeza contra el duro metal una y otra vez. La sangre comenzó a manchar su pelaje, escurriendo gotas rojizas por su frente y hocico mientras golpeaba su cráneo repetidamente contra las barras.
Roy se dio cuenta con horror de que estaba tratando de matarse.
-¡Detente, Ed!- exclamó, tomándolo por el collar y jalándolo hacia atrás. Ed forcejeó con un grito ahogado y rompió el collar, lo que le permitió embestir los barrotes una vez más.
El coronel se lanzó hacia él, sujetando el cuello y los hombros perrunos con ambos brazos y jalándolo hacia atrás. Ed aulló y trató de luchar contra él, pero estaba herido y agotado y al borde de la inanición, inhabilitado para escapar del amarre de Roy.
-¡Alto, alto, alto!- ordenó de nuevo Roy, abrazándolo con más fuerza, -¡Vamos, Edward! Está bien… Shhh… Estás bien… sólo déjame llevarte a casa, ¿de acuerdo?-
Ed se estremeció ante las palabras de Roy y dejó de moverse, escuchando atentamente, jadeando y gimiendo.
-Voy a llevarte a casa,- prometió el coronel en un susurro, -pero necesito que te calmes, ¿está bien?... ¿Entiendes?-
La boca de Ed goteaba sangre y había una espantosa herida en su frente, parcialmente oculta por los mechones rubios; escurriendo delgados hilos carmesí a los lados de su alargado rostro. Giró su cabeza a medias y miró a Roy, sus rostros a escasos centímetros. La quimera observaba con ojos ensanchados y aterrados, penetrando a Roy con una especie de dolor confuso y errático… pero no eran los ojos de Ed. Eran los ojos de un perro atemorizado, nublados por la estupidez animal.
-¿Entiendes?- preguntó Roy otra vez, con la esperanza de que la mente aguda y excepcional de Ed no hubiese sido completamente absorbida por la bestia con la que lo fusionaron. No. No, él estaba aún ahí en cierta medida… sabía su nombre y estaba claro por su histeria que comprendía al menos en parte la maldad a la que había sido sometido… pero además de eso, ¿qué? ¿En verdad entendía?
Entonces, lentamente, Ed asintió. La mandíbula de Roy se tensó mientras liberaba a Ed, invadido por una brutal y debilitante sensación de alivio.
-Bien.- lo alentó Roy gentilmente. –Eso está muy bien.-
-¿…Bien?- repitió Ed, soltando la palabra como un suave y lastimero sollozo.
Roy tragó saliva y dejó a su corazón latir con fuerza un momento antes de estar seguro de volver a hablar, entonces con voz ronca dijo –Si… está bien. Vamos…- y se levantó, indicándole a Ed que lo siguiera. Ed dudó por un instante, temblando y gimiendo quedamente sentado en el piso de la celda. –Vamos, Ed…- Roy insistió, avanzando hacia el exterior de la jaula. La quimera soltó un quejido vacío y suave y se levantó, cojeando detrás de su comandante con su cabeza gacha, murmurando para sí mismo…
-Ed… Ed… Ed… Ed… Ed… Ed…-
