Presentado para el evento literario de mi instituto. No ha ganado, pero al menos he escrito algo. Es Czes en 496 palabras. Es cierto momento. Y este es mi primer fanfic de Baccano!.

Una eternidad por delante

Son tantas las veces que has deseado no beber el elixir de la inmortalidad, pequeño niño, que ahora crees que todo parece haber terminado.

Cuentas tus pasos poco a poco desde que has calmado tu corazón, desde que has huido y sostienes la navaja entre tus pequeños dedos manchados por la sangre y el dolor y los susurros de incredulidad. Quieres gritar hasta dejarte la garganta.

Ciento catorce, ciento quince, ciento dieciséis.

Nadie se fijará en ti en estas calles de bruma, en busca de ese tiempo perdido que no te preocupas en buscar porque eres como los ángeles: te espera una vida eterna por delante. Así siempre estarás anclado en estos ocho años, clavándote las espinas de la pubertad y la adolescencia y la madurez porque no pensaste cuán duro sería quedarte en la infancia.

En algún momento de tu escapada has abandonado la boina negra, esa que te ocultaba las torturas invisibles: las que dejan rastro sólo en el alma.

La lluvia empieza a caer; de las cuatro gotas pasa a ser un torrencial, y alzas la cabeza para recoger tanta agua como puedas mientras el paisaje se desdibuja y las personas no llegan a ser sombras.

Ciento treinta dos, ciento treinta y tres.

No quieres que nadie vuelva a pronunciar tu verdadero nombre, que no se fije en ti ni te toque ni un mechón de pelo.

Y si alguien descubre tu condición, ya no te importará que te usen y tiren como el peor de los títeres, como el barco de papel que se hunde rápidamente.

—¡Tienes que vivir con la mejor de las sonrisas! —te anima Isaac, ese hombre rubio de aspecto de vaquero y de espíritu invencible. Miria lo acompaña con una risita, los ojos brillándole tan fuerte... no sabes ni siquiera cómo reaccionar.

Miras a Maiza, el hombre que deberías haberte tragado y desaparecido, y éste baja el sombrero en señal de comprensión. Te muerdes la lengua, hace rato que te has calmado porque ya ha salido toda la tensión.

—¿Estás bien, Czes? —te pregunta él.

—Claro que sí... sólo un poco cansado.

No reconoces tu propia voz; parece la de un viejo.

—¡Vamos a buscar un hotel, entonces! ¡Venga, Miria! ¡A descansar!

—¡A descansar! —Miria lo acompaña en su voz alargando esa preposición innecesariamente y te agarra de la mano con energía. Mientras os váis dando saltitos, piensas cuánto tiempo hace que dejaste de contar tus propios pasos.

Desde que conseguiste deshacerte de las manos de Fermat, desde que llegaste al mar desde esa ciudad desconocida y te acurrucaste en un rincón mientras las lágrimas te ahogaban.

Desde que decidiste ser un pobre niño inocente con el alma destrozada.

No Czes, no tú.

Son tantas las veces que has deseado no beber el elixir de la inmortalidad, pequeño niño, que ahora remueves la cabeza y piensas que da igual lo que desees.

Porque tienes una eternidad por delante para pensarlo.