La corona y la espada


Disclaimer: Los personajes son de Masashi Kishimoto. Algunos nombres de ciudades fueron tomados de un videojuego llamado "WoW". Fuera de eso, la historia es mía.

Spoiler: Ninguno en realidad, este es un mundo fantástico, un Universo Alterno.

Sin más, los dejo leyendo esta nueva historia.


Parte I

Capítulo I

Año 1510 según el calendario de la Iglesia Numen.


"Su reinado fue efímero, tal vez debió haber vivido más para ver la grandeza del universo y su propia destrucción"


El anochecer estaba llegando y con ello un día más de terminar la larga jornada.

Todo estaba preparado para el gran evento, el Rey no quería que nada saliera mal, sin margen de error. Su cabello estaba un tanto despeinado y a pesar de tener unas cuantas ojeras en su rostro seguía conservando ese toque de humanidad y seriedad que siempre lo acompañaban a donde quiera que fuera.

Se puso de rodillas y tocó un mechón rojo de la mujer que estaba a su lado, más que una simple mujer era su esposa.

Ninguno de los dos había nacido dentro de un linaje ni tenían la sangre real corriendo por sus venas, el destino fue quién los puso en un camino muy peculiar. Ella huyó de su país después de una guerra y él fue un huérfano que cómo único camino era predestinado al fracaso.

El nombre de aquel Rey era Minato. Sus ojos eran tan puros que era difícil no perderse en ellos y su esposa era Kushina Uzumaki. Ambos cruzaron sus miradas, ella al percatarse de que él tocaba su cabello, acariciándolo. Sonrieron como la primera vez que se vieron, todo hubiese sido perfecto… Sin embargo, una mueca de dolor apareció en el rostro de la reina. Minato sabía que pasaría y estaba preparado así que con un ademán llamó a dos mujeres que hasta ese momento se mantenían ajenas a su burbuja amorosa.

Ambas estaban recargadas sobre la pared de piedra. La mayor de ellas sostenía una vela, la cual empezaba a escurrir. La flama estuvo a punto de extinguirse por el aire que se extendía de la ventana abierta, azotando con fiereza la cortina roja.

—Tengo miedo—Confesó—, ¿crees que algo pueda salir mal?

Él negó y acarició su rostro, pasando sus dedos largos sobre su piel. Sintiéndola un poco caliente, supuso que era normal, su mujer solía sonrojarse en ciertas ocasiones.

—Todos los preparativos para el bebé están listos, Biwako y Taji están aquí.

Kushina comenzó a cerrar los ojos, fuertes dolores eran latentes en su vientre y en casi todo su cuerpo. Soltó un grito y las mujeres comenzaron a actuar.

La que sostenía la vela la dejó sobre el piso, procurando que no se volteara ni ladeara. Se limpió la cera sobrante —La que cayó en sus dedos— en su falda gris.

—Por favor—dijo la mayor, quién tenía su cabello recogido en un moño alto— Minato, salga del cuarto.

Era de las pocas personas que aún se dirigían a él con ese tono de informalidad. Se tenían confianza hasta cierto punto.

—Pero puede que ella…

—Por algo las mujeres somos las que tenemos a los bebés, ¿no? —dijo la mujer con un tono de molestia, como si fuera la cosa más obvia del mundo—, ¡eres el Rey! Actúa como tal, ella estará bien y dará a luz ¡los hombres no pueden manejar semejante dolor!, ¡Taji! ¿Dónde está Amelié?

—Señora—La chica se removió inquieta—, la sacerdotisa dijo que vendría.

—Pues más le vale, necesitamos las oraciones de Haruki-sama para que le dé vida a este bebé.

Minato miraba desesperado a las mujeres, ¿no podían hacer la labor de parto ya? Sin embargo ellas eran experimentadas y aunque eran Zamarak—personas con el don de curar y ser magos— no tenían el nivel de destreza que el de una sacerdotisa para el don de la palabra y el fervor.

Una mujer de cabello negro y tez morena apareció. Vestía una túnica color blanco y una corona de flores. En su mano derecha sostenía un bastón de oro.

—Amelié—Masculló Biwako—, es momento de orar para que este niño tenga la gracia de Numen.

—Afirmativo, mi Rey usted debe salir de aquí, no está permitido que permanezca aquí en la ceremonia de Nativitate.

Minato revolvió sus cabellos y le echó una segunda mirada a Kushina. La ceremonia de Nativitate era tan antigua que existía desde tiempos remotos, estaba en una de los siete libros sagrados de la Iglesia Numen en donde dictaba que dos mujeres y una sacerdotisa debían traer al mundo al bebé y que por ningún motivo estaba permitida la estancia de varones dentro de la misma habitación. Eso traía malos augurios según la tradición.

Para Kushina, sus palabras eran lejanas. Un zumbido amenazaba con quebrarle la cabeza, ya quería ver al niño entre sus brazos sin embargo temía que algo fuera a salir mal. No era el hecho de ser madre, no. Era el motivo por el cual su vida estuvo en riesgo por años, perseguida por algunos países y por un reino en particular.

No se percató de cuando Minato abandonó la habitación cerrando la puerta tras de sí ni cuando Taji llenó una tarja de agua con pétalos de rosas. La sacerdotisa comenzó a decir cosas que ni siquiera pudo entender y estaba lejos de comprenderlas dado que estaban en otro idioma.

«Rezae po vitae a vue be con e gracié.»

Un grito más y todo se tornó negro.

—¡Aquí viene!—Biwako tomó al bebé, primero iba saliendo la cabeza y notó como la criatura tenía el cabello rubio. Tal como su padre, pensó.

Taji sostenía una toalla blanca de lino y esperó a que la Zamurak le tendiera al bebé.

Un chillido y eso fue buen indicio.

Amelié dejó de orar y soltó su libro. Respiró profundamente, su cabello rizado se movía gracias al viento y se permitió admirar por un segundo.

Inmediatamente zambulleron al bebé en el agua con pétalos de rosa. Los chillidos no se hicieron esperar.

—Rápido, cortemos el cordón umbilical—señaló Biwako.

Con una gracia magistral tomó una hoja filosa, con un mango de oro y cortó rápido. Fue directo y sin error, ahora sólo procederían a limpiar al bebé.

—Unta aceite, Taji.

Minato escuchaba todo desde la gruesa puerta de madera. En verdad esperaba ver ya a su hijo, la sensación de peligro no lo había abandonado. Claro que era Rey y creía en la Iglesia y en Numen, sin embargo algunas cosas le parecían un tanto carentes de importancia, tales como un ritual de bañar al bebé en pétalos de rosa y ungirle aceite.

—¡Bautizar! —ordenó la Zamurak con voz potente a Amelié.

—A la orden—, la mujer de ojos miel sacó un colgante de piedras preciosas y se lo mostró al bebé—, por la gracia de Numen y de Isis, de todos los Dioses del Mundo de la luz, te concedo la gracia de vivir bien y sobrevivir.

Una luz amarilla inundó la sala. Minato sólo pudo apreciarla por la rendija que existía entre el piso y la puerta.

La luz amarilla que significaba que un bebé había sido bautizado. Amelié suspiró y dejó el colgante en el piso, se limpió el sudor de su frente y observó a las demás mujeres.

—Mi rey ya puede pasar—dijo Biwako con voz firme.

Ni lento ni perezoso él apareció, y caminó tan rápido como pudo, arrastrando su capa en el piso.

Tenía toda la intensión de sacar a su hijo de esa tarja de agua, ¿acaso no veían que la pobre criatura lloraba y pataleaba?

—No, no—negó con su cabeza Biwako—. ¿Sabe qué podría hacerle un mal tocándolo?

Él se encogió de hombros importándole poco, sin embargo la mirada dura de la mujer le hizo cambiar de opinión. Las costumbres no podían cambiarse sólo porque fuera un hombre ansioso.

Observó a su mujer, estaba sudorosa y tendida en la cama, sus piernas estaban separadas y ese color en sus mejillas no se iba, se preguntó si acaso estaría bien, si sobreviviría… y es que en esos tiempos las probabilidades de sobrevivencia de las mujeres en el parto se reducían a la mitad. Lo mismo pasaba con los bebes, por ese motivo era necesario bautizarlos para evitar que fueran almas en pena y que pasaran a ser esclavos del Reino de la Oscuridad.

Movió su cabeza en reprobación, la mención del Reino de la Oscuridad estaba prohibida y se consideraba un tabú. La Iglesia Numen castigaba con trabajos forzados a quién osará mencionar esas palabras. Y él como Rey debía respetarlo, su poder sólo era superficial, todos sabían que quién realmente mandaba era Numen, —una persona que existe pero que nadie ha visto su rostro—, se dice que es la persona más longeva del orbe y que sobre él residen los poderes mágicos. Un ser invencible en todos los sentidos, el más sabio y el más fuerte. Él, desde la cúpula de la Iglesia en la capital de Dalaran gobernaba a todas las Naciones del Reino de la Luz.

Los ojos de la Reina se abrieron de par en par, como dos ventanas al mundo. Las mujeres a su alrededor suspiraron aliviadas, hasta el momento todo parecía salir bien.

Primero tuvo que mirar a su alrededor y ver como su esposo observándola y cómo la Zamurak tenía a su hijo.

Su hijo. Ese pensamiento taladró su mente y despejó todo dolor y dolencia que pudiera existir.

—¡Naruto!—Kushina sollozó —. ¡quiero verlo!

Biwako asintió y lo acercó más a ella, sin embargo un extraño ruido la hizo estremecerse y acurrucar al bebé y llevarlo a su pecho.

Un ligero temblor fue perceptible para todos en la sala, Kushina apretó sus dientes y enterró sus uñas entre las sabanas.

—¡¿Qué fue eso?! — Minato volteó tan rápido como pudo y sacó su espada.

Esa espada que lo había acompañado en los momentos más cruciales de su vida. No tenía la armadura que solía llevar en combate mucho menos su caballo. Usaba un camisón azul con bordes dorados junto con su capa y unas sandalias planas. Sintió su piel erizarse en cuanto observó que parte de la pared del castillo estaba quebrada.

Eso era casi imposible…

—¡Biwako!— gritó.

Pero era demasiado tarde.

La mujer había caído de rodillas. De repente, el corazón de Minato volvió a latir con mayor intensidad al escuchar el sonido desgarrador del llanto de un bebé. Su hijo….

Kushina jadeaba, no dejaba de sudar y sentir que el sello se rompería. Se negaba a ello y aferraba toda su humanidad a la cama, movía su cuerpo de derecha a izquierda. Taji también había caído y yacía en el piso. Amelié quedó impresionada por aquello y su visión se fue apagando en cuánto sintió el filo de un cuchillo en su abdomen bajo. El ataque fue tan rápido que fue casi imperceptible. Salvo que la sangre manchaba el piso.

Sí, alguien quiso asesinar al pequeño bebé.

—Kushina esto no es bueno— por primera vez el Rey mostraba un poco de debilidad, sus manos temblaban ocasionando un descontrol en su manejo por la espada. Frunció su ceño al tiempo que quitaba el cuerpo de Biwako y tomaba a su hijo entre sus brazos.

—Quieren… quieren matarlo—sollozó Kushina— ¿Pero quién? Hace tiempo que no he escuchado de nuevos enemigos, nadie debería saber que yo sigo viva, no…

—Pero saben que tienes ese sello y que dentro está… — calló al sentir la mirada de tristeza de su esposa —eso ya no importa, descubriremos quién intentó matarnos

—Las lograron asesinar Minato, vendrán por nosotros.

Un nuevo terremoto y un ruido de una detonación llegaron hasta sus oídos. El llanto del bebé incrementaba a cada instante y Minato no tuvo más opción que estrechar el cuerpo de su hijo contra su pecho. Acarició el poco cabello que tenía y se miraron.

Ojos azules contra ojos azules. Era como el Rey pero en bebé, su propia reencarnación.

—¡Ah!—Kushina sintió una punzada terrible debajo de su vientre, subiendo hasta su estómago y provocando una sensación similar al de estarse quemando.

—¡No puede ser—Minato abrió sus ojos con sorpresa y su rostro fue de preocupación.

Salió corriendo de la habitación y notó una calma bastante inusual. Los guardias reales que deberían estar ahí parados no estaban. Nadie estaba.

Sus pies apenas y tocaban el piso por la velocidad a la que iba. No soltaba a su hijo por ningún motivo, se sentía culpable por haber dejado a su esposa en ese estado mas su corazón le indicaba que algo andaba mal. Ese ataque no había sido una coincidencia. Se dirigiría a la capilla, ahí debía haber alguien que pudiera ayudarle, en circunstancias como esas era el lugar más seguro.

—¡Mi señor!

Alguien chocó contra él, provocando cierto desconcierto. Sonrió al ver de quién se trataba.

Un adolescente estaba ahí, mirándolo desesperadamente. Ya se conocían bastante bien.

—¡Kakashi!— Minato soltó un suspiro tan largo que estremeció al chico— ¿Qué sucedió?

Lo preguntó no sólo por la situación, sino porque el cabello de su preciado alumno estaba desaliñado. Su semblante era cansado y a leguas se notaba la preocupación en sus ojos negros.

—Escuché varias detonaciones en la torre flanqueante y en la torre de homenaje, vine a ver qué pasaba y encontré los cuerpos de los Guardias en la entrada—tragó pesado— todos muertos…esto es malo mi Rey, los ataques están llegado del norte y del este.

—¿Qué?

—Mi señor—hizo una leve reverencia— ese… — su dedo índice se movió hacia el bultito que yacía en los brazos del Rey— ¿es su hijo?

—Es Naruto—sonrió con orgullo— Kakashi, confió en ti, eres mi mano derecha y sé que me ayudarás.

—Haría lo que sea por usted, le debo obediencia y honor.

—Cuida a Naruto, escóndete bien. Tengo un muy mal presentimiento.

—¿Es por el sello de Kushina?

Minato pareció pensarlo antes de contestar

—Sí, lo más probable es eso. Todos han querido ese poder y ha sido muy reñido por años. Me temo que este ataque no es una casualidad, no sé si sepan del estado de Kushina. Debo estar con ella pero también con mi hijo, vete. Eres fuerte y estoy convencido de que no te encontraran tan fácil.

—No iré muy lejos—dijo Kakashi—cuidaré de su hijo con mi vida si es necesario.

—Ve a la capilla—ordenó—, si acaso esos seres son del Reino de…

—Entiendo—Kakashi sabía bien a que se refería su maestro, los del Reino de la oscuridad eran seres que al estar cerca de un centro religioso se sentían vulnerables. Así que por el momento era el lugar más lógico al cuál ir.

Minato le entregó a su hijo envuelto en aquella manta de lino con el que las mujeres lo estaban secando, experimentando una sensación desconocida hasta ese entonces para él: el sentimiento de dejar a alguien.

Kakashi observó al bebé y como este se retorcía entre las sabanas. Sus mejillas seguían de ese color rojo y su cabello aplastado dándole un aspecto un tanto extraño. Le era increíble ver al príncipe —por qué en efecto, sobre ese niño recaerían en el futuro grandes decisiones—, se alejó corriendo para desaparecer del rango de visión del que una vez fue su maestro en el arte de las Espadas, el ex líder de los Noveum, un grupo de caballeros de alta clase quienes graduados de las Academias de Fromsturne y Cenaria, —centros que formaban a los futuros caballeros de la Luz— se dedicaban a salvaguardar la vida de los demás. Sirviendo al rey y ante todas las cosas a Numen y a su Iglesia.

Los pasillos eran anchos y siniestros, oscuros. Tuvo que hacerse de la habilidad de pasar por ellos con maestría ya que la ausencia de luz le imposibilitaba el trabajo.

Kakashi era huérfano de madre, sin embargo su padre también había muerto hacía varios años atrás. Así que cargar con aquel niño no sólo significaba hacerle un favor a su maestro, al rey, sino a otra persona. Él quién era llamado por algunos como "El Caballero de Plata" —por su cabello y su armadura—, era apenas un estudiante de la Academia Fromsturne, sin embargo muchos decían que su habilidad iba más allá de eso. Sacó eso de sus pensamientos y bajó las escaleras de caracol que lo conducirían a la planta baja, escuchando de fondo unos estruendos. El bebé parecía haberse calmado pero eso no mejoraba la situación, al contrario la empeoraba aún más. Todos en el Reino creían en la Iglesia dado que era un sostén y pilar importante, aquel que no creía era castigado por el Consejo del Reinado, un grupo conformado por tres ancianos, cuyos nombres Kakashi no logró recordar con claridad y de hecho no supo por qué se desvió del tema.

«Ah» murmuró para sí mismo.

Ahora ya lo recordaba, el motivo era que en el fondo él no creía que la capilla fuera a hacer la diferencia entre un ataque entre los del Reino de la Oscuridad —ahuyentándolos— o atrayéndolos, eso era tonto pero por supuesto que no contradeciría los mandatos de su Rey. Así que en cuanto vio cristales luminosos supo que ya estaban cerca de llegar a ese pequeño cuarto en donde seguro habría sacerdotisas y algunos sacerdotes de Numen orando por el nacimiento del Rey. En otras circunstancias debía haber sido un agasajo, las campanas de la Iglesia de Konoha hubieran sonado despertando a toda la población a plena hora de la noche, sin embargo no fue así. Ninguna campana sonó y él se encontraba afuera esperando a que alguien abriera. Se quedó un instante ahí, sintiendo como el aire no llegaba bien hasta sus pulmones y cómo los labios se le habían pegado a la máscara que usaba en la boca y cubriéndole parte del ojo a forma de que nadie lo viera, una costumbre que desde niño había tenido. Sólo se la quitaba para comer y en escasas ocasiones para dormir. Se contuvo y algo dentro de él le dijo que no era buena idea estar ahí por más tiempo. Instintivamente llevó una mano a su espada —larga y de un mango de plata—, esperando cualquier movimiento. Con su brazo izquierdo abrazaba a Naruto, no estaba seguro si así se debía agarrar un bebé pero supuso que debía serlo.

Fijó su vista en todas partes, esperando que el enemigo de descubriera y se mostrara pero no fue así. Pateó la puerta con fiereza e intentó ver mejor, su único ojo le estaba ayudando sin embargo a veces si necesitaba del otro para poder apreciar mejor.

La capilla estaba oscura, un aire fresco lo azotó, pero el bebé fue quien más lo sintió ya que empezó a toser, consciente de que la temperatura en aquel lugar era mucho más baja que en los pasillos. Con escepticismo decidió acercarse más y no temer tanto del lugar. Por él no temía sino por lo que le fueran a hacer al bebé. Mas no había peligro, no debía tenerlo. Sin embargo sintió que tropezaba con algo y no supo a ciencia cierta que era hasta que su instinto en batalla y práctica le indicaron que era. Hizo una mueca de asco, de no ser por la máscara claramente se hubiera visto.

Había pisado a una persona.

Pero no era cualquier persona, la tenue luz que se filtraba en una de las ventanas laterales le señaló que era un sacerdote.

Matar era otro de los tabús que la Iglesia Numen prohibía, claro que había una clausula. No podías matar a alguien sólo porque te cayera mal o por un lío de faldas. Debía haber un motivo real, ya sea un crimen o una misión. Los aldeanos tenían prohibido —bajo toda circunstancia— asesinar. Los sacerdotes y sacerdotisas también entraban a ese grupo, los Zamurak —magos y médicos— tenían permitido asesinar siempre y cuando el Rey lo hubiese ordenado, para ellos existía un tipo de normas más específicas.

Y por último se encontraban caballeros de la Luz, él más bien se consideraría un Asesino escondido bajo una armadura pesada y una espada larga. Su deber era matar a cualquier persona que representara un riesgo para las naciones, así que sin duda ese sacerdote debió pasarla muy mal ya que ellos así como poseían grandes conocimientos en oraciones y algunos hechizos de la luz tenían nulos conceptos de cómo defenderse ante una situación de peligro, como bebés en medio de una carnicería.

Escuchó a Naruto sollozar y mover sus manitas. Él ya no estaba tan impresionado, aunque el hecho de que hubieran asesinado a un sacerdote…

«No»

Mientras fue caminando se percató que no era uno sólo, por lo menos cinco integrantes de la Capilla de la Luz estaban tendidos en el suelo, sus gargantas cortadas y la sangre corriendo por ellas. ¿Quién pudo hacer eso? Sin duda debían ser…

Se estremeció, ellos no deberían haber llegado. Mas el ruido de otro impacto lo obligó a esconderse debajo de un altar. Agradeció que el mantel fuera largo y que estuviera a la escasa vista de los demás. Se dio cuenta de las copas de vino tiradas en el suelo y las hostias regadas por doquier, era cómo si —quienquiera que fuera— estuviera buscando algo. Estrujó a Naruto hacia su pecho, dejando la espada muy cerca de él, uno nunca sabía cuándo debía sacarla y demostrar porque era "El Caballero de Plata".

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Minato con rapidez ingresó al cuarto en donde Kushina había dado a luz hacia una hora. Ella descansaba, sin embargo su tez estaba pálida. Más de lo normal.

— ¿Kushina?

Minato comenzó a zarandear su cuerpo temiendo lo peor.

—Lo he visto— dijo— ha venido por Kyubi, si tiene a Kyubi tendrán los dos dragones…

—¡De ninguna manera! ¿Quién ha sido?

Buscó con la mirada alguna señal, algo que le dijera que eso era una pesadilla. Mas el cuerpo de las tres mujeres seguía en el suelo, con ese líquido rojo entre sus humanidades. La ventana seguía abierta dándole un aspecto siniestro al asunto, nada pintaba bien. Acercó su mano a su espada sólo para tener más seguridad, ese tic siempre le había funcionado en momentos como ese, momentos en los cuáles necesitaba confianza y fe, recordarse por que Hiruzen —el tercer Rey— había confiado tanto en él y en su convicción a pesar de su joven edad.

Kushina vio todos los sentimientos de su esposo en su mirada azul y supo que no era momento para sentimentalismos, su vientre dolía y una extraña sensación la invadió. Ella en el fondo supo que Minato daría todo por su hijo y al no estar su bebé ahí con ella entendió que era lo mejor, si su pequeño se acercaba corría riesgo. Era mejor así aunque quisiera verlo y sentir su cuerpo, decirle cuánto lo amaba, ¿era posible amar a una criatura? No lo entendía, pero si alguien le preguntaba respondería que sí un millón de veces. Se concentró en no pensar tanto en sus sentimientos maternos, lo que importaba estaba afuera, rondando como un caballero de la muerte, esperando a dar el golpe final. Se reincorporó al instante, haciendo honor a su apodo de «Habanera» aquella mujer que osó a graduarse de la Academia Fromsturne en la adolescencia, siendo la primera de su graduación. Pese a las burlas de sus compañeros. Frunció su ceño y miró a Minato con severidad.

—No… no era el "Caballero Serpiente" —soltó de repente, ella sabía que su Rey estaba pensando en ese hombre, en esa escoria…

—Él es líder del Batallón Dramari, si es enemigo de Dalaran es enemigo de Konoha. ¿Entonces quién es?—De repente la preocupación invadió sus pensamientos— Kushina, ¿estás queriendo decir que…?

—Sí— lo interrumpió— quién quiere a Kyubi no es un humano, y no los del Batallón Dramari, son…

—Los del Reino de la oscuridad —Minato dijo aquella palabra, aquel tabú. Sintió un escozor punzarle en los labios. Se los mordió y oró la oración que desde niño se les había enseñado en la Escuela.

«Perdonae mea ofensi»

No era un mito que decir esa palabra era un tabú, de hecho él como Rey sabía de antemano que Numen tenía un poder bastante grande, y que era consciente de todo lo que pasaba en sus cinco grandes reinos. Cada que un aldeano mataba a otro, un Caballero de la Justicia llegaba y lo decapitaba en el acto. Los Caballeros de la Justicia eran diferentes a los de la luz, muy diferentes. Minato se atrevería a decir que eran peligrosos y oscuros pero, ¿quién podía oponerse a la Iglesia?

La idea de que Caballeros del Reino de la Oscuridad hubiesen llegado a Konoha sonaba descabellada, según contaban los relatos guardados en la Biblioteca Sagrada de Konoha, ese reino se encontraba tan lejano, en la punta del mundo en donde las tinieblas arrasaban con todo, donde el suelo era tan caliente que tus pies se desintegrarían y morirías antes de dar un solo paso, en donde el sol era diferente. Era un mundo diferente dentro del mismo universo terráqueo.

—Era un hombre, no pude observar su rostro todo en él tenía una armadura negra. Quiere a Kyubi ya que según ellos tienen a Malytia.

La voz de su esposa lo sacó de su trance. No podía ser posible…

—El dragón legendario… este lugar no es seguro. Tenemos que dar aviso a todos.

—Lo sé.

Antes de que pudieran salir del Castillo un nuevo ruido los intranquilizó. Era el rugido de una bestia.

Y fue entonces que supieron la magnitud de los problemas, un dragón negro con alas azuladas estaba parado justo en el Acueducto Central de Konoha. Sus patas estaban firmes, meneaba su cola con fuerza, provocando un estruendo.

«Gaaaaaaw»

Seguido de ese ruido vinieron los gritos.

Kushina se había puesto de pie, tratando de sostenerse con la ayuda de la pared. No podía ir más rápido, sin duda el parto le había desgastado físicamente.

—Hazlo— le con la determinación que siempre la caracterizaba—eres el Rey, debes proteger a Konoha.

—Naruto está con Kakashi, él es mi hijo se supone deberíamos tener una vida normal. ¿No?—bajó su mirada—tú eres mi esposa, mi vida. Soñamos con tener nuestra familia y vivir una vida diferente a la que tuvimos.

—Pero es nuestro destino…

Minato asintió y desapareció en un abrir y cerrar de ojos.

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Kakashi tiritaba, sonaba ilógico que un caballero cómo él se sintiera tan desprotegido. Él, quien era el mejor estudiante en la Academia Fromsturne a punto de graduarse. Los estruendos incrementaban y hasta su lugar llegaron los gritos de la gente. Estaba de espaldas a la ventana. Naruto ya no lloraba, solo balbuceaba y se llevaba el dedo a la boca.

«No» Kakashi le quitó el dedo e intentó en numerosas ocasiones detenerlo. Era imposible, él no había nacido para ser una niñera su lugar estaba allá afuera, blandiendo su espada al aire cortando y gritando con fiereza.

Mas la orden de su rey fue suficiente para recordarle que él le debía obediencia y honor, respeto. Minato había sido su maestro desde que era apenas un niño, lo había acompañado durante su coronación y en casi todos los momentos. Lo consideraba su mejor amigo, su hermano y hasta su padre. Un modelo a seguir. El bebé que sostenía entre sus brazos era nada más y nada menos que el heredero a la corona, ese niño tenía el poder de un país. Todo lo que quisiera.

Pero la vida de él corría riesgo al igual que sus padres.

Hizo cálculos mentales, dado que él vivía en la capital y no en Konoha tenía un calendario más preciso, dado que los días sólo podían visualizarse en la Catedral Sagrada Vitae. Si sus cuentas no le fallaban debía ser 10 de octubre, la décima noche antes del onceavo día.

Cerró sus ojos al sentir que alguien estaba llegando. Estrujó a Naruto con más fuerza, de ser necesario le pondría su mano en la boca del bebé para evitar que llorara, lo haría.

Tembló cuando la puerta se abrió. Si él estuviera solo no le causaría ningún problema alzar su espada y matar a quienquiera que se atreviera a lastimarlo, el problema es que no estaba solo. Había un bebé indefenso, incapaz de blandir una espada o siquiera tener consciencia de lo que era el verdadero peligro, esa pequeña franja entre la vida y la muerte.

Dejó a Naruto tendido en el suelo y pudo sentir que el bebé le reclamaba con la mirada pero eso no le importó, no en ese momento. Así que comenzó a gatear —una acción bastante tonta, ya que él no era tan bueno ocultándose—y movió un pedazo del mantel. Observó los pies de un hombre y los reconoció. Se tranquilizó y supo que era mejor salir.

—Kakashi—era un hombre de avanzada edad, con una armadura que cubría casi todo su cuerpo a excepción de sus ojos, dejando ver los ojos tristes y cansados de quien ya pedía estar descansando en cama, debido a la edad.

—Mi señor—hizo una reverencia inclinándose un poco— están pasando cosas muy extrañas, nuestro Rey está en peligro y su familia—señaló a Naruto por debajo del mantel.

—Kyubi—murmuró—esto no es una casualidad, en este momento están atacando el lado Sur.

—¿Qué?

Kakashi abrió más los ojos. Si Konoha era atacada quedarían muchas vulnerabilidades, ¡él debía estar combatiendo! Sin embargo Hiruzen meneó su cabeza y se encaminó a la puerta de la Capilla.

—Han matado a muchas personas y me temo que la sangre correrá por nuestro Reino. Quiero que te quedes aquí y no te muevas, en este momento son muchas las prioridades mas te doy una misión, después de todo yo también fui Rey. Kakashi Hatake, "Caballero de Plata" te asigno el deber de proteger al príncipe de Konoha y no permitir que muera.

Kakashi asintió, sintiendo un sensación de escalofríos recorrer su espalda. Hiruzen Sarutobi sabía cómo intimidar a la gente.

Vio como Hiruzen se alejó y cerró la puerta con un chillido intenso. El bebé comenzó a llorar una vez más.

«Oh, vamos no llores» le ordenó mentalmente, sin embargo el niño se removía y sus ojos cada vez brillaban más. No pudo evitar no encontrarle un parecido muy singular al Rey, sin duda eran como dos gotas de agua.

«En este momento tus padres están librando una batalla entre la vida y la muerte y tú pequeño niño estás llorando. Cállate de una buena vez si no quieres que nos descubran» le susurró.

Pero tampoco funcionó, gruñó un poco y se permitió cargarlo y empezar a caminar en círculos, evitando a toda costa acercarse al tumulto de cuerpos sin vida. Era obvio que el bebé no se daría cuenta de ello pero más valía

«Gaaaaaaaaaaaaaaw»

Toda la torre tembló, y el adolescente temió por la seguridad del bebé. No había muchas opciones, era huir para sobrevivir. Se estremeció al ver como los cristales de la ventana caían hacia el suelo. Dio un brinco hacía atrás y no dudó, aquel ya no era un lugar seguro.

Así que corrió tan rápido como sus piernas podían. El bebé empezó a llorar y abrió sus ojos azules…

—Perdone su majestad—dijo en otro vano intento por calmarlo—, ¿sabe? Podría ayudarme si deja de llorar…

El bebé se calló y de nuevo comenzó a dormir. Kakashi aprovechó la situación para correr con más ímpetu.

Konoha estaba en caos, todos los soldados se habían desplegado y combatían a Malytia, el dragón más misterioso del cual se tenía recuerdo. Sus alas negras y su tamaño eran de temerse. Ante su majestuosidad los caballeros y Zamurak eran hormigas.

La noche era oscura y el sonido que más se escuchaban eran los gritos de guerra, de las suplicas y el dolor. Cada movimiento del dragón negro —Malytia— significaban destrucción y que la Torre del castillo temblara con cada movimiento. Seguía alteando sobre un montículo de tierra arrasando contra los robles del Bosque de la Sabiduría.

Hiruzen miraba aquello desconcertado, hacia mucho tiempo no veía un ataque desde el final de la Primera Guerra. Y eso había sido cuando él todavía era un párvulo. Sabía que, Minato estaba en problemas por eso sin que nadie se lo hubiera ordenado tomó el lugar provisional como Jefe de las Fuerzas de Konoha. Blandió su espada y la sacó frente a todos, dándoles ánimos a los demás caballeros.

—¡Andando!—indicó—deben darle en la cola para evitar que siga zarandeándola. Así evitaremos que los árboles salgan disparados hacía nosotros.

Los demás caballeros asintieron y soltaron su grito de guerra mejor conocido como el hiyah.

Los Zamurak se concentraban hasta atrás de las Fuerzas Armados dado que ellos no tenían permitido estar en combate. Era una norma dictaminada por la Iglesia Numen.

«Un Zamurak no puede estar en combate, su deber será curar y conjurar hechizos. Para eso están los Caballeros de la Luz, cuyo deber es dar su vida en combate.»

Un hombre de cabello rosa grisáceo apareció en una nube. Usaba una túnica larga color morada. Observaba todo con atención sintiendo como su corazón se estrujaba al ver esa escena de desolación. Apenas y podía creerlo, cuando el aviso le llegó en Dalaran no dudó ni un instante en teletransportarse tan rápido cómo sus habilidades de mago le indicaban.

—¡Mi señor!—hizo una reverencia y alzó su bastón dorado.

Hiruzen hizo un mohín y asintió.

—Kizashi Haruno …

—He escuchado sus indicaciones mi alteza. Si me permite darle una opinión lo mejor es no dañarlo, no podemos matarlo.

Hiruzen frunció el ceño visiblemente molesto mientras seguía acercándose a toda velocidad hacia el dragón, seguido de Kizashi, quién seguía sobre una nube de humo color gris.

—Malytia es un peligro, ¿sabe cuántos muertos hay, erudito de Dalaran?

—Disculpe— dijo el hombre—, pero puedo sentir gran magia alrededor del dragón… será casi imposible destruirlo.

—Nada es imposible para un Caballero de la Luz—masculló— , ¡ataquen!¡hiyah!

El azul claro de sus ojos desapareció para dar lugar a un color más vivo… casi alucinante.

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—¡Deleo Malytia! —pronunció con los brazos extendidos.

La habitación apenas y estaba iluminada, la luz se filtraba de a poco gracias a la Luna llena. Hubiera sido un día de paz y pasar de desapercibido. Al día siguiente ellos mostrarían a su hijo en la cúpula de la Torre, presentándolo como el futuro rey de Konoha. Pero todo se estaba desmoronando al igual que la torre Sur. Minato estaba agachado, sentía como el poder se le estaba yendo de las manos. Sus poderes disminuían y sabía que debía actuar pronto de lo contrario su hijo moriría.

—Minato…—pronunció Kushina jadeante —, Kyubi saldrá y cuando eso pase…

—Ya sé—dijo jadeante—, Malytia y Kyubi unirán sus fuerzas. Ese caballero del Reino de la Oscuridad es el causante de la posesión del alma del dragón legendario. Debemos encontrar su fuente de poder.

—Estás agotado—lo regañó frunciendo el ceño— Hiruzen se está encargando, el batallón del Sur.

—No Kushina. Lamento hacer lo que voy hacer pero es necesario…

—Daré la vida por Naruto pero tú debes vivir…

—Eso es imposible. Antes de eso sellaré a Malytia en el Monte Hayjal.

—¡¿Qué?!

—Sabes que aunque des tu vida queda Malytia y Naruto no podrá soportar dos dragones en su cuerpo. Lo sabes… Además—agregó— he sentido magia, no puede ser otro más que Kizashi, seguramente él piensa que lo mejor es sellar a Malytia en Hayjal. Donde debería haber estado dormido al servicio de los Reinos de la Luz, de ser así necesitaré su ayuda.

—Ese erudito de Dalaran—Kushina cerró sus ojos—. Quiero ver a Naruto una vez más.

—¿Es una orden? —Sonrió Minato ya sin fuerzas.

—Sí, "My Lord".

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Kakashi sintió una brisa fresca recorrer su espalda. De repente todo se movió…

—¿Qué?—parpadeó un par de veces antes de observar a Minato y a Kushina tendidos en el suelo— ¡Mi señor!

Se acercó a ellos de un brinco, teniendo cuidado de seguir sosteniendo al bebé. Conocía esa extraña técnica del Rey, Minato quien sabía un poco de magia la había concebido.

«El Dios del Trueno Volador» pensó, mientras los admiraba. No tenían buen semblante, la reina —quien siempre se caracterizaba por su jovialidad—parecía un saco de patatas tirado y masacrado y su Rey tenía sudor y el cabello pegado a la frente. Mas logró ponerse de pie.

—Kakashi Hatake, «El Caballero de Plata», has de llevar la luz y la Integridad hasta el fin de tus días.

—¿Qué está pasando?—interrumpió al ver a su Rey sosteniendo a Naruto con ternura para después pasárselo a Kushina, quién todavía estaba en el piso.

—Dile—dijo ella—, es tu pupilo, lo entenderá.

—Logré entrar en la meditación de un Caballero de la Oscuridad. Tú sabes que su magia es negra y difícil de combatir.

—Es imposible…

—El Reino de la Oscuridad ha llegado y perdurado hasta esta generación. Son más peligrosos de lo que creímos Kakashi. Konoha no debe preocuparse por el momento, está protegida por mi escudo divino. Pero eso me desgasta físicamente, en este momento no tengo muchas fuerzas… sólo, sólo puedo hacer algo por mi hijo.

—¿Qué?

—Minato sellará a Kyubi en Naruto— dijo Kushina—yo… sólo quiero verlo una vez más.

—¿Sellarlo? Mi señora, eso significa que usted…

—Sí— contestó tajante— moriré, pero todo el Reino vivirá, o por lo menos no se destruirá.

—¡Imposible!—Masculló Kakashi— Minato es el Rey, el gran Señor. Líder de las fuerzas Centrales de Dalaran y Caballero de la Mano de Oro.

—«Caballero de Plata» Quizá ahorita no lo comprendas pero se necesitan de estos sacrificios para el bien de Konoha. Necesitamos de estas fuerzas para sobrevivir. Mañana nosotros seremos gloria y después seremos viento. Quiero que cuides de Naruto, él no tendrá una vida normal a partir de ahora, sin embargo debe ser tratado como un héroe. Cumple mi voluntad Caballero de Plata y cumple con los designios de la Luz hasta el final. Algún día lo comprenderás…


N/A ¡Hola! Me presento para quienes no me conocen (en este loco mundo de FF), soy Karou, y esta es una nueva historia que pretende ser larga. Espero sea de su agrado, y que las cosas marchen muy bien. Inicié este proyecto desde hace un año sin embargo hasta hoy me decidí darlo a la luz. Poco a poco espero mejorar y crecer en este género en el cual no estoy muy familiarizada a la vez de que ustedes me acompañen con sus comentarios y sugerencias.

Un saludo enorme. Mi página en facebook es Tamahara-chan por si quieren checar más novedades entre otras cosas.

See ya!