Bedtime Stories 1: Trembling Heart.

El grito que apuñaló la estancia fue abrumador.

Gotas de sudor se deslizaban por su piel con el tacto de afiladas agujas perforando cuero. Su garganta se atoró por la espesa saliva que actuaba a modo de tenaza. Entreabrió los labios hasta que sintió la dolorosa tirantez de las comisuras, y a pesar de ello, no fue suficiente para permitirle respirar. Una pesada losa se recargaba en su pecho, semejando quebrar cada costilla, inutilizar cada músculo, de modo que solo pudiese dar bocanadas vacías. Sentía violentos chispazos colisionando contra la yema de sus dedos. Los impulsos eléctricos que corrían por su médula espinal le quemaban.

Tenía más ganas de hincarse las uñas en la carne y tirar fuertemente hasta que viese salir la sangre que nunca.

Berth.

Berth.

¡Berth!

Intentó alzar la mirada. Sus retinas estaban tan empañadas por las lágrimas que dificultosamente llegó a divisar una figura reflejada en el espejo.

-Te está sucediendo otra vez, ¿verdad?-su voz temblaba. Temblaba tanto como el cuerpo de su compañero bajo su mano.-Berth, contesta, por amor de Dios.

Apenas si sus dedos alcanzaron a desabrochar torpemente el primer botón de su camisa, disminuyendo la presión de su cuello de una forma ridículamente ínfima. Apenas si podía escuchar nada si no se hacía notar por encima de los estentóreos latidos de su corazón. Sus labios resecos, heridos, comenzaban a adquirir una coloración lilácea.

-R…R…Rei…n…

-Tranquilo. Estoy aquí.

El muchacho rubio tomó su rostro entre sus manos. Notó las cálidas y cortantes lágrimas de Bertholdt abrasarle los dedos.

Ayúdame.

-Tranquilo. Tranquilo, todo va bien. Mírame. Anda, mírame, abre los ojos.

Tengo miedo.

Sus párpados se elevaron. Su boca se ahogó de saliva.

Ayúdame.

Reiner acarició con suma delicadeza su nuca, descendiendo por su espalda. Su tacto semejaba el de las gotas de lluvia. Tomó aire hasta llenar sus pulmones por completo y lo expulsó suavemente sobre su rostro impregnado de sudor, a la altura de su nariz. Llevaban demasiados años conociéndose. Si algo calmaba las crisis de ansiedad de Berth era el aliento de su compañero acariciándole en un soplido. A medida que iba repitiendo el proceso su respiración se fue acompasando, llegando incluso a ser lo suficientemente profunda para inundar completamente su pecho. Mantuvo los ojos cerrados. Primero con muchísima fuerza. Luego, aflojando muy lentamente, relajando los músculos de su rostro, tensando la piel arrugada. Todavía le dolía muchísimo el esternón, mas al cogerle de la mano, sentía que era un sufrimiento soportable.

Él estaba allí.

Tocándole.

Respirando.

Estaba a salvo.

Estaba vivo.

Se repitió aquellas cortas frases mentalmente, una y otra vez, interiorizando los conceptos en su cabeza. La tensión que sentía se resquebrajó, desvaneciéndose en una debilidad aplastante, que apenas le permitía mantener los ojos abiertos. Su rostro escurrió entre las manos de Reiner como agua, mirando hacia abajo. Apenas si era un autómata a manos del pánico.

-No puedes seguir así, Bertholdt. Esto está acabando contigo.

Su recia mano retiraron el sudor de su frente. El moreno la tomó entre temblores, digiriéndola a su cuello. Allí era donde más le molestaba. Su corazón desquiciado arremetió contra sus uñas. Cada sístole le mantenía cerca. Cada diástole le apartaba lejos.

Dudaba entre qué era lo mejor para ellos dos.

-Reiner...

-¿Mh?

-No quiero seguir con esto... Quiero irme a casa...

-No podemos rendirnos ahora, sería una estupidez.

-Quiero irme a casa...-repetía aquella frase como un mantra, dejando que las lágrimas hiriesen sus mejillas. Aquellas eran las marcas de su propia guerra.

-Berth...

Un cálido manto envolvió su cuerpo, obligándole a inclinarse hacia delante. Los brazos del muchacho rubio eran el único refugio seguro en la tempestad.

Realmente, su hogar era donde pudiera estar con él.

-Berth, vamos a volver a casa. Te lo prometo. Confía en mí. Solo tenemos que esperar un poco más.

-Nos acabarán matando...

Su voz sonaba quebrada, trémula, frágil.

-Para que te hagan nada deberán pasar primero por encima de mí. Y créeme. No lo harán.

Alzó levemente su rostro. Sus ojos negros estaban cubiertos por una rojiza red de venas inflamadas, cuyo único fin era hacer funcionar sus lacrimales. Exprimirlos. Hasta dejarlos secos.

-No quiero seguir jugando a ser un héroe... No quiero...Porque no lo soy...

Reiner apoyó la frente contra la suya. Le tuvo tan cerca de sí como le fue posible. Enterró los dedos en su cabello en suaves caricias, que instaron a su amigo a que cerrase los párpados de nuevo. No podía negárselo a sí mismo. Le amaba tanto que le dolía.

-Para mí lo eres, Berth.

Entrelazaron los dedos suavemente. Entre ellos dos no existían los secretos, las inseguridades, las dudas. Se querían demasiado como para permitir perder uno al otro. "Anda, vamos" musitó el muchacho rubio, guiándole hacia la cama que compartían, bajo el permiso de su instructor, para mantener controlada la enfermedad de Bertholdt y que no se convirtiese en un problema para sus compañeros. Se acostaron juntos. Uno frente al otro. Besándose con tantísimo cuidado y dulzura que sus labios semejaban los roces de los pétalos de una flor unos contra los otros, empujados por una brisa cálida. Los besos del moreno tenían aquel amargo regusto a lágrimas. Los de su amado sabían a seguridad y aplomo. Serpenteó por su tronco, apoyando la cabeza en su pecho. Berth le acarició el cabello enredándolo entre sus trémulos dedos, hasta que sus párpados cubrieron sus iris azabache, como delicados velos de piel. Su corazón aún bombeaba agitadamente. Tardaría un buen rato en calmarse.

En momentos así Reiner no podía evitar preguntarse si realmente ellos dos eran, como solían decirles, los cazadores o las presas.